LA ADVERSA FORTUNA DE 
DON ÁLVARO DE LUNA

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en el autógrafo de LA ADVERSA FORTUNA DE DON ÁLVARO DE LUNA, (La segunda de don Álvaro), colocado en el Museo del Teatro (Barcelona), con el apoyo de la edición príncipe en la Segunda parte de las comedias del maestro Tirso de Molina (Madrid: Imprenta Real, 1635) y la edición crítica de Nellie Sánchez Arce publicada en 1964. La edición actual fue preparada por Vern Williamsen para un curso dictado en el año 1984.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen ROBLES y NUÑO
ROBLES: Seas, Nuño, bien venido a los reinos de Castilla, de los piélagos de oriente, de aquellas fértiles islas del Mar Tirreno. Después que, capitán en Sicilia, dejaste a España, no tienen el estado que solían las cosas. El rey es hombre; a empresas grandes se inclina. Niño le dejaste, ya conocerle no podrías a verle sin majestad, y la diferencia misma en don Álvaro hallarás. Otro es ya; mas tanto priva con el rey como merece. Consérvele Dios la dicha. Y pues la Naturaleza se mostró pródiga y rica en sus partes, la Fortuna a sus pies esté rendida. Muchos títulos no quiso, muchos cargos, que podían hacerle rico, no acepta. ¿Qué varón hay que resista su mismo aumento? Éste sólo se niega al bien y porfía con acciones militares; venciendo huestes moriscas las honras quiere ganar a que el amor le convida, y aunque resistió gallardo al rey de Navarra, el día que a Castilla pasar quiso sus banderas enemigas, merced ninguna ha aceptado hasta verse en la conquista de Granada, donde piensa dilatar la Andalucía. Viudo está, ya lo sabrás, porque murió doña Elvira Portocarrero, que fue del señor de Moguer hija. El rey, al fin, como sabes, casó con doña María, hija del rey de Aragón, y las bodas en Medina se celebraron; y agora esa grandeza que miras, ese pasmo de los hombres, esa pompa y bizarría, ese concurso que ves en San Pablo, es que bautizan al príncipe don Enrique, que en las amenas orillas de Pisuerga le ha nacido de este matrimonio. Digan los críticos las señales con que los cielos avisan revoluciones o aumentos de esta feliz monarquía. Tres padrinos, tres señores, han de sacarle de pila. Don Alonso Enríquez es uno de ellos, sangre altiva del mismo rey, gran señor y almirante de Castilla. El adelantado es otro; ya sabes que se apellida Sandoval, y Diego Gómez ordinariamente firma. Es don Álvaro de Luna el tercero; no imaginan a este propósito mal políticos estadistas. Dicen que los dos oficios a don Enrique apadrinan, y falta el de condestable que quedó de las rüinas de Ruy López, y que agora querrá el rey que se lo pida don Álvaro, porque así en este bautismo sirvan los tres oficios, que son ya, Nuño, tienes noticias: almirante, condestable y adelantado. La grita y aclamaciones del vulgo parece que nos avisan que salen ya de la iglesia. De este lado te retira o acompañemos también la soberana familia del rey, para ver despacio lo que tanto nos admira.
