EL ARPA DE DAVID

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en dos manuscritos tempranos de EL ARPA DE DAVID colocados en la Biblioteca Nacional en Madrid (15.516 y 16326) con el apoyo de la edición crítica de Claude Anibal de 1925. Fue preparado por Vern Williamsen para un curso dictado en el año 1984.


Personas que hablan en ella:

PRIMERA JORNADA


Salen JONATÁS, SAÚL y JOAB
SAÚL: Dios de Israel, Dios eterno, basten las desdichas mías; no me den melancolías, espíritus del infierno. Si vuestra gente gobierno con alguna inobediencia, moderad, Dios, la sentencia de la pena con que vivo porque en mal tan excesivo no basta humana paciencia. Y vosotros que estáis viendo el monte que traigo encima, ¿cómo, decid, no os lastima el ver que estoy padeciendo? En vivo fuego me enciendo; en tristezas me consumo; de mi tormento presumo que según me martiriza, hecho mi cuerpo ceniza, resolverá el alma en humo. JONATÁS: Padre, rey y señor mío, de tu continua tristeza nace este mal. SAÚL: Mi flaqueza es región del aire frío. Del corazón, el estío sombra oscura es. Esta casa, y el alma en ella, se abrasa y un mar de tristezas bebe. ¡Ay de mí! ¡En qué tiempo breve la gloria del mundo pasa! ¿Veis armados escuadrones de espíritus infernales que en los orbes celestiales beben furiosos dragones? JONATÁS: Melancólicas pasiones tienen tu seso turbado. SAÚL: ¿No miras el cielo airado, rojo su color azul? JOAB: ¡Ah mísero rey Saúl, cómo estás endemoniado! SAÚL: ¡Detente, muerte, detente! ¿Ay rey acometes? --Sí. --Pues, ¿qué pretendes de mí? --El alma está inobediente. --Triunfa agora de la gente. --No quiero. --¡Pues, ¿qué procuras? --Tu victoria. --¿Y me aseguras del vencimiento? --Pues, ¿no venceréte al fin? --¿Quién? --Yo. JONATÁS: ¡Qué tristezas! JOAB: ¡Qué locuras! SAÚL: ¡Salid, demonios, de aquí! ¡Salid, tigres! ¡Salid fuera de mi casa! JOAB: Así saliera lo que está dentro de ti. SAÚL: ¿Cómo os apartáis de mí? Volved, esp¡ritus tristes. Demonios, ¿a qué volvistes? Morir tenéis a mis manos, espíritus inhumanos desde el día que caístes. JONATÁS: Sosiega, por vida mía. Toma, rey, algún consuelo que no te ha de dar el cielo eterna melancolía. Si la agradable armonía de la música te agrada, medicina está buscada de un pobrecillo pastor; que no ha cantado mejor, jamás, persona crïada. Siéntate, y gusta, señor, que entre a cantar por tu bien un pastor que de Belén te he traído. SAÚL: ¿Y un pastor, suspender puede el dolor que un espíritu infernal me causa? JONATÁS: Sí, porque es tal la música y armonía de su arpa que podía suspender la celestial. SAÚL: Entre, pues, porque si tanto puede una divina voz, [quitar la pena feroz], vida me dará su canto.
Siéntase y sale DAVID con su arpa
JOAB: Siéntate, señor, y el llanto vuelve en risa y en quietud. DAVID: Hoy de su dulce salud mi arpa me da esperanzas, templada con alabanzas del autor de la virtud. JONATÁS: Suena, dichoso pastor, las dulces cuerdas templadas que a voces tan acordadas olvidará su dolor. JOAB: Cante en ese corredor; que la dulce consonancia será mejor si hay distancia entre la voz y el oído. DAVID: Voy a cantar, y al rey pido que perdone mi ignorancia.
Vase DAVID
SAÚL: Si el alma tiene sosiego, sombras perturban mis ojos; todo es temores y antojos; todo es tristezas y fuego. Jonatás... JONATÁS: ¿Señor? SAÚL: No niego que a mi Dios fui inobediente, pero es mi mal impaciente, es insufrible mi pena. JONATÁS: Escucha, pues, porque suena su música dulcemente.
Cantan de dentro
MÚSICOS: Corriendo hasta el mar los ríos, y el mar creciendo y menguando, que ya furioso, ya blando, pulsa en los peñascos fríos. [Aunque no pueden ser píos] las cosas inanimadas con voces no articuladas el mundo y el cielo ufano bendicen la santa mano de quien han sido crïadas. JONATÁS: Parece que el dulce sueño con agradables despojos la luz hurtó de sus ojos. JOAB: Gusto siento no pequeño. Déjale dormir.
