ACTO SEGUNDO


Salen NARVÁEZ, PÁEZ, ALVARADO, ESPINOSA, y CABRERA
NARVÁEZ: Dadle la mano, Alvarado, y no haya más. ALVARADO: No permitas, pues siempre honor solicitas, que pierda el que me han quitado. NARVÁEZ: Volvedme a contar lo que es; que en lo que hasta agora entiendo, poco vuestro honor ofendo. ALVARADO: El mío pongo a tus pies; pero no has de permitir que quede en mala opinión. NARVÁEZ: ¿Sobre qué fue la quistión? ESPINOSA: No se la mandes decir; que es parte, y dirá a su gusto. ALVARADO: Yo diré mucha verdad, y el que más... NARVÁEZ: ¡Paso! Acabad; que ya recibo disgusto. ESPINOSA: Óyeme, señor, a mí. NARVÁEZ: Ni Alvarado ni Espinosa me han de hablar ni decir cosa. Páez lo cuente. PÁEZ: Pasa ansí; y remítome a Cabrera, que estaba delante. NARVÁEZ: Acaba. PÁEZ: Jugando Alvarado estaba, y Espinosa desde afuera; y en una suerte dudosa, sin pedirla o ser tercero, a pagar de su dinero juzgó la suerte Espinosa. Alvarado respondió, "¿Quién le mete en esto?" Y luego replicó Espinosa: "El juego; que veo juego, y tercio yo." "Mejor fuera que callara," dijo Alvarado más recio. Dijo Espinosa, "Algún necio la suerte le barajara; que yo sé de tropelías." Alvarado replicó, "Miente el que dice que yo puedo hacer bellaquerías." Espinosa en este punto el sombrero le tiró, metieron mano, y llegó el presidio todo junto, y pusiéronlos en paz, hasta que con la alabarda llegaste al cuerpo de guarda. NARVÁEZ: Y, ¿en eso estás pertinaz? ¡Gentil engaño porfías! Si estotro dice que sabe tropelías, ¿en qué cabe que entiendas bellaquerías, y que lo entiendas por ti? Y el haberle desmentido, a Espinosa no ha ofendido, pues él lo dijo por sí, y si ofensa no se ve, ni Alvarado desmintió, el sombrero que tiró de ningún efecto fue; y cualquier soldado sabio, que en agravio, si le hubiera, las espadas juntas viera, dirá que cesó el agravio. No hay cosa que con haber metido mano a la espada no quede desagraviada, porque es lo posible hacer. Quede esto a mi cuenta, y yo vuestro honor tomo a mi cargo, y satisfacer me encargo lo que otro diga. ALVARADO: Eso no; que nadie hablará en aquello que hablare tal capitán. NARVÁEZ: Y esas manos ¿no se dan? ALVARADO: Sí daré, pues gustas de ello. ESPINOSA: Su amigo soy. ALVARADO: Yo su amigo.
Salen ORTUÑO y ZARA
ORTUÑO: ¿Con quejas al capitán? ZARA: Por dicha en él hallarán Más piedad que en ti, enemigo. ORTUÑO: Óyete, galga. ZARA: ¡Señor! NARVÁEZ: ¿Qué es eso? ZARA: Una pobre esclava que en la nobleza que alaba el mundo, espera favor. NARVÁEZ: ¿Qué es esto, Ortuño? ORTUÑO: Esa perra me levanta no sé qué. NARVÁEZ: ¿Cúya es? ORTUÑO: Tuya y mía fue, y cautiva en buena guerra. ZARA: Señor, de noche y de día me hace fuerza y maltrata. NARVÁEZ: ¿Ansí la esclava se trata? ORTUÑO: Miente, por tu vida y mía; sino que no entiende bien, y cualquier cortés favor luego piensa que es amor, y fuerza dirá también. Haciendo estaba mi cama, y porque a ayudarla fui, se vino, huyendo de mí. NARVÁEZ: ¡Sí, sí! ¡De eso tienes fama! Ahora bien; ¿qué te he de dar por ella? ORTUÑO: Tuya es. NARVÁEZ: Di, acaba. ORTUÑO: Ya ves que es buena la esclava, y mejor de rescatar. NARVÁEZ: Doyte por ella una copa de plata. Ve al repostero. ORTUÑO: Doyle yo, pobre escudero, diez mil y cama de ropa, y ¿una copilla me das? NARVÁEZ: Sin dinero estoy--¡por Dios!-- pero di que te den dos si con tanta sed estás. ORTUÑO: Beso tus manos. NARVÁEZ: Ya, mora, eres mi esclava. ZARA: Sí soy. NARVÁEZ: Pues yo libertad te doy. Vete a tu tierra en buen hora. ZARA: Déte el cielo mil vitorias, caudillo de los cristianos.
Vase
CABRERA: ¡Qué rotas tiene las manos! PÁEZ: ¡Y qué llenas de honra y glorias!
Sale PERALTA
PERALTA: Aquí, señor, está el moro que viene por el rescate del sargento. NARVÁEZ: ¡Buen quilate descubre esta vez el oro! No tengo un real--¡por Dios! Llama ese morillo aquí, y por él me lleve a mí, o estemos juntos los dos. Pero escucha. Al repostero di que mi plata le dé; que yo la rescataré cuando tuviere el dinero. Venga el sargento al momento, donde es tan bien menester, porque más vale comer sin plata que sin sargento. PERALTA: ¡Oh Alejandro! ¡Oh gran Narváez! NARVÁEZ: Id vos, Peralta, con él. PERALTA: Voy, señor.
