ACTO SEGUNDO


Salen DUARDO, LAURENCIO y FENISO
FENISO: En fin, ha pasado un mes y no se casa Liseo. DUARDO: No siempre mueve el deseo el codicioso interés. LAURENCIO: ¿De Nise la enfermedad ha sido causa bastante? FENISO: Ver a Finea ignorante templará su voluntad. LAURENCIO: Menos lo está que solía. Temo que amor ha de ser artificioso a encender piedra tan helada y fría. DUARDO: ¡Tales milagros ha hecho en gente rústica Amor! FENISO: No se tendrá por menor dar alma a su rudo pecho. LAURENCIO: Amor, señores, ha sido aquel ingenio profundo que llaman alma del mundo, y es el doctor que ha tenido la cátedra de las ciencias; porque sólo con amor aprende el hombre mejor sus divinas diferencias. Así lo sintió Platón; esto Aristóteles dijo; que como del cielo es hijo, es todo contemplación; de ella nació el admirarse, y de admirarse nació el filosofar, que dio luz, con que pudo fundarse toda ciencia artificial, y a amor se ha de agradecer que el deseo de saber es al hombre natural. Amor, con fuerza süave, dio al hombre el saber sentir; dio leyes para vivir político, honesto y grave. Amor repúblicas hizo; que la concordia nació de amor, con que a ser volvió lo que la guerra deshizo Amor dio lengua a las aves, vistió la tierra de frutos, y como prados enjutos rompió el mar con fuertes naves. Amor enseñó a escribir altos y dulces concetos, como de su causa efetos Amor enseñó a vestir al más rudo, al más grosero de la elegancia fue Amor el maestro; el inventor fue de los versos primero; la música se le debe y la pintura. Pues ¿quién dejará de saber bien como sus efetos pruebe? No dudo de que a Finea, como ella comience a amar, la deje Amor de enseñar, por imposible que sea. FENISO: Está bien pensado ansí. ¿Y su padre lleva intento, por dicha, en el casamiento, que ame y sepa? DUARDO: Y yo de aquí infamando amores locos, en limpio vengo a sacar que pocos deben de amar en lugar que saben pocos. FENISO: ¡Linda malicia! LAURENCIO: ¡Extremada! FENISO: ¡Difícil cosa es saber! LAURENCIO: Sí, pero fácil creer que sabe, el que poco o nada. FENISO: ¡Qué divino entendimiento tiene Nise! DUARDO: ¡Celestial! FENISO: ¿Cómo, siendo necio el mal, ha tenido atrevimiento para hacerle estos agravios, de tal ingenio desprecios? LAURENCIO: Porque de sufrir a necios suelen enfermar los sabios. DUARDO: ¡Ella viene!
Salen NISE y CELIA
FENISO: Y con razón se alegra cuanto la mira. NISE: Mucho la historia me admira. CELIA: Amores pienso que son fundados en el dinero, NISE: Nunca fundó su valor sobre dineros Amor; que busca el alma primero. DUARDO: Señora, a vuestra salud, hoy cuantas cosas os ven dan alegre parabién y tienen vida y quietud; que como vuestra virtud era el sol que se la dio, mientras el mal la eclipsó también lo estuvieron ellas; que hasta ver vuestras estrellas Fortuna el tiempo corrió. Mas como la primavera sale con pies de marfil y el vario velo sutil tiende en la verde ribera, corre el agua lisonjera y están riñendo las flores, sobre tomar las colores; así vos salís trocando el triste tiempo y sembrando en campos de almas amores. FENISO: Ya se ríen estas fuentes, y son perlas las que fueron lágrimas, con que sintieron esas estrellas ausentes; ya las aves sus corrientes hacen instrumentos claros, con que quieren celebraros. Todo se anticipa a veros, y todo intenta ofreceros con lo que puede alegraros. Pues si con veros hacéis tales efetos agora donde no hay alma, señora, más de la que vos ponéis, en mí ¿qué muestras haréis, qué señales de alegría, este venturoso día, después de tantos enojos, siendo vos sol de mis ojos, siendo vos alma en la mía? LAURENCIO: A estar sin vida llegué el tiempo que no os serví; que fue lo que más sentí, aunque sin mi culpa fue. Yo vuestros males pasé, como cuerpo que animáis; vos movimiento de dais; yo soy instrumento vuestro, que en mi vida y salud muestro todo lo que vos pasáis. Parabién me den a mí de la salud que hay en vos, pues que pasamos los dos el mismo mal en que os vi. Solamente os ofendí, aunque la disculpa os muestro, en que este mal que fue nuestro, sólo tenerle debía, no vos, que sois alma mía, yo sí, que soy cuerpo vuestro. NISE: Pienso que de oposición me dais los tres parabién. LAURENCIO: Y es bien, pues lo sois por quien viven los que vuestros son. NISE: Divertíos, por mi vida, cortándome algunas flores los dos, pues con sus colores la diferencia os convida de este jardín, porque quiero hablar a Laurencio un poco. DUARDO: Quien ama y sufre, o es loco o necio. FENISO: Tal premio espero. DUARDO: No son vanos mis recelos. FENISO: Ella le quiere. DUARDO: Yo haré un ramillete de fe, pero sembrado de celos.
