LOS TELLOS DE MENESES, 
PARTE PRIMERA

Lope de Vega

Texto basado en Lope de Vega Carpio, Obras dramáticas escogidas, ed. Ed. Juliá Martínez, Madrid, 1936, Tomo 3. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen la INFANTA doña Elvira y don NUÑO
INFANTA: Parecerá loca acción a quien la virtud ignora. NUÑO: ¡Extraña resolución en una heroica señora, hija de un rey de León! Otros medios puede haber. INFANTA: Ansí pienso defender, contra mi honor y decoro, al quererme hacer de un moro un rey cristiano mujer. NUÑO: Ejemplos hay conocidos de mujeres que supieron reducir a sus maridos, y que a la fe los trujeron los brazos y los oídos. Tal con el rey de Valencia tu hermosura y tu presencia, señora, pudieran ser, al mayor ejemplo hacer, si no igualdad, competencia. Casa con él; que, aunque moro, en las virtudes sin fe es un archivo, un tesoro; y, aunque fuera de ella esté, sabrá guardarte decoro. Hace el Rey esta amistad por ganar la voluntad del de Córdoba y Toledo, no porque los tiene miedo, por mayor seguridad, que nadie se ha de mover en siendo Tarfe su yerno. INFANTA: Primero pudiera ser volverse gloria el infierno que ser de Tarfe mujer. En lugar de flores bellas, Nuño, nacerán estrellas, y los peces de los ríos trocarán sus centros fríos al manto que esmalta en ellas. Primero el feroz denuedo del arrogante león tendrá de un cordero miedo, será firme la ocasión, y se estará el tiempo quedo. Cesarán la competencia los elementos ociosos de su inmortal resistencia, y no tendrán envidiosos privanza, virtud ni ciencia. Será la flaqueza fuerte, tendrá venturosa suerte el bien con la ingratitud, enfadará la salud y será dulce la muerte. NUÑO: ¿Resuelta, en efeto, estás de que el conde castellano te favorezca? INFANTA: Hoy verás del moro el intento vano, y el de mi padre, que es más. No juzgues a desvarío, Nuño, el pensamiento mío; siendo forzoso ausentarme, nadie puede remediarme mejor que el conde mi tío. Heme fïado de ti, de tu valor confïada, para defenderme ansí; que yo sé que iré guardada de ti mejor que de mí. NUÑO: ¡No me tengan por traidor si te acompaño en tu error! INFANTA: No es error hacer defensa una mujer en la ofensa de su virtud y su honor. Sara cegó de llorar por no se querer casar; y fue de alabanza dina, huyendo a un padre, Eufrosina, a quien pretendo imitar; en hábito de varón huyó Eugenia, y yo he tenido para huir más ocasión de un rey de León que ha sido para mí rey y león. A punto mis joyas tengo; que los sucesos prevengo que temo, aunque no lo sé, pues que por guardar mi fe a tantas fortunas vengo. Si como Cecilia fuera, algún ángel esperara que mi virtud defendiera, porque ese moro dejara su ley tan bárbara y fiera. Mucho del cielo confío; de mí no, Nuño; y ansí intento tal desvarío. NUÑO: Para servirte nací, blasón de mi sangre y mío. Mira a la hora que quieres que venga por ti, pues eres quien se vale de mi nombre; que nace obligado un hombre a defender las mujeres. INFANTA: Cuando se ponga la luna, que media noche será. NUÑO: Vendré sin falta ninguna, en un caballo, en que ya corramos los dos Fortuna. INFANTA: Pues por el parque saldré. NUÑO: Y yo a la puerta estaré. INFANTA: Aunque es hazaña atrevida, más quiero perder la vida que no aventurar la fe.
