EL ANIMAL PROFETA

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en varios manuscritos tempranos (Biblioteca Nacional, Madrid, #14.980, #16.899 y #16.961); en varias ediciones publicadas que incluyen la príncipe, Las comedias del Fénix de España, Lope de Vega Crapio[sic] parte veinte y cinco (Barcelona: Sebastián Cormellas, 1631); y en la edición crítica y anotada, todavía sin publicar, de Shirley A. Tock (University of Missouri-Columbia, 1975). Fue preparado por Vern Williamsen en forma electrónica en el año 1987 y preparado en la forma presentada aquí en 1995.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Sale IRENE como que sale a un jardín
IRENE: Jardín hermoso y rico, que en belleza compites con aquél que celebra la antigüedad en Chipre; rosales, que en defensa de las rosas felices de espinas os armáis agudas y sutiles; hermosas clavellinas, vergonzosas de oírme, pues las hojuelas blancas de púrpura se tiñen; mosquetas olorosas que estrellas parecistes en cielo de esmeralda si hay cielo tan humilde; cándidas azucenas dignas de que os estimen por ricas, pues naciendo grano de oro ofrecistes; Artemisa gallarda, vistosos alhelíes, altivos girasoles, que del sol fuisteis linces; sabed todas que Irene, que es la que aquesto os dice, palabras tan süaves requiebros tan humildes adora a Julïán. Mas, ¿qué es esto? ¿Yo os dije tan guardado secreto? La vergüenza me oprime que aunque la lengua calle los ojos lo repiten. Pero consolaráse mi pensamiento firme con pensar solamente que es el suceso insigne. Un papel me ha envïado y no he podido abrirle, por el temor de un padre que celoso me sigue. Vos, jardín, solamente sois testigo apacible; sed noble, y el secreto a nadie se publique. Aquéste es el papel; la nema rompo humilde y comienzo a leer discursos que así dicen:
Lee
Decísme, hermosa Irene, que por el grave rigor de un padre, mi grande amor justo galardón no tiene. Esta disculpa previene poco amor que aunque he pensado que tu padre el ser te ha dado; que pienses también es justo que el parentesco del gusto es parentesco doblado. Quien ama, Irene, de veras, si no nace de accidente este amor, a inconveniente no mira. Si tú quisieras, a mil daños te opusieras, cuanto más a un rigor leve de un padre que mostrar debe, como padre, algún rigor; porque no hay constante amor hasta que el rigor le pruebe. Apenas tu rostro vi cuando al mirarte cegué, y por mostrarte mi fe toda el alma te ofrecí. Saber quisiera de ti si has de pagarme; o si no, vuélveme el alma, que yo si esto no vengo a escuchar, por fuerza se la he de dar al mismo que me la dio.
Ha estado escuchando VULCANO lo último
VULCANO: ¡Qué conforme está con Dios ese desdichado amante! IRENE: ¿Quién es? VULCANO: Cierto sobre estante. IRENE: ¿Vos sois? VULCANO: ¡Qué donoso vos! IRENE: ¿Cómo habéis entrado aquí? VULCANO: Abierta la puerta hallé, y por aqueso me entré. Tened lástima de mí, y no os enojéis, señora; que ciertos presagios malos me andan anunciando palos y pienso que ésta es la hora. IRENE: Idos fuera. VULCANO: Aunque un perrengue de Guinea o un lacayo que exceda en altura a un mayo mi pobre cuerpo derrengue, a palos no quiero irme, ya que mi dicha halló entrada, sin deciros mi embajada. IRENE: ¿Qué tenéis vos que decirme? VULCANO: Que Julïán, mi señor, tan amante cuanto cruel, la respuesta de un papel os pide... --cese el rigor-- os pide tan solamente... --Pienso que ya os enojáis y en altas voces llamáis a la lacayuna gente-- y juntamente me dijo...