Salen todos del bautismo: don ÁLVARO con un ropón y el niño, a sus lados almirante y adelantado, y el REY por otra puerta para recibir al niño. Tocan chirimías
REY: ¿Cómo traéis al príncipe? ÁLVARO: Cristiano del gremio de la Iglesia, y con la risa, como el alma es aliento soberano, su oculto regocijo nos avisa; tal, en florido abril, clavel temprano muestra, rascando la sutil camisa, en las hojas, que son esfera breve, unas listas de sangre, otras de nieve. Cuando desnudo infante se miraba, con un ceño arrugó la hermosa frente, de lágrimas los ojos coronaba, mayorazgo de Adán inobediente; y apenas del primer borrón se lava cuando, puesto el capillo transparente, alado serafín nos parecía que del trono de Dios se desasía. El mismo, ya su rostro serenado, a la vela se asió con tal denuedo, que apenas de su mano la ha quitado confuso el Arzobispo de Toledo. Acuérdome que un ángel vi pintado alumbrando, al hacer la cruz de Oviedo, al artífice; hoy vi su semejante en este cielo de quien soy Atlante. Por edades se cuente, y no por años, su dichoso vivir y tú le veas conquistando los reinos más extraños, gallardo Anquises de este nuevo Eneas. No atienda a los mortales desengaños, entre las garras pálidas y feas de la muerte, hasta ver cómo desata la prudente vejez hebras de plata. Alégreste de ver que excede y pasa su edad a la del Fénix matizado que, en árabes aromas hechas brasa, su cuna y su sepulcro ha fabricado. En éste, ya del sol célebre casa, de tus nietos te mires rodeado, que con esto, señor, parecerías al año con sus meses y sus días. En tus armas coloque la Granada más hermosa del mundo; Enrique sea quien aquella república cerrada con flor de nácar en tu escudo vea; que agora de turbantes coronada su pálida corteza abrir desea, mostrando por rubís y hermosos granos racimos de valientes castellanos. Este pimpollo de tu ilustre copa a Castilla dilate los extremos; piélagos surque en atrevida popa cuantos ocultos a los mapas vemos; y revienten los límites de Europa hasta que en Asia la Mayor llamemos, a pesar de los bárbaros alfanges, Guadalquivir al Tigris, Tajo al Ganges. REY: Denle el cielo y la Fortuna esa edad y ese trofeo, que yo lo mismo deseo a don Álvaro de Luna. Si el gran Filipo decía cuando Alejandro nació, que el cielo dicha le dio porque en el tiempo nacía de Aristóteles, y diestro en la virtud peregrina bebería la doctrina de tan divino maestro, lo mismo digo, que un rayo será el príncipe temido, pues en el tiempo ha nacido que os podrá tener por ayo; y aprenderá cada día con ejemplos singulares las acciones militares y cristiana policía. ÁLVARO: A tanta satisfacción el alma se rinde ya. REY: Condestable, bueno está. ÁLVARO: Esas palabras no son señor, las que os he pedido. ¿Nuestro concierto, qué fue? ¡Condestable yo! ¿Por qué, si a los moros no he vencido? REY: Esa modestia es bizarra, como lo fue esa cuchilla que retiró de Castilla las banderas de Navarra. Mayor victoria es vencer un rey cristiano que un moro. Vuestros méritos no ignoro. Si bautizó el chanciller a don Enrique. es razón que le hayan apadrinado almirante, adelantado y condestable, que son los cuatro oficios supremos de Castilla. Condestable, vuestra modestia no hable y porque os cansáis, andemos.
Sale LINTERNA de capigorrón
ROBLES: Andar. LINTERNA: No andar, gran señor, deténgase, que no es río. Atrevimiento es el mío, pero discúlpalo amor. Los sabios debemos ser audaces con cortesía. Yo soy de la astrología el primero hombre, el primer conocedor de los cielos; un signo soy desatado del zodíaco, he vagado por trópicos, paralelos, rumbos, climas, epiciclos, polos, astros, horoscopos, garamantos y galopos, horizontes y horiciclos. Mi fama ha de ser eterna; luz y guía soy del hombre, y por aquesto es mi nombre el licenciado Linterna. He sido levantador de este admirable portento al dichoso nacimiento del príncipe, mi señor.
Saca un papel muy grande. Dáselo al REY
Veráse en esta figura cuanto le ha de suceder. REY: Émulo no debe ser de su criador la criatura. Lo que Dios ha reservado para sí, no ha de inquirir el hombre, ni debe oír el próvido y recatado los sucesos que revela la judiciaria. Si son adversos, dan aflicción, su noticia desconsuela; si son prósperos nos dan vanagloria y confïanza, y si después hay mudanza en los casos y no van sucediendo de ese modo, más nos afligen, y así nunca estas figuras vi. Sólo Dios lo sabe todo.
[Rómpele el papel]
Suya es la muerte y la vida; Él alcanza lo futuro. Ni esto es cierto ni seguro. La ciencia humana es fallida. Ningún prognóstico leo, ni tengo crédito de él, pero aunque rompí el papel, tomad por el buen deseo.
Dale una cadena
LINTERNA: Vivas más que el que no muere, Fénix raro; mas no es justo adivinar sin tu gusto, vivas lo que Dios quisiere. Y el príncipe que ha nacido porque España un César vea, viva, señor, viva y sea lo que Dios fuere servido.
Vanse. Tocan chirimías otra vez. Queda LINTERNA
Aquí que nadie me ve, ¿dónde está la ciencia mía, embustera astrología, que yo palabra no sé? ¿Qué mucho? En mí no comienza este modo de engañar. ¡Linda cosa es el hablar con ánimo y desvergüenza! Un monstruo conozco yo, hecho a manera de cepa, que no hay ciencia que no sepa aunque ninguna aprendió.