Vanse DUARDO y FENISO
LAURENCIO: Ya se han ido. ¿Podré yo, Nise, con mis brazos darte parabién de tu salud? NISE: ¡Desvía, fingido, fácil, lisonjero, engañador, loco, inconstante, mudable; hombre que en un mes de ausencia --que bien merece llamarse ausencia la enfermedad-- el pensamiento mudaste! Pero mal dije en un mes, porque puedes disculparte con que creíste mi muerte, y si mi muerte pensaste, con gracioso sentimiento, pagaste el amor que sabes, mudando el tuyo en Finea. LAURENCIO: ¿Qué dices? NISE: Pero bien haces; tú eres pobre, tú, discreto; ella rica e ignorante; buscaste lo que no tienes, y lo que tienes dejaste. Discreción tienes, y en mí la que celebradas antes dejas con mucha razón; que dos ingenios iguales no conocen superior; y ¿por dicha imaginaste que quisiera yo el imperio que a los hombres debe darse? El oro que no tenías, tenerle solicitaste enamorando a Finea. LAURENCIO: Escucha... NISE: ¿Qué he de escucharte? LAURENCIO: ¿Quién te ha dicho que yo he sido en un mes, tan inconstante? NISE: ¿Parécete poco un mes? Yo te disculpo, no hables; que la luna está en el cielo, sin intereses mortales, y en un mes, y aun algo menos, está creciente y menguante. Tú en la tierra, y de Madrid, donde hay tantos vendavales de intereses en los hombres, no fue milagro mudarte. Dile, Celia, lo que has visto. CELIA: Ya, Laurencio, no te espantes de que Nise, mi señora, de esta manera te trate; yo sé que has dicho a Finea requiebros... LAURENCIO: ¡Que me levantes. Celia, tales testimonios!... CELIA: Tú sabes que son verdades; y no sólo tú a mi dueño ingratamente pagaste, pero tu Pedro, el que tiene de tus secretos las llaves, ama a Clara tiernamente. ¿Quieres que más te declare? LAURENCIO: Tus celos han sido, Celia, y quieres que yo los pague. ¿Pedro a Clara, aquella boba? NISE: Laurencio, si le enseñaste, ¿por qué te afrentas de aquello en que de ciego no caes? Astrólogo me pareces, que siempre de ajenos males, sin reparar en los suyos, largos pronósticos hacen. ¡Qué bien empleas tu ingenio! "De Nise confieso el talle mas no es sólo el exterior el que obliga a los que saben." ¡Oh, quién os oyera juntos!... Debéis de hablar en romances, porque un discreto y un necio no pueden ser consonantes. ¡Ay, Laurencio, qué buen pago de fe y amor tan notable! Bien dicen que a los amigos prueba la cama y la cárcel. Yo enfermé de mis tristezas y de no verte ni hablarte sangráronme muchas veces; ¡bien me alegraste la sangre! Por regalos tuyos tuve mudanzas, traiciones, fraudes; pero, pues tan duros fueron, di que me diste diamantes. Ahora bien. ¡Esto cesó! LAURENCIO: ¡Oye, aguarda!... NISE: ¿Que te aguarde? Pretende tu rica boba, aunque yo haré que se case más presto que tú lo piensas. LAURENCIO: ¡Señora!...
Sale LISEO y asga LAURENCIO a NISE
LISEO: (Esperaba tarde Aparte los desengaños; mas ya no quiere Amor que me engañe). NISE: ¡Suelta! LAURENCIO: ¡No quiero! LISEO: ¿Qué es esto? NISE: Dice Laurencio que rasgue unos versos que me dio, de cierta dama ignorante, y yo digo que no quiero. LAURENCIO: Tú podrá ser que lo alcances de Nise; ruégalo tú. LISEO: Si algo tengo que rogarte, haz algo por mis memorias y rasga lo que tú sabes. NISE: ¡Dejadme los dos!