Vase
PÁEZ: ¿Qué das por él? NARVÁEZ: Quinientos escudos, Páez. PÁEZ: Aunque de esclavo le sacas, por esclavo le has comprado.
Sale NUÑO, en hábito de moro, con un rebozo
NUÑO: ¿Hay acaso algún soldado, que no tenga fuerzas flacas, que quiera luchar conmigo? NARVÁEZ: ¿Por dónde este moro entró? ¿Quién puerta y licencia dio en mi casa a mi enemigo? NUÑO: Yo me entré solo a probar mis fuerzas o en paz o en guerra. ALVARADO: ¡Bravo moro! En esta tierra suelen desafíos usar. Yo quiero luchar contigo. PÁEZ: Y yo con adarga y lanza. ESPINOSA: Yo con la espada, si alcanza la suya a igualar conmigo. NUÑO: A todos juntos os reto, fuera del alcaide. PÁEZ: Bien; mas conmigo solo ven. NUÑO: Eres valiente en efeto; mas no vengo a pelear, sino a avisar a Narváez. NARVÁEZ: Salíos todos, y tú, Páez, haz esas puertas guardar. PÁEZ: Bien dices; que éste podría intentar tu muerte. ALVARADO: Vamos.
Vanse los soldados
NARVÁEZ: Ya, moro, solos estamos. NUÑO: ¿No me conoces? NARVÁEZ: Querría. NUÑO: Soy el moro Marfuz. NARVÁEZ: Creo que eres famoso y gran hombre, aunque nunca oí tal nombre; mas verte el rostro deseo. NUÑO: Soy sobrino de Mahoma. Vengo a matarte. NARVÁEZ: ¿A mí? NUÑO: Sí; a tí pues. NARVÁEZ: ¿Adónde? NUÑO: Aquí. NARVÁEZ: Pues alto: la espada toma. NUÑO: Pues ya, como ves, la empuño. NARVÁEZ: ¡Ea, moro, a mí te ven! NUÑO: Nuño soy. NARVÁEZ: ¿Nuño?
Descubriéndose
NUÑO: Pues ¿quién? NARVÁEZ: ¡Válate el diablo por Nuño! NUÑO: ¿No sabes lo que ha pasado? NARVÁEZ: ¿Cómo? NUÑO: El moro que escribió, era el dueño de quien yo la misma carta he llevado. NARVÁEZ: ¿Qué dices? NUÑO: Que es su marido, y que viendo su prisión, Viene a verle. NARVÁEZ: Y a ocasión que ya libremente es ido. NUÑO: ¿Ido? NARVÁEZ: Enviéle a su casa. NUÑO: ¿Por qué? NARVÁEZ: Porque era celoso. NUÑO: ¡Por Dios, que es cuento donoso! Todo a propósito pasa; que la mora traigo aquí, y ansí la podrás gozar, pues da el marido lugar. NARVÁEZ: ¡Qué buen remedio le dí! NUÑO: La vida--por Dios--le has dado, pues a su casa le envías cuando a la tuya traías la prenda que le has quitado. ¡Buen recado hallará en ella! ¡Oh celosos! Siempre vi que les sucediese ansí; el guardarla es no tenella. NARVÁEZ: Bien dices. NUÑO: Ya viene; escucha.
Sale ALARA
NARVÁEZ: Pésame--¡por Dios!-- señora, de que hayáis venido agora.
Aparte a NUÑO
(¡Qué grande hermosura!) NUÑO: (Mucha.) NARVÁEZ: En aqueste punto envío vuestro marido de aquí, aunque no le conocí. ALARA: Bésoos los pies, señor mío, por la merced recebida. Pero soy tan desdichada, que a sus celos y a su espada ofrezco mi cuello y vida; que, como allá no me halle, no ha de creer mi intención, sino que ha sido invención por gozarme y engañalle. Pero ya, después que os veo tan gallardo, ilustre y fuerte, tendré por justa mi muerte y por vida mi deseo. Cuanto publica la fama es poco en vuestra presencia. NARVÁEZ: Yo os quise mucho en ausencia, y presente, el alma os ama; pero en ella me ha pesado que de la carta haya sido tercero vuestro marido, a quien libertad he dado. ALARA: No os cause, señor, pesar, sino servíos de mí; que ya que he venido aquí, vuestro amor quiero pagar. ¡Y dichosa yo, si acaso amor firme hallase en vos!