Vanse. Salen TELLO MOZO, vestido de gala, con aderezo dorado y plumas, y LAURA, labradora
TELLO MOZO: Finalmente ¿no he podido guardarme de ti? LAURA: De amor, ¿quién puede? Y más si el temor de ausencia promete olvido. Y de la suerte que vas, vestido a lo cortesano, ¿no ves que encubres en vano los enojos que me das? Que entre esperanza y temor vivo con tantos recelos que me avisaran los celos cuando se durmiera amor. ¿Cómo te has vestido ansí? TELLO MOZO: Prima, aunque Tello, mi padre, es labrador, por mi madre hidalgo y noble nací; y él en toda la montaña de León siempre ha tenido fama de ser bien nacido, y de los godos de España. Pues ¿qué quieres a un mancebo como yo? ¿No es poco honor de los dos ser labrador? Por dicha, ¿en el mundo es nuevo que quien tiene hacienda emprenda ser algo más de lo que es? ¿En qué desatinos ves que le gasto mal su hacienda? ¿Es mucho que a la ciudad vaya como hombre de bien, adonde los que me ven conozcan mi calidad? ¿Quién culpa lo que no pasa de un honrado pensamiento? ¿Tengo de ir en un jumento, como un villano de casa? En ella, gracias a Dios, afeitan la yerba a un prado cien yeguas; pues mi crïado y yo ¿es milagro que en dos vamos a ver la ciudad y a comprar alguna cosa? LAURA: A no dejarme celosa del traje la novedad y de León la hermosura, tu pensamiento aprobara. Galán, es cosa muy clara que harás alguna locura. Tú gracias, yo pocas dichas, ¿qué espero, pues de las galas nacen a los hombres alas y a las mujeres desdichas? Fuera de esto, si en León ves las damas cortesanas o en visitas o en ventanas, donde con tal perfección está el adorno y el traje que en ángeles las convierte, después, ¿qué ha de parecerte nuestro rudo villanaje? Una mujer que consejo pidió al tocarse a una fuente, no a un mar de cristal enfrente, que es más lisonja que espejo, ¿qué podrán ser para ti cuando vuelvas de León? TELLO MOZO: Prima, lo mismo que son los prados en que nací, con su natural belleza, no los jardINÉS del arte; porque es en aquella parte madrastra Naturaleza. Deja celos excusados, porque me pone temor mostrarme tanto rigor antes de estar desposados. ¿Qué dejas para después, si esto me dices agora?
Salen TELLO VIEJO e INÉS, labradora
INÉS: Bien lo sabe mi señora, pues le llama. TELLO VIEJO: Espera, Inés. ¡Qué buena conversación! ¿Tú con gente cortesana, Laura? TELLO MOZO: (Cogióme; por Dios, Aparte que le avisaron que estaba de partida a la ciudad.) LAURA: La vista o la edad te engaña; con Tello, mi primo, estoy. TELLO VIEJO: ¿Quién es Tello? LAURA: ¿No le acabas de conocer? TELLO VIEJO: ¿Cómo puedo? Que Tello mi hijo, Laura, es labrador como yo, aunque de aquestas montañas el más bien nacido y rico, y habrá dos horas que andaba con un gabán y un sombrero tosco, abarcas y polainas. ¿Hijo yo con seda y oro, espada y daga dorada, plumas y más aderezos que una nave tiene jarcias? No creas tú que es mi hijo. Caballero, ¿dónde pasa? ¿Es cazador de este monte? ¿Perdióse acaso? ¿No habla? TELLO MOZO: ¿Qué tengo de hablar, señor, si dee esta suerte me tratas? Quien te avisó mejor fuera que este enojo te excusara. ¿Es mucho que a la ciudad un hijo de un hombre vaya tan principal como tú, y que ha de heredar tu casa, en traje que lo parezca? TELLO VIEJO: Y ¿es justo que en esas galas gastes con tanta locura el dinero que no ganas? ¿En qué está la diferencia de la nobleza heredada, al oficial o al que cuida de su cuidado y labranza? En que el uno vista seda y el otro una jerga basta. La carroza del señor, que, cuando el techo levanta, descubre los arcos de oro con las cortinas de grana, ¿no ha de tener