PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA

Lope de Vega

Texto basado en varios impresos tempranos y modernos de PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA. Fue preparado por Vern Williamsen en esta forma electrónica en el año 1995.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Boda de villanos. El CURA; INÉS, madrina; COSTANZA, labradora; CASILDA, novia; PERIBÁÑEZ; MÚSICOS, de labradores
INÉS: Largos años os gocéis. COSTANZA: Si son como yo deseo, casi inmortales seréis. CASILDA: Por el de serviros, creo que merezco que me honréis. CURA: Aunque no parecen mal, son excusadas razones para cumplimiento igual, ni puede haber bendiciones que igualen con el misal. Hartas os dije; no queda cosa que deciros pueda el más deudo, el más amigo. INÉS: Señor doctor, yo no digo más de que bien les suceda. CURA: Espérolo en Dios, que ayuda a la gente virtüosa. Mi sobrina es muy sesuda. PERIBÁÑEZ: Sólo con no ser celosa saca este pleito de duda CASILDA: No me deis vos ocasión, que en mi vida tendré celos. PERIBÁÑEZ: Por mi no sabréis qué son. INÉS: Dicen que al amor los cielos le dieron esta pensión. CURA: Sentaos, y alegrad el día en que sois uno los dos. PERIBÁÑEZ: Yo tengo harta alegría en ver que me ha dado Dios tan hermosa compañía. CURA: Bien es que a Dios se atribuya, que en el reino de Toledo no hay cara como la suya. CASILDA: Si con amor pagar puedo, esposo, la afición tuya, de lo que debiendo quedas me estás en obligación. PERIBÁÑEZ: Casilda, mientras no puedas excederme en afición, no con palabras me excedas. Toda esta villa de Ocaña poner quisiera a tus pies, y aun todo aquello que baña Tajo hasta ser portugués, entrando en el mar de España. El olivar más cargado de aceitunas me parece menos hermoso, y el prado que por el mayo florece, sólo del alba pisado. No hay camuesa que se afeite que no te rinda ventaja, ni rubio y dorado aceite conservado en la tinaja, que me cause más deleite. Ni el vino blanco imagino de cuarenta años tan fino como tu boca olorosa, que como al señor la rosa le güele al villano el vino. Cepas que en diciembre arranco y en octubre dulce mosto, ni mayo de lluvias franco, ni por los fines de agosto la parva de trigo blanco, igualan a ver presente en mi casa un bien, que ha sido prevención más excelente para el invierno aterido y para el verano ardiente. Contigo, Casilda, tengo cuanto puedo desear, y sólo el pecho prevengo; en él te he dado lugar, ya que a merecerte vengo. Vive en él; que si un villano por la paz del alma es rey, que tú eres reina está llano, ya porque es divina ley, y ya por derecho humano. Reina, pues, que tan dichosa te hará el cielo, dulce esposa, que te diga quien te vea: la ventura de la fea pasóse a Casilda hermosa. CASILDA: Pues yo ¿cómo te diré lo menos que miro en ti, que lo más del alma fue? Jamás en el baile oí son que me bullese el pie, que tal placer me causase cuando el tamboril sonase, por más que el tamborilero chíllase con el guarguero y con el palo tocase. En mañana de San Juan nunca más placer me hicieron la verbena y arrayán, ni los relinchos me dieron el que tus voces me dan. ¿Cuál adufe bien templado, cuál salterio te ha igualado? ¿Cuál pendón de procesión, con sus borlas y cordón, a tu sombrero chapado? No hay pies con zapatos nuevos como agradan tus amores; eres entre mil mancebos hornazo en Pascua de Flores con sus picos y sus huevos. Pareces en verde prado toro bravo y rojo echado; pareces camisa nueva, que entre jazmines se lleva en azafate dorado. Pareces cirio pascual y mazapán de bautismo, con capillo de cendal, y paréceste a ti mismo, porque no tienes igual. CURA: Ea, bastan los amores, que quieren estos mancebos bailar y ofrecer. PERIBÁÑEZ: Señores, pues no sois en amor nuevos, perdón. MÚSICO: Ama hasta que adores.
Canten y danzan
"Dente parabienes el mayo garrido, los alegres campos, las fuentes y ríos. Alcen las cabezas los verdes alisos, y con frutos nuevos almendros floridos. Echen las mañanas, después del rocío, en espadas verdes guarnición de lirios. Suban los ganados por el monte mismo que cubrió la nieve, a pacer tomillos."
Folia
"Y a los nuevos desposados eche Dios su bendición; parabién les den los prados, pues hoy para en uno son."
