ACTO SEGUNDO


Cuatro labradores: BLAS, GIL, ANTÓN, BENITO
BENITO: Yo soy deste parecer. GIL: Pues asentaos y escribildo. ANTÓN: Mal hacemos en hacer entre tan pocos cabildo. BENITO: Ya se llamó desde ayer. BLAS: Mil faltas se han conocido en esta fiesta pasada. GIL: Puesto, señores, que ha sido la procesión tan honrada y el santo tan bien servido, debemos considerar que parece mal faltar en tan noble cofradía lo que agora se podría fácilmente remediar. Y cierto que, pues que toca a todos un mal que daña generalmente, que es poca devoción de toda Ocaña, y a toda Espana provoca, de nuestro santo patrón, Roque, vemos cada día aumentar la devoción una y otra cofradía, una y otra procesión en el reino de Toledo. Pues ¿por qué tenemos miedo a ningún gasto? BENITO: No ha sido sino descuido y olvido.
Entre PERIBÁÑEZ
PERIBÁÑEZ: Si en algo serviros puedo, veisme aquí, si ya no es tarde. BLAS: Peribáñez, Dios os guarde, gran falta nos habéis hecho. PERIBÁÑEZ: El no seros de provecho me tiene siempre cobarde. BENITO: Toma asiento junto a mi. GIL: ¿Dónde has estado? PERIBÁÑEZ. En Toledo, que a ver con mi esposa fui la fiesta. ANTÓN: ¿Gran cosa? PERIBÁÑEZ: Puedo decir, señores, que vi un cielo en ver en el suelo su santa iglesia, y la imagen que ser más bella recelo, si no es que a pintarla bajen los escultores del cielo; porque, quien la verdadera no haya visto en la alta esfera del trono en que está sentada, no podrá igualar en nada lo que Toledo venera. Hízose la procesión con aquella majestad que suelen, y que es razón, añadiendo autoridad el Rey en esta ocasión. Pasaba al Andalucía para proseguir la guerra. GIL: Mucho nuestra cofradía sin vos en mil cosas yerra. PERIBÁÑEZ: Pensé venir otro día y hallarme a la procesión de nuestro Roque divino, pero fue vana intención, porque mi Casilda vino con tan devota intención, que hasta que pasó la octava no pude hacella venir. GIL: ¿Que allá el señor Rey estaba? PERIBÁÑEZ: Y el Maestre, oí decir, de AIcántara y Calatrava. ¡Brava jornada aperciben! No ha de quedar moro en pie de cuantos beben y viven el Betis, aunque bien sé del modo que los reciben. Pero, esto aparte dejando, ¿de qué estábades tratando? BENITO: De la nuestra cofradía de San Roque, y, a fe mía, que el ver que has llegado cuando mayordomo están haciendo, me ha dado, Pedro, a pensar que vienes a serlo. ANTÓN: En viendo a Peribáñez entrar, lo mismo estaba diciendo. BLAS: ¿Quién lo ha de contradecir? GIL: Por mi digo que lo sea, y en la fiesta por venir se ponga cuidado y vea lo que es menester pedir. PERIBÁÑEZ: Aunque por recién casado replicar fuera razón, puesto que me habéis honrado, agravio mi devoción huyendo el rostro al cuidado. Y por servir a San Roque, la mayordomía aceto para que más me provoque a su servicio. ANTÓN: En efeto, haréis mejor lo que toque. PERIBÁÑEZ: ¿Qué es lo que falta de hacer? BENITO: Yo quisiera proponer que otro San Roque se hiciese más grande, por que tuviese más vista. PERIBÁÑEZ: Buen parecer. ¿Qué dice Gil? GIL: Que es razón, que es viejo y chico el que tiene la cofradía. PERIBÁÑEZ: ¿Y Antón? ANTÓN: Que hacerle grande conviene, y que ponga devoción. Está todo desollado el perro, y el panecillo más de la mitad quitado, y el ángel, quiero decillo, todo abierto por un lado. Y a los dos dedos, que son con que da la bendición, falta más de la mitad. PERIBÁÑEZ: Blas, ¿qué diz? BLAS: Que a la ciudad vayan hoy Pedro y Antón, y hagan aderezar el viejo a algún buen pintor, porque no es justo gastar ni hacerlo agora mayor, pudiéndole renovar. PERIBÁÑEZ: Blas dice bien, pues está tan pobre la cofradía; mas ¿cómo se llevará? ANTÓN: En vuesa pollina o mía sin daño y golpes irá de una sábana cubierto. PERIBÁÑEZ: Pues esto baste por hoy, si he de ir a Toledo. BLAS: Advierto que este parecer que doy no lleva engaño encubierto; que, si se ofrece gastar, cuando Roque se volviera San Cristóbal, sabré dar mi parte. GIL: Cuando eso fuera, ¿quién se pudiera excusar? PERIBÁÑEZ: Pues vamos, Antón, que quiero despedirme de mi esposa. ANTÓN: Yo con la imagen te espero. PERIBÁÑEZ: Llamará Casilda hermosa este mi amor lisonjero; que, aunque desculpado quedo con que el cabildo me ruega, pienso que enojarla puedo, pues en tiempo de la siega me voy de Ocaña a Toledo.