Vanse JOAB y JONATÁS, y entre MICOL
MICOL: (Si el dueño Aparte de esta voz que alegre suena no es ángel, o no es sirena que engaña el incauto oído, el mismo Amor habrá sido que cantó por darme pena). MÚSICO: En el valle coronado de sombras y soledad, donde la santa verdad anda en su primer estado, balando el libre ganado y el pájaro sin prisiones, con no aprendidas canciones que exceden humano canto, invocan el nombre santo del dios de los escuadrones. MICOL: (¡Qué suavidad! ¡Qué dulzura! Aparte El alma tras sí me lleva, obligándome a que beba esta voz sonora y pura. ¿Quién oyó mortal criatura cantar así?) SAÚL: Ya me siento respirando nuevo aliento, de no pensada alegría. ¡Oh poderosa armonía! ¡Oh celestial instrumentos!
Salen DAVID, JONATÁS y JOAB
JOAB: Ya con salud se levanta alegre el rey. JONATÁS: ¿Quién pudiera suspender pena tan fiera sin tu dulce garganta? SAÚL: Pastor que sana si canta, déme los brazos. DAVID: Los pies será razón que me des. MICOL: (Talle y voz iguales veo. Aparte Tente, Amor; tente deseo; que un humilde pastor es. Las cuerdas de un instrumento son amorosas prisiones; su voz dulce y sus canciones son centro del pensamiento. La libertad y el tormento nos suspendió juntamente; mas ¡ay!, que es loco accidente del alma casi divina cuando tan fácil se inclina al objeto que hay presente). JONATÁS: Quisiera entrarte en mi pecho y así dos vidas tuviera con que decirte pudiera la amistad que habemos hecho en las almas. DAVID: Satisfecho estoy de tanto favor; rey seré, si eres pastor. JONATÁS: Pero te quiero de suerte que me igualas. DAVID: A la muerte parece sólo el Amor.
Sale URÍAS
URÍAS: Señor, si de tus trofeos, en mil batallas ganados, no quieres ver olvidados tus inmortales deseos, mira que los filisteos pasando van adelante, y un capitán arrogante en tu reino asombra a todos; que un palmo más de seis codos tiene el soberbio gigante. Si ya en tus melancolías el pretendido fin hallas, llama al Dios de la batallas en cuyo brazo confías y defiéndete. SAÚL: Los días que pasando estoy sin Él al enemigo crüel mi enfermedad le provoca. Ya estoy bueno; al arma toca, [¡Cierra el hueste de Israel!]
Vanse los dos
MICOL: (Alégrame, si lo miro, Aparte tener miedo y osadía y en dulce melancolía dar un alegre suspiro. Pésame, si me retiro, imaginar devaneos y en amoroso trofeos tener recato y temor. ¿Qué puede ser, sino amor? Teneos, locos deseos. Pastor es quien mis sentidos regala en vanos antojos, con su presencia en los ojos y con su voz los oídos. Pensamientos mal perdidos, ¿cómo no os perdéis por altos? Que el corazón me da saltos, temiendo, que mi afición no se inclina a hombres que son de merecimientos faltos). DAVID: (¿Cuándo la fresca mañana, Aparte que el blanco rebaño mío borda el pasto con rocío, tuvo luz tan soberana? ¿Cuándo se vio tan lozana corderilla dando saltos? Mirad, pensamientos faltos de humano merecimiento, que será el subir violento. No queráis subir tan altos. Hija es del rey la que he visto. Yo soy humilde pastor. Si esto que siento es amor, gloria imposible conquisto. Si al principio no resisto, creceréis, locos deseos, y entre ciegos devaneos yo os prometo que caigáis. Siendo esto así, no subáis, o ya que subís, teneos). MICOL: Pastor, que en el verde prado cantando en alegres días con tu música podías hacer andar el ganado del agua y yerba olvidado, ¿quién eres? Porque, de suerte, es tu voz tan suave y fuerte que te podrás igualar a la sirena del mar y al blando cisne en la muerte. DAVID: Reina que en el verde prado dando luz a nuestros días con tu hermosura, podías hacer andar olvidado de agua y yerba mi ganado, David soy, que al rey pretendo servir cantando y tañendo. Belén fue mi patria ya, Jesé mi padre, y Judá la tribu de quien desciendo. Como fui el hijo menor, siendo los demás soldados, guardar me mandó ganados. En efecto soy pastor, pero conozco el valor de esos ojos de los cielos; porque entre cándidos velos turbado se mira el sol porque le tiene Micol muerto de envidia y de celos. MICOL: (¡Qué gallardo! ¡Qué discreto! Aparte Hablando y tañendo mata. ¡Ay Naturaleza ingrata! ¿Por qué hiciste tal sujeto pobre así? Pero en efeto le diste mucha nobleza. ¡Qué gallarda gentileza! Al Amor hago jüez que es aquesto "haya un vez en la mujer fortaleza"). DAVID: Ya que falta la presencia de tu padre y rey amado, volveréme a mi ganado si acaso me das licencia. MICOL: (Aquí importa resistencia). Ve, David, en hora buena.