Aparte a NUÑO
NARVÁEZ: ¿Qué te parece? NUÑO: ¡Por Dios, que habla desenvuelto y raso! (¿Vos erais la desdeñosa? Aparte Malo estaba de entender; no he visto fácil mujer que no sea vergonzosa.) NARVÁEZ: Yo os agradezco en extremo la voluntad, mi señora; pero, aunque el alma os adora, la ofensa de mi honor temo; que parece que deshonra mi opinión y calidad que a quien di la libertad le venga a quitar la honra. ¿Qué dirá vuestro marido, sino que yo le engañé? Y sabe el cielo que fue no habiéndole conocido. Sabed que soy caballero, y que quitarle el honor contradice a mi valor. NUÑO: (Mejor dirás majadero.) Aparte
Aparte a NARVAEZ
Gózala--¡Pesia a mi vida!-- o si no, dámela a mí.) ALARA: Señor, ya he venido aquí, y os quiero, si soy querida; y aunque ese término sea del valor que en vos se ve, advertid que pensaré que os he parecido fea. NUÑO: Dale ese contento, acaba; que en amor no hay cortesía. NARVÁEZ: Basta, Nuño. Alara mía, más os amo que os amaba; más hermosa estáis aquí que entre las rejas azules. NUÑO: Ya entiendo; no disimules: señora, queredme a mí. (¡Vive Dios, que es impotente!) Aparte NARVÁEZ: Nuño, parte y ve con ella a Coín. Vos, mora bella, tenedme por vuestro. NUÑO: Tente; No pierdas esta ocasión. NARVÁEZ: A quien libre quise hacer, ¿he de quitar su mujer? NUÑO: ¡Oh nuevo andaluz Cipión! Hazañas son de tu mano. Vamos, Alara, de aquí. ALARA: ¡Que me desprecies ansí ¡Oh riguroso cristiano !
Vanse ALARA y NUÑO
NARVÁEZ: Si fue mayor la gloria y noble el pago que dió en España a Cipión la fama en no querer gozar la presa dama, que el vencimiento ilustre de Cartago; y si después de aquel lloroso estrago de Dario, más heróico el mundo llama al macedón, que no violó su cama, mi deuda con lo mismo satisfago. No quiero que me estimen ni me alaben las propias ni las bárbaras naciones, porque en mi pecho sus grandezas caben. No son los capitanes Cipiones, ni Alejandros los reyes, si no saben vencer sus apetitos y pasiones.
Salen PERALTA, ORTUÑO, ALVARADO, ESPINOSA, y CABRERA
PERALTA: ¡Albricias! NARVÁEZ: Yo te las mando. ORTUÑO: ¡Ea, fiestas y alegría! PERALTA: Dos mil ducados te envía de socorro el rey Fernando. NARVÁEZ: Dios guarde al Rey mi señor. Esta tarde hay paga. ALVARADO: ¡Vivas mil años, y de él recibas premio igual a tu valor! NARVÁEZ: Ea, poned mesas luego; todo os lo he de dar--¡por Dios!-- y a ser diez mil, como dos. ESPINOSA: Peralta, mis pagas juego. PÁEZ: ¿Quién habrá que eso no haga? NARVÁEZ: Llama aquesas cajas, Páez. CABRERA: ¡Vivan Fernando y Narváez! ALVARADO: ¡Paga! CABRERA: ¡Paga! ORTUÑO: ¡Paga! ESPINOSA: ¡Paga!
Vanse Sale ABINDARRÁEZ
ABINDARRÁEZ: Esperanza entretenida, mal nos llevamos los dos. No hay quien lleve como vos hasta la muerte la vida. Sois una vela encendida que va ardiendo hasta acabarse; pues también, si ha de matarse, quedaráse el alma a escuras; y entre tantas desventuras, bueno es vivir y quemarse. Por ti, esperanza, el cuidado entretiene de una suerte al soldado entre la muerte, y en el palo al sentenciado, en el mar al que va a nado, a peregrino en el yermo, en el peligro al enfermo. Y ansí, yo por ti en la guerra, cordel, peligro, mar, tierra, hablo, vivo, como y duermo. Todo se finge por ti, dudosa y tarda esperanza; por ti lo imposible alcanza quien tiene esperanza en ti. Si se pasa el mar ansí, la enfermedad, el cordel, en esta ausencia crüel de mi Jarifa querida pasa hasta el fin de mi vida, pues está el remedio en él. Y vos, hermosa señora, acordáos que aquí los dos vivimos, queriendo Dios, con más regalo que agora. Desde la noche a la aurora, en este jardín hermoso pasábamos el gozoso tiempo que agora nos falta, porque la gloria más alta tiene su fin más dudoso. Mas ya estaréis, por ventura, de estos tiempos olvidada, porque la gloria pasada poco en la memoria dura de quien olvidar procura. Para vivir sin tormento bien lloré mi apartamiento; que bien echaba de ver que palabras de mujer tienen la firma del viento. Bellas flores y jazmines, que hurtábades por favor a su aliento vuestro olor en estos frescos jardines, ¡mirad a qué tristes fines han venido mis vitorias! ¡Mirad cuáles son las glorias, y los tormentos qué tales pues no me mataron males, y me han de matar memorias!
Sale MANILORO
MANILORO: Ya, señor, las tres han dado. Hora será de comer, si por dicha, como ayer, no te quedas olvidado. Deja la melancolía; come, y desecha la pena; que, aunque comas, será cena, pasado lo más del día. Aunque a Jarifa aguardaras cn la mesa puesta ansí, era ya tarde. ABINDARRÁEZ: ¡Ay de mí, que en sólo el cuerpo reparas! Déjale al alma comer suspiros, lágrimas, quejas. MANILORO: ¡Por Dios! Que si al cuerpo dejas, que ella le venga a perder. No te digo que no penes, mas que para poder dar fuerzas a tan buen penar, tendrás más si a comer vienes; porque el que bien ha comido, más peso llevará a cuestas. ABINDARRÁEZ: Tu inocencia manifiestas, tu libertad y tu olvido. Vete con Dios, Maniloro, y déjame aquí morir. MANILORO: Mucho ese tierno sentir hace ofensa a tu decoro; y aun a tu Jarifa ofende, que tanto tu vida estima. ABINDARRÁEZ: ¿La estima? MANILORO: Sí, pues la anima, y que se aumente pretende. Y pues tu pecho recibe su alma, y casa le has hecho, ¿por qué maltratas el pecho adonde Jarifa vive? ABINDARRÁEZ: ¡Ay, Maniloro! ¿Qué intento? Mal hago en querer morir, si el huésped ha de salir del pecho en que le aposento. Viva yo; sustento venga; viva Jarifa. MANILORO: Eso sí. ABINDARRÁEZ: Mas ¿no es engaño, no, ansí, que vida en ausencia tenga? Si muero, mi alma irá a ver a Jarifa luego. Vete con Dios.