Éntrense. Salen el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR: Cuéntame el suceso todo. LEONARDO: Si de algún provecho es haber conquistado a Inés, pasa, señor, deste modo. Vino de Toledo a Ocaña Inés con tu labradora, como de su sol aurora, más blanda y menos extraña. Pasé sus calles las veces que pude, aunque con recato, porque en gente de aquel trato hay maliciosos jüeces. A baile salió una fiesta, ocasión de hablarla hallé; habléla de amor y fue la vergüenza la respuesta. Pero saliendo otro día a las eras, pude hablalla, y en el camino contalla la fingida pena mía. Ya entonces más libremente mis palabras escuchó, y pagarme prometió mi afición honestamente, porque yo le di a entender que ser mi esposa podría, aunque ella mucho temía lo que era razón temer. Pero aseguréla yo que tú, si era tu contento, harías el casamiento, y de otra manera no. Con esto está de manera que si a Casilda ha de haber puerta, por aquí ha de ser, que es prima y es bachillera. COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¡Si mi suerte al imposible inhumano de aqueste desdén villano, roca del mar siempre fuerte, hallase fácil camino! LEONARDO: ¿Tan ingrata te responde? COMENDADOR: Seguíla, ya sabes dónde, sombra de su sol divino, y, en viendo que me quitaba el rebozo, era de suerte que, como de ver la muerte, de mi rostro se espantaba. Ya le salían colores al rostro, ya se teñía de blanca nieve y hacía su furia y desdén mayores. Con efetos desiguales yo, con los humildes ojos, mostraba que sus enojos me daban golpes mortales. En todo me parecía que aumentaba su hermosura, y atrevióse mi locura, Leonardo, a llamar un día un pintor, que retrató en un naipe su desdén. LEONARDO: Y ¿parecióse? COMENDADOR: Tan bien, que después me le pasó a un lienzo grande, que quiero tener donde siempre esté a mis ojos, y me dé más favor que el verdadero. Pienso que estará acabado, tú irás por él a Toledo; pues con el vivo no puedo, viviré con el pintado. LEONARDO: Iré a servirte, aunque siento que te aflijas por mujer que la tardas en vencer lo que ella en saber tu intento. Déjame hablar con Inés, que verás lo que sucede. COMENDADOR: Si ella lo que dices puede, no tiene el mundo interés...
LUJÁN entre como segador
LUJÁN: ¿Estás solo? COMENDADOR: ¡Oh buen Luján! Sólo está Leonardo aquí. LUJÁN: ¡Albricias, señor! COMENDADOR: Si a ti deseos no te las dan ¿Qué hacienda tengo en Ocaña? LUJÁN: En forma de segador, a Peribáñez, señor (tanto el apariencia engaña), pedí jornal en su trigo, y, desconocido, estoy en su casa desde hoy. COMENDADOR: ¡Quién fuera, Luján, contigo! LUJÁN: Mañana, al salir la aurora, hemos de ir los segadores al campo; mas tus amores tienen gran remedio agora que Peribáñez es ido a Toledo, y te ha dejado esta noche a mi cuidado; porque, en estando dormido el escuadrón de la siega alrededor del portal, en sintiendo que al umbral tu seña o tu planta llega, abra la puerta, y te adiestre por donde vayas a ver esta invencible mujer. COMENDADOR: ¿Cómo quieres que te muestre debido agradecimiento Luján, de tanto favor? LUJÁN: Es el tesoro mayor del alma el entendimiento. COMENDADOR: Por qué camino tan llano has dado a mi mal remedio! Pues no estando de por medio aquel celoso villano, y abriendome tú la puerta al dormir los segadores, queda en mis locos amores la de mi esperanza abierta. ¡Brava ventura he tenido no sólo en que se partiese, pero de que no te hubiese por el disfraz conocido! ¿Has mirado bien la casa? LUJÁN: Y, ¡cómo si la miré! Hasta el aposento entré del sol que tu pecho abrasa. COMENDADOR: ¿Que has entrado a su aposento? ¿Que de tan divino sol fuiste Faetón español? ¡Espantoso atrevimiento! ¿Qué hacía aquel ángel bello? LUJÁN: Labor en un limpio estrado, no de seda ni brocado, aunque pudiera tenello, mas de azul guadamecí con unos vivos dorados que, en vez de borlas, cortados por las cuatro esquinas vi. Y como en toda Castilla dicen del agosto ya que el frio en el rostro da, y ha llovido en nuestra villa, o por verse caballeros antes del invierno frío, sus paredes, señor mío, sustentan tus reposteros. Tanto, que dije entre mí, viendo tus armas honradas: Rendidas, que no colgadas, pues amor lo quiere ansí. COMENDADOR: Antes ellas te advirtieron de que en aquella ocasión tomaban la posesión de la conquista que hicieron; porque, donde están colgadas, lejos están de rendidas. Pero, cuando fueran vidas, las doy por bien empleadas. Vuelve, no te vean aquí, que, mientras me voy a armar, querrá la noche llegar para dolerse de mi. LUJÁN: ¿Ha de ir Leonardo contigo? COMENDADOR: Paréceme discreción, porque en cualquiera ocasión es bueno al lado un amigo.