Dicen aparte mientras se va cada uno por su puerta
DAVID: (Hora de tu gloria ajena, ¿cómo puede ser buen hora?) MICOL: (Voz que mata y enamora de ángel es, o de sirena). DAVID: (El alma se deleita si la veo). MICOL: (Crece, cuando te miro, mi locura). DAVID: (Prisión del albedrío es su hermosura), MICOL: (¡Cuidado! Es el amor o devaneo). DAVID: (¿Qué siento? ¿Qué imagino? ¿Qué deseo?) MICOL: (No me dejes, razón; tenme, cordura). DAVID: (El mismo sol envidia luz tan pura), MICOL: (Si vence mi pasión, ¡qué gran trofeo!) DAVID: (Desmandados andáis, tímidos ojos). MICOL: (Ojos, ¿por qué razón sois tan villanos?) DAVID: (Antojos, sosegad). MICOL: (Dejadme, antojos). DAVID: (Pensamientos de honor, seréis tiranos). MICOL: (Pensamientos de honor, seréis despojos), DAVID: (¡Crüeles!) MICOL: (¡Insufribles!) DAVID: (¡Ciegos!) MICOL: (¡Vanos!)
Vanse. Salen LISARDO, LÍSIDA y pastores
LISARDO: ¿Aún no te dejas amar? ¿Qué más mal que tu dureza, ni qué sol a tu belleza puede, Lísida, igualar? ¿Qué pastor mi igual se ve si amores te satisfacen en estos campos que pacen los ganados de Jesé? Aquí el árbol más sombrío que de verde vistió el mayo desnudo se ve de un rayo y del rigor del estío. La fuente más singular que bebe nuestro ganado, naciendo en el verde prado viene a morir en el mar. Toda esa verde ribera despoja y seca el octubre y segunda vez la cubre de flores la primavera. Del tiempo y naturaleza, ¿qué cosa no se alteró? Sólo aqueste monte y yo sabemos tener firmeza. LÍSIDA: No me vences de esa suerte, pues tengo firmeza igual. LISARDO: Dime, ¿en qué? LÍSIDA: En quererte mal. Soy monte en aborrecerte. Hacer no podré mudanza. LISARDO: Con eso estoy más gozoso que será pastor dichoso quien tus desdenes alcanza. LÍSIDA: ¿Cómo así? LISARDO: ¿Cuál es mejor, estar en humilde estado cerca de ser levantado a prosperidad mayor, o, en un estado felice cerca de un mal lastimero? LÍSIDA: El mejor es el primero. Ello mismo se lo dice. LISARDO: Dichoso, pues, vengo a ser. Con tu disfavor prometo que has de mudarte en efeto, que eres hermosa y mujer. Verme agora aborrecido me da, Li´sida, esperanza, que será, con tu mudanza, este amor agradecido. Olvidarás al zagal más dichoso de Belén. Subiré del mal al bien y él caerá del bien al mal. Habiéndote de mudar, los estados mudaremos; que eres mujer y en extremos, por fuerza tienes de andar. LÍSIDA: Si amiga de extremos es la mujer, y amando estás, quiero aborrecerte más por quererte más después.
Sale VELANIO, pastor
VELANIO: Serrana hermosa y crüel, más que tigre y más que estrella, que está más ingrata y bella con ese verde laurel, ¿hasta cuándo mis porfías inútiles han de estar? Si el tiempo sabe volar en las alas de los días, ¿cómo tú al tiempo te opones? ¿Cómo no se mueve en ti Mas, ¿qué me espanto, si en mí fijas están las pasiones? ¿Cómo no aprendes, ingrata, de aquellas fuentes a amar? Que apetecen siempre el mar con sus corrientes de plata. El cordero más lucido ama y sigue con descanso las pisadas de su manso y de su madre el balido. Las ovas en las pizarras, la hiedra en muro asolado y en el olmo levantado enseñan amor las parras. Aquí en la verde ribera, tórtolas y ruiseñores se ejercitan en amores en la alegre primavera. El más bruto, amando, muere. Ama el pez, la fiera, el ave. Sólo Lísida no sabe qué es amar o amar no quiere. LÍSIDA: Yo confieso que aprendí del sol a sol qué es amor; pero no aprendí, pastor, a tenerte amor a ti.