Espántase VULCANO
¡Válgame Dios! IRENE: ¿Qué te altera? VULCANO: Algún palo pensé que era de algún lacayo prolijo. IRENE: ¿Qué os dijo más? VULCANO: Saber quiere, no es ésta mala señal,... --Señora, si huelo mal súfralo cuanto pudiere-- Dijo que si acaso vos responder no habéis podido, que hoy, por sentirse afligido... --efectos del ciego dios-- con su padre va a la quinta que junto a la vuestra está, que hagáis vos por ir allá pues veis el amor que os pinta. Y él entonces disfrazado, fingiendo que va a cazar, sus padres podrá dejar y os hablará sin cuidado del vuestro, que tanto os cela, donde sabrá la respuesta de vos misma. IRENE: ¿Hay más? VULCANO: Aquésta es mi embajada. IRENE: Recela el alma. VULCANO: No receléis de decirme vuestro intento. IRENE: ¿Tener agradecimiento, que es acción noble, sabréis? VULCANO: Es un bárbaro villano cualquiera que no agradece. IRENE: Mucho Julïán merece por galán y cortesano, pero no sé si me atreva a descubrirme con vos. VULCANO: ¿Cómo es eso? ¡Vive Dios!, que aunque vuestro padre mueva y convoque más parientes que ha tenido el padre Adán, que todos no bastarán a sacarme de los dientes una palabra, y aquésa ha de ser un nones duro como un hueso. Aquesto juro por la vida de Teresa de Brillones, madre mía. IRENE: ¿Cómo os llamáis? VULCANO: ¿Yo? Vulcano; que tuve un padre romano que por costumbre tenía ponernos por apellido el nombre de un dios, y así Vulcano me llamó a mí que es un dios muy conocido. IRENE: ¿Sois bien nacido? VULCANO: No sé si nací bien o si no. La comadre que lo vio dará testimonio y fe; pero soy cristiano viejo, aunque como mal tocino si no es magro. Ni del vino bebo cuando no es añejo; y pinto en mi noble escudo, aunque enemigo del agua, unos hierros y una fragua. IRENE: Que sois honrado no dudo. ¿Una fragua? VULCANO: Ya infiero que pondréis inconvenientes; mas póngola por parientes de Vulcano, dios herrero. En hacer esto hago bien por imitar muchos hombres, que hurtando ajenos nombres hurtan las armas también. IRENE: Bueno está. A vuestro señor decid que tenga esperanza, que si el que porfía alcanza, porfïar no será error. Y que a mi padre diré que, pues poco está distinta la suya de nuestra quinta, me lleve donde podré, pues tiene de ir disfrazado, decirle mi pensamiento. VULCANO: Salto y brinco de contento,. IRENE: Advierte que esté guardado el secreto. VULCANO: El alma propia será su custodia y guarda. IRENE: Adiós. VULCANO: Ya no me acobarda ningún negro de Etïopia ni lacayo giganteo, pues me parto como un rayo. IRENE: ¡Mi padre, ay de mí! VULCANO: Un desmayo me cubre mortal y feo. Peor es la recaída. ¿Qué he de hacer? IRENE: Perdida soy. VULCANO: Una traza viendo estoy que ha de venir a medida.
Sale ALEJANDRO, viejo
ALEJANDRO: ¿Dónde se pudiera hallar a Venus, si no entre flores donde pájaros cantores la puedan lisonjear? Mas, ¿quién está aquí? IRENE: (¡Ay de mí! Aparte Industria, a tu favor pido). VULCANO: A muy bien tiempo he venido, por bien empleado di el aguardar. ¿No es el padre vuesa merced de esta dama? ALEJANDRO: Sí, soy. VULCANO: Pues hoy tuve fama que esta señora y su madre, pues ahora va de aquí... ALEJANDRO: ¿Su madre? Pluguiera a Dios; que hoy se cumplen años dos que su compañía perdí. VULCANO: Cogióme, Dueña sería. ALEJANDRO: ¿Dueña? IRENE: (Mi desdicha ordena). Aparte VULCANO: O era algún capón en pena porque barbas no tenía. ALEJANDRO: En efecto, ¿qué buscáis? VULCANO: Tuve, como dije agora, fama que aquesta señora a quien vos "hija" llamáis, era mujer muy curiosa; y así a informarme he venido si unas piedras que he traído de la