Sale ROBLES
ROBLES: Señor astrólogo. LINTERNA: Pues, ser astrólogo es ser loco. ROBLES: Manda que le espere un poco el condestable. LINTERNA: ¿Quién es? ROBLES: Don Álvaro, mi señor. LINTERNA: ¿Desde cuándo? ROBLES: Desde agora. LINTERNA: Es muy dichosa esta hora, que está en la Ursa Mayor muy retrogrado Saturno. Nádir y Cénit están en oposición del Can, junto al luminar trïurno. Yo me acuerdo y muy aína cuando no era condestable. ROBLES: ¡Linda memoria! LINTERNA: ¡Notable! Tomé la jacarandina. ROBLES: La anacardina dirá. LINTERNA: Todo lo tomo. ¿Es dador don Álvaro, mi señor? ROBLES: Ya ha venido y lo verá.
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: Licenciado, ¿se acordó de alzar aquella figura que le dije? LINTERNA: ¡Qué locura! ¡No preguntara más yo! Pues estoyme aquí acordando cosas que espantan, ¿y había de olvidar lo que vusía tanto me está suplicando? El año de cuatrocientos que nació dichosamente tenía por ascendente dos planetas turbulentos. Marte y Venus, cada uno por horóscopo tenía a Mercurio y a su tía; ya se sabe que ésta es Juno. Mirando estaban de trino Júpiter y los Trïones; y haciendo las direcciones lo que juzgo y adivino es que tiene la Fortuna de hacer prodigios notables con todos los condestables dichos Álvaro de Luna. Con desdichas y embarazos, todos aquéllos a quien hará en este mucho bien le serán ingratonazos. Dichoso en guerras será; vencerá vueseñoría tres batallas en un día; treinta títulos tendrá. Vivirá contento y falso con la fortuna en Madrid, Toledo y Valladolid. ÁLVARO: ¿Y moriré? LINTERNA: En Cadahalso. ÁLVARO: ¡Un lugar junto a Toledo! ¡Vive Dios!, que no he de entrar jamás en ese lugar, pues vivir sin verle puedo. LINTERNA: Y con aqueso podrá ser un Juan de Espera en Dios, viviendo un siglo y aun dos. Fénix barbado será. ÁLVARO: ¿Quieres servirme? LINTERNA: Sí, haré para introducir despacio lenguaje nuevo en palacio; palabras inventaré que no las hable la villa pues conviene segregar lo sacro de lo vulgar. Hable la lengua sencilla el poblachón, pero aquí digan "reforma" vería descrédito; "grosería" está falsa; vive en sí "desaciertos." ¿Lo garboso va por fortuna aliñado "desvalido," "aventurado," "desperdicios" y "lo airoso," y sobre "el aborrecido y olvidado" he de mover polvaredas que han de ser pocas nueces, gran rüido. ÁLVARO: Me agrada su buen humor. Hernando de Robles, mira. ROBLES: ¿Qué me mandas? ÁLVARO: Quien aspira a medrar con mi favor, una cosa ha de observar solamente. ROBLES Di cuál es. ÁLVARO: Oye primero, y después lo sabrás. De tu lugar te he sacado y te he traído a mi servicio; hoy estás en el del rey porque vas de mi amor favorecido, medrando más cada día sin ser noble o principal. Tesorero general eres. ROBLES: Dé vueseñoría dos hierros en esta frente porque debo ser su esclavo. ÁLVARO: Esa modestia te alabo. Lo que quiero solamente es que agradecido seas, porque me han prognosticado muchos el ser desdichado haciendo bien. ROBLES: No lo creas, y menos de mí, señor. Lo que ese astrólogo ha dicho es locura, es un capricho procedido de su humor. ÁLVARO: Ve a besar la mano al rey por la merced, que él lo quiere. ROBLES: ¡Mal haya aquél que te fuere crïado de mala ley! ¡La Fortuna le derribe; muera preso en pobre estado! ÁLVARO: Solamente es desdichado el que mal por bien recibe. ¿Oís, Vivero? VIVERO: ¿Señor? ÁLVARO: También cabéis en mi pecho. Su majestad os ha hecho ya su contador mayor. VIVERO: Alejandro aragonés, nuevo César, nuevo Eneas, católico Numa, veas Tiempo y Fortuna a tus pies. ÁLVARO: Esas lisonjas no os pido; mayores puestos espero que habéis de tener, Vivero; sólo os quiero agradecido. VIVERO: Muera, señor, despeñado de un monte o algún balcón el ingrato corazón que el beneficio ha olvidado. ÁLVARO: Un discreto, no sé quien, preguntado si tenía enemigos, respondía: "Sí, que a muchos hice bien." Hablad al rey, besad hoy su mano. VIVERO: Tuyo seré.