diferencia a un carro con seis estacas, cuatro mulas por frisones, su mismo pelo por franjas, que, cuando mucho, a una fiesta lleva en un cielo de caña algún repostero viejo con las armas de otra casa? ¿Beber en cristal es poco, o de algún arroyo el agua con la mano, que le vuelve la mitad desde la barba; comer en plata o en barro, supuesto que más se gasta, pues nunca de su valor faltó la plata quebrada? ¡Ay, Tello! La perdición de las repúblicas causa el querer hacer los hombres de sus estados mudanza. En teniendo el mercader alguna hacienda, no pára hasta verse caballero, y al más desigual se iguala. ¿Qué hijo de un oficial lo mismo que el padre trata? De aquí nace aquella mezcla de cosas altas y bajas, que los matrimonios ligan, con que sangres y honras andan revueltas; de aquí los pleitos, las quejas y las espadas. Hidalgo naciste, hijo; pero entre aquestas montañas de un labrador que ha vivido del fruto de cuatro vacas, seis ovejas y dos viñas. Dejad al señor las galas y a los soldados las plumas; volved al paño y la abarca; que yo soy mejor que vos, y tal vez los pies me calzan por el riguroso enero las nieves de las montañas, y en junio las canas cubre algún sombrero de paja; que,de agradecido al trigo, la pongo sobre estas canas. TELLO MOZO: ¿Quién pudiera persuadir, padre mío, con palabras a los años, que se olvidan de lo que por ellos pasa? No hay hombre anciano que crea que caminó la jornada de la vida en aquel brío, cuando el que tuvo le falta. Conozco que ha sido exceso de un labrador estas galas; pero no de un hijo vuestro, que sois rey de estas montañas. Si fuérades labrador de aquéllos que cavan y aran, no pudiera a vuestra culpa satisfacer mi ignorancia; pero si cuando del cielo en copos la nieve baja, no cubre más de estos montes que con las guedejas blancas vuestro ganado menor; y si de ovejas y cabras parecen los prados pueblos, y yerba y agua les falta; si tenéis de plata y oro tanto cofres, tantas arcas, y tiran cien hombres sueldo de vuestra familia y casa, ¿por qué os engañó la edad en decir que lo que acaba las ciudades es hacer los hombres tales mudanzas? El que su casa no aumenta y la deja como estaba, no es hombre digno de honor, antes de perpetua infamia. ¿Para qué camina un hombre tanto mar sobre una tabla; para qué estudia y pelea, sino para que su fama aumente a su casa el nombre? Que si el mundo se quedara en el oficio de Adán, Naturaleza, afrentada, se corriera de mirar por muros y torres altas, por palacios, por ciudades, montones de trigo y paja. No hubiera ciencias, no hubiera quien el mundo gobernara, ni pinturas, ni esculturas, sedas, piedras, oro y plata. Fue divina providencia para las cosas humanas diversas inclinaciones; y por eso a nadie espanta que aprenda un hombre a empedrar, pudiendo desde su infancia aprender artes que en oro piedras preciosas engastan. Yo, en efeto, padre mío, no me inclino a cosas bajas; si os cansan mis pensamientos, a mí los vuestros me agravian. A Ordoño, rey de León, hace guerra el de Granada; con alistarme soldado vendrán bien plumas y galas. Ni os gastaré vuestra hacienda ni oiré tan viles palabras; que si vos estáis contento del campo y de su ganancia, yo aspiro a cortes de reyes y a ennoblecer vuestra casa.
Vase
TELLO VIEJO: Oye, Tello; Tello, escucha. LAURA: Él tiene mucha razón. TELLO VIEJO: ¿Tan poca reprehensión le cansa? LAURA: No es sino mucha. TELLO VIEJO: Ayuda tú, por tu vida; anda, di que no se vaya. LAURA: ¿Cómo es posible que haya quien estorbe su partida? TELLO VIEJO: Pues yo iré; que por ventura tendrá respeto a quien soy, si no a tu amor.