Vanse. Entran CASILDA e INÉS
CASILDA: Conmigo te has de quedar esta noche, por tu vida. INÉS: Licencia es razón que pida. Desto no te has de agraviar, que son padres en efeto. CASILDA: Enviaréles un recaudo, por que no estén con cuidado, que ya es tarde, te prometo. INÉS: Trázalo como te dé más gusto, prima querida. CASILDA: No me habrás hecho en tu vida mayor placer, a la fe. Esto debes a mi amor. INÉS: Estás, Casilda, enseñada a dormir acompañada; no hay duda, tendrás temor. Y yo mal podré suplir la falta de tu velado, que es mozo, a la fe, chapado y para hacer y decir. Yo, si viese algún rüido, cuéntame por desmayada. Tiemblo una espada envainada; desnuda, pierdo el sentido. CASILDA: No hay en casa qué temer, que duermen en el portal los segadores. INÉS: Tu mal soledad debe de ser, y temes que estos desvelos te quiten el sueño. CASILDA: Aciertas, que los desvelos son puertas para que pasen los celos desde el amor al temor y en comenzando a temer, no hay más dormir que poner con celos remedio a amor. INÉS: Pues ¿qué ocasión puede darte en Toledo? CASILDA: ¿Tú no ves que celos es aire, Inés, que vienen de cualquier parte? [INÉS:] Que de Medina venía oí yo siempre cantar. CASILDA: ¿Y Toledo no es lugar de adonde venir podría? INÉS: Grandes hermosuras tiene. CASILDA: Ahora bien, vente a cenar.
LLORENTE y MENDO, segadores
LLORENTE: A quien ha de madrugar dormir luego le conviene. MENDO: Digo que muy justo es. Los ranchos pueden hacerse. CASILDA: Ya vienen a recogerse los segadores, Inés. INÉS: Pues vamos, y a Sancho avisa el cuidado de la huerta.
Vanse
LLORENTE: Muesama acude a la puerta. Andará dándonos prisa por no estar aquí su dueño.
Entren BARTOLO y CHAPARRO, segadores
BARTOLO: A alba he de haber segado todo el repecho del prado. CHAPARRO: Si diere licencia el sueño. Buenas noches os dé Dios, Mendo y Llorente. MENDO: El sosiego no será mucho si luego habemos de andar los dos con las hoces a destajo, aquí manada, aquí corte. CHAPARRO: Pardiez, Mendo, cuando importe, bien luce el justo trabajo. Sentaos y, antes de dormir, o cantemos o contemos algo de nuevo y podremos en esto nos divertir. BARTOLO: ¿Tan dormido estáis, Llorente? LLORENTE. Pardiez, Bartol, que quisiera que en un año amaneciera cuatro veces solamente.
HELIPE y LUJÁN, segadores
HELIPE: ¿Hay para todos lugar? MENDO: ¡Oh Helipe! Bien venido. LUJÁN: Y yo, si lugar os pido, ¿podréle por dicha hallar? CHAPARRO: No faltará para vos. Aconchaos junto la puerta. BARTOLO: Cantar algo se concierta. CHAPARRO: Y aun contar algo, por Dios. LUJÁN: Quien supiere un lindo cuento, póngale luego en el corro. CHAPARRO: De mi capote me ahorro y para escuchar me asiento. LUJÁN: Va primero de canción, y luego diré una historia que me viene a la memoria. MENDO: Cantad. LLORENTE: Ya comienzo el son.