Vanse los dos
ÁLVARO: Vete a casa tú. LINTERNA: Sí, haré. A mudar de traje voy, porque espero ser así presto tu enemigo fiero. Quise decirte que espero recibir merced de ti. ÁLVARO: Te firmarás "Licenciado con espada." LINTERNA: ¡Qué advertido! Yo he de firmar lo que he sido y he de hacer lo que un soldado. Alférez fue en Aragón. Ordenóse. Cura era y daba de esta manera cédulas de confesión: "Ha confesado este día conmigo el señor Tomé, y por esto lo firmé, el alférez Luis García." En mi tierra conocí otra graciosa locura. Diferente era otro cura. Sus cédulas daba así: "Ha confesado conmigo el Regidor Juan Gaspar, y por no saber firmar lo firmó por mí un testigo," y firmaba el sastre. ÁLVARO: Ven, que salen damas. LINTERNA: ¡Qué estrellas! ¡Oh, quien parlara con ellas antes! ¡Voz con moral den!
Vase LINTERNA
ÁLVARO: Mi ambición es solamente hacer bien. ¿Qué verde planta sobre los aires levanta verde copa, altiva frente, que no brinde en los caminos, a su sombra y a sus flores, albergue de ruiseñores, descanso de peregrinos? ¿Ni qué fuentes naturales, entre yerbas tropezando, no hacen rumor convidando a beber de sus cristales? Sale el sol, el cielo gira; ¿qué gusanillo no alienta, qué cóncavos no calienta, qué no alumbra, y qué no mira? No seáis sólo para vos, Álvaro, en dichas seguras, porque esto de hacer hechuras tiene un no sé qué de Dios. La infanta viene; hacia aquí me retiro. Y doña Juana, la que aurora soberana es del cielo para mí, la acompaña. ¡Ay, dulce amor, poderosa fuerza alcanzas! Entre guerras y privanzas no me olvida tu rigor.
Salen la infanta CATALINA y doña JUANA
CATALINA: Doña Juana Pimentel, de este mal me han avisado; mira si tendré cuidado, tú me puedes sacar de él. Habla al condestable, amiga, favor será no pequeño, que es el infante mi dueño y a tales ansias obliga. Sólo don Álvaro puede librarme de este pesar. Aquí está. Daré lugar para que le hables. Quede con los dos mi gran dolor para que lástima os dé.
Vase la infanta
JUANA: A tu alteza serviré como debo. (Calla Amor. Aparte Disimula, niño dios, si en mí pretendes crecer, porque en dándote a entender somos perdidos los dos. Si hablas en esta ocasión, me darás, Amor, enojos. No te asomes a los ojos; vive allá en el corazón). Don Álvaro,... ÁLVARO: Apenas creo que en tu voz mi nombre oí. JUANA: ¿Esto es imposible? ÁLVARO: Sí, tanto como mi deseo. JUANA: A su alteza le dijeron que al infante de Aragón previenen una traición hombres que mal le quisieron, y que a don Pedro, su hermano, y a él pretenden dar muerte. El aviso ha sido fuerte; no será el recelo vano, que como el infante mueve alborotos en Castilla, no pienso que es maravilla si el engaño se le atreve. Los dos a caza han salido y aunque el rey lo haya mandado, sacadnos de este cuidado, don Álvaro, yo os lo pido. ¿Dónde vais sin responder? Volved acá, condestable, dadme lugar a que os hable. ÁLVARO: ¿Dónde he de ir? A obedecer. Órdenes que a mí me da gusto de vueseñoría no admiten réplica. Mía es tanta la causa ya que aunque es gloria estar oyendo y es deidad estar mirando lo que el alma estima amando, quiero más, obedeciendo, ausentar y ser despojos de esa dicha; porque es justo que me arroje vuestro gusto de la gloria de mis ojos. JUANA: Impedid una traición y a la infanta este pesar. ÁLVARO: ¡Qué bueno fuera llevar para esta empresa un listón verde de un pecho crüel!