Vanse NISE y CELIA
LAURENCIO: ¡Qué airada! LISEO: Yo me espanto que te trate con estos rigores Nise. LAURENCIO: Pues, Liseo, no te espantes que es defeto en los discretos, tal vez, el no ser afables. LISEO: ¿Tienes qué hacer? LAURENCIO: Poco o nada. LISEO: Pues vámonos esta tarde por el Prado arriba. LAURENCIO: Vamos, dondequiera que tú mandes. LISEO: Detrás de los Recoletos quiero hablarte. LAURENCIO: Si hablarme no es con las lenguas que dicen sino con las lenguas que hacen, aunque me espanto que sea, dejaré caballo y pajes. LISEO: Bien puedes.
Vase LISEO
LAURENCIO: Yo voy tras ti. ¡Qué celoso y qué arrogante! Finea es boba y, sin duda, de haberle contado nace, mis amores y papeles. Ya para consejo es tarde; que deudas y desafíos a que los honrados salen, para trampas se dilatan, y no es bien que se dilaten.
Vase LAURENCIO. Salen un MAESTRO de danzar y FINEA
MAESTRO: ¿Tan presto se cansa? FINEA: Sí. Y no quiero danzar más. MAESTRO: Como no danza a compás, hase enfadado de sí. FINEA: ¡Por poco diera de hocicos, saltando! Enfadada vengo. ¿Soy yo urraca, que andar tengo por casa, dando salticos? Un paso, otro contrapaso, floretas, otra floreta... ¡Qué locura! MAESTRO: (¡Qué imperfeta Aparte cosa, en un hermoso vaso poner la Naturaleza licor de un alma tan ruda! Con que yo salgo de duda que no es alma la belleza). FINEA: Maestro... MAESTRO: ¿Señora mía?... FINEA: Trae mañana un tamboril. MAESTRO: Ése es instrumento vil, aunque de mucha alegría. FINEA: Que soy más aficionada al cascabel os confieso. MAESTRO: Es muy de caballos eso. FINEA: Haced vos lo que me agrada; que no es mucha rustiqueza el traellos en los pies. Harto peor pienso que es traellos en la cabeza. MAESTRO: (Quiero seguille el humor). Aparte Yo haré lo que me mandáis. FINEA: Id danzando cuando os vais. MAESTRO: Yo agradezco el favor, pero llevaré tras mí mucha gente. FINEA: Un pastelero, un sastre y un zapatero ¿llevan la gente tras sí? MAESTRO: No; pero tampoco ellos por la calle haciendo va sus oficios. FINEA: ¿No podrán, si quieren? MAESTRO: Podrán hacellos; y yo no quiero danzar. FINEA: Pues no entréis aquí. MAESTRO: No haré. FINEA: Ni quiero andar en un pie, ni dar vueltas, ni saltar. MAESTRO: Ni yo enseñar las que sueñan disparates atrevidos. FINEA: No importa; que los maridos son los que mejor enseñan. MAESTRO: ¿Han visto la mentecata?... FINEA: ¿Qué es mentecata, villano? MAESTRO: ¡Señora, tened la mano! Es una dama que trata con gravedad y rigor a quien la sirve. FINEA: ¿Ésa es? MAESTRO: Puesto que vuelve después con más blandura y amor. FINEA: ¿Es eso cierto? MAESTRO: ¿Pues no? FINEA: Yo os juro, aunque nunca ingrata, que no hay mayor mentecata en todo el mundo que yo. MAESTRO: El creer es cortesía; adiós, que soy muy cortés.
Vase el MAESTRO y sale CLARA
CLARA: ¿Danzaste? FINEA: ¿Ya no lo ves? Persígueme todo el día con leer, con escribir, con danzar, ¡y todo es nada!... Sólo Laurencio me agrada. CLARA: ¿Cómo te podré decir una desgracia notable? FINEA: Hablando; porque no hay cosa de decir dificultosa, a mujer que viva y hable. CLARA: Dormir en día de fiesta, ¿es malo? FINEA; Pienso que no; aunque si Adán se durmió, buena costilla le cuesta. CLARA: Pues si nació la mujer de una dormida costilla, que duerma no es maravilla. FINEA: Agora vengo a entender sólo con esa advertencia, por qué se andan tras nosotras los hombres, y en unas y otras hacen tanta diligencia; que, si aquesto no es asilla deben de andar a buscar su costilla, y no hay parar hasta topar su costilla. CLARA: Luego, si para el que amó un año, y dos, harto bien, ¿le dirán los que le ven que su costilla topó? FINEA: A lo menos, los casados. CLARA: ¡Sabia estás! FINEA: Aprendo ya; que me enseña Amor, quizá, con lecciones de cuidados. CLARA: Volviendo al cuento: Laurencio me dio un papel para ti; púseme a hilar --¡ay de mía, cuánto provoca el silencio!--, metí en el copo el papel, y como hilaba al candil y es la estopa tan sutil, aprendióse el copo en él. Cabezas hay disculpadas, cuando duermen sin cojines y sueños como rocines que vienen con cabezadas. Apenas el copo ardió, cuando, puesta en él de pies, me chamusqué, ya lo ves... FINEA: ¿Y el papel? CLARA: Libre quedó, como el Santo de Pajares. Sobraron estos renglones en que hallarás más razones que en mi cabeza aladares. FINEA: ¿Y no se podrán leer? CLARA: Toma y lee. FINEA: Yo sé poco. CLARA: ¡Dios libre de un fuego loco la estopa de la mujer!