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LAURA: ¡Buena estoy! INÉS: Si estás de su amor segura, ¿qué importa que vaya Tello a la ciudad? LAURA: Nadie amó segura. INÉS: Presumo yo que con un sutil cabello le atarás y le tendrás.
Sale MENDO
MENDO: ¿Está acá nueso amo el mozo? INÉS: Cayóse el gozo en el pozo. MENDO: ¿Qué dices? INÉS: Que no te vas. MENDO: Engáñaste; que ha de ser lo que Tello una vez dice, si el mundo lo contradice. LAURA: Pues esta vez no has de ver la ciudad, Mendo alcahuete. MENDO: ¿Yo alcahuete? INÉS: Pues ¿quién es el que le lleva? MENDO: Yo, Inés. INÉS: Buen castigo te promete señor, por esas maldades. LAURA: Sí, Mendo, culpado estás; que, como a la corte vas, a que vaya le persuades, contándole lo que ves. MENDO: ¿Qué veo yo? LAURA: Mil mujeres, pintándolas como quieres de la cabeza a los pies. Y todo es linda invención, porque ¿qué puedes tú ver mientras llevas a vender trigo, cebada y carbón? Desnuda lo cortesano, vuelve al capote. MENDO: ¡Por Dios, que me tratáis bien las dos! ¿Esto de serviros gano? ¿Quién dice a Tello, quién cuenta tus gracias? ¡Qué lindo humor! ¿Quién le anima a mi señor al casamiento que intenta? ¿Quién te pinta cuando al día sirves de alba al levantarte? ¿Quién, cuando vas a acostarte, tu cubierta bizarría? ¿Quién le dice como yo, Laura, que te guarde fe? LAURA: Hoy, Mendo, yo te escuché, donde ninguno me vio, cuando a Tello le dijiste, "No es tu valor para el monte; déjale, alégrate, ponte galas, colores te viste. Una tosca montañesa que consultó para erizo Naturaleza, y la hizo en el molde de una artesa con un zapato de lazo como un medio celemín, sobre la ceja el garbín, la cola en el espinazo; ¿qué tiene que ver con ver una columna de nieve en tres puntos de pie breve?" MENDO: ¿Yo lo dije? LAURA: Y hay mujer, perro, que tiene los pies como bonete doblado. Pues alabar el calzado sólo escucharas, Inés, medias, zapatillo y liga, a Venus imaginaras. Todas tienen lindas caras; no hay mujer de quien no diga que es un serafín, un cielo, como de la corte sea; infierno llama a la aldea. MENDO: ¡Bien pagas, Laura, mi celo! Yo tengo la culpa, yo, porque alabo, estimo y quiero aquel tomillo salsero con que este monte os crió; el oler a flor de espinos por abril en las orillas de los ríos, no a pastillas de esos ámbares divinos, que han dado a tantas mujeres mal de madre, y a los hombres tanto enfado y otros nombres que impidan vuestros placeres. ¿Quién vuestra limpia hermosura y vuestra tez encarnada, tiesa y firme como espada, sin pelo ni quebradura; aquel lavarse a dos manos, un caldero por espejo; el querer al tiempo viejo; y el pedir sin pasamanos; aquel blanco delantal con mil randas y labores, en que puede coger flores la misma aurora oriental; quién lo alaba y encarece como yo? LAURA: Ya he conocido tus lisonjas. MENDO: Quien ha sido la causa, esto y más merece. Pero yo lo enmendaré con llevarle a la ciudad para que sea verdad. LAURA: Y yo a señor le diré cómo eres perro de muestra de Tello, el ventor y hurón de sus damas, destruición suya y de la hacienda nuestra; que eres el que vende el trigo que le hurtáis, y aun el dinero... MENDO: Escucha, Laura. LAURA: No quiero. Hoy cuanto pasa le digo.