Sale SELVASIO
SELVASIO: Zagala dulce y sabrosa, más que la lumbre en invierno, mujer más dura que el cuerno del aceite, y más hermosa que una caldera de migas, dame cuarenta favores que me pican tus amores como si fueran ortigas. Estos ojos, ¡ay de mí!, que tu amor cegar porfía, por ti no duermen de día, de noche no ven por ti. Mirando tus ojos, tomo tanto amor, cuando he comido, que de mí mismo me olvido y hasta la noche no como. LISARDO: Aun los rústicos adoran tus celestiales despojos. VELANIO: Cuantos miran, esos ojos vencen, matan y enamoran. LISARDO: Tres años ha que mis males, ingrata Lísida, lloro. VELANIO: Seis años ha que te adoro. SELVASIO: Desde que anduve en pañales tengo amor muy peregrino a ese rostro o a esa cara, más que el agua pura y clara. ¡Ojo!, que no dije al vino. LÍSIDA: Por antigüedad merece Selvasio más que los dos. LISARDO: Bella imagen en quien Dios, como su autor, resplandece, dame ese verde laurel que en la hermosa frente tienes; mira, no dejes tus sienes tan ingratas como él. Dame esos ricos despojos con que adornas tus cabellos, porque me libre con ellos de los rayos de tus ojo. SELVASIO: Dame esas hojas, o algunas, porque en tu nombre las eche en el caldo y escabeche del pescado y aceitunas. LÍSIDA: Este laurel pienso dar a quien matare el león que anda en el valle. LISARDO: A Sansón puedes, señora, llamar que del otro mundo asome y gane acá tu corona. SELVASIO: ¡Al león! ¡Mire qué mona para que el hombre la tome! VELANIO: Más victoria puede ser el vencer tu condición, que el hombre vence al león, pero al hombre la mujer; mas porque sepas que amor da valor a quien se espera, de la muerte de esa fiera he de volver vencedor. LISARDO Y yo que tu sol hermoso reverencio, amo y respeto, sin ser David, te prometo los brazos fuertes de un oso. SELVASIO: No ofrezco oso ni león, pero a fe que, si las todo, traiga más zorras de un chopo que diz que cogió Sansón.
Sale DAVID
DAVID: (Alegre campo ameno, Aparte valle florido y monte levantado, de libertad ajeno vuelvo humilde pastor a mi ganado; que en hora lastimosa vieron mis ojos a Micol hermosa. Vosotros, verdes prados, región de mi ganado y patria mía, dad ocio a mis cuidados en las cenefas de una fuente fría para que yo no aumente con lágrimas su líquida corriente). LÍSIDA: David, pastor y dueño de un libre corazón y estos rebaños, con llanto no pequeño cuento las horas por prolijos años en este valle ameno sin ti, de sombras y tristezas lleno. Tres siglos ha que faltas, que siglos al ausente son los días, y en esas peñas altas que forman entre sí bóvedas frías, sin duda Amor se esconde, pues si llamo a David, David responde. Balaban los ganados entre las sombras de esas verdes plantas, de pacer olvidados del modo que lo están cuando tú cantas; sus débiles balidos sin duda por tu ausencia dan gemidos. Las aves suspendían las cantilenas dulces y süaves que oyéndote aprendían, pues que, saliendo al sol todas las aves, tu voz, ¡qué maravilla!, les sirve de maestro de capilla. Las aguas que paradas tuvo la fuerza de tu voz arriba, en cristal desatadas y en círculos de plata fugitiva, al mar corren ligeras pensando verte en tierras extranjeras. Mas ya que el valle pisa el hermoso pastor tan deseado, se detienen con risa las aguas en las flores de ese prado; el sol alegre nace, cantan las aves y el ganado pace. DAVID: Bellísima serrana que alegras con tus ojos valle y río mejor que la mañana con su luz y con cándido rocío, desvanecer no quieras un alma con palabras lisonjeras. VELANIO: Lisardo, ¿no has mirado en Lísida este amor? LISARDO: De nuestra ingrata David es el amado. VELANIO: Muero de envidia. LISARDO: Con sus celos mata mejor que con sus cielos. SELVASIO: Pues aunque tonto so, también hay celos.
De dentro
VOCES: ¡Guarda el león furioso! ¡Guarda el león que cerca los ganados! VELANIO: Ponga el pecho medroso sus alas en los pies, y sus cuidados. LISARDO: En brazos de aquel pino mi vida he de poner. SELVASIO: Y yo mezquino, ligero como un plomo, que parezco una cuba movediza, ¿pode escaparme? LÍSIDA: ¿Cómo si aquel horno de cal y de ceniza no ayuda en este aprieto? SELVASIO: Pues Lísida lo dice, en él me meto. LÍSIDA: David, yo no he temido al oso ni al león porque mi pecho amándote ha vivido. Animosa soy. Ya tu igual me has hecho, y a pesar de Lisardo, esta guirnalda de laurel te guardo. DAVID: Aunque es amor honesto el que me tienes tú, bella pastora, a más vengo dispuesto. (A un imposible que en la corte mora). Aparte
Sale el LEÓN
No temas esta fiera; mientras le mato, sin temor espera. Y tú, soberbio bruto, que a los rediles llegas del ganado, robando el dulce fruto, si resistes el golpe del cayado, verás que te arrüina David, como el Sansón de Palestina.