Escitia calurosa las quiere ver y comprar, si alguna de ellas le agrada. ALEJANDRO: ¿Dónde están? VULCANO: En la posada, porque acabo de llegar en este punto. ALEJANDRO: Y decid, ¿Qué virtudes tienen? VULCANO: Muchas, porque son piedras machuchas. ALEJANDRO: Parte de ellas referid. VULCANO: Una, que se llama --el nombre se me olvida-- así berruga, que dentro de una tortuga se la vino a hallar un hombre, trayéndola en el sombrero un calvo no lo será. ALEJANDRO: ¿Cómo así? VULCANO: Se le caerá el cabello todo entero. ALEJANDRO: ¿Y eso no será peor? VULCANO: No, señor, que bien mirado, mayor gala es ser pelado que calvo. ALEJANDRO: ¡Qué lindo error! VULCANO: Otra llaman chinfonía, pero pesa mucho. ALEJANDRO: ¿Cuánto VULCANO: Seis o siete arrobas. ALEJANDRO: ¿Tanto? ¿Y tan lejos la traía? VULCANO: Tiene virtud tan notable que ella se viene tras mí. ALEJANDRO: Tal maravilla no vi. VULCANO: No yo tampoco. ALEJANDRO: ¡Admirable grandeza! VULCANO: Esta piedra hará nacer barbas a un capón. ALEJANDRO: Tendrá grande estimación. VULCANO: Siete millones valdrá. ALEJANDRO: Pues, ¿cómo se hace el remedio? VULCANO: Sin algún peligro o daño, ha de tomar cada un año el capón adarme y medio de aquesta piedra, y molida la ha de beber en un vaso de vino, y a aqueste paso el día que esté bebida toda la piedra, tendrá más barbas que un ermitaño. ALEJANDRO: Si ha de tomar cada un año adarme y medio, será forzoso el vivir millones de años. VULCANO: A pocos place. Por aquesto sólo se hace para inmortales capones. Otra piedra aquésta es --la que se maneja más-- que en el Pece Nicolás halló un rubio calabrés. Llámase zarabullí. Con aquesta no hay mujer difícil de pretender. ALEJANDRO: Ya de aquesa piedra oí. VULCANO: Aunque sea un Lucrecia, si aquesta piedra preciosa toca, la hace amorosa. Le estima, le adora y precia al que la tiene, y se va, aunque no quiera, tras él amante amorosa y fiel. ALEJANDRO: Eso imposible será, porque ni aun el cielo puede vencer el libre albedrío. VULCANO: Esta piedra, señor mío, a cuantas ha habido excede en tocando a la mujer que menos gusto apetece. Luego, al momento, parece que aquel oculto poder la expele la garipundia, la dispone, la aconseja, y sobre todo, la deja más süave que una enjundia. ¿Otra? ALEJANDRO: No me digas más, pues ninguna he menester. VULCANO: Libre me quisiera ver. IRENE: Haz cuenta que libre estás. ALEJANDRO: Idos con Dios. VULCANO: Él os guarde. Yo voy de contento loco. Adiós. ALEJANDRO: Esperad un poco. VULCANO: (Si ha de haber palos no es tarde). Aparte ALEJANDRO: ¿Hija? IRENE: ¿Qué mandáis, señor? ALEJANDRO: Hoy por divertirte quiero, sirviendo yo de escudero, que vayas a Miraflor, nuestra quinta, donde pienso estar cuatro o cinco días. IRENE: Dais a las tristezas mías, con eso, consuelo inmenso. VULCANO: (Todo se negocia bien). Aparte ALEJANDRO: Vete a prevenir mejor. IRENE: (Dile aquesto a tu señor). Aparte
Vase [IRENE]
VULCANO: (Sí, haré). Aparte Sí, me voy también. ALEJANDRO: Perdonadme, caballero. VULCANO: Antes quisiera, por Dios, que me perdonárais vos. A que me mandéis espero. ALEJANDRO: La piedra zarabullí, con quien no hay mujer segura, he menester. VULCANO: Mi ventura es el serviros; aquí os la traeré. ALEJANDRO: Tengo amor a cierta dama, y quisiera que la piedra parte fuera para aplacar su rigor. VULCANO: (Perdido está el mundo ya). Aparte ALEJANDRO: Yo os la pagaré muy bien. VULCANO: (Basta que Matusalén Aparte enfermo de amor está, mas cogeré el dinerillo). ALEJANDRO: Id sin hacerme aguardar. VULCANO: (¡Vive Dios!, que le he de dar Aparte un pedazo de ladrillo).