Sale CELINDO, con una carta
CELINDO: Creo que llego A buen tiempo. MANILORO: ¿Quién va allá? CELINDO: Celindo soy, Maniloro. ¿y Abindarráez? MANILORO: ¡Oh Celindo! Aguarda. ABINDARRÁEZ: A morir me rindo, tanto, ausente, peno y lloro. MANILORO: ¿Qué me darás, y tendrás nuevas de Jarifa y cartas? ABINDARRÁEZ: La vida, el alma que partas. MANILORO: Celindo ABINDARRÁEZ: ¡Amigo! ¿aquí estás? CELINDO: Dame tus piés, y ésta toma. ABINDARRÁEZ: ¡Que tal bien se me conceda! ¿Cómo mi Jarifa queda? CELINDO: Buena, gracias a Mahoma. ABINDARRÁEZ: Mil besos doy a su firma, que hasta el alma me penetra. ¿Qué hará el sentido? La letra sola mi gloria confirma.
Lee
"Esposo: Mi padre es ido a Granada desde ayer. Venme aquesta noche a ver...." ¡Cielos, yo pierdo el sentido! En el camino podré leer, amigos, lo demás. Maniloro, ¿no me das caballo? ¿Heme de ir a pie? Mi vida, ¿que podré veros? Mi alma, ¿que podré hablaros? Mis ojos, ¿que he de gozaros y en estos brazos teneros? Ea, loco estoy del todo. Celindo, ésta toma, ten; y tú estas joyas también. Vuestro soy y vuestro es todo. Dame una marlota rica, llena de aljófar y perlas, que ha de verme y ha de verlas quien al sol su lumbre aplica. Dame un hermoso alquicel o bordado capellar, y también me puedes dar alguna banda con él. Dame bonete compuesto de mil tocas y bengalas y plumas, porque no hay galas que luzgan sin plumas. Presto. Dame una manga bordada de aljófar y oro, a dos haces. Los amores son rapaces con rapacejos me agrada. Dame borceguí de lazo y acicate de oro puro, y porque vaya seguro, ensillarásme el picazo. Ponle una mochila azul y un freno de campanillas, la más fuerte de mis sillas y una adarga de Gazul; una lanza de dos hierros, que los extremos se igualen, por si al camino me salen algunos cristianos perros. No habrá salido andaluz tan galán a escaramuza, ni Almadán, ni el moro Muza, contra el de la roja cruz. Ea, mi bien, aguardad vuestro Abindarráez. Ya voy.
Vase
MANILORO: Loco está, a fe de quien soy. CELINDO: Amor es enfermedad. MANILORO: Voy a darle de vestir. CELINDO: Tiene razón de querella, que le adora, y es tan bella cuanto se puede decir. MANILORO: ¿Está seguro el camino? CELINDO: Para moro tan valiente, ¿qué importa un mundo de gente? MANILORO: ¿Va solo? CELINDO: Solo, imagino.
Vanse. Sale ARRÁEZ, a caballo
ARRÁEZ: Gracias a Alá, que llegué donde mi muerte o venganza descansarán mi esperanza! Aquí al muro arrojaré, pidiendo guerra, la lanza. Pero ya están en el muro.
Salen NARVÁEZ, ORTUÑO, PÁEZ, ALVARADO, CABRERA, ESPINOSA y PERALTA, en el muro
NARVÁEZ: ¿Moro dices a caballo? ORTUÑO: Desde aquí puedes mirallo. ARRÁEZ: (Vengarme o morir procuro. Aparte quiero desde aquí retallo.) Don Rodrigo de Narváez, valiente por sólo el nombre, y más cobarde en los hechos que gallardo en las razones. Tú, que, fingiendo valor entre quien no te conoce, has ganado injusta fama del ocaso a los triones. Yo soy Abenabó Arráez, a quien ayer, como doble, diste libertad fingida; quien no te entiende, te compre. Mi infamia trazaste, alcaide; que apenas pasé del monte, cuando a mi casa envïaste el mayor de tus ladrones. A mi mujer me ha robado; que primero que la goces, te pienso sacar el alma, cuerpo a cuerpo, entre estos robles. ¿Esos eran los consejos de caballero y de noble? ¡Buenas tretas son, alcaide! Quien no te entiende, te compre. Apenas entré en mi casa, de donde pensaba entonces envïarte un rico presente, cuando entiendo tus traiciones. Iba yo por el camino cantando tus grandes loores, y pensando qué rescate te diese, aunque rico, pobre. Imaginaba caballos, atados en los arzones ricos alfanjes de Túnez, con mochilas de colores; finas alfombras de seda, frenos y estribos de bronce, y unos para ti de plata, sin otras joyas y dones, cuando la mejor que tengo, hallo que me falta; y dióme más pena en que tú la tengas, y me aconsejes y robes; qe la traición del amigo más se siente y duele al doble; y engañar, fingiendo amar, es gran bajeza en el hombre. Por eso te desafío, a tí, a tres, a seis, a doce, y os reto como a villanos, como a infames y traidores, de que no tenéis palabra ni miráis obligaciones; que no hay entre todos uno que el amigo no deshonre. Dame mi esposa, Rodrigo, si mis palabras te corren; que no he de salir del campo menos que muera o la cobre. NARVÁEZ: Moro, engañado has venido; que a quitarte las prisiones vino a mi Alora tu Alara, como verás cuando tornes. Porque apenas vino aquí, cuando a volver se