Canten con las guitarras
"Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele! Trébole, ¡ay Jesús, qué olor! Trébole de la casada, que a su esposo quiere bien; de la doncella también, entre paredes guardada, que, fácilmente engañada, sigue su primero amor. Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele! Trébole, ¡ay Jesús, qué olor! Trébole de la soltera, que tantos amores muda; trébole de la viuda, que otra vez casarse espera, tocas blancas por defuera y el faldellín de color. Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele! Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!" LUJÁN: Parecen que se han dormido. No tenéis ya que cantar. LLORENTE: Yo me quiero recostar, aunque no en trébol florido. LUJÁN: ¿Qué me detengo? Ya están los segadores durmiendo. Noche, este amor te encomiendo. Prisa los silbos me dan. La puerta le quiero abrir. ¿Eres tú, señor?
Entren el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR: Yo soy. LUJÁN: Entra presto. COMENDADOR: Dentro estoy. LUJÁN: Ya comienzan a dormir. Seguro por ellos pasa, que un carro puede pasar sin que puedan despertar. COMENDADOR: Luján, yo no sé la casa. Al aposento me guía. LUJÁN: Quédese Leonardo aquí. LEONARDO: Que me place. LUJÁN: Ven tras mí. COMENDADOR: ¡Oh amor! ¡Oh fortuna mía! ¡Dame próspero suceso!
Vanse
LLORENTE: Hola, Mendo! MENDO: ¿Qué hay, Llorente? LLORENTE: En casa anda gente. MENDO: ¿Gente? Que lo temí te confieso. ¿Así se guarda el decoro a Peribáñez? LLORENTE: No sé. Sé que no es gente de a pie. MENDO: ¿Cómo? LLORENTE: Trae capa con oro. MENDO: ¿Con oro? Mátenme aquí si no es el Comendador. LLORENTE: Demos voces. MENDO: ¿No es mejor callar? LLORENTE: Sospecho que sí. Pero ¿de qué sabes que es el Comendador? MENDO: No hubiera en Ocaña quien pusiera tan atrevidos los pies, ni aun el pensamiento, aquí. LLORENTE: Esto es casar con mujer hermosa. MENDO: ¿No puede ser que ella esté sin culpa? LLORENTE. Sí. Ya vuelven. Hazte dormido.
[Entren el COMENDADOR y LUJÁN]
COMENDADOR: ¡Ce! ¡Leonardo! LEONARDO. ¿Qué hay, señor? COMENDADOR. Perdí la ocasión mejor que pudiera haber tenido. LEONARDO: ¿Cómo? COMENDADOR: Ha cerrado y muy bien el aposento esta fiera. LEONARDO: Llama. COMENDADOR: ¡Si gente no hubiera...! Mas despertarán también. LEONARDO: No harán, que son segadores, y el vino y cansancio son candados de la razón y sentidos exteriores. Pero escucha, que han abierto la ventana del portal. COMENDADOR: Todo me sucede mal. LEONARDO: ¿Si es ella? COMENDADOR. Tenlo por cierto.
A la ventana con un rebozo, CASILDA
CASILDA: ¿Es hora de madrugar, amigos? COMENDADOR: Señora mía, ya se va acercando el día y es tiempo de ir a segar. Demás que, saliendo vos, sale el sol, y es tarde ya. Lástima a todos nos da de veros sola, por Dios. No os quiere bien vuestro esposo, pues a Toledo se fue y os deja una noche. A fe que si fuera tan dichoso el Comendador de Ocaña --que sé yo que os quiere bien, aunque le mostráis desdén y sois con él tan extraña--, que no os dejara, aunque el Rey por sus cartas le llamara; que dejar sola esa cara nunca fue de amantes ley. CASILDA: Labrador de lejas tierras, que has venido a nuesa villa convidado del agosto, ¿quién te dio tanta malicia? Ponte tu tosca antiparra, del hombro el gabán derriba, la hoz menuda en el cuello, los dediles en la cinta. Madruga al salir del alba, mira que te llama el día, ata las manadas secas sin maltratar las espigas. Cuando salgan las estrellas, a tu descanso camina, y no te metas en cosas de que algún mal se te siga. El Comendador de Ocaña servirá dama de estima, no con sayuelo de grana ni con saya de palmilla. Copete traerá rizado, gorguera de holanda fina, no cofia de pinos tosca, y toca de argentería. En coche o silla de seda los disantos irá a misa, no vendrá en carro de estacas de los campos a las viñas. Dirále en cartas discretas requiebros a maravilla, no labradores desdenes envueltos en señorías. Olerále a guantes de ámbar, a perfumes y pastillas, no a tomillo ni cantueso, poleo y zarzas floridas. Y cuando el Comendador me amase como a su vida, y se diesen virtud y honra por amorosas mentiras, más quiero yo a Peribáñez con su capa la pardilla que al Comendador de Ocaña con la suya guarnecida. Más precio verle venir en su yegua la tordilla, la barba llena de escarcha y de nieve la camisa, la ballesta atravesada, y del arzón de la silla dos perdices conejos, y el podenco de traílla, que ver al Comendador con gorra de seda rica, y cubiertos de diamantes los brahones y capilla; que más devoción me causa la cruz de piedra en la ermita, que la roja de Santiago en su bordada ropilla. Vete, pues, el segador, mala fuese la tu dicha, que si Peribáñez viene no verás la luz del día. COMENDADOR: Quedo, señora. ¡Señora! Casilda, amores, Casilda, yo soy el Comendador; abridme, por vuestra vida. Mirad que tengo que daros dos sartas de perlas finas y una cadena esmaltada de más peso que la mía. CASILDA: Segadores de mi casa, no durmáis, que con su risa os está llamando el alba. Ea, relinchos y grita, que al que a la tarde viniere con más manadas cogidas, le mando el sombrero grande con que va Pedro a las viñas.