Vanse y salen JULIÁN en su hábito de villano y ROSAMIRA y su padre LUDOVICO de campo
LUDOVICO: No por estar en la quinta apartado de la corte es bien que el vestido dejes, Julián. JULIÁN: Los que son nobles no por el vestido humilde se encubren y desconocen. El metal que engendra el sol no por estar entre el bronce ni entre el pardo plomo pierde de su valor, porque entonces entre metales humildes más se muestra y se conoce. Ni el resplandor del diamante no por engastarse en cobre deja de ostentar belleza en fulgidos resplandores. Supuesto esto, aunque yo vista este sayal tosco y pobre no perderé de quien soy, que nunca el valor se esconde. ROSAMIRA: La novedad me ha admirado. LUDOVICO: Querrá decir que los robles, las sendas y los peñascos, y las malezas del monte, como salir quiere a caza, le obligan que el traje tome del vestido labrador. JULIÁN: Mis pensamientos conoces como padre, al fin. ROSAMIRA: Pues tú, ¿no has cercado este horizonte otras veces adornado de tus vestidos mejores hecho segundo Narciso si no verdadero Adonis? JULIÁN: Importa en esta ocasión que deje el vestido noble, porque ha venido una fiera a la espesura del monte que se ceba solamente en altivos corazones y a los humildes perdona para preciarse de noble. Yo, que cazarla pretendo con la industria que altas torres y pirámides excelsas por el suelo humildes pone, dejo el gallardo vestido, y aquéste he escogido pobre, para que no haciendo caso de mí no muestre rigores; y yo a mi salvo la venza y dueño suyo me nombre. ROSAMIRA: Mira, hijo, lo que haces, que en estos ásperos bosques hay muchas fieras crüeles y hay animales feroces. Mira no sea causa alguna que tus años se malogren, y que tu temprana muerte tus ancianos padres lloren. Ya te he dicho muchas veces que he soñado varias noches que te he perdido; no quieras que las que son ilusiones parezcan después verdades. JULIÁN: Ésos son vanos temores nacidos de la afición paternal; el que dispone sobre todo es Dios. De Dios son dependencias conformes los sucesos de esta vida, las desdichas de los hombres. Si de Dios, padres, está el perderme, aunque en las torres más fuertes e inexpugnables me guardéis, las abre y rompe una palabra de Dios, y me perderéis entonces. Pero si de Dios no está, los poderes superiores del mundo no bastarán, aunque se convoque el orbe amenazando con iras. castigando con rigores. LUDOVICO: Es verdad, hijo, mas piensa que Dios ha dado a los hombres libre albedrío. Con éste deben los cuerdos varones prevenirse a las desdichas y resistir a sus golpes antes que a su puerta lleguen, que no porque hay opiniones que está el fin determinado al punto que nace el hombre es justo que se remita al fin que Dios lo dispone. Obrar bien es acertado, y librarse de ocasiones donde peligra la vida. Es de prudentes y nobles si, viviendo de esta suerte, vienen sucesos atroces, sufrirlos considerando que son del cielo favores; mas tomarlos con las manos es acción bárbara y torpe. JULIÁN: Vuestros consejos, señor, por justos los reconoce el alma. ROSAMIRA: ¿Tienes de ir solo? JULIÁN: Vulcano y dos cazadores han de ir conmigo. ROSAMIRA: Y la vuelta, ¿cuándo ha de ser? JULIÁN: Esta noche. ROSAMIRA: Plegue a Dios que sea por bien. LUDOVICO: Entra en la quinta y no llores, que no va a tierra enemiga, sino a cazar a esos bosques.
Vanse [LUDOVICO y ROSAMIRA]
JULIÁN: Ya sé que ha de ser la caza, si es que el amor me socorre, la mejor que se haya visto entre amantes cazadores. Mucho se tarda Vulcano, mas no tarda si tuvo orden para hablar a Irene hermosa y escucharla sus razones mansamente, si querrá, para que mi amor se logre. Si vendrá a la quinta, cielos, permitid que no me estorbe ningún suceso esta dicha. Aquí un arroyuelo corre de una fuente despeñado que está en la cumbre del monte. Subir quiero porque den a mis ansias superiores fresco alivio sus cristales. Mas, ¿qué voz es la que se oye?
Canta dentro
MÚSICO: "¿Dónde vas el cazador? ¿Dónde vas, triste de ti, tú que a tu padre y tu madre has de dar mísero fin?" JULIÁN: ¿Sí habla esta voz conmigo? Sí, pero no puede ser. ¿Yo tengo a quien me dio el ser de dar mísero castigo? ¿Yo tirano? ¿Yo enemigo? ¿Con mis padres? Eso no. Mil veces la voz mintió, pero ya vuelve a cantar. Atento quiero escuchar si es que el temor me engañó.