dispone, por asegurar tus celos y temer tus sinrazones. Si con ella te he ofendido, plega al cielo, moro noble, que me atraviese la espada de un moro villano y torpe! A fe de hidalgo y cristiano, por la vida, que Dios logre, del rey, mi señor, Fernando, por quien guardo aquestas torres, so pena de que en castigo vuelva sin honra a su corte, que no he tomado su mano, ni en presencia dicho amores. Y tú eres, moro, el primero a quien doy satisfaciones; y no te las doy por mí, que no temo armas ni voces, sino por ella, a quien debes el amor que desconoces con esos injustos celos y villanas presunciones. PÁEZ: ¡Pesia al moro, señor mío? ¿Con él en eso te pones? ¿Tú, que no sueles sufrir Marsilios ni Rodamontes? Aguarda; que a puros palos le haré que el camino tome a reñir con su mujer los celos que se le antojen. NARVÁEZ: Páez, no salga ninguno, Si no es que el moro responde Que no está contento de esto. PÁEZ: Suplícote me perdones; que le he de quitar la vida. ORTUÑO: Tiene razón. Baja, corre, o haremos todos lo mismo. ALVARADO: Mejor es que alguno nombres de los que estamos aquí sufriendo que nos deshonre CABRERA: El que llegare más presto Basta. NARVÁEZ: Ninguno me enoje. ESPINOSA: Perdona, que no hay remedio. PERALTA: Baja, y la boca le rompe. NARVÁEZ: ¡Por vida del Rey! PERALTA: No jures. NARVÁEZ: ¡Ah, señores! ¡Ah, señores!
Quítanse todos del muro. Hablan desde dentro
PÁEZ: Permíteme, Alcaide ilustre, que de una almena le ahorque. CABRERA: Dame licencia, señor, Que las narices le corte. ARRÁEZ: Basta, que vienen todos los cristianos. Mal hice en presumir de un hombre noble una bajeza igual; pero los celos no dan lugar a la razón, ni miran si es justo o no lo que su rabia intenta. Bien puedo a la defensa prevenirme, que dijera mejor para la muerte, porque cualquiera de ellos es un Héctor, y el alcaide famoso el mismo Aquiles.
Salen PERALTA, ALVARADO, ORTUÑO, PÁEZ, CABRERA y ESPINOSA, con las espadas desnudas, y NARVÁEZ, deteniéndolos
NARVÁEZ: Ténganse, digo; ténganse, soldados, o--¡por vida del Rey!-- PERALTA: Señor, ninguno Quiere ofenderte. NARVÁEZ: Envainen pues. ARRÁEZ: ¡Oh ilustre Rodrigo, a quien el cielo haga dichoso sobre todos aquellos que celebra la antigüedad con palmas y laureles! Rendido estoy a tu nobleza, y veo que mi ignorancia fue mi propio engaño aunque si amor a todos da disculpa, ¿por qué no la tendrán mi amor y celos? Si tú, si tus soldados, si los hombres, si las aves, los peces, si las fieras, si todo sabe Amor, si todo teme perder su bien, y con sus celos propios defiende casa, nido, mar y cueva, llora, lamenta, gime y brama; advierte que celos y sospechas me obligaron a desatino que a tus pies me rinde. NARVÁEZ: Moro, la libertad que yo te he dado me obliga a tu defensa; y sabe el cielo que te he dado tres cosas en un día, que es de ellas cada cual la más preciosa la libertad, la honra, y hoy la vida. Vuelve a Coín; pero primero jura que no has de dar a Alara pesadumbre; que si lo sé--¡por vida del Rey!--juro que he de quemar tu casa, y a ti en ella, cuando fuera Coín, Granada o Córdoba. ARRÁEZ: Yo te doy la palabra, y por Mahoma te juro de quererla y regalarla. NARVÁEZ: Parte con Dios; que buena mujer tienes en Coín, y en Alora buen amigo. Cuando alguno tratare de enojártela, acude a mí, que yo seré tu espada. ARRÁEZ: Los cielos guarden tu famosa vida.
Vase
NARVÁEZ: Esto es mi gusto; no replique nadie.
Sale NUÑO
NUÑO: Ya queda, ilustre Alcaide, en Coín Alara; mas yo no sé qué enredos son aquestos, pues parte de aquí agora su marido. NARVÁEZ: Vino en su busca, no la hallando en casa. NUÑO: Tiene aqueste camino tantas sendas, que el miedo y las celadas han causado, que le hemos siempre errado en el camino. NARVÁEZ: Mohino estoy del moro, aunque habéis visto que le he hablado tan bajo y tan humilde la culpa tengo yo de que se atrevan por la quietud con que en mi casa vivo. La buena vecindad lo causa. Basta; que yo lo enmendaré de aquí adelante; y de ese buen principio en esta noche. Nueve, los más gallardos de vosotros, ensillen sus caballos y armen luego; que quiero poner miedo a estos villanos, y que no tengan de sosiego un hora. Tú, Nuño, aquí te queda; y si te hallares para salir al campo descansado, ve, y podrásme alcanzar donde ya sabes. NUÑO: En quitándome aquestos galgamentos y mahométicos hábitos, te alcanzo. No te apartes de aquellos olivares. NARVÁEZ: Corre, que allí te aguardo. ¡Hola! ¡Secreto! No sepan en Alora que salimos.