Quítase de la ventana
MENDO: Llorente, muesa ama llama. LUJÁN: Huye, señor, huye aprisa, que te ha de ver esta gente. COMENDADOR: ¡Ah, crüel sierpe de Libia! Pues aunque gaste mi hacienda, mi honor, mi sangre y mi vida, he de rendir tus desdenes, tengo de vencer tus iras.
Vanse el COMENDADOR [LUJÁN y LEONARDO]
BARTOLO: Yérguete cedo, Chaparro, que viene a gran prisa el día. CHAPARRO: Ea, Helipe, que es muy tarde. HELIPE: Pardiez, Bartol, que se miran todos los montes bañados de blanca luz por encima. LLORENTE: Seguidme todos, amigos, porque muesama no diga que porque muesamo falta andan las hoces baldías.
Éntrense todos relinchando. Salen PERIBÁÑEZ, y el PINTOR y ANTÓN
PERIBÁÑEZ: Entre las tablas que vi de devoción o retratos, adonde menos ingratos los pinceles conocí, una he visto que me agrada o porque tiene primor, o porque soy labrador y lo es también la pintada. Y pues ya se concertó el aderezo del santo, reciba yo favor tanto que vuelva a mirarla yo. PINTOR: Vos tenéis mucha razón, que es bella la labradora. PERIBÁÑEZ: Quitalda del clavo ahora, que quiero enseñarla a Antón. ANTÓN: Ya la vi, mas, si queréis, también holgaré de vella. PERIBÁÑEZ: Id, por mi vida, por ella. PINTOR: Yo voy.
Vase
PERIBÁÑEZ: Un ángel veréis. ANTÓN: Bien sé yo por qué miráis la villana con cuidado. PERIBÁÑEZ: Sólo el traje me le ha dado, que en el gusto os engañáis. ANTÓN: Pienso que os ha parecido que parece a vuestra esposa. PERIBÁÑEZ: ¿Es Casilda tan hermosa? ANTÓN: Pedro, vos sois su marido, a vos os está más bien alaballa que no a mí.
Sale el PINTOR con el retrato de CASILDA, grande
PINTOR: La labradora está aquí. PERIBÁÑEZ: (Y mi deshonra también.) Aparte PINTOR: ¿Qué os parece? PERIBÁÑEZ: Que es notable. ¿No os agrada, Antón? ANTÓN: Es cosa a vuestros ojos hermosa y a los del mundo admirable. PERIBÁÑEZ: Id, Antón, a la posada y ensillad mientras que voy. ANTÓN: (Puesto que ignorante soy, Aparte Casilda es la retratada, y el pobre de Pedro está abrasándose de celos.) Adiós.