Entra con el LEÓN
LÍSIDA: No sé si es mayor daño el que puede causar el alma mía, pastor, tu desengaño que la muerte crüel que dar podía ese león furioso menos tirano, al fin, y más piadoso. Ingrato, si pretendes mi desdichado fin en verdes años, ¿para qué me defiendes del león si me matan desengaños? Más dulce muerte fuera, que tu ingrato desdén la de esa fiera. Animal atrevido, si en pecho irracional, piedad se halla, a mi pastor querido deja, volviendo a mí la cruel batalla. Darásme de esa suerte dos vidas --con su vida y con su muerte.
Sale DAVID con la cabeza del LEÓN
DAVID: Deja, Lísida hermosa, el llanto que al temor pálido ofreces, y en la puerta dichosa de tu choza verás, como otras veces la cabeza clavada del vencido león que te espantaba. Pastores fugitivos, seguros estáis ya. LISARDO: Yo nada temo. VELANIO: David nos tiene vivos; ya la fiera ha vencido. SELVASIO: ¡Que me quemo! LISARDO: De mil victorias goces. SELVASIO: ¡Que me quemo! VELANIO: ¿Quién es el que da voces? SELVASIO: Selvasio el inocente, en la ceniza de este horno oscuro. LISARDO: La cal deja caliente, que muerto está el león. Ya estás seguro. SELVASIO: ¿Y está del todo muerto? LISARDO: Más que tu agüelo. SELVASIO: ¿Cierto? LISARDO: Cierto. SELVASIO: ¿Cierto? LISARDO: Sí. SELVASIO: Pues jura. LISARDO: Así impida del riguroso amor la pesadumbre. SELVASIO: Pues jura más. LISARDO: Por vida de Lísida. SELVASIO: Pues jura. LISARDO: Por la lumbre de las celestes ruedas. SELVASIO: Pues no quiero salir. LISARDO: Ni salir puedas. SELVASIO: ¡He aquí! Ahora parezco. LISARDO: Molinero infernal, ya arder te vimos. SELVASIO: Pues yo se lo agradezco. LISARDO: Grande fue tu temor. SELVASIO: Todos hüimos, aunque yo decir puedo que el fuego no me abrasa sino el miedo. LÍSIDA: Pastor que de esta fuente tiñes con sangre diáfanos cristales, a tu gallarda frente que racimos de perlas y corales triunfando merecía, esta guirnalda ofrece el alma mía. Tejiéndola tu esclava, al solo vencedor de esta leona mi mano reservaba la verde cuanto mística corona, y así en esto decía que sólo para ti el laurel tejía. LISARDO: Su frente la merece de rey. ¡Viva David! Vuele su fama del ave hasta el pece. VELANIO: Pronostique en tus sienes esa rama la corona divina que dan Jerusalén y Palestina.
Sale JESÉ
JESÉ: ¡David! DAVID: Señor dichoso de estos campos, ganado y pastores, Jesé, padre famoso que pisas estas márgenes y flores con tan dichosa planta, que es tuyo cuanto ves... JESÉ: Hijo, levanta. LISARDO: Al señor apacible del campo de Belén los pies pidamos; del cedro, incorruptible a pesar de la edad, cortemos ramos, formando arcos triunfales en que reciba amor huéspedes tales. JESÉ: El ánimo agradece mi nobleza y valor. LISARDO: En los serranos sólo amor resplandece. JESÉ: Por ti vengo, David, que a tus hermanos ausentes de esta tierra detiene el ejercicio de la guerra. Ven conmigo al momento, porque quiero que vayas con cuidado a llevarles sustento y a guardarles alegre su ganado. ¿Qué corona o qué gloria es aquésa? LÍSIDA: El laurel de esta victoria. JESÉ: (Secreta fortaleza Aparte en aqueste rapaz ha puesto el cielo. Ungióle la cabeza un profeta de Dios, siendo mozuelo, y agora, coronada, fortuna le promete no pensada). DAVID: Adiós, bella serrana, que a la guerra me voy. (El cielo quiera Aparte con su luz soberana sacarme de pastor, humilde esfera de un ánimo famoso que se atrevió a mirar el sol hermoso. Micol, si las hazañas pueden al hombre dar merecimiento, hoy dejo estas montañas con ánimo de ver mis pensamientos a mis obras iguales, regido de esos ojos celestiales).