Tiénele ella en el pecho
JUANA: Y su alteza no da cuenta de esto al rey, por si él intenta... ÁLVARO: Fuera para mí laurel el verde listón, que diera envidia a Césares. JUANA: Yo pienso que él no lo mandó. ÁLVARO: La misma esperanza fuera y fuera abismo de glorias. JUANA: En Castilla no es razón matar a Enrique a traición. ÁLVARO: Yo porfío. Dos historias son las nuestras, pero veo que diferentes han sido. JUANA: Yo os hablo en esto que os pido. ÁLVARO: Y yo en esto que deseo. JUANA: Digo, al fin, que ambos veremos dicha en esto, aunque distinta.
Andando a la puerta
ÁLVARO: Pero en esto de la cinta, ¿qué tenemos? JUANA: ¿Qué tenemos?
Vuelve el rostro
Una empresa porfïada, locura en que un hombre dio. ÁLVARO: Ya me contentara yo con no veros enojada.
A la puerta
JUANA: Si a partido os dais, yo intento volver con piedad los ojos; digo que voy sin enojos.
A otra puerta
ÁLVARO: Digo que yo me contento.
Vanse los dos. Salen el INFANTE y un CRIADO, de caza
INFANTE: Este bosque rodeado de las ondas de Pisuerga, de quien las silvestres flores aprende la primavera, suele divertirme a ratos del cuidado o la tristeza, porque la caza arrebata todas las pasiones nuestras. CRIADO: De ella dicen... INFANTE: No me digas que es imagen de la guerra, que es vieja civilidad y me cansa. CRIADO: ¿Y si dijera que es inclinación real y las delicias honestas de los príncipes? INFANTE: Dirías cosa ordinaria más cierta. Los monteros, ¿dónde están? CRIADO: Siguen diversas veredas.
Está uno a la puerta con una máscara
INFANTE: ¿Quién es ése? CRIADO: Alguna guarda. INFANTE: Entremos por la maleza de sabinas enlazadas con hermosas madreselvas.
Vanse, y salen los que pudieran con máscaras
PRIMERO: Guarda del bosque ha pensado que soy. Salid y, cubiertas las caras, como quien tiene recelo, si no vergüenza, haremos lo que nos mandan los señores que desean el sosiego de Castilla matándolos. SEGUNDO: Si lo ordena el rey así... PRIMERO: No lo creo. No son acechanzas éstas de quien es su primo y rey; no vengan de esta manera grandes reyes sus enojos. SEGUNDO: ¿Y los demás? PRIMERO: Ya rodean el bosque, también cubiertos los rostros, porque no puedan escaparse de unos u otros. SEGUNDO: ¿Cuántos somos todos? PRIMERO: Treinta, conjurados a morir sin que la traición se sepa de nuestras lenguas. SEGUNDO: Aquí me parece que es la senda donde vendrán a parar. Aquí espadas y ballestas le darán la muerte.
Sale don ÁLVARO con media máscara y hace señas que se retiren
PRIMERO: ¿Quién es aquéste que por señas retirar nos manda? SEGUNDO: Alguno del otro puesto. Cabeza será de la otra cuadrilla, pues con máscara se muestra ordenando nuestro intento. ÁLVARO: Silencio, amigos, y alerta a mi aviso. PRIMERO: Aquí esperamos. Reconoce bien.
Sale el INFANTE
INFANTE: No esperan los gamos, ni aun los conejos. Y aun es novedad que teman hoy tanto. ÁLVARO: Señor infante, salga del bosque, tu alteza, por esa parte que el río con murallas de agua cerca. Suba luego en su caballo, porque darle muerte intentan aquellos hombres que mira, mejor diré, aquellas fieras. INFANTE: ¿Y sabéis quién los envía? ÁLVARO: No, señor. No se detenga vuestra alteza; huya en tanto que yo con maña o con fuerza los entretengo. INFANTE: El caballo ha quedado, amigo, fuera del bosque, y el ancho río por aquí no se vadea. Mal podré escaparme. ÁLVARO: ¿Mal? Pues, señor, ánimo y mueran los traidores, o muramos los dos en vuestra defensa; aunque primero he de ver cuánto el artificio pueda.