Vuelva a danzar
"Montañas heladas y soberbios riscos, antiguas encinas y robustos pinos, dad paso a las aguas en arroyos limpios, que a los valles bajan de los hielos fríos. Canten ruiseñores, y con dulces silbos sus amores cuenten a estos verdes mirtos. Fabriquen las aves con nuevo artificio para sus hijuelos amorosos nidos."
Folia
"Y a los nuevos desposados eche Dios su bendicion; parabien les den los prados, pues hoy para en uno son."
Hagan gran ruido y entre BARTOLO, labrador
CURA: ¿Qué es aquello? BARTOLO: ¿No lo veis en la grita y el rüido? CURA: ¿Mas que el novillo han traído? BARTOLO: ¿Cómo un novillo? Y aun tres. Pero el tiznado que agora traen del campo, ¡voto al sol, que tiene brío español! No se ha encintado en una hora. Dos vueltas ha dado a Bras, que ningún italiano se ha vido andar tan liviano por la maroma jamás. A la yegua de Antón Gil, del verde recién sacada, por la panza desgarrada se le mira el perejil. No es de burlas, que a Tomás, quitándole los calzones, no ha quedado en opiniones, aunque no barbe jamás. El nueso Comendador, señor de Ocaña y su tierra, bizarro a picarle cierra, más gallardo que un azor. ¡Juro a mi, si no tuviera cintero el novillo! CURA: ¿Aquí no podrá entrar? BARTOLO: Antes si. CURA: Pues, Pedro, de esa manera, allá me subo al terrado. COSTANZA: Dígale alguna oración, que ya ve que no es razón irse, señor licenciado. CURA: Pues oración ¿a qué fin? COSTANZA: ¿A qué fin? De resistillo. CURA: Engáñaste, que hay novillo que no entiende bien latín.
Éntrese
COSTANZA: Al terrado va sin duda. La grita creciendo va.
Voces
INÉS: Todas iremos allá, que, atado, al fin, no se muda. BARTOLO: Es verdad, que no es posible que más que la soga alcance.
Vanse
PERIBÁÑEZ: ¿Tú quieres que intente un lance? CASILDA: ¡Ay no, mi bien, que es terrible! PERIBÁÑEZ: Aunque más terrible sea, de los cuernos le asiré, y en tierra con éI daré, por que mi valor se vea. CASILDA: No conviene a tu decoro el día que te has casado, ni que un recién desposado se ponga en cuernos de un toro. PERIBÁÑEZ: Si refranes considero, dos me dan gran pesadumbre; que a la cárcel, ni aun por lumbre, y de cuernos, ni aun tintero. Quiero obedecer.
Ruido dentro
CASILDA: ¡Ay Dios! ¿Qué es esto?
Dentro
¡Que gran desdicha! CASILDA: Algún mal hizo por dicha. PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, estando aquí los dos?
BARTOLO vuelve
BARTOLO: ¡Oh, que nunca le trujeran, pluguiera al cielo, del soto! A la fe, que no se alaben de aquesta fiesta los mozos. Oh, mal hayas, el novillo! ¡Nunca en el abril llovioso halles yerba en verde prado, más que si fuera en agosto; siempre te venza el contrario cuando estuvieres celoso, y por los bosques bramando, halles secos los arroyos; mueras en manos del vulgo, a pura garrocha, en coso; no te mate caballero con lanza o cuchillo de oro; mal lacayo por detrás, con el acero mohoso, te haga sentar por fuerza, y manchar en sangre el polvo! PERlBANEZ: Repórtate ya, si quieres, y dinos lo que es, Bartolo; que no maldijera más Zamora a Bellido Dolfos. BARTOLO: El Comendador de Ocaña, mueso señor generoso, en un bayo que cubrían moscas negras pecho y lomo, mostrando por un bozal de plata el rostro fogoso, y lavando en blanca espuma un tafetán verde y rojo, pasaba la calle acaso, y viendo correr el toro, caló la gorra y sacó de la capa el brazo airoso. Vibró la vara, y las piernas puso al bayo, que era un corzo y al batir los acicates, revolviendo el vulgo loco, trabó la soga al caballo y cayó en medio de todos. Tan grande fue la caída, que es el peligro forzoso. Pero ¿qué os cuento, si aquí le trae la gente en hombros?
El COMENDADOR entre algunos labradores; dos lacayos de librea, MARÍN y LUJÁN; borceguíes, capa y gorra
SANCHO: Aquí estaba el licenciado y lo podrán absolver. INÉS: Pienso que se fue a esconder. PERlBANEZ: Sube, Bartolo, al terrado. BARTOLO: Voy a buscarle.
Vase
PERlBANEZ: Camina. LUJÁN: Por silla vamos los dos en que llevarle, si Dios llevársele determina. MARÍN: Vamos, Luján, que sospecho que es muerto el Comendador. LUJÁN: El corazón de temor me va saltando en el pecho.