Vanse DAVID y JESÉ
SELVASIO: Su sol llamó, o su berza, a no sé quién. David irá con hambre. LÍSIDA: Aquí padeces fuerza, vida pendiente del fatal estambre. David tiene pastora a quien, ¡oh gran dolor!, tiene y adora. Ingrato dueño mío, amado de mi pecho honestamente, de este valle sombrío, ¿cuándo tú sueles ir alegremente? Espera, cruel, espera. Desengáñame bien antes que muera.
Vanse y salen SAÚL, JONATÁS, URÍAS, y JOAB. Tocan cajas
SAÚL: ¿Qué tenebroso pecho no desmaya viendo la multitud de filisteos que a este pueblo de Dios guerra amenaza, y el monstruo capitán que los gobierna, hombre soberbio y desigual gigante? Que parece que el monte se estremece la vez que el brazo mueve. ¿A quién no espanta? De mí podré decir que en las batallas en que fui vencedor nunca he tenido el ánimo tan falto de esperanzas ni el corazón de ánimo tan falto. JONATÁS: ¿Cuándo el cielo dejó desamparado en el peligro al pueblo que le invoca? ¿Cuándo los capitanes o jüeces del Dios de los ejércitos amigos, de su divino amor favorecidos, triunfando no salieron vencedores? ¿Por qué el ánimo, oh rey, ni la esperanza en tu pecho real hace mudanza? URÍAS: ¿Quién dijera que Dios a una serpiente de sólido metal su virtud diera? Los profetas le llaman admirable y el mismo Dios es hoy, que en inmutable. JOAB: Tu capitán he sido y tu soldado, el tierno bozo me nació en la guerra, que el nombre de Joab ya es conocido y nunca vi tan bárbaro enemigo, tan horrendo furor, tan cruel castigo.
Sale GOLÍAS por lo alto
SAÚL: Pecados son del rey, Dios, enojado, a este gigante por azote envía. Perdona, cielo, al pueblo lastimado; su vida deja en paz, corta la mía.
Tocan cajas
GOLÍAS: Vosotros que miráis con ojos tímidos, con pálido semblante y débil ánimo, de mi grande valor las fuerzas hórridas, vosotros que pensáis con vuestro ejército de escuadras viles y soldados míseros resistir el valor y fuerte máquina de aqueste cuerpo y corazón magnánimo, decidme, ¿no os asombra la gran máquina de un cuerpo que parece al monte líbano? Si temblaba mi voz los montes ásperos, y en medio la región del aire lóbrego, vuela mi fama sobre pardas águilas; si en medio la región salada y húmeda del horrísono mar dioses marítimos conocen mi valor y fuerza indómita, enseñada a emprender cosas difíciles, ¿cómo vosotros, rústicos y bárbaros, intentáis resistir con fuerzas bélicas? Si alguno, no teniéndose a sí lástima, en singular batalla fama única quisiere conseguir, salga y atrévase. Pruebe conmigo aquí sus fuerzas válidas, con pacto que, si alcanza la victórïa, la guerra cesará con breve término y volverá mi gente publicándose vencida de Saúl; mas si el esférico orbe del sol, que en mí con mano pródiga repartió su valor, fuere negándole la victoria, será la empresa trágica corona de mi frente invicta y célebre. Anímese a mirar tal espectáculo mientras consulto a mi divino oráculo.
Vase y tocan una caja
SAÚL: Oprobio de Israel y menosprecio de los varones que Judá ha tenido ha sido este soberbio desafío. A bárbaro rigor o monstruo fiero, ¿quién puede contrastar la fortaleza? Amigos, capitanes, compañeros en la común fatiga de la guerra, Joab, Urías, Jonatás gallardo, ¿en singular batalla podrá alguno vencer a aqueste sátrapa soberbio? ¿Quién, decidme, tendrá tan generoso valor que se le atreva, pues publica que si le vence el pueblo queda rico? JONATÁS: Aunque teme al ratón el elefante, y al gallo velador el león temido, ¿cómo quieres, señor, que este gigante de ordinario valor esté vencido? En Líbano, el Olimpo y el Atlante pensara derribar el atrevido; resistirle no pueden cien personas que el sol no ve su igual en cinco zonas. URÍAS: ¿Cuándo se opone al mar el manso río, y al infausto ciprés la dulce caña, el céfiro al bochorno del estío, el valle ameno a la áspera montaña? Lo mismo es aceptar el desafío, que sin seso estará quien tal hazaña emprendiere, si ya con fin violento honra no quiere sólo del intento. SAÚL: Publíquese en el campo como ofrece Saúl su hija al ánimo famoso que venciere al gigante, en quien padece la fama de su reino generoso; aquél que se atreviere bien merece ser de la hija de Saúl su esposo. Bastante premio doy; gloria es discreta. Publíquelo un tambor, una trompeta. JOAB: Pase de voz en voz, de mano en mano, que la hija del rey será su gloria del vencedor magnánimo y ufano. A quien facilitare esta victoria una hija el rey da. URÍAS: ¡Don soberano, dádiva ilustre de inmortal memoria! Micol tiene de ser. JONATÁS: Con nombre eterno el vencedor, señor, será tu yerno. SAÚL: Dios de Abrahán e Isaac, Dios justiciero que, servido de espíritus alados, arrojaste al dragón soberbio y fiero de sus hermosos cielos estrellados el confuso rumor tan lastimero del pueblo escucha, sordo a mis pecados. Ya la bárbara fuerza se deshaga de esa serpiente que tus hijos traga.