Hace señas que se vayan
PRIMERO: Que nos vamos dice; creo que nos engaña. SEGUNDO: Quién sea no sabemos, y el infante está solo. No se pierda la ocasión. Acometamos. ÁLVARO: Si la maña no aprovecha, apelemos a la espada, señor, la dicha de César va con vos. INFANTE: Y aun el valor según bizarro te muestras.
Riñen
PRIMERO: Un rayo del cielo ha sido quien le ampara; resistencia es invencible. El hüir agora nos aprovecha.
Vanse
INFANTE: La vida, amigo, te debo. ¿Quién eres? ÁLVARO: Quien no desea paga de aqueste servicio. INFANTE: Descubre el rostro. ÁLVARO: No quieras obligarte a nadie. INFANTE: Amigo, en esto, ¿qué me aconsejas? ¿Iré a palacio? ÁLVARO: ¿Pues no? INFANTE: Temo que mi muerte intentan el rey y su condestable; y así me he de ir a Villena. ÁLVARO: Cuando me importa el honor se acabaron las finezas de no darme a conocer. No imagine vuestra alteza
Descúbrese
que mi rey ni el condestable muerte ni mal le desean. INFANTE: Álvaro, dame los brazos. ¿De quién Enrique pudiera sino de ti recibir la vida? Tuya es mi hacienda, mi honor, mi vida, mi alma. ÁLVARO: Sólo quiero que agradezcas mi voluntad, porque yo hago bien sólo con esta ambición. INFANTE: Tú me casaste, tú me das la vida. ¡Quieran los cielos...! ÁLVARO: Que no me pagues como suelen todos. INFANTE: ¡Ea, deja tal desconfïanza! Otra vez, bien se me acuerda, te di la mano y palabra de ser tuyo. ÁLVARO: Vuestros sean los reinos de Asia, señor. INFANTE: Y tuya la fama eterna. a Ocaña quiero partirme, que mi pecho no sosiega.
Danse las manos
Adiós, don Álvaro. ÁLVARO: Él vaya, gran señor, con vuestra alteza. INFANTE: Tu amigo soy. ÁLVARO: Yo tu esclavo. INFANTE: No temas que ingrato sea. ÁLVARO: Sí temo, porque eres hombre y es tal su naturaleza.
Vanse. Salen el REY y tres GRANDES con un memorial
PRIMERO: A un reino conmovido, ¿qué prudencia de rey ha resistido? Y más, cuando es justicia lo que el común pretende y no malicia. SEGUNDO: Señor, el reino intenta, no en modo descortés ni acción violenta, que se ejecute luego para bien de Castilla y su sosiego lo que aquí se contiene, que cuando injusto fuera, te conviene. PRIMERO: En justa razón hallo que importa más un reino que un vasallo; y cuando tal importe, salga cualquiera de tu ilustre corte. REY: Yo lo veré despacio. PRIMERO: Eso no puede ser. Aquí en palacio el cumplimiento esperan los grandes de Castilla. REY: ¿Qué ver quieran, de la envidia llevados, los vasallos leales desterrados? SEGUNDO: No es rigor conveniencia que a tus reinos importa.
Vanse
REY: ¿Qué paciencia tendré correspondiente a la pasión colérica que siente el alma? ¡Ah, quién hiciera lo que un rey de Aragón y ejemplos diera de justicia y rigores cortando en el jardín todas las flores que empinaran el cuello! Simple era el monje rey; sabio fue en ello. ¡Ah, quién hiciera agora lo que mi padre, que en los cielos mora, quitando a éstos el brío! Mas no es agora igual el poder mío. ¡Qué de mi corte y casa destierre yo a don Álvaro! ¿Esto pasa? Confuso estoy. ¡Qué pida el reino tal crueldad, si de mi vida es la mitad! ¡Ah, cielo! El consejo me falta y el consuelo. Si no les satisfago su envidia torpe, mi poder deshago; si a don Álvaro pierdo, ni soy dichoso rey, ni amigo cuerdo. Mas cuando al cumplimiento de este destierro venga, ¿con qué aliento si amor no da licencia, podré notificarle la sentencia? ¿Cómo mis propios labios, si bien le quieren, le dirán agravios?