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MENDO: Inés, detenla. INÉS: ¿Yo? MENDO: ¿Pues? INÉS: Mal conoces el estado a que conmigo has llegado.
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MENDO: Oye una palabra, Inés.-- Más quiero oír un "vos," más un desprecio de quien ayer en baja mar vivía; más por fuerza escuchar mala poesía, y a un sordo, oyendo yo, que me hable recio; más quiero ver a la virtud sin precio, sufrir de un ignorante la porfía; querer una mujer que tenga tía; hablar a un bobo y respetar a un necio; más quiero consentir de un estudiante el frío verso y bachillera prosa, con mucha presunción, siendo ignorante; más los melindres de una necia hermosa, y que en falsete un barbinegro cante, que resistir una mujer celosa.
Vase. Salen el REY de León, viejo, RAMIRO y CRIADOS
REY: ¿A qué podrá llegar mi desventura? O ¿qué podrá servirme de remedio? RAMIRO: Señor, el cuerdo el último procura; que la paciencia es saludable medio para curar los males imposibles. REY: ¡Fuerte elección, si está la muerte en medio! No fueran mis desdichas insufribles, Ramiro, a no ser yo la causa de ellas; que esto las hace justas e invencibles. Si yo culpar pudiera a las estrellas, o un loco amor, que el más real decoro suele vencer cuando faltaran ellas, remedio hallara en el dolor que lloro; mas no le puede haber faltando Elvira, porque, cristiano, quise darla a un moro. Mas quien el corazón penetra y mira sabe que fue mi intento confïanza de que al bautismo el de Valencia aspira. ¿Qué dice Blanca, en fin? RAMIRO: Que la esperanza es vana de buscarla, a lo que piensa, si vive ya donde el poder no alcanza; pues, viendo que era débil la defensa con que pudiera resistir tu gusto, fïando el caso a la piedad inmensa, solicitado de tu gran disgusto, como era darla por mujer a un hombre que, no siendo cristiano, fuera injusto, salió con diferente hábito y nombre donde tienen por cierto que se ha muerto. REY: ¿A quién habrá que mi dolor no asombre? Sin duda de las fieras del desierto sepulcro es ya, pues no parece en cuanto se ha buscado, inquirido y descubierto. Que Porcia del amor aplaque el llanto comiendo brasas; que Lucrecia el pecho al hierro entregue, no me causa espanto, ni, reducida a punto tan estrecho, el de Cleopatra a un áspid, ni el ardiente de Dido y Fedra en lágrimas deshecho; pero que una mujer cristiana intente matarse ¿a quién no causa maravilla? ¡Desesperada, infiel, inobediente! ¿Qué ha respondido el conde de Castilla? RAMIRO: Lo que todos responden admirados. En fin, ningún lugar, ciudad ni villa dejó de verse en todos sus estados; ni el de Navarra sabe cosa alguna. REY: Quitaránme la vida mis cuidados. No me quiero quejar de mi FORTÚNa; castigo fue del cielo mi imprudencia. Disculpa no podrá tener ninguna, ni mal tan grande remitir paciencia.
Vanse. Salen la INFANTA y don NUÑO con una caja de joyas en la mano
INFANTA: Suelta las joyas, villano, ya que me dejas ansí. NUÑO: Pienso, Elvira, que de mí te vienes quejando en vano, pues, pudiendo ser tirano de tu más noble tesoro, y no como indigno moro, sino como noble hidalgo, de tanto peligro salgo libre tu honor y decoro; que en este monte pudiera, dando lugar al deseo, hacer que del vil Tereo menor la tragedia fuera. Esta montaña tuviera otra Filomena hermosa, más desdichada y quejosa; pues si te dejo el honor, ¿qué joyas tienen valor que igualen la más preciosa? Acompañarte no ha sido traición, pues que fue ampararte; la traición fuera forzarte, a tu grandeza atrevido. Mi honor, mi patria he perdido; si es ansi, forzoso es, para librarme después entre moros y cristianos, llevar el oro en las manos, que son los mejores pies. INFANTA: Aunque las joyas te pido, no es por ellas mi interés; por una sortija es que del rey, mi padre, ha sido; que, aunque tanto me ha ofendido, le tengo notable amor. Cosa es de poco valor. NUÑO: ¿Es la de esta sierpe? INFANTA: Sí; que de un diamante y rubí tiene en la boca una flor.