Vanse todos, menos NUÑO
NUÑO: Extraño fue de Alara el pensamiento, en viendo la presencia de Narváez, pues en todo el camino no ha cesado de distilar mil perlas de sus ojos, de enamorada, tierna y despreciada; que la mujer con el desprecio quiere. Díjele mi razón, pero fue en vano, que tiene el alma del alcaide llena.
Sale MENDOZA, sin ver aún a NUÑO
MENDOZA: ¡Gracias al cielo, que estos muros veo, ya de mi cautiverio el cuello libre! ¡Oh generoso alcaide! claro ejemplo de aquellos capitanes felicísimos cuyas cenizas honra Italia y Grecia... mas ¿cómo es esto? Salgo de entre moros, y el primero que encuentro es moro en casa. NUÑO: Señor Mendoza. MENDOZA: ¿Quién es? NUÑO: Yo soy Nuño. MENDOZA: ¡Oh Nuño amigo! NUÑO: Muchos años goces la libertad. MENDOZA: ¿Adónde está el alcaide? NUÑO: Por el portillo entiendo que ha salido con algunos soldados, de secreto, que quiere hacer aquesta noche un robo. MENDOZA: No excuso de servirle ni de verle, y besarle las manos como a padre, por la merced de mi rescate. NUÑO: Vamos; que yo sé dónde van. MENDOZA: Pues, Nuño, ensilla. NUÑO: En quitándome aquestas sopalandas. MENDOZA: Pues ¿cómo estás ansí? Mas ya imagino que habrá por qué. NUÑO: Sabráslo en el camino.
Vanse. Salen NARVÁEZ, PERALTA, PÁEZ, ESPINOSA, ALVARADO, ORTUÑO y otros cinco soldados, todos con adargas, lanzas y acicates, lo mejor que puedan; que esta es la salida de importancia
NARVÁEZ: Todo hombre esté atento y surto, que apenas nos oiga el viento, qon tan poco movimiento, como el lobo cuando al hurto camina solo y atento; que si en los montes o llanos de los ganados cercanos hace en las piedras rüido con las manos, de corrido, se muerde las mismas manos. Creció ya la desvergüenza de esta bárbara canalla, y es lo mejor atajalla en los pasos que comienza que en los fines remedialla. Todos sois fuertes soldados, todos hidalgos, y hallados en famosas ocasiones aquí son, con las razones, los consejos excusados. Deseo hacer una presa con que envïar a Fernando, que siempre me está obligando, algún fruto de esta empresa; que ha mucho que estoy callando. Yo soy como el labrador a quien alquila el señor la viña por su tributo, pues si no le rindo el fruto, quejarse puede en rigor. PERALTA: Famoso alcaide de Alora y de la fuerte Antequera, que a Sevilla honrar pudiera, si la ocasión es agora, suceso dichoso espera; que cualquiera piensa hacer lo que se debe, a tener tu militar disciplina. PÁEZ: Gente a caballo camina. ¿Quién será? ESPINOSA: ¿Quién puede ser? NARVÁEZ: Oid; que llegan aquí.
Salen MENDOZA y NUÑO, con lanzas y adargas
NUÑO: Ellos sin duda serán. MENDOZA: ¡Mas qué encubiertos están! NARVÁEZ: ¿Quién va allá?
Aparte a NUÑO
MENDOZA: Quién somos di. NUÑO: Tus soldados, capitán. MENDOZA: Nuño y Mendoza. NARVÁEZ: ¡Oh Mendoza! la libertad justa goza mil años. MENDOZA: Dame tus pies. NARVÁEZ: Allá hablaremos después. NUÑO: ¿Qué, perdiste aquella moza? NARVÁEZ: Calla, Nuño; que me importa. Y pues aquí hay dos senderos, divididos, caballeros, será la empresa más corta. NUÑO: Vengan diez mil moros fieros; que en diez hay para diez mil. NARVÁEZ: Habla con voz más sutil. si el contrario nos aprieta, acudid a esta corneta. ALVARADO: Cualquiera contrario es vil. NARVÁEZ: Los cuatro venid conmigo, Y los cinco id por allí. Nuño, calla. NUÑO: Harélo ansí, aunque en no yendo contigo, voy sin fuerzas y sin mí. ALVARADO: ¿Por dónde, Nuño, echaremos? NUÑO: Por entre estos olivares.
Vanse NARVÁEZ, MENDOZA y otros tres soldados
ESPINOSA: ¡Plega al cielo que topemos o ganados o aduares! NUÑO: Y algún moro que almorcemos. ALVARADO: ¿Acordáisos de aquel día que solo Narváez venía? ESPINOSA: Paso; que he oído cantar. ALVARADO: Aquí podéis escuchar, que parece algarabía.