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Agora llega al real un pastor de talle y brío que se ofrece al desafío de ese monstruo desigual. SAÚL: El cielo en tales efetos a su piedad corresponde, que en los humildes esconde a veces Dios sus secretos. Venga el pastor tan bizarro que muestra tanto valor; y no es mucho, si al pastor y al rey formó Dios de un barro. En el mundo a los mortales la Naturaleza iguala y Fortuna, buena o mala, suele hacerlos desiguales.
Sale DAVID con zurrón, honda y cayado
DAVID: Si en lo difícil se alcanza del intento y el efeto honra igual, yo me prometo uno, dichosa esperanza. Dame tus pies y licencia, gran señor, para salir contra el gigante. URÍAS: (A morir Aparte entre rústica inocencia ). SAÚL: ¿Qué miro? ¿No es tu garganta la que en órgano süave suspendió mi pena grave? DAVID: Sí, señor. SAÚL: Pastor, levanta. ¿Qué espíritu te socorre contra ese mortal asombro que pudiera sobre el hombro tener la soberbia torre? ¿Quién te esfuerza, quién te anima contra un soberbio gigante que pudiera, como Atlante, sustentar el cielo encima? DAVID: Dios me anima, Dios me esfuerza, viendo que una bestia altiva su mano santa derriba, con una angélica fuerza. Yo, rey, entre mis ganados, desquijarando leones y osos de la miel ladrones los montes tengo asombrados. En las pajizas cabañas de Belén mirar pudieras los despojos de las fieras que bajan de esas montañas. No ha habido fuerte pastor que no derribe este brazo. Si hombres venza y despedazo leones con tal valor, ¿por qué un gigante enemigo del cielo no he de vencer? SAÚL: Mis armas te has de poner; fuerzas de Dios traes contigo. JONATÁS: David, amigo, que al alma me das amor con silencio... DAVID: Señor, que yo reverencio... JONATÁS: De verde laurel y palma entres, David, coronado por la gran Jerusalén.
Abrázanse
Favor los cielos te den. DAVID: En él estoy confïado. SAÚL: Arma el pecho y la cabeza.
Sacan las armas
y ciñe la fuerte espada, que hoy ha de ver derribada la bárbara fortaleza. En tu valor y cordura contemplo con atención las fuerzas de otro Sansón. Deja ya la hermosura. De mi persona real armas e hija mereces, porque armando me pareces la serpiente de metal. DAVID: Aunque es la armadura fina, torpe me tiene y confuso, que no me ha enseñado el uso la militar disciplina. Nada este acero me anima; para mí no es de provecho, porque el ánimo del pecho armas no consiente encima. Bien me las pueden quitar; denme mi honda y cayado, que con sus fuerzas y estado el hombre se ha de ajustar. Violentamente procede el que sale de su esfera. Hombre que se considera siempre acierta; errar no puede. En cayado, honda y zurrón este vencimiento apoyo, y en las piedras de ese arroyo que el mundo llama Cedrón. A la tienda te retira, famoso rey, y seguro, y aqueste certamen duro con tus capitanes mira; y solo me deja en tanto que mis piedras apercibo. SAÚL: Vuelvas a mis ojos vivo; ayúdete el cielo santo. JONATÁS: David... DAVID: ¿Qué dices, señor? JONATÁS: No sé qué fuerza divina a tenerte amor me inclina. DAVID: No me vences en amor.