Sale doña JUANA
JUANA: La reina, mi señora, espera a tu majestad. REY: Dame agora valor y aliento, Juana, que no puede mi lengua ser tirana. El reino me ha pedido lo que en este papel verás, y ha sido tanto su atrevimiento, que sin fuerzas me deja y sin aliento con que palabra alguna decir pueda a don Álvaro de Luna. Caso tan impaciente de ti lo escuchará más dulcemente; dile tú lo que pasa: el reino le destierra de mi casa, y yo, por no perdello, forzado de los grandes vengo en ello. JUANA: Señor, ¿cuándo las damas secretarios han sido? ¿A mí me llamas para intimar sentencia que la envidia escribió con tal violencia? REY: Sí, Juana, porque es bueno que al amigo se dé dulce el veneno; cuando es la causa fuerte, piedad suele tener la misma muerte. Mi grave sentimiento se templa, y el rigor de su tormento a menos mal provoca oyéndolo del aire de tu boca.
Siéntase el REY
Él viene; aquí me empeño en un grave dolor; yo finjo sueño por no ver su semblante; verle no quiero y quiero estar delante. ¡Quién durmiese de veras por no escuchar palabras lastimeras! JUANA: Si para tanta crueldad al rey le falta el valor, ¿cómo ha de hacer el Amor lo que teme la amistad? Faltábame a mí piedad para dejar de sentir lo que no osaré decir; mas si lo pude leer sin morir, bien podrá ser que lo diga sin morir.
Sale don ÁLVARO
(Excusa el rey su dolor Aparte y a mí me le da doblado; que la amistad no ha alcanzado las finezas del amor. Si yo estimo el resplandor de esta luna, aunque advertidos se recaten mis sentidos, o ya honestos o ya sabios ¿cómo han de poder mis labios dar veneno a sus oídos?) ÁLVARO: (¡Durmiendo el rey, y leyendo Aparte con turbación un papel doña Juana Pimentel! Novedades estoy viendo. Cuando en mí mismo no entiendo si es cuidado o si es temor, ¿qué mucho que sin valor mis ojos estén inquietos si ven juntos sus objetos, la privanza y el amor?) JUANA: Condestable. ÁLVARO: No despierte la voz al rey; hable paso, vueseñoría. JUANA: (Si en caso Aparte tan riguroso y tan fuerte en hielo no se convierte la voz, ¿cómo puede hablar paso la que quiere dar voces, que remedio son para echar del corazón tantos siglos de pesar?) Don Álvaro, desdichado fuera el hombre a no tener alma inmortal y a no ser un bosquejo trasladado del mismo que lo ha crïado porque excedido se viera de los brutos, de una fiera, o un pajarillo pequeño, y siendo el hombre su dueño, miserable animal fuera. Y es su excelencia mayor digna que se estime y precie, que los brutos de una especie tienen paz, tienen amor entre sí y se dan favor, y sólo el hombre es crüel con el hombre, porque en él nunca hay paz, y siempre lidia. Rasgos son de humana envidia las letras de ese papel.
Dale el memorial
ÁLVARO: (Déjame tan prevenido Aparte que ya es fuerza que al leer el rayo no venga a ser tanto como el trueno ha sido).
Lee
"Señor, el reino ha advertido que don Álvaro pretende mandarlo todo." Él ofende mi intención y mi lealtad. No dice el reino verdad; mas la envidia, ¿qué no emprende?