Vanse
CASlLDA: Id vos, porque me parece, Pedro, que algo vuelve en sí, y traed agua. PERIBÁÑEZ: Si aquí el Comendador muriese, no vivo más en Ocaña. ¡Maldita la fiesta sea!
Vanse todos. Queden CASILDA y el COMENDADOR en una silla, y ella tomándole las manos
CASILDA: ¡Oh qué mal el mal se emplea en quien es la flor de España! ¡Ah gallardo caballero! ¡Ah valiente lidiador! ¿Sois vos quien daba temor con ese desnudo acero a los moros de Granada? ¿Sois vos quien tantos mató? ¡Una soga derribó a quien no pudo su espada! Con soga os hiere la muerte; mas será por ser ladrón de la gloria y opinión de tanto capitán fuerte. ¡Ah señor Comendador! COMENDADOR: ¿Quién llama? ¿Quién está aquí? CASILDA: ¡Albricias, que habló! COMENDADOR: ¡Ay de mí! ¿Quién eres? CASILDA: Yo soy, señor. No os aflijáis, que no estáis donde no os desean más bien que vos mismo, aunque también quejas, mi senor, tengáis de haber corrido aquel toro. Haced cuenta que esta casa aunque es vuestra hoy. COMENDADOR: ¡Pasa todo el humano tesoro! Estuve muerto en el suelo, y como ya lo creí, cuando los ojos abrí, pensé que estaba en el cielo. Desengañadme, por Dios, que es justo pensar que sea cielo donde un hombre vea que hay ángeles como vos. CASILDA: Antes por vuestras razones podría yo presumir que estáis cerca de morir. COMENDADOR: ¿Cómo? CASILDA: Porque veis visiones. Y advierta vueseñoría que, si es agradecimiento de hallarse en el aposento desta humilde casa mía, de hoy solamente lo es. COMENDADOR: ¿Sois la novia, por ventura? CASILDA: No por ventura, si dura y crece este mal después, venido por mi ocasión. COMENDADOR: ¿Que vos estáis ya casada? CASILDA: Casada y bien empleada. COMENDADOR: Pocas hermosas lo son. CASILDA: Pues por eso he yo tenido la ventura de la fea. COMENDADOR: (¡Que un tosco villano sea Aparte desta hermosura marido!) ¿Vuestro nombre? CASILDA: Con perdón, Casilda, señor, me nombro. COMENDADOR: (De ver su traje me asombro Aparte y su rara perfección: diamante en plomo engastado.) ¡Dichoso el hombre mil veces a quien tu hermosura ofreces! CASILDA: No es él el bien empleado; yo lo soy, Comendador; créalo su señoría. COMENDADOR: Aun para ser mujer mía tenéis, Casilda, valor. Dame licencia que pueda regalarte.
PERIBÁÑEZ entre
PERIBÁÑEZ: No parece el licenciado. Si crece el accidente... CASILDA: Ahí te queda, porque ya tiene salud don Fadrique, mi señor. PERIBÁÑEZ: Albricias te da mi amor. COMENDADOR: Tal ha sido la virtud desta piedra celestial.
Salen MARÍN y LUJÁN, lacayos
MARÍN: Ya dicen que ha vuelto en sí. LUJÁN: Señor, la silla está aquí. COMENDADOR: Pues no pase del portal, que no he menester ponerme en ella. LUJÁN: ¡Gracias a Dios! COMENDADOR: Esto que os debo a los dos, si con salud vengo a verme, satisfaré de manera que conozcáis lo que siento vuestro buen acogimiento. PERIBÁÑEZ: Si a vuestra salud pudiera, señor, ofrecer la mía, no lo dudéis. COMENDADOR. Yo Io creo. LUJÁN: ¿Qué sientes? COMENDADOR: Un gran deseo que cuando entré no tenía. LUJÁN: No lo entiendo. COMENDADOR: Importa poco. LUJÁN: Yo hablo de tu caída. COMENDADOR: En peligro está mi vida por un pensamiento loco.