Canta
MÚSICO: "Airado contra tus padres, como bárbaro gentil, esconderás en sus pechos el acero entre el rubí." JULIÁN: ¿Yo, en los pechos inocentes de mi padre y madre viejos, siendo piadosos espejos donde se miran prudentes mis acciones obedientes, había de ensangrentar el acero, ni matar a los que vida me dieron? ¿A los que el ser me infundieron el ser había de quitar? ¿Qué bárbaro hiciera tal con otros brutos iguales? ¿Si vemos los animales sin discurso racional tenerse afición igual con los que les dieron ser? Pues yo, que llego a tener entendimiento, ¿tenía de intentar tal tiranía? Ilusión debió de ser. ¿Qué mal mis padres me hicieron para darles tal castigo? Sin duda algún enemigo de los que envidia tuvieron al valor que conocieron en mí por darme pesar esto ha querido cantar adonde lo oyese yo; pero si no le tragó el monte, le he de buscar, y castigar su osadía; mas un ciervo, feliz suerte, quizá buscando su muerte camina a la fuente fría. Seguiréle aunque se fía de superior ligereza. Ya se esconde en la maleza del monte. Bruto animal, el golpe de este puñal repara. ¡Brava destreza!
Tírale
Todo el cuerpo le pasó el puñal que le tiré, y tan penetrante fue que luego al punto cayó. En los ramos pienso yo su centro y sepulcro ha sido.
Levanta unos ramos como puerta de cueva y vése una cabeza de ciervo clavada con un puñal y dice uno detrás
VOZ: ¿Qué miras? JULIÁN: Pierdo el sentido. ¡Vive Dios!, que el ciervo ha hablado, el cabello se ha erizado, y el alma se ha suspendido. VOZ: No tengas por gran hazaña lo que hoy en matarme has hecho, pues que se guarda en tu pecho otra más fiera y extraña. Que un hombre que le acompaña tal crueldad, que ha de matar sus padres y ha de intentar caso tan duro y acerbo, no es mucho que mate un ciervo saliendo al monte a cazar.
Cúbrese
JULIÁN: El primero fui del mundo; no hay de este caso otro ejemplo. Ya me admiro si contemplo que no me traga el profundo. ¡Oh, portento sin segundo! La pena y dolor me inquieta; y el corazón se sujeta a la desgracia ya dicha, pues que para mi desdicha un animal fue profeta. La voz también me avisó, pero a la voz no creí; al difunto ciervo sí, pues era mudo y habló. ¿Para qué el cielo me dio ser? ¿Para qué me formasteis, padres? ¿Por qué me crïasteis, un tirano que os advierte que engendrasteis vuestra muerte el día que me engendrasteis? Vosotros me disteis ser, y yo he llegado a escuchar que os le tengo de quitar. Pues parricida he de ser, venga todo el mundo a ver aqueste prodigio aquí donde culpado no fui. Pues, sin que interés me cuadre, he de matar padre y madre, y los quiero más que a mí; pues ponerme yo a pensar que ellos podrán causa darme tan fuerte que ha de obligarme a ello es filosofar, causa donde pueda hallar mil castigos que me den, porque reparo también que el hijo bueno y leal si el padre le trata mal ha de servirle más bien. Éste es astro riguroso, sin duda, que compelerme tiene algún día y ponerme en caso tan lastimoso; pero si al astro furïoso un hombre sabio atropella, y deshace, pisa y huella sus efectos, yo seré sabio agora y venceré los efectos de mi estrella. Vive Dios, que he de dejar mi patria, y tengo de ir donde no pueda cumplir lo que he llegado a escuchar. Tú, Irene, has de perdonar; que aunque es de nobles y buenos el no emprender hechos ajenos de quien son, también sabrás que no es bien perder lo más por quedarse con lo menos.