Váyase ANTÓN
PERIBÁÑEZ: No han hecho los cielos cosa, señor, como ésta. ¡Bellos ojos! ¡Linda boca! ¿De dónde es esta mujer? PINTOR: No acertarla a conocer a imaginar me provoca que no está bien retratada-- porque dónde vos nació. PERIBÁÑEZ: ¿En ócaña? PINTOR: Sí. PERIBÁÑEZ: Pues yo conozco una desposada a quien algo se parece. PINTOR: Yo no sé quién es, mas sé que a hurto la retraté, no como agora se ofrece, mas en un naipe. De allí a este lienzo la he pasado. PERIBÁÑEZ: Ya sé quién la ha retratado. Si acierto, ¿diréislo? PINTOR: Sí. PERIBÁÑEZ: El Comendador de Ocaña. PINTOR: Por saber que ella no sabe el amor de hombre tan grave, que es de lo mejor de España, me atrevo a decir que es él. PERIBÁÑEZ: Luego, ¿ella no es sabidora? PINTOR: Como vos antes de agora; antes, por ser tan fïel, tanto trabajo costó el poderla retratar. PERIBÁÑEZ: ¿Queréismela a mi fïar, y llevársela yo? PINTOR: No me han pagado el dinero. PERIBÁÑEZ: Yo os daré todo el valor. PINTOR: Temo que el Comendador se enoje, y mañana espero un lacayo suyo aquí. PERIBÁÑEZ: Pues, ¿sábelo ese lacayo? PINTOR: Anda veloz como un rayo por rendirla. PERIBÁÑEZ: Ayer le vi, y le quise conocer. PINTOR: ¿Mandáis otra cosa? PERIBÁÑEZ: En tanto que nos reparáis el santo, tengo de venir a ver mil veces este retrato. PINTOR: Como fuéredes servido. Adiós.
Vase el PINTOR
PERIBÁÑEZ: ¿Qué he visto y oído cielo airado, tiempo ingrato? Mas si de este falso trato no es cómplice mi mujer, ¿cómo doy a conocer mi pensamiento ofendido? Porque celos de marido no se han de dar a entender. Basta que el Comendador a mi mujer solicita, basta que el honor me quita, debiéndome dar honor. Soy vasallo, es mi señor, vivo en su amparo y defensa; si en quitarme el honor piensa, quitarélo yo la vida. que la ofensa acometida ya tiene fuerza de ofensa. Erré en casarme, pensado que era una hermosa mujer toda la vida un placer que estaba el alma pasando; pues no imaginé que, cuando la riqueza poderosa me la mirara envidiosa, la codiciara también. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa! Don Fadrique me retrata a mi mujer, luego ya haciendo dibujo está contra el honor que me mata. Si pintada me maltrata la honra, es cosa forzosa que venga a estar peligrosa la verdadera también. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa! Mal lo miró mi humildad en buscar tanta hermosura, mas la virtud asegura la mayor dificultad. Retirarme a mi heredad es dar puerta vergonzosa a quien cuanto escucha glosa y trueca en mal todo el bien. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa! Pues, también salir de Ocaña es el mismo inconveniente, y mi hacienda no consiente que viva por tierra extraña. ¡Cuánto me ayuda me daña! Pero hablaré con mi esposa, aunque es ocasión odiosa pedirle celos también. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa!
Vase. Salen LEONARDO y el COMENDADOR
COMENDADOR: Por esta casta, como digo, manda su majestad,Leonardo que le envíe de Ocaña y de su tierra alguna gente. LEONARDO: ¡Y qué piensas hacer? COMENDADOR: Que se echen bandos y que se alisten de valientes mozos hasta doscientos hombres, repartidos en dos lucida compañías, ciento de gente labradora y ciento hidalgos. LEONARDO: ¿Y no será mejor hidalgos todos? COMENDADOR: No caminas al paso de mi intento, y así vas lejos de mi pensamiento. De estos cien labradores hacer quiero cabeza y capitán a Peribáñez, y con esta invención tenelle ausente. LEONARDO: ¡Extrañas cosas piensan los amantes! COMENDADOR: Amor es guerra y cuanto piensa, ardides. ¿Si habrá venido ya? LEONARDO: Luján me dijo que a comer le esperaban y que estaba Casilda llena de congoja y miedo. Supe después de Inés que no diría cosa de lo pasado aquella noche y que, de acuerdo de las dos, pensaba disimular, por no causarle pena; a que, viéndola triste y afligida, no se atreviese a declarar su pecho, lo que después para servirte haría. COMENDADOR: ¡Rigurosa mujer! ¡Maldiga el cielo el punto en que caí, pues no he podido desde entonces, Leonardo, levantarme de los umbrales de su puerta! LEONARDO: Calla, que más fuerte era Troya y la conquista derribó sus murallas por el suelo. Son estas labradoras encogidas y, por hallarse indignas, las más veces niegan, señor, lo mismo que desean. Ausenta a su marido honradamente, que tú verás el fin de tu deseo. COMENDADOR: Quiéralo mi ventura, que te juro que, habiendo sido en tantas ocasiones tan animoso como sabe el mundo, en ésta voy con un temor notable. LEONARDO: Bueno será saber si Pedro viene. COMENDADOR: Parte, Leonardo, y de tu Inés te informa, sin que pases la calle ni levantes los ojos a ventana o puerta suya. LEONARDO: Exceso es ya tan gran desconfïanza, porque ninguno amó sin esperanza.