Váyanse; queden CASILDA y PERIBÁÑEZ
PERlBANEZ: Parece que va mejor. CASlLDA: Lástima, Pedro, me ha dado. PERlBANEZ: Por mal agüero he tomado que caiga el Comendador. ¡Mal haya la fiesta, amén, el novillo y quien le ató! CASlLDA: No es nada, luego me habló. Antes lo tengo por bien, por que nos haga favor si ocasión se nos ofrece. PERlBANEZ: Casilda, mi amor merece satisfacción de mi amor. Ya estamos en nuestra casa, su dueño y mío has de ser; ya sabes que la mujer para obedecer se casa, que así se lo dijo Dios en el principio del mundo; que en eso estriba, me fundo, la paz y el bien de los dos. Espero amores de ti que has de hacer gloria mi pena. CASlLDA: ¿Qué ha de tener para buena una mujer? PERIBÁÑEZ: Oye. CASILDA: Di. PERlBANEZ: Amar y honrar su marido es letra de este abecé, siendo buena por la B, que es todo el bien que te pido. Haráte cuerda la C, la D dulce, y entendida la E, y la F en la vida firme, fuerte y de gran fe. La G grave, y para honrada la H, que con la I te hará ilustre, si de ti queda mi casa ilustrada. Limpia serás por la L, y por la M maestra de tus hijos, cual lo muestra quien de sus vicios se duele. La N te enseña un no a solicitudes locas, que éste no, que aprenden pocas, está en la N y la O. La P te hará pensativa, la Q bien quista, la R con tal razón que destierre toda locura excesiva. Solicita te ha de hacer de mi regalo la S, la T tal que no pudiese hallarse mejor mujer. La V te hará verdadera, la X buena cristiana, letra que en la vida humana has de aprender la primera. Por la Z has de guardarte de ser zelosa, que es cosa que nuestra paz amorosa puede, Casilda, quitarte. Aprende este canto llano, que con aquesta cartilla, tú serás flor de la villa, y yo el mas noble villano. CASILDA: Estudiaré, por servirte, las letras de ese abecé; pero dime si podré otro, mi Pedro, decirte, si no es acaso licencia. PERIBÁÑEZ: Antes yo me huelgo. Di, que quiero aprender de ti. CASILDA: Pues escucha, y ten paciencia. La primera letra es A, que altanero no has de ser; por la B no me has de hacer burla para siempre ya. La C te hará compañero en mis trabajos; la D dadivoso, por la fe con que regalarte espero. La F de fácil trato, la G galán para mi, la H honesto, y la I sin pensamiento de ingrato. Por la L liberal, y por la M el mejor marido que tuvo amor, porque es el mayor caudal. Por la N no serás necio, que es fuerte castigo; por la O sólo conmigo todas las horas tendrás. Por la P me has de hacer obras de padre; porque quererme por la Q, será ponerme en la obligación que cobras. Por la R regalarme, y por la S servirme, por la T tenerte firme, por la V verdad tratarme, por la X con abiertos brazos imitarla ansí,
Abrázale
y como estamos aquí estemos después de muertos. PERIBÁÑEZ: Yo me ofrezco, prenda mía, a saber este abecé. ¿Quieres más? CASILDA: Mi bien no sé si me atreva el primer día a pedirte un gran favor. PERIBÁÑEZ: Mi amor se agravia de ti. CASILDA: ¿Cierto? PERIBÁÑEZ: Sí. CASILDA: Pues oye . PERIBÁÑEZ: Di cuánto se obliga mi amor. CASILDA: El día de la Asunción se acerca; tengo deseo de ir a Toledo, y creo que no es gusto, es devoción de ver la imagen también del Sagrario, que aquel día sale en procesión. PERIBÁÑEZ: La mía es tu voluntad, mi bien. Tratemos de la partida. CASILDA: Ya por la G me pareces galán; tus manos mil veces beso. PERIBÁÑEZ: A tus primas convida, y vaya un famoso carro. CASILDA: ¿Tanto me quieres honrar? PERIBÁÑEZ: Allá te pienso comprar. CASILDA: Dilo. PERIBÁÑEZ: ...un vestido bizarro.
Éntrense. Salga el COMENDADOR y LEONARDO, criado
COMENDADOR: Llámame, Leonardo, presto a Luján. LEONARDO: Ya le avisé, pero estaba descompuesto. COMENDADOR: Vuelve a llamarle. LEONARDO: Yo iré . COMENDADOR: Parte. LEONARDO: (¿En qué ha de parar esto? Aparte Cuando se siente mejor, tiene más melancolía, y se queja sin dolor. Sospiros al aire envía: ¡mátenme si no es amor! )
Váyase
COMENDADOR: Hermosa labradora, más bella, más lucida que ya del sol vestida la colorada aurora; sierra de blanca nieve que los rayos de amor vencer se atreve: parece que cogiste con esas blancas manos en los campos lozanos que el mayo adorna y viste cuantas flores agora Céfiro engendra en el regazo a Flora. Yo vi los verdes prados llamar tus plantas bellas por florecer con ellas, de su nieve pisados, y vi de tu labranza nacer al corazón verde esperanza. ¡Venturoso el villano que tal agosto ha hecho del trigo de tu pecho con atrevida mano, y que con blanca barba verá en sus eras de tus hijos parva! Para tan gran tesoro de fruto sazonado el mismo sol dorado te preste el carro de oro, o el que forman estrellas, pues las del norte no serán tan bellas. Por su azadón trocara mi dorada cuchilla, a Ocaña tu casilla, casa en que el sol repara. ¡Dichoso tú, que tienes en la troj de tu lecho tantos bienes!