ABINDARRÁEZ, canta dentro
ABINDARRÁEZ: "En Cartama me he crïado. Nací en Granada primero, y de Alora soy frontero, y en Coín enamorado. Aunque en Granada nací y en Cartama me crïé, en Coín tengo mi fe con la libertad que di. Allí vivo adonde muero, y estoy do está mi cuidado, y de Alora soy frontero, y en Coín enamorado."
Sale ABINDARRÁEZ cuan gallardo pueda, con lanza, adarga y acicates. Habla para sí
ABINDARRÁEZ: ¡Gracias a Alá, que ya llego!
Los soldados hablan aparte
NUÑO: ¡Bizarro moro! ALVARADO: ¡Gallardo! ABINDARRÁEZ: Llévame al premio que aguardo, dulce Amor, aunque eres ciego. ESPINOSA: ¡Detente, y date a prisión! ABINDARRÁEZ: (¡Cristianos! ¡O suerte avara! Aparte De mi dicha lo jurara. ¡Oh cielo! ¿a tal ocasión? NUÑO: Date, o morirás. ABINDARRÁEZ: ¿Ansí se dan los hombres cual yo?
Pelean. Con las lanzas y adargas se ha de hacer esta batalla de cinco contra uno, porque es cosa nueva
ESPINOSA: ¿Qué hay, Peralta? PERALTA: Aquí me hirió. ALVARADO: ¡A él, que me ha herido a mí! PERALTA: ¡Bravo esfuerzo! NUÑO: ¡Extraña cosa! a cinco ha desbaratado. PERALTA: Ya está en el suelo Alvarado, y medio muerto Espinosa. Dad un silbo al gran Narváez.
Salen NARVÁEZ y cuatro soldados
NARVÁEZ: ¿Qué es esto, amigos? NUÑO: Que un moro nos mata. ABINDARRÁEZ: (¡Oh cielo que adoro, Aparte ayuda tú a Abindarráez!)
NARVÁEZ habla a los cuatro que vienen con él
NARVÁEZ: Paso, no le acometáis. Caballero fuerte y diestro, siendo tanto el valor vuestro como entre cinco mostráis, ¡Dichoso aquél que os venciese! Y aunque yo arriesgue mi vida, la juzgo por bien perdida como en vuestras manos fuese. Pero al fin he de probar; que empresa de tanta gloria sólo intentarla es vitoria. ABINDARRÁEZ: Pues alto: dadnos lugar.
Aquí batallan el alcaide NARVÁEZ y ABINDARRÁEZ
PÁEZ: A no estar el moro herido y de pelear cansado, diera al Alcaide cuidado. NARVÁEZ: Moro, date por vencido, o si no, daréte muerte. ABINDARRÁEZ: En tu mano está matarme; mas vencerme y sujetarme, en otra mano más fuerte. Tu esclavo soy. (¡ Ay de mí Aparte ¡Ay de mí! ¡Mil veces ay! Pues ya para mí no hay sino llorar que nací. ¡A tal tiempo, vil Fortuna! ¡Desespero, por Alá! Mataréme.) NARVÁEZ: Triste está. ABINDARRÁEZ: (Ya no hay esperanza alguna.) Aparte NARVÁEZ: ¿Hombre de tanto valor siente tanto el verse preso? O ¿es las heridas? ABINDARRÁEZ: No es eso. NARVÁEZ: Pues ¿qué? ABINDARRÁEZ: Desdicha es mayor. NARVÁEZ: Atáos este lienzo en ellas, o aguardad, y os le pondré. ABINDARRÁEZ: Aquí en el brazo saqué la que más me duele de ellas. (¡Oh mal trazada alegría! Aparte ¡Triste! ¿qué haré?) NARVÁEZ: ¿Qué cuidado os tiene tan lastimado? ABINDARRÁEZ: (¡Ya os perdí, señora mía! Aparte ¡Gloria mía, ya os perdí! Dulce Jarifa, mi bien, ¡Ya os perdí!) NARVÁEZ: A mi casa ven; serás preso y dueño allí. Pero holgárame en extremo saber tu pena importuna; que esto de guerra es fortuna, que mañana por mí temo. Alza ese rostro, noble caballero, porque a la libertad pierde el derecho, perdiendo en la prisión el prisionero el ánimo que debe al noble pecho. Esos suspiros tiernos, ese fiero dolor, no corresponde a lo que has hecho; ni menos es tan grande aquesta herida, que cause indicios de perder la vida. Ni tú la has estimado de manera que dejes por tu honor de aventuralla. Si es de otra causa tu tristeza fiera, dímela, que por Dios, de remedialla. ABINDARRÁEZ: Ya el alma en tu nobleza aliento espera; en vano mi temor sus penas calla. ¿Quién eres, generoso caballero? NARVÁEZ: Satisfacerte de quién soy espero. Rodrigo de Narváez soy llamado, soy alcaide de Alora y de Antequera por el rey de Castilla. ABINDARRÁEZ: ¿Que he llegado a tus manos, Alcaide? NARVÁEZ: Tente, espera. ABINDARRÁEZ: Ya no me quejo del rigor del hado, puesto que ha sido en ocasión tan fiera. Huelgo de ver, Alcaide, tu presencia, aunque me cuesta cara la experiencia. No me ha agraviado mi fortuna en nada, y pues debo estimarme por tu hacienda, no es bien que esta flaqueza afeminada de cosa tuya sin razón se entienda. Retírese tu gente, y confïada mi alma en tu palabra, ilustre prenda, sabrás mi historia y muerte de dos vidas; que no lloro prisión ni siento heridas. NARVÁEZ: Soldados, vayan todos adelante. NUÑO: ¿Quedaré yo? NARVÁEZ: Camina tú el primero.