Sale VULCANO
VULCANO: Cansado ya de buscarte, quise a la quinta volverme. Dame albricias. JULIÁN: Calla, necio, si no quieres darme muerte. VULCANO: Bueno es eso cuando yo, sólo por obedecerte y servirte, entré en la casa de la bellísima Irene. Aunque el padre me halló dentro, supe astuto defenderme con zarabullí y berruga, preciosas piedras de oriente. Y cuando al fin a la quinta la he traído para verte, y te está esperando junto a aquel peñasco eminente, dejando al viejo ocupado en los arroyos y fuentes de la quinta, ¿dices eso? JULIÁN: Efectos son de mi suerte. El cuidado te agradezco, pero vuelve, y dile a Irene que se vuelva con su padre y me perdone; que quieren los cielos que no sea digno de gozar la blanca nieve de su mano. Pero escucha; no vuelvas. Porque si vuelves y ella al oír tus palabras el corazón enternece, y por sus divinos ojos algunas lágrimas vierte, podrán tal fuerza tener que basten a detenerme. VULCANO: ¿Qué quieres hacer? JULIÁN: Dejar la patria. VULCANO: ¿Estás loco? JULIÁN: Advierte. Tienen mis padres en mí un verdugo de sus muertes y quiero serles piadoso. VULCANO: ¿Qué dices? JULIÁN: Oye, atiende. ¿Ves, Vulcano, este ciervo que yace herido de muerte, que vertiendo roja sangre las esmeraldas convierte en rubíes? VULCANO: Ya le veo. JULIÁN: Pues, éste, amigo, al quererle descubrir de entre estos ramos me habló. VULCANO: ¿Qué dices? JULIÁN: Advierte que me dijo que a mis padres daría rigurosa muerte. VULCANO: El hablar no es maravilla que aunque son callados siempre, hay muchos ciervos que hablan. Mas lo que puede moverte y admirarte es el decir que en un noble pecho puede caber maldad semejante. JULIÁN: El presagio es evidente; y cierto que entre esos olmos y esos pinos siempre verdes oí una voz que cantaba las exequias de dos muertes y de mi desdicha. VULCANO: Y bien, ¿qué determinas? JULIÁN: Valiente pienso ser aquesta vez contra efectos tan crüeles de mi estrella. Dos caballos saca, Vulcano, a la fuente a quien circuyen altivos cuatro funestos cipreses, y trae también dos vestidos que en una maleta lleve. VULCANO: Pues, ¿te has de ir sin despedirte? JULIÁN: Sí, amigo, que son muy fuertes las lágrimas en mujer, y podrían detenerme. VULCANO: ¿Dónde tienes de ir? JULIÁN: Adonde nuestra fortuna quisiere. VULCANO: Vamos, pues. JULIÁN: Padres, adiós. Adiós, bellísima Irene, y si te dejo perdona, que amor de padres me mueve. VULCANO: Adiós, Albania, que un ciervo de ti desterrarnos quiere, que alcanzan los ciervos mucho por animales pacientes.
Vanse y sale IRENE de campo
IRENE: Descuidado amante ha sido Julïán, pues descuidado mi padre lugar me ha dado y él gozarlo no ha querido. Opinión cierta es la mía que el que tiene más amor en alcanzando un favor, parte del amor enfría. Aunque según se ha mostrado Julïán, advierto ya que inconveniente tendrá que también le haya estorbado. Mas con todo ha de aguardar mi pensamiento amoroso, pues mi padre cuidadoso me ofrece tanto lugar. Arroyos murmuradores me convidan y esta murta y el jazmín que al ámbar hurta aromáticos olores; toda la selva da sombra y aqueste verde laurel sirve de solio y dosel y aquestas flores de alfombra. Aquí me quiero sentar. Mas, ¿quién viene?
Sale LAURA
LAURA: ¿Cómo es esto? ¿Ya le has hablado tan presto? IRENE: Ni aún le he comenzado a hablar, Laura. LAURA: Pues, mejor te ha estado; que yo pensé maliciosa que a Julïán amorosa ya por dueño habías nombrado de tu honor, y él como ingrato te dejaba. Y no te asombres que lo piense; que en los hombres es muy común este trato. IRENE: ¿Qué dices? LAURA: Que en dos caballos de ligereza tan brava que el viento atrás se quedaba envidioso de mirarlos, él y un crïado que tiene el camino van siguiendo de Ferrara, y van diciendo: "Adiós, patria. Adiós, Irene". IRENE: ¡Ay, ingrato, falso enemigo! LAURA: Con más razón lo sintieras si ya tu dueño le hicieras y te diera este castigo; mas si no te debe nada, quede esta afición en calma. IRENE: ¡Ay, que me ha llevado el alma, que es la joya más preciada! ¿Podrá verse ya? LAURA: No sé, mas salgamos de estos ramos; podrá ser que los veamos subir la cuesta. IRENE: ¿Qué haré sin el alma que me lleva? LAURA: Tu amor ha quedado en calma. IRENE: A no haberle dado el alma me la quitara esta nueva.