Entre LUJÁN
LUJÁN: Perdona, que estaba el bayo necesitado de mí. COMENDADOR: Muerto estoy, matóme un rayo; aún dura, Luján, en mí la fuerza de aquel desmayo. LUJÁN: ¿Todavía persevera, y aquella pasión te dura? COMENDADOR: Como va el fuego a su esfera, el alma a tanta hermosura sube cobarde y ligera. Si quiero, Luján, hacerme amigo deste villano, donde el honor menos duerme que en el sutil cortesano, ¿qué medio puede valerme? ¿Será bien decir que trato de no parecer ingrato al deseo que mostró, hacerle algún bien? LUJÁN: Si yo quisiera bien, con recato, quiero decir, advertido de un peligro conocido, primero que a la mujer, solicitara tener la gracia de su marido. Éste, aunque es hombre de bien y honrado entre sus iguales, se descuidará también si le haces obras tales, como por otros se ven. Que hay marido que, obligado, procede más descuidado en la guarda de su honor: que la obligación, señor, descuida el mayor cuidado. COMENDADOR: ¿Qué le daré por primeras señales? LUJÁN: Si consideras lo que un labrador adulas, será darle un par de mulas más que si a Ocaña le dieras. Éste es el mayor tesoro de un labrador. Y a su esposa, unas arracadas de oro; que con Angélica hermosa esto escriben de Medoro: Reinaldo fuerte en roja sangre bana por Angélica el campo de Agramante; Roldán valiente, gran señor de Anglante, cubre de cuerpos la marcial campana; la furia Malgesí del cetro engaña; sangriento corre el fiero Sacripante; cuanto le pone la ocasión delante, derriba al suelo Ferragut de España. Mas, mientras los gallardos paladines armados tiran tajos y reveses, presentóle Medoro unos chapines, y entre unos verdes olmos y cipreses gozó de amor los regalados fines, y la tuvo por suya trece meses. COMENDADOR: No pintó mal el poeta lo que puede el interés. LUJÁN: Ten por opinión discreta la del dar, porque al fin es la más breve y más secreta. Los servicios personales son vistos públicamente y dan del amor señales. El interés diligente que negocia por metales, dicen que lleva los pies todos envueltos en lana. COMENDADOR: ¡Pues alto, venza interés! LUJÁN: Mares y montañas allana y tú lo verás después. COMENDADOR: Desde que fuiste conmigo, Luján, al Andalucía, y fui en la guerra testigo de tu honra y valentía, huelgo de tratar contigo todas las cosas que son de gusto y secreto, a efeto de saber tu condición; que un hombre de bien discreto es digno de estimación en cualquier parte o lugar que le ponga su fortuna; y yo te pienso mudar deste oficio. LUJÁN: Si en alguna cosa te puedo agradar, mándame, y verás mi amor, que yo no puedo, señor, ofrecerte otras grandezas. COMENDADOR: Sácame destas tristezas. LUJÁN: Este es el medio mejor. COMENDADOR: Pues vamos, y buscarás el par de mulas más bello que él haya visto jamás. LUJÁN: Ponles ese yugo al cuello, que antes de un hora verás arar en su pecho fiero surcos de afición, tributo de que tu cosecha espero; que en trigo de amor, no hay fruto si no se siembra dinero.