Lee
"Causa ha sido su ambición..." ¿Ambición es fe sencilla? "...que nos den guerra en Castilla los infantes de Aragón, y así muchos grandes son de su parte, por lo cual en conveniencia real que el condestable no esté en la corte." Mayor fue el temor del mal que el mal. Letra de Robles parece... ¡Vive Dios, que es de su mano! Quien hace bien a un villano, quien a un traidor favorece, esta ingratitud merece. Mas, ¿qué mucho, si en aquel divino y santo vergel labró Dios una figura que, en mirando su hermosura, se rebeló contra Él?) Mi señora, cuando importe al rey, mi señor, mi ausencia, no es más agria esta sentencia. España será la corte, y a los piélagos del norte me pasaré, al mar profundo que ve el Ponto sin segundo; o por ver si verdad fue que hay antípodas, me iré buscando otro nuevo mundo. REY: Sois ingrato y desleal a mi grande amor. ¿Así sentís el dejarme a mí? ¿Cosa que llevo tan mal que aun el ánimo real me ha faltado, ¡vive Dios!, para decíroslo? ¿Ah, vos sentís alegre y cortés? No, condestable, no es amistad la de los dos. ALVARO: Rey y señor, si el no verte, supuesto que es mi desgracia, fuera perder yo tu gracia, éste fuera trance fuerte, sombra y líneas de la muerte. Esto sí fuera sentir, esto sí fuera gemir, esto sí fuera llorar, esto sí fuera rabiar, esto sí fuera morir. Pero importando al sosiego de tu reino mi partida, atropéllese mi vida, muera o ausénteme luego; que aunque con el alma llego a sentir tu ausencia yo, aquél que honrado nació y sus costumbres ordena siente el merecer la pena, pero el padecerla, no. Bien sabe tu majestad que no soy merecedor de este envidioso rigor, porque a ser esto verdad, ¿qué paz, qué amor, qué piedad hallara yo en tu semblante? Pero a un ánimo constante no ha de turbar ni mover la envidia, que ha de tener las finezas del diamante. REY: Condestable, yo no soy tan filósofo moral; vuestra ausencia llevo mal, tristeza al semblante doy. ÁLVARO: Rey mío, esforzando estoy lo que el alma calla y siente. Sabe Dios si estando ausente yo sentiré más dolor, porque en materias de amor es más tierno el más valiente. JUANA: (Y quien oye a la amistad Aparte hacer aquestos extremos, ¿qué siente? Disimulemos, Amor, tirana deidad de la humana libertad). ÁLVARO: En Aillón me estaré yo. REY: ¿Es tuyo? Pienso que no. ÁLVARO: ¿Tu merced olvidas? REY: ¿Quién, si es amigo, hombre de bien, se acuerda de lo que dio? ÁLVARO: Sólo se debe acordar quien ve que el que lo recibe desagradecido vive. REY: Tu ausencia dará lugar a que pueda sosegar esta envidiosa porfía. Escríbeme cada día. ÁLVARO: ¡Cómo pudiera vivir callando sin escribir afectos el alma mía! REY: ¿Y qué tiempo estaré yo sin vernos? JUANA: (¡Amor extraño!) Aparte ÁLVARO: Un año. REY: Siglo es un año, Condestable. Un año, no. JUANA: (Con mi lengua misma habló). Aparte ÁLVARO: Medio estaré. REY: No han de ser sino tres meses. ÁLVARO: Hacer tu voluntad determino. REY: Y toma para el camino el ducado de Alcocer. ÁLVARO: Beso tus pies. JUANA: (¡Quién le diera Aparte el favor que me pedía! Modo falta, no osadía, que ya siento de manera su ausencia, que le dijera lo que el rey. ¡Ah, listón verde! ¡Qué dulce ocasión se pierde de que vos suyo seáis, para que allá le digáis que si amó, de mí se acuerde!) ÁLVARO: Viviera fuera de mí a no haber de verte presto, y podré decir con esto que te dejo a ti por ti. Tu quietud pretendo así. Vive en paz. Reina, señor, sin este inquieto furor y aquél que servirte sabe, ya que en tu corte no cabe, quepa al menos en tu amor. REY: Ese ha de ser inviolable. Pílades sois de mi gusto. ÁLVARO: Di Mecenas con Augusto. REY: Abrazadme, condestable. ÁLVARO: Calle Alejandro, no hable su privado Efestïón. JUANA: (Amor me da la ocasión Aparte ¡Ea, modestia importuna, sirva de rayo a esta luna la plata de este listón!)
Abrázanse el REY y don ÁLVARO. Da el listón doña JUANA a don ÁLVARO
(¡No me vio el rey!) Aparte ÁLVARO: Juraré que, al tocar tus brazos yo, dos favores recibió un alma, un pecho, una fe. ¿Qué esperanza no tendré, si en tus brazos merecí, si con ellas recibí el favor más eminente que al sol coronó la frente de topacio y de rubí? REY: Adiós, Álvaro. ÁLVARO: Sin dos almas voy. REY: Tenga mañana cartas. ÁLVARO: Adiós, doña Juana. JUANA: (Responder no puedo). Aparte Adiós, condestable. REY: ¿Cómo vos no me miráis? ÁLVARO: No me atrevo. REY: Mucho os amo. ÁLVARO: Mucho os debo. JUANA: (Mucho callo). Aparte REY: ¡Qué dolor! JUANA: (¡Qué cuidado!) Aparte ÁLVARO: ¡Qué temor! REY: Triste voy. ÁLVARO: Pesares llevo.
Vanse los tres, cada uno por su puerta

FIN DEL ACTO PRIMERO

La adversa fortuna de don Álvaro de Luna, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002