Vanse y salen JULIÁN de camino, galán, y VULCANO
VULCANO: ¿Estás loco? JULIÁN: ¿Qué sé yo? VULCANO: Pues apenas te resuelves a partirte cuando vuelves. JULIÁN: De Irene se me acordó, y al punto que me acordé de su rostro por quien peno, monte fue que no fue freno el que al caballo tiré. VULCANO: ¿Y tus padres? JULIÁN: No me acuerdes historia de tal pesar. Déjame agora lograr, si puedo, mis años verdes con la bellísima Irene. VULCANO: Yo entendí que había hablado de camino otro venado de tantos que el monte tiene y que vinieses mandó. JULIÁN: No seas necio ni pesado. VULCANO: ¿Es mucho que hable un venado a quien un ciervo le habló? JULIÁN: Escucha, que de esa peña van bajando dos mujeres. VULCANO: La una es por quien mueres. JULIÁN: Gloria y gusto amor me enseña.
Dentro [hablan] las dos
IRENE: Plegue a Dios, falso enemigo, que sin poder enfrenallo te despeñe tu caballo y mueras por más castigo. VULCANO: Todas estas maldiciones a ti van encaminadas. JULIÁN: Palabras son regaladas. VULCANO: Con capa de bendiciones. IRENE: Plegue a Dios, pues me engañó tu tierno hablar, dulce y blando, que mueras, traidor, rabiando y que acabes como yo. Y ruego... LAURA: Basta el rigor. IRENE: ...que pues causaste mis daños que vivas inmensos años para que pagues mi amor.
Salen IRENE y LAURA
JULIÁN: ¿A quién son, divina Irene, maldiciones semejantes? IRENE: A ti, ingrato. JULIÁN: ¿A mí? ¿Por qué? IRENE: Porque otra vez no me engañes; ¿no dijiste, Laura...? LAURA: Calla. Yo pude acaso engañarme. JULIÁN: ¿Yo te he engañado? IRENE: Tú, pues, pues a decirme envïaste que por supremo favor a la quinta con mi padre viniese, porque querías, disfrazado, en ella hablarme. Y cuando por verte vengo, y entre murtas y arrayanes a mi viejo padre dejo, y salgo al monte a buscarte, me dice Laura que tú y ese pícaro que traes a tu lado en dos caballos que desafían al aire vais camino de Ferrara, diciendo con voces grandes: "Adiós, patria. Adiós Irene". JULIÁN: ¡Ése es engaño notable! ¿Yo había de dejar tus ojos? ¿Yo, Irene, di, apartarme había de tu presencia? Laura, mira que engañarte pudiste. LAURA: Yo lo confieso. VULCANO: Este ejemplo sólo baste. Sacó un día un caballero de la casa de sus padres una moza, y la justicia hizo diligencias grandes. Y un sastre, porque no hay cosa en que no se hallen los sastres, vio salir desde algo lejos a caballo un caminante, y puso pies en pared con juramento muy grande que era el galán y la moza; y fueron luego a buscarles los padres y la justicia con alboroto notable, y hallaron en tres borricos un cardador y dos frailes. Y así pudo Laura hacer. JULIÁN: ¿Yo, partirme? ¿Yo ausentarme de tus ojos donde tiene depositados diamantes Amor, como en tus mejillas sartas de rojos granates? ¿Estaba yo sin jüicio? IRENE: No pienses que has de engañarme otra vez. VULCANO: Ea, leona, ten lástima de este amante más que un francés afligido que le han quitado el dinare. Laura, ruégaselo tú. LAURA: No es bien que el tiempo se pase en demandas y respuestas cuando no podrá hallarse tan presto ocasión tan buena. IRENE: ¿Tienes de irte? JULIÁN: ¿Qué ignorante ha de dejar bienes ciertos por buscar dudosos males? IRENE: ¿Serás mi esposo? JULIÁN: Seré tu esclavo mientras durare aquesta alma que es tan tuya y en tu amor seré constante. IRENE: Tuya soy; tuya es mi vida. Haz, Julïán, que se trate el casamiento, si gustas, con el tuyo y con mi padre. JULIÁN: Y entre tanto, ¿qué he de hacer? IRENE: Esta semana he de estarme en la quinta disfrazada, y podrás en ella hablarme, y algunas veces de noche. JULIÁN: Dame una mano en que estampe mi boca en señal del bien que el amor promete darme. IRENE: El alma y la mano es tuya. VULCANO: ¿Has de irte agora? JULIÁN: No hables. No me iré aunque sea cierto el dar la muerte a mis padres.