Váyanse. Salen INÉS, COSTANZA Y CASILDA
CASILDA: No es tarde para partir INÉS: El tiempo es bueno y es llano todo el camino. COSTANZA: En verano suelen muchas veces ir en diez horas, y aun en menos. ¿Qué galas llevas, Inés? INÉS: Pobres y el talle que ves. COSTANZA: Yo llevo unos cuerpos llenos de pasamanos de plata. INÉS: Desabrochado el sayuelo, salen bien. CASILDA: De terciopelo sobre encarnada escarlata los pienso llevar, que son galas de mujer casada. COSTANZA: Una basquiña prestada me daba Inés, la de Antón. Era palmilla gentil de Cuenca, si allá se teje, y obligame a que la deje Menga, la de Blasco Gil, porque dice que el color no dice bien con mi cara. INÉS: Bien sé yo quién te prestara una faldilla mejor. COSTANZA: ¿Quién? INÉS: Casilda. CASILDA: Si tú quieres, la de grana blanca es buena, o la verde, que está llena de vivos. COSTANZA: Liberal eres y bien acondicionada; mas si Pedro ha de reñir, no te la quiero pedir, y guárdete Dios, casada. CASILDA: No es Peribáñez, Costanza, tan mal acondicionado. INÉS: ¿Quiérete bien tu velado? CASILDA: ¿Tan presto temes mudanza? No hay en esta villa toda novios de placer tan ricos; pero aún comemos los picos de las roscas de la boda. INÉS: ¿Dícete muchos amores? CASILDA: No sé yo cuáles son pocos; sé que mis sentidos locos lo están de tantos favores. Cuando se muestra el lucero, viene del campo mi esposo de su cena deseoso; siéntele el alma primero, y salgo a abrille la puerta, arrojando el almohadilla, que siempre tengo en la villa quien mis labores concierta. Él de la mula se arroja, y yo me arrojo en sus brazos; tal vez de nuestros abrazos la bestia hambrienta se enoja y, sintiéndola gruñir, dice: En dándole la cena al ganado, cara buena, volverá Pedro a salir. Mientras él paja les echa, ir por cebada me manda; yo la traigo, el la zaranda y deja la que aprovecha. Revuélvela en el pesebre, y allí me vuelve a abrazar, que no hay tan bajo lugar que el amor no le celebre. Salimos donde ya está dándonos voces la olla, porque el ajo y la cebolla, fuera del olor que da por toda nuestra cocina, tocan a la cobertera el villano de manera que a bailalle nos inclina. Sácola en limpios manteles, no en plata, aunque yo quisiera; platos son de Talavera, que están vertiendo claveles. Aváhole su escodilla de sopas con tal primor, que no la come mejor el señor de muesa villa; y él lo paga, porque a fe, que apenas bocado toma, de que, como a su paloma, lo que es mejor no me dé. Bebe y deja la mitad, bébole las fuerzas yo, traigo olivas, y si no, es postre la voluntad. Acabada la comida, puestas las manos los dos, dámosle gracias a Dios por la merced recibida, y vámonos a acostar, donde le pesa al aurora cuando se llega la hora de venirnos a llamar. INÉS: ¡Dichosa tú, casadilla, que en tan buen estado estás! Ea, ya no falta más sino salir de la villa.
Entre PERIBÁÑEZ
CASILDA: ¿Esta el carro aderezado? PERIBÁÑEZ: Lo mejor que puede está. CASILDA: Luego ¿pueden subir ya? PERIBÁÑEZ: Pena, Casilda, me ha dado el ver que el carro de Bras lleva alfombra y repostero. CASILDA: Pídele a algún caballero. INÉS: Al Comendador podrás. PERIBÁÑEZ: El nos mostraba afición, y pienso que nos le diera. CASILDA: ¿Qué se pierde en ir? PERIBÁÑEZ: Espera, que a la fe que no es razón que vaya sin repostero. INÉS: Pues vámonos a vestir. CASILDA: También le puedes pedir. PERIBÁÑEZ: ¿Qué, mi Casilda? CASILDA: ...un sombrero. PERIBÁÑEZ: Eso no. CASILDA: ¿Por qué? ¿Es exceso? PERIBÁÑEZ: Porque plumas de señor podrán darnos por favor a ti viento y a mi peso.
Vanse todos. Entre el COMENDADOR, y LUJÁN
COMENDADOR: Ellas son con extremo. LUJÁN: Yo no he visto mejores bestias, por tu vida y mía, en cuantas he tratado, y no son pocas. COMENDADOR: Las arracadas faltan. LUJÁN: Dijo el dueño que cumplen a estas yerbas los tres años, y costaron lo mismo que le diste, habrá un mes, en la feria de Mansilla, y que saben muy bien de albarda y silla. COMENDADOR: ¿De qué manera, di, Luján, podremos darlas a Peribáñez, su marido, que no tenga malicia en mi propósito? LUJÁN: Llamándole a tu casa, y previniéndole de que estás a su amor agradecido. Pero cáusame risa en ver que hagas tu secretario en cosas de tu gusto un hombre de mis prendas. COMENDADOR: No te espantes; que sirviendo mujer de humildes prendas, es fuerza que lo trate con las tuyas. Si sirviera una dama, hubiera dado parte a mi secretario o mayordomo, o a algunos gentilhombres de mi casa. Estos hicieran joyas y buscaran cadenas de diamantes, brincos, perlas, telas, rasos, damascos, terciopelos, y otras cosas extrañas y exquisitas, hasta en Arabia procurar la fénix; pero la calidad de lo que quiero me obliga a darte parte de mis cosas, Luján, aunque eres mi lacayo; mira que para comprar mulas eres propio, de suerte que yo trato el amor mío de la manera misma que él me trata. LUJÁN: Ya que no fue tu amor, señor, discreto, el modo de tratarle lo parece.