Adelántanse los soldados; pero quedan a corta distanciá
ABINDARRÁEZ: ¡Que la Fortuna en tiempo semejante me trajo a verte, ilustre caballero! Pero, porque te dé dolor y espante, mi historia triste referirte quiero; que por ventura, porque más te obligue, sabrás qué es amor. NARVÁEZ: Di. ABINDARRÁEZ: Escucha. NARVÁEZ: Prosigue. ABINDARRÁEZ: Famoso alcaide de Alora, invicto y fuerte Narváez, a quien por tantas hazañas pudieran llamar el grande: sabrás, capitán, que a mí me llaman Abindarráez, a diferencia del viejo, que era hermano de mi padre. Nací desdichado al mundo, de la casta Abencerraje, y porque sepas la suya, escucha, ansí Dios te guarde. Hubo en Granada otro tiempo este famoso linaje, en la paz gallardo y sabio, y en las armas arrogante. Del consejo eran del Rey los ya viejos venerables, los mozos seguían la corte o en la guerra, capitanes. Amábalos todo el pueblo y aun los moros principales, y más el Rey sobre todos, con honras y oficios graves. No hicieron cosa jamás que su valor no mostrase, siendo en todo tan gentiles, valientes y liberales, que en Granada se decía que no había Abencerraje de mala disposición, necio, escaso ni cobarde. Eran maestros de todo, inventores de los trajes, de las galas, de los motes, y de otras ilustres partes. No sirvió dama ninguno que su favor nó alcanzase, ni dama llamarse pudo sin galán Abencerraje. Pero la envidia y fortuna, una vil y otra mudable, los derribaron al suelo; que siempre los altos caen. Que al Rey quisieron matar y con sus reinos alzarse, les levantaron Zegríes; si fué cierto, Dios lo sabe. Cortáronles las cabezas un triste y aciago martes, quedando de todos ellos sólo mi tío y mi padre. Derribáronles las casas, mandando la misma tarde pregonarlos por traidores y su hacienda confiscarles. No quedó en Granada alguno que este nombre se llamase, si no son los dos que digo, que no pudieron culparles. No quiso que en la ciudad los varones se crïasen, y mandó sacar las hijas en África a otras partes. Y así, a mí--¡triste!--en naciendo, me llevaron al alcaide de Cartama, hombre muy rico, ilustre en armas y sangre. Éste tenía una hija, Rodrigo, en belleza un ángel, que es el mayor bien que tengo; si otro tengo, Alá me falte. Crïóse conmigo niña, engañados y ignorantes, que ser hermanos creímos; mas no engaña el tiempo a nadie. Crïóse amor con nosotros, niños, niño; grandes, grande. Lo que pasó en este tiempo no es tiempo que aquí lo trate. Desengañónos un moro, y vimos en un instante el imposible posible, y lo posible alejarse. Casámonos de secreto; pero, en gloria semejante, que se partiese a Coín mandó Almanzor a Zoraide, y que a mí, mientras viviese, otro alcaide me dejase en Cartama, donde he estado ausente del bien que sabes. Lloramos nuestra partida, y partiendo, si se parte, concertamos que en ausencia de su padre me llamase. Fuése su padre a Granada; escribióme, y yo esta tarde aderecéme cual viste, por ir de gallardo talle. Aguardándome está agora. ¡Mira si lloro de balde, pues voy herido en prisiones, sin bien y entre tantos males! De Cartama iba a Coín, breve jornada, aunque alargue siempre la tierra el deseo, poniendo montes y mares; iba el más alegre moro que vio Granada, a casarme con mi señora Jarifa, que ya en su vida me aguarde. Véome preso y herido, y lo que siento es que pase de mi bien la coyuntura. Déjame agora matarme. NARVÁEZ: Notable es tu suceso, fuerte moro; pero, pues tanto tus desinios daña la dilación, no es justo que los pierdas; que has sido por extremo desdichado, pero hallaste el remedio en la desdicha. Y porque veas que mi virtud puede vencer a tu fortuna, si me juras volver a mi prisión dentro en tres días, libertad te daré para que vayas a gozar de Jarifa, tu señora. ABINDARRÁEZ: Beso tus pies mil veces, gran Narváez; que harás en eso, aunque es hazaña tuya, la mayor gentileza que en el mundo ha hecho caballero generoso. NARVÁEZ: ¡Ah, hidalgos!
Vuelven los soldados
PÁEZ: ¿Qué nos mandas? NARVÁEZ: Este preso, señores, si gustáis de darme, quiero salir por fïador de su rescate. PERALTA: Haced, señor, de todo a vuestro gusto. NARVÁEZ: Dadme esa mano diestra, Abindarráez. ABINDARRÁEZ: Tomad, señor. NARVÁEZ: ¿Juráis y prometéisme, como hidalgo, venir a mi castillo de Alora, y ser mi preso, al tercer día? ABINDARRÁEZ: Sí juro. NARVÁEZ: Pues partid en hora buena; y si queréis mis armas o persona, iré con vos. ABINDARRÁEZ: Vuestro caballo quiero, porque entiendo que está cansado el mío. NARVÁEZ: Tomadle, y vamos. NUÑO: Tuvo extraña dicha. ABINDARRÁEZ: Basta; que hallé el remedio en la desdicha.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

El remedio en la desdicha, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002