Salen LUDOVICO y ROSAMIRA
LUDOVICO: Muy bien ocupado estás, hijo. JULIÁN: Mi ventura grande quiso que al bajar del monte tan dichoso encuentro hallase; hija de nuestro vecino Alejandro, que a holgarse hoy a este campo ha venido, es la bella Irene. ROSAMIRA: Un ángel es, por mi vida. LUDOVICO: Con verte, hijo Julïán, deshaces nuestras profundas tristezas. ROSAMIRA: Dios, hijo querido, sabe lo que he sentido esta ausencia, si ausencia puede llamarse estar ausente dos horas. JULIÁN: (¡Fuerte y riguroso trance! Aparte ¡Que haya yo de dar la muerte a dos tan queridos padres, y sabiéndolo no huya de ocasión tan fiera y grave! Crüel soy, mas ¿qué he de hacer si la hermosura notable de Irene es freno que tira mis pensamientos leales? Mas, por un breve deleite que tan fácil puede hallarse en cualquier tierra, ¿he de ser patricida? ¡Oh, gusto infame! ¡Oh, bárbaro pensamiento! ¡Dura ley! ¡Crueldad notable! Muera el amor, y la vida de mis padres --que Dios guarde-- permanezca). Hola, Vulcano. VULCANO: ¿Qué mandas? ¿Hay huracanes? ¿Hate vuelto a hablar el ciervo? IRENE: ¿Qué tienes, mi bien? JULIÁN: (¡Oh lance Aparte fiero! ¿Que yo he de partirme? ¿Yo he de atreverme a dejarte? No te quiero nada. Vete, que yo sabré reportarme y evitar las ocasiones y disgustos de mis padres). ROSAMIRA: Hijo mío, a descansar entra, que muero por darte mil abrazos. JULIÁN: (¿Este amor Aparte paternal, esta entrañable afición no me enternece? Que sepa yo que inmutable es la sentencia que el cielo tiene dada, y por amante necio no quiero vencer los efectos miserables de mi rigurosa estrella). Vulcano amigo, oye aparte. VULCANO: Válgate el diablo por ciervo si un momento nos dejases. JULIÁN: ¿A dónde están los caballos? VULCANO: Entre aquellos verdes sauces. JULIÁN: Vámonos, luego. VULCANO: ¿Qué dices? JULIÁN: Adiós, Irene. Adiós, padres. LUDOVICO: ¡Hijo mío! IRENE: ¡Julïán! JULIÁN: Dos amores me combaten, Irene, mía. Señora. IRENE: ¿Qué dices? JULIÁN: Quiero quedarme. ROSAMIRA: ¿Dónde vas? JULI&Aacue;N: Partirme quiero. IRENE: ¡Mi bien! JULIÁN: Morir es más fácil que ausentarme. LUDOVICO: Hijo querido, ¿qué haces? JULIÁN: Si he de matarte, quiero hüir de la ocasión. Ven, Vulcano. Irene, padres, a tierra extraña me voy. Unos y otros, perdonadme, que porque viváis los dos quiero de Albania ausentarme.
Vase JULIÁN
LUDOVICO: ¿Qué es esto, Vulcano, amigo? VULCANO: No os daré razón bastante, mas de que un hermano ciervo de esta manera nos trae.
Vase VULCANO
IRENE: ¡Ah, traidor, que has engañado mi libertad libre y fácil! ROSAMIRA: ¡Ay, hijo, que con tu ausencia has de matar a tus padres! LAURA: Ya en los ligeros caballos suben los dos. Ya se parten.
Dentro [dice JULIÁN]
JULIÁN: Adiós, patria. Adiós, Irene. Adiós, padres. IRENE: ¡Ah, inconstante! LUDOVICO: Hijo mía, aguarda. Espera. IRENE: Aguarda, fingido amante.
[Dice JULIÁN] desde lejos
JULIÁN: Para que viváis los dos, venciendo yo los combates de mi rigurosa estrella, me ausento así. Perdonadme. LUDOVICO: ¡Hijo! IRENE: ¡Julïán! ROSAMIRA: ¡Mi hijo!
[Dice VULCANO] desde lejos
VULCANO: No tienen ya que llamarle, que el ciervo le habla al oído y dice que no se pare. JULIÁN: Adiós, adiós. ROSAMIRA: Ya no se oye. IRENE: ¡Ah, hombres falsos y mudables! ROSAMIRA: Tú has desterrado a mi hijo. IRENE: Vosotros le desterrasteis. ROSAMIRA: Plegue a Dios que no le goces. IRENE: Plegue a Dios que él mismo os mate a puñaladas crüeles, pues su ausencia ha de matarme.

FIN DEL ACTO PRIMERO

El animal profeta, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002