Entre LEONARDO
LEONARDO: Aquí está Peribáñez. COMENDADOR: ¿Quién, Leonardo? LEONARDO: Peribáñez, señor. COMENDADOR: ¿Qué es lo que dices? LEONARDO: Digo que me pregunta Peribáñez por ti, y yo pienso bien que le conoces. Es Peribánez, labrador de Ocaña, cristiano viejo y rico, hombre tenido en gran veneración de sus iguales, y que, si se quisiese alzar agora en esta villa, seguirán su nombre cuantos salen al campo con su arado, porque es, aunque villano, muy honrado. LUJÁN: ¿De qué has perdido el color? COMENDADOR: ¡Ay cielos! ¡Que de sólo venir el que es esposo de una mujer que quiero bien, me sienta descolorir, helar y temblar todo! LUJÁN: Luego ¿no ternás ánimo de verle? COMENDADOR: Di que entre, que del modo que a quien ama, la calle, las ventanas y las rejas agradables le son, y en las criadas parece que ve el rostro de su dueño, así pienso mirar en su marido la hermosura por quien estoy perdido.
Sale PERIBÁÑEZ con capa
PERIBÁÑEZ: Dame tus generosos pies. COMENDADOR: ¡Oh Pedro! Seas mil veces bien venido. Dame otras tantas tus brazos. PERIBÁÑEZ: ¡Señor mío! ¡Tanta merced a un rústico villano de los menores que en Ocaña tienes! ¡Tanta merced a un labrador! COMENDADOR: No eres indigno, Peribáñez, de mis brazos, que, fuera de ser hombre bien nacido, y por tu entendimiento y tus costumbres honra de los vasallos de mi tierra, te debo estar agradecido, y tanto, cuanto ha sido por ti tener la vida, que pienso que sin ti fuera perdida. ¿Qué quieres de esta casa? PERIBÁÑEZ: Señor mío, yo soy, ya lo sabrás, recién casado. Los hombres, y de bien, cual lo profeso, hacemos, aunque pobres, el oficio que hicieron los galanes de palacio. Mi mujer me ha pedido que la lleve a la fiesta de agosto, que en Toledo es, como sabes, de su santa iglesia celebrada de suerte que convoca a todo el reino. Van también sus primas. Yo, señor, tengo en casa pobres sargas, no franceses tapices de oro y seda, no reposteros con doradas armas, ni coronados de blasón y plumas los timbres generosos; y así, vengo a que se digne vuestra señoría de prestarme una alfombra y repostero para adornar el carro, y le suplico que mi ignorancia su grandeza abone, y como enamorado me perdone. COMENDADOR: ¿Estás contento, Peribáñez? PERIBÁÑEZ: Tanto, que no trocara a este sayal grosero la encomienda mayor que el pecho cruza de vuestra señoría, porque tengo mujer honrada, y no de mala cara, buena cristiana, humilde, y que me quiere no sé si tanto como yo la quiero, pero con más amor que mujer tuvo. COMENDADOR: Tenéis razón de amar a quien os ama, por ley divina y por humanas leyes; que a vos eso os agrada como vuestro. ¡Hola! Dalde el alfombra mequinesa con ocho reposteros de mis armas, y pues hay ocasión para pagarle el buen acogimiento de su casa, adonde hallé la vida, las dos mulas que compré para el coche de camino, y a su esposa llevad las arracadas, si el platero las tiene ya acabadas. PERIBÁÑEZ: Aunque bese la tierra, señor mío, en tu nombre mil veces, no te pago una mínima parte de las muchas que debo a las mercedes que me haces. Mi esposa y yo, hasta aquí vasallos tuyos, desde hoy somos esclavos de tu casa. COMENDADOR: Ve, Leonardo, con él. LEONARDO: Vente conmigo.
Vanse
COMENDADOR: Luján, ¿qué te parece? LUJÁN: Que se viene la ventura a tu casa. COMENDADOR: Escucha aparte: el alazán al punto me adereza, que quiero ir a Toledo rebozado, porque me lleva el alma esta villana. LUJÁN: ¿Seguirla quieres? COMENDADOR: Sí, pues me persigue, por que este ardor con verla se mitigue.
Váyanse. Entren con acompañamiento el rey ENRIQUE y el CONDESTABLE
CONDESTABLE: Alegre está la ciudad, y a servirte apercibida, con la dichosa venida de tu sacra majestad. Auméntales el placer ser víspera de tal día. ENRIQUE: El deseo que tenía me pueden agradecer. Soy de su rara hermosura el mayor apasionado. CONDESTABLE: Ella, en amor y en cuidado, notablemente procura mostrar agradecimiento. ENRIQUE: Es octava maravilla, es corona de Castilla, es su lustre y ornamento; es cabeza, Condestable, de quien los miembros reciben vida, con que alegres viven; es a la vista admirable. Como Roma, está sentada sobre un monte que ha vencido los siete por quien ha sido tantos siglos celebrada. Salgo de su santa iglesia con admiración y amor. CONDESTABLE: Este milagro, señor, vence al antiguo de Efesia. ¿Piensas hallarte mañana en la procesión? ENRIQUE: Iré, para ejemplo de mi fe, con la imagen soberana, que la querría obligar a que rogase por mí en esta jornada.