NUÑO le da a la INFANTA una sortija
NUÑO: Toma; que aunque ésta tuviera el valor de las demás, no te negara jamás cosa que tu gusto fuera. INFANTA: No me dejes sola, espera, en tan ásperas montañas; llévame a aquellas cabañas. NUÑO: Seré, Elvira, conocido por autor, como lo he sido, de tan infames hazañas. Quien ha tenido valor para venir de esta suerte, no tema, Elvira, la muerte, pues no ha temido el honor. Donde me lleva el temor voy arrepentido y triste; confieso que me pusiste una esperanza, que fue por donde hasta aquí llegué con la ocasión que me diste. Codicia de tu belleza me dio causa aquella tarde; pero rendíla, cobarde, a los pies de tu grandeza; que no pudo mi bajeza tener tan altos despojos, ni atreverme a darte enojos pude en ocasión igual; que la hermosura real tiene deidad en los ojos. Cuantas veces me incitaba un pensamiento amoroso, tantas de tu rostro hermoso la grave luz me cegaba. Quien en tal batalla estaba bien hace en dejarte, a efeto de que el temor más discreto, tratándote, fuera ingrato; que es tan poderoso el trato que a nadie guarda respeto; que si algo suele perder, contra las humanas leyes, respeto, Elvira, a los reyes, sólo el trato puede ser. Túrbase quien llega a ver de un rey la deidad severa, como su ser considera, y el más sabio se recata; pero quien los sirve y trata ni se muda ni se altera. Yo parto, en fin, vitorioso de mí mismo, y tan leal que dejo ocasión igual al más cuerdo o más dichoso. Lo que me trujo animoso, determinado en secreto, me vuelve necio y discreto. Perdona, y quédate aquí; que voy huyendo de ti por no perderte el respeto.
Vase
INFANTA: Hurta los rayos al dorado hermano para vestirse de su luz la luna; sin mirar otra palma, de ninguna cortó racimos de oro el africano. Gime la tortolilla, y gime en vano, cuando el esposo que murió importuna; sin dueño no hay en monte fiera alguna. Mi vida alegre en el discurso humano, de la suerte que el alma al cuerpo informa, es como la primera inteligencia, materia la mujer, el hombre forma. Y tanto más ampara su presencia, y así su forma nuestro ser conforma, que, siendo éste traidor, siento su ausencia.
Canta dentro un VILLANO
VILLANO: Triste está la infanta Elvira, días ha que no se alegra; que la casa el rey su padre con el moro de Valencia. INFANTA: Aquí llegan mis desdichas; pero si la causa llega, tan triste como atrevida, ¿qué mucho que lleguen ellas? VILLANO: ¡Qué mal lo ha mirado Ordoño! A la fe que se arrepienta; porque quien no teme a Dios no puede hacer cosa buena. INFANTA: ¡Ah, buen hombre, ah labrador!
Dentro
VILLANO: Digo que llaman, Teresa, detrás de aquellas carrascas, y voz de mujer semeja.