Vanse. Queda DAVID
Negaron alguna gente el culto a Dios infinito, y así en ara transparente levantó un ídolo Egipto de material diferente. Opuesto al Dios que yo adoro formó la cabeza de oro, piedras preciosas y plata, y en esta fábrica ingrata gastó el soberbio tesoro. Hizo con bárbaro celo los pies de vidrio, y después arrojó una piedra el cielo que, dando un golpe en los pies, dio con su dios en el suelo. A este imagen semejante es este monstruo arrogante; la cabeza de oro tiene, pues contra nosotros viene con soberbia de gigante; y que en pies de vidrio estribe claro está, pues que es del suelo. Haced, mi Dios, que derribe con piedras de este arroyuelo la soberbia con que vive. Con cinco le he de vencer, que en la redención del hombre cinco letras han de ser las que han de formar el nombre que Jesús ha de tener. Y si de este nombre eterno ha de templar el infierno, piedras que son su figura desharán la estatua dura de oro y plata y vidrio tierno.
Sale arriba el gigante GOLÍAS
GOLÍAS: Nación tímida, cobarde, antes que al mar importuno baje el sol, dando a la tarde negras sombras, ¿hay alguno que en ese campo me aguarde? ¿Habrá entre vosotros hombre que no tiemble y no se asombre de aqueste cuerpo feroz, de mis brazos, de mi voz, de mis hechos, de mi nombre? DAVID: Monte de soberbia, trueno y torre de confusión, bárbaro de Dios ajeno, aquí tienes un varón de fuerte espíritu lleno. GOLÍAS: Pobre que tu mal no sabes, llégate a mis fuerzas graves. [........ ] [........ ] [........ -aves]. Armate de fuerte acero, que soy soberbio león; tú eres pastor y cordero. DAVID: Aquéstas mis armas son. GOLÍAS: Ignorante estás. DAVID: Tú fiero. GOLÍAS: Yo espero. ¿Qué me acobardo de piedras? Deja ese error. Ven armado; aquí te aguardo. DAVID: Eres lobo, yo pastor que a Dios sus ovejas guardo. Son los que en el mundo nacen árboles que sombras hacen, y el que ofende a Dios divino es árbol junto al camino que a pedradas lo deshacen.
Tira
Ésta recibe en el nombre del venidero Mesías. GOLÍAS: ¡Que se atreva mortal hombre contra el gigante Golías! ¡Que mi fama no te asombre! DAVID: En nombre de la doncella que ha de ser cándida estrella, madre del sol bello y fuerte, ésta te tiro.
Tira otra piedra
GOLÍAS: La muerte me diste, pastor, con ella. Se cae DAVID: Cayó el soberbio dragón, la torre de confusión; cayó el retrato violento de aquél que puso su asiento en las alas de aquilón. Hasta cortar su garganta prevaleceré en la honda.
Salen SAÚL, URÍAS y JONATÁS. Vase DAVID
SAÚL: No hiciera violencia tanta si esta máquina redonda cayera. URÍAS: El suceso espanta. SAÚL: Vamos, amigos, con él, que ya al gigante crüel David la muerte señala. JONATÁS: Cantarle pueden la gala las mujeres de Israel.
Éntranse. Queda URÍAS
URÍAS: De esta sin igual victoria el mundo tendrá memoria; la fama eterna lo alabe, que nuestra parte nos cabe de su fama y de su gloria. Ya con su mismo cuchillo corta el cuello David fuerte; y el fiero rostro amarillo el despojo de la muerte. Ya desciende a recibillo toda la gente que se halla a vista de la batalla. [...... ] [...... ] [...... -alla]. De la gran Jerusalén salen las damas también con músicos instrumentos. Lógrense tus pensamientos; todo te suceda bien. Alegre viene, triunfando, junto al rey,. Será su yerno. Fortuna va levantando de David el nombre eterno; la gala le van cantando.
Salen los MÚSICOS cantando y los demás en orden
MÚSICOS: Saúl ha vencido a mil y diez mil venció David. Al gigante no vencido, soberbio como gentil, David ha cortado el cuello que ufano pensó vivir. Los hombre y las mujeres le salgan a recibir, y con dulces cantinelas su nombre alaben así: Saúl ha vencido a mil y David venció a diez mil. SAÚL: Si estas canciones le cantan, vulgo novelero y vil, ¿qué falta sino quitarme la corona real a mí? De envidia me estoy muriendo. ¿Quién pudo jamás oír alabanzas tan dichosas? Ya no lo puedo sufrir. MÚSICOS: Tejan las damas guirnaldas de laurel y de jazmín; cubran el suelo que pisa de murta y de toronjil; de sus tocadas se quiten el amatista y el rubí, y a David le ofrezcan dones cantando y diciendo así: Saúl ha vencido a mil, y David venció a cien mil. SAÚL: Creciendo va su alabanza. Hoy verá su gloria y fin; mataréle, ¡por los cielos de cristal y zafir! DAVID: Hermosa Micol, ya puedo contemplar despacio en ti la peregrina hermosura de quien cautivo me vi.
Vanse entrando y cantan los MUSICOS
MÚSICOS: Saúl ha vencido a mil y David mató a cien mil

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El arpa de David, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002