Un PAJE entre
PAJE: Aquí tus pies vienen a besar dos regidores, de parte de su noble ayuntamiento. ENRIQUE: Di que lleguen.
Salen dos REGIDORES
REGIDOR: Esos pies besa, gran señor, Toledo y dice que, para darte respuesta con breve acuerdo a lo que pides, y es justo, de la gente y el dinero, junto sus nobles, y todos, de común consentimiento, para la jornada ofrecen mil hombres de todo el reino y cuarenta mil ducados. ENRIQUE: Mucho a Toledo agradezco el servicio que me hace; pero es Toledo en efeto. ¿Sois caballeros los dos? REGIDOR: Los dos somos caballeros . ENRIQUE: Pues hablad al Condestable mañana, por que Toledo vea que en vosotros pago la que a su nobleza debo.
Entren INÉS y COSTANZA y CASILDA con sombreros de borlas y vestidos de labradoras a uso de la Sagra y PERIBÁÑEZ y el COMENDADOR, de camino, detrás
INÉS: Pardiez, que tengo de verle, pues hemos venido a tiempo que está el Rey en la ciudad. COSTANZA: ¡Oh qué gallardo mancebo! INÉS: Este llaman don Enrique Tercero. CASILDA: ¡Qué buen tercero! PERIBÁÑEZ: Es hijo del Rey don Juan el Primero, y así, es nieto del Segundo don Enrique, el que mató al Rey don Pedro, que fue Guzmán por la madre, y valiente caballero; aunque más lo fue el hermano, pero, cayendo en el suelo, valióse de la fortuna, y de los brazos asiendo, a Enrique le dio la daga, que agora se ha vuelto cetro. INÉS: ¿Quién es aquél tan erguido que habla con él? PERIBÁÑEZ: Cuando menos el Condestable. CASILDA: ¿Que son los reyes de carne y hueso? COSTANZA: Pues ¿de qué pensabas tú? CASILDA: De damasco o terciopelo. COSTANZA: ¡Si que eres boba en verdad! COMENDADOR: (Como sombra voy siguiendo Aparte el sol de aquesta villana, y con tanto atrevimiento, que de la gente del Rey el ser conocido temo. Pero ya se va al alcázar.)
Vase el rey y su gente
INÉS: ¡Hola! El Rey se va. COSTANZA: Tan presto, que aún no he podido saber si es barbirrubio o taheño. INÉS: Los reyes son a la vista, Costanza, por el respeto, imágenes de milagros, porque siempre que los vemos, de otra color nos parecen.
LUJÁN entre con Un PINTOR
LUJÁN: Aquí está. PINTOR: ¿Cuál dellos? LUJÁN: ¡Quedo! Señor, aquí está el pintor. COMENDADOR: ¡Oh amigo! PINTOR: A servirte vengo. COMENDADOR: ¿Traes el naipe y colores? PINTOR: Sabiendo tu pensamiento, colores y naipe traigo. COMENDADOR: Pues con notable secreto, de aquellas tres labradoras me retrata la de en medio, luego que en cualquier lugar tomen con espacio asiento. PINTOR: Que será dificultoso temo, pero yo me atrevo a que se parezca mucho. COMENDADOR: Pues advierte lo que quiero. Si se parece en el naipe, deste retrato pequeño quiero que hagas uno grande con más espacio en un lienzo. PINTOR: ¿Quiéresle entero? COMENDADOR: No tanto; basta que de medio cuerpo, mas con las mismas patenas, sartas, camisa y sayuelo. LUJÁN: Allí se sientan a ver la gente. PINTOR: Ocasión tenemos. Yo haré el retrato. PERIBÁÑEZ: Casilda, tomemos aqueste asiento para ver las luminarias. INÉS: Dicen que al ayuntamiento traerán bueyes esta noche. CASILDA: Vamos, que aquí los veremos sin peligro y sin estorbo. COMENDADOR: Retrata, pintor, al cielo todo bordado de nubes, y retrata un prado ameno todo cubierto de flores. PINTOR: Cierto que es bella en extremo. LUJÁN: Tan bella que está mi amo todo cubierto de vello, de convertido en salvaje. PINTOR: La luz faltará muy presto. COMENDADOR: No lo temas, que otro sol tiene en sus ojos serenos, siendo estrellas para ti, para mi rayos de fuego.

FIN DEL PRIMER ACTO

Peribáñez, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002