Sale el VILLANO
¿Quién llama? ¿Quién es? ¿Sos vos? ¡Voto al sol, que es cosa nueva vuestro traje en estos montes, que no es a la usanza nuestra! INFANTA: Más nuevas son mis desdichas. Trújome por esta tierra un capitán. VILLANO: ¿Quién lo duda? Como tiene el amor flechas, a las más engañan plumas. ¿Cómo diablos os inquieta tanto en vuestras almohadillas el tapatán de la guerra? Pero ¿cómo os deja aquí? INFANTA: Por mis desdichas me deja, que son largas de contar. Pero dime, ¿son aldeas esas grandes caserías, que de ellas parecen peñas y de ellas huertas parecen? VILLLANO: Todas son casas que albergan hombres ricos montañeses, que se quedaron en ellas desde el tiempo de los godos; tienen aquí sus haciendas y son reyes de estos montes. Ésa que miráis más cerca es de Ramiro de Aibar, mi amo; esotra más vieja es de Servando Fernández; estotra es de Mendo Vega, aquélla es de Ortún Ordóñez; pero de aquí legua y media la de Tello de Meneses, hombre a quien todos respetan. Allí hallaréis amparo, pero con alguna ofensa de vuestro honor. INFANTA: ¿Por qué causa? VILLANO: Porque tiene un hijo en ella más galán que Gerineldos, que no hay moza que no pesca en todo aqueste distrito. INFANTA: Pues mejor será a la vuestra. VILLANO: Ramiro de Aibar, mi amo, tiene una hija doncella, y con ella estaréis bien; pero trocando la seda; que no os querrán recebir. INFANTA: Ninguna cosa desean mis penas sino mudar el traje. Si alguno hubiera antes de llegar allá, por sayal, por tosca jerga le diera de buena gana. VILLANO: Conmigo vino Teresa para ayudarme a cargar de carrascas la carreta; hablad con ella; que pienso que os ayude cuanto pueda, aunque rústica aldeana, porque, con ser montañesa, sabe más que Cencerrón, Arístoles y Seneca. INFANTA: Vamos, pues, adonde está. VILLANO: ¡No es mala la diferencia, pues por un carro de roble llevo una carga de seda!
Vanse. Sale NUÑO con la caja de las joyas
NUÑO: Sin saber dónde camino, me lleva el justo temor donde me trujo el amor o me enseña mi destino. Mas ya, temor, no imagINÉS que has de hallar segura tierra; que quien los principios yerra ¿cómo ha de acertar los fINÉS? Necio fue mi atrevimiento en ayudar la locura de Elvira, por la hermosura que cegó mi pensamiento; pero, en fin, ya la dejé, y por sendas tan incultas voy que, al mismo sol ocultas, ni las penetra ni ve. En mis imaginaciones no hay rama en esa ocasión que no sea un rey de León, y cada rey mil leones. Lo que me da más cuidado son las joyas, enemigos que han de servir de testigos si soy de su gente hallado. Y así, cavando la tierra con esta daga, las quiero esconder; pero primero, para conocer la tierra, poner alguna señal.
Dan voces dentro
Gritos dan. Todo me asombra; que espanta su misma sombra a quien dice o hace mal.
Hablan dentro MENDO y TELLO MOZO
MENDO: Por aquí, por aquí fue. NUÑO: Ellos me buscan a mí. TELLO MOZO: ¿Dónde, Mendo? MENDO: Por aquí. TELLO MOZO: Él es. MENDO: ¡Muerto soy! ¿Qué haré? Pero detrás de estas ramas será mejor esconderme.