Vase LEONARDO
COMENDADOR: Cuentan de un rey que a un árbol adoraba, y que un mancebo a un mármol asistía, a quien, sin dividirse noche y día, sin amores y quejas le contaba. Pero el que un tronco y una piedra amaba, más esperanza de su bien tenía, pues, en fin, acercársele podía, y a hurto de la gente le abrazaba. ¡Mísero yo, que adoro en otro muro colgada aquella ingrata y verde hiedra, cuya dureza enternecer procuro! Tal es el fin que mi esperanza medra; mas, pues que de morir estoy seguro, ¡plega al amor que te convierta en piedra!
Vase. Salen PERIBÁÑEZ y ANTÓN
PERIBÁÑEZ: Vos os podéis ir, Antón, a vuestra casa, que es justo. ANTÓN: Y vos, ¿no fuera razón? PERIBÁÑEZ: Ver mis segadores gusto, pues llego a buena ocasión. que la haza cae aquí. ANTÓN: ¿Y no fuera mejor haza vuestra Casilda? PERIBÁÑEZ: Es ansí, pero quiero darles traza de lo que han de hacer, por mí. Id a ver vuesa mujer, y a la mía así de paso decid que me quedo a ver nuestra hacienda. ANTÓN: (¡Extraño caso! Aparte No quiero darle a entender que entiendo su pensamiento.) Quedad con Dios.
Vase ANTÓN
PERIBÁÑEZ: Él os guarde. Tanta es la afrenta que siento, que sólo por entrar tarde hice aqueste fingimiento. ¡Triste yo! Si no es culpada Casilda, ¿por qué rehúyo el verla? ¡Ay mi prenda amada! Para tu gracia atribuyo mi fortuna desgraciada. Si tan hermosa no fueras, claro está que no le dieras al señor Comendador causa de tan loco amor. Estos son mi trigo y eras. ¡Con qué diversa alegría, oh campos, pensé miraros cuando contento vivía! Porque viniendo a sembraros, otra esperanza tenía. Con alegre corazón pensé de vuestras espigas henchir mis trojes, que son agora eternas fatigas de mi perdida opinión.
Voces
Mas quiero disimular, que ya sus relinchos siento. Oírlos quiero cantar, porque en ajeno instrumento comienza el alma a llorar.
Dentro grita como que siegan
MENDO: Date más priesa, Bartol, mira que la noche baja, y se va a poner el sol. BARTOLO: Bien cena quien bien trabaja, dice el refrán español. LLORENTE: Échote una pulla, Andrés: que te bebas media azumbre. CHAPARRO: Échame otras dos, Ginés. PERIBÁÑEZ: Todo me da pesadumbre, todo mi desdicha es. MENDO: Canta, Llorente, el cantar de la mujer de muesamo. PERIBÁÑEZ: ¿Qué tengo más que esperar? La vida, cielos, desamo. ¿Quién me la quiere quitar?
Canta un SEGADOR
SEGADOR: "La mujer de Peribáñez hermosa es a maravilla; el Comendador de Ocaña de amores la requería. La mujer es virtüosa cuanto hermosa y cuanto linda; mientras Pedro está en Toledo de esta suerte respondía: Más quiero yo a Peribáñez con su capa la pardilla, que no a vos, Comendador, con la vuesa guarnecida." PERIBÁÑEZ: Notable aliento he cobrado con oír esta canción, porque lo que ésta ha cantado las mismas verdades son que en mi ausencia habrán pasado. ¡Oh cuánto le debe al cielo quien tiene buena mujer! Que el jornal dejan, recelo. Aquí me quiero esconder. ¡Ojalá se abriera el suelo! Que aunque en gran satisfacción, Casilda, de ti me pones, pena tengo con razón, porque honor que anda en canciones tiene dudosa opinión.
Vase. Salen INÉS y CASILDA
CASILDA: ¿Tú me habías de decir desatino semejante? INÉS: Deja que pase adelante. CASILDA: Ya, ¿cómo te puedo oír? INÉS: Prima, no me has entendido, y este preciarte de amar a Pedro te hace pensar que ya está Pedro ofendido. Lo que yo te digo a ti es cosa que a mí me toca. CASILDA: ¿A ti? INÉS: Sí. CASILDA: Yo estaba loca. Pues si a ti te toca, di. INÉS: Leonardo, aquel caballero del Comendador, me ama y por su mujer me quiere. CASILDA: Mira, prima, que te engaña. INÉS: Yo sé, Casilda, que soy su misma vida. CASILDA: Repara que son sirenas los hombres, que para matarnos cantan. INÉS: Yo tengo cédula suya. CASILDA: Inés, plumas y palabras todas se las lleva el viento. Muchas damas tiene Ocaña con ricos dotes, y tú ni eres muy rica ni hidalga. INÉS: Prima, si con el desdén que agora comienzas, tratas al señor Comendador, falsas son mis esperanzas, todo mi remedio impides. CASILDA: ¿Ves, Inés, cómo te engañas, pues por que me digas eso quiere fingir que te ama? INÉS: Hablar bien no quita honor, que yo no digo que salgas a recibirle a la puerta ni a verle por la ventana. CASILDA: Si te importara la vida, no le mirara la cara. Y advierte que no le nombres, o no entres más en mi casa, que del ver viene el oír, y de las locas palabras vienen las infames obras.