Escóndese. Salen MENDO, TELLO MOZO con una ballesta, y SANCHO
TELLO MOZO: Desdicha habemos tenido. MENDO: ¿Cómo? TELLO MOZO: Que ya no parece. MENDO: En parte, por Dios, me huelgo; que es venir a cazar liebres durmiendo en sus verdes camas como caza de mujeres; y querer matar un oso es peligro, donde suele burlarse el más alentado, engañarse el más valiente. TELLO MOZO: Yo desde lejos querría tirarle. MENDO: Pues no te acerques, que el ejemplo de Favila aun está en León presente. TELLO MOZO: Dime, ¿qué te dijo Laura? MENDO: ¿Qué áspid, tigre o serpiente, qué caimán o cocodrilo, pisados o heridos, vuelven con tal furia como Laura contra mi pecho inocente, diciéndome que yo era...? ¿Dirélo? TELLO MOZO: Dilo. MENDO: Alcahuete, que te llevaba a León para que sus damas vieses; que te las pintaba a todas con lisonjeros pinceles, para moverte a cosquillas la sangre en la edad que tienes; que yo te ayudaba a hurtar el trigo; y, aunque no miente, siendo tanta la abundancia, mucho cuidado parece. Demás de que ya tu padre, de miserable, no quiere ni aun darte para vestir, cuando en ese campo llueve lana, trigo y aun maná, siendo por sangre Meneses. Pues a mí, que el otro día le pedí unos zaragüelles, me dijo, "Sin ellos te anda, Mendo, pues camisa tienes; que con sayo a la rodilla mis abuelos y parientes sin zarargüelles andaban más ligeros y más fuertes." Respondíle, "En esos tiempos eran los aires más leves; pero agora son tan bravos que dieran risa a la gente." Añadió que te decía mil testimonios, y advierte que la he dado la palabra que no irás eternamente a la corte, aunque te llame el rey por trecientas veces. TELLO MOZO: Loca debe de estar Laura. MENDO: Cuerda o loca, no te quejes de mí si no voy contigo. TELLO MOZO: ¿Qué es aquello que se mueve? MENDO: Allí han sonado las ramas. ¡El oso es, tira!
Dispara la ballesta TELLO MOZO
TELLO MOZO: Acertéle; pues se queja. MENDO: ¡Lindo tiro! SANCHO: ¡Lindo flechazo! MENDO: Excelente. TELLO MOZO: Bien puedes llegarle a ver; que con yerba presto muere. MENDO: Pues no salió tras nosotros, no hayas miedo que se vengue, por el corazón le diste. TELLO MOZO: Pues llega a verle.
Éntranse MENDO y SANCHO
¿Qué temes?
Dentro MENDO
MENDO: ¡Vive Dios, que has muerto a un hombre! TELLO MOZO: ¿Qué me dices? MENDO: Llega a verle. TELLO MOZO: Sacadle los dos en brazos. ¿Hay tal desdicha, hay tal suerte? ¿Era cazador acaso? MENDO: Hidalgo y noble parece.
Sacan MENDO y SANCHO a NUÑO con una flecha
TELLO MOZO: ¿Quién sois, caballero? NUÑO: ¡Ay cielo! Esto mis culpas merecen. Yo soy...
Muere
MENDO: Quedóse en "yo soy;" lo demás dijo la muerte. TELLO MOZO: ¡Buen talle! MENDO: ¡Gentil vestido! Los despojos te competen. ¿Qué habemos de hacer? TELLO MOZO: Callar; y al hombre que lo dijere, ¡vive Dios, que he de cortarle la lengua! MENDO: Señor, pues eres el dueño de este difunto, ¿qué haremos de él? TELLO MOZO: Mendo, hacerle sepultura en ese arroyo. SANCHO: ¡Crüel estrella! MENDO: ¡Que llegue a morir por oso un hombre! TELLO MOZO: Arrójale, Mendo, y vuelve.
MENDO y SANCHO meten al difunto
¿De qué sirve esconderse de tu flecha, muerte crüel, pues dondequiera, airada, llamas sin voz, y con tu planta helada entras donde jamás entró sospecha? Para esconderse, muerte, no aprovecha la cortina de púrpura bordada; porque la mira en la ballesta armada desde que nace el hombre tienes hecha. Pero este ejemplo, aunque cruel, advierte que fue muerte de éste merecida, y no por culpa de su triste suerte. Pues claramente da a entender la herida que quien como animal tuvo la muerte murió en el traje que vistió la vida.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Los Tellos de Meneses, Primera Parte, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002