PERIBÁÑEZ con una alforjas en las manos
PERIBÁÑEZ: ¡Esposa! CASILDA: ¡Luz de mi alma! PERIBÁÑEZ: ¿Estás buena? CASILDA: Estoy sin ti. ¿Vienes bueno? PERIBÁÑEZ: El verte basta para que salud me sobre. ¡Prima! INÉS: ¡Primo! PERIBÁÑEZ: ¿Qué me falta, si juntas os veo? CASILDA: Estoy a nuestra Inés obligada, que me ha hecho compañía lo que has faltado de Ocaña. PERIBÁÑEZ: A su casamiento rompas dos chinelas argentadas, y yo los zapatos nuevos que siempre en bodas se calzan. CASILDA: ¿Qué me traes de Toledo? PERIBÁÑEZ: Deseos, que por ser carga tan pesada, no he podido traerte joyas ni galas. Con todo, te traigo aquí para esos pies, que bien hayan, unas chinelas abiertas que abrochan cintas de nácar. Traigo más: seis tocas rizas, y para prender las sayas dos cintas de vara y media con sus herretes de plata. CASILDA: Mil años te guarde el cielo. PERIBÁÑEZ: Sucedióme una desgracia, que a la fe que fue milagro llegar con vida a mi casa. CASILDA: ¡Ay, Jesús! Toda me turbas. PERIBÁÑEZ: Caí de unas cuestas altas sobre una piedras. CASILDA: ¿Qué dices? PERIBÁÑEZ: Que si no me encomendara al santo en cuyo servicio caí de la yegua baya, a estas horas estoy muerto. CASILDA: Toda me tienes helada. PERIBÁÑEZ: Prometíle la mejor prenda que hubiese en mi casa para honor de su capilla, y así quiero que mañana quiten estos reposteros que nos harán poca falta, y cuelguen en las paredes de aquella su ermita santa en justo agradecimiento. CASILDA: Si fueran paños de Francia, de oro, seda, perlas, piedras, no replicara palabra. PERIBÁÑEZ: Pienso que nos está bien que no están en nuestra casa paños con armas ajenas; no murmuren en Ocaña que un villano labrador cerca su inocente cama de paños comendadores llenos de blasones y armas. Timbre y plumas no están bien entre el arado y la pala, bieldo, trillo y azadón, que en nuestras pareces blancas no han de estar cruces de seda, sino de espigas y pajas con algunas amapolas, manzanillas y retamas. Yo, ¿qué moros he vencido para castillos y bandas? Fuera de que sólo quiero que haya imágenes pintadas: la Anunciación, la Asunción, San Francisco con sus llagas, San Pedro mártir, San Blas contra el mal de la garganta, San Sebastián y San Roque, y otras pinturas sagradas, que retratos es tener en las pareces fantasmas. Uno vi yo, que quisiera... Pero no quisiera nada. Vamos a cenar, Casilda, y apercíbanme la cama. CASILDA: ¿No estás bueno? PERIBÁÑEZ: Bueno estoy.
Sale LUJÁN
LUJÁN: Aquí un crïado te aguarda del Comendador. PERIBÁÑEZ: ¿De quién? LUJÁN: Del Comendador de Ocaña. PERIBÁÑEZ: Pues, ¿qué me quiere a estas horas? LUJÁN: Eso sabrás si le hablas. PERIBÁÑEZ: ¡Eres tú aquel segador que anteayer entró en mi casa? LUJÁN: ¿Tan presto me desconoces? PERIBÁÑEZ: Donde tantos hombres andan, no te espantes. LUJÁN: (Malo es esto.) Aparte INÉS: (Con muchos sentidos habla.) Aparte PERIBÁÑEZ: (¿El Comendador a mí? Aparte ¡Ay, honra, al cuidado ingrata! Si eres vidrio, al mejor vidrio cualquiera golpe le basta.)
Vase. Salen LEONARDO y el COMENDADOR

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Peribáñez, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002