Sale OCTAVIO y habla aparte
OCTAVIO: (Yo pienso que me canso en enseñarla, porque es querer labrar con vidrio un pórfido; ni el danzar ni el leer aprender puede, aunque está menos ruda que solía). FINEA: ¡Oh, padre mentecato y generoso! ¡Bien seas venido! OCTAVIO: ¿Cómo mentecato? FINEA: Aquí el maestro de danzar me dijo que era yo mentecata, y enojéme; mas él me respondió que este vocablo significaba una mujer que riñe y luego vuelve con amar notable; y como vienes tú riñendo agora, y has de mostrarme amor en breve rato, quise también llamarte mentecato. OCTAVIO: Pues, hija, no creáis a todas gentes, ni digáis ese nombre, que no es justo. FINEA: No lo haré más. Mas diga, ¿señor padre sabe leer? OCTAVIO: Pues ¿eso me preguntas? FINEA: Tome, ¡por vida tuya, y éste lea. OCTAVIO: ¿Este papel? FINEA: Sí, padre. OCTAVIO: Oye, Finea:
Lee
"Agradezco mucho la merced que me has hecho, aunque toda esta noche la he pasado con poco sosiego, pensando en tu hermosura..." FINEA: ¿No hay más? OCTAVIO: No hay más; que está muy justamente, quemado lo demás. ¿Quién te le ha dado? FINEA: Laurencio, aquel discreto caballero de la academia de mi hermana Nise, que dice que me quiere con extremo. OCTAVIO: (De tu ignorancia, mi desdicha temo. Esto trujo a mi casa el ser discreta Nise, el galán, el músico, el poeta, el lindo, el que se precia de oloroso, el afeitado, el loco y el ocioso). ¿Hate pasado más con éste, acaso? FINEA: Ayer, en la escalera, al primer paso, me dio un abrazo. OCTAVIO: (¡En buenos pasos anda Aparte mi pobre honor, por una y otra banda! La discreta, con necios en concetos, y la boba, en amores con discretos. A ésta no hay que llevarla por castigo, y más que lo podrá entender su esposo). Hija, sabed que estoy muy enojado. No os dejéis abrazar. ¿Entendéis, hija? FINEA: Sí, señor padre; y cierto que me pesa aunque me pareció muy bien entonces. OCTAVIO: Sólo vuestro marido ha de ser digno de esos abrazos. Sale TURÍN TURIN: En tu busca vengo. OCTAVIO: ¿De qué es la prisa tanta? TURIN: De que al campo van a matarse mi señor Liseo y Laurencio, ese hidalgo marquesote que desvanece a Nise con sonetos. OCTAVIO: (¿Qué importa que los padres sean discretos, si les falta a los hijos la obediencia? Liseo habrá entendido la imprudencia de este Laurencio, atrevidillo y loco, y que sirve a su esposa). ¡Caso extraño! ¿Por dónde fueron? TURIN: Van, si no me engaño, hacia los Recoletos Agustinos. OCTAVIO: Pues ven tras mí. ¡Qué extraños desatinos!
Vanse OCTAVIO y TURÍN
CLARA: Parece que se ha enojado tu padre. FINEA: ¿Qué puedo hacer? CLARA: ¿Por qué le diste a leer el papel? FINEA: Ya me ha pesado. CLARA: Ya no puedes proseguir la voluntad de Laurencio. FINEA: Clara, no la diferencio con el dejar de vivir. Yo no entiendo cómo ha sido, desde que el hombre me habló; porque, si es que siento yo, él me ha llevado el sentido. Si duermo, sueño con él; si como, le estoy pensando, y si bebo, estoy mirando en agua la imagen de él. ¿No has visto de qué manera muestra el espejo, a quien mira, su rostro, que una mentira le hace forma verdadera? Pues lo mismo en vidrio miro que el cristal me representa. CLARA: A tus palabras atenta, de tus mudanzas me admiro. Parece que te tranformas en otra. FINEA: En otro dirás. CLARA: Es maestro con quien más para aprender te conformas. FINEA: Con todo eso, seré obediente al padre mío; fuera de que es desvarío quebrar la palabra y fe. CLARA: Yo haré lo mismo. FINEA: No impidas el camino que llevabas. CLARA: ¿No ves que amé porque amabas, y olvidaré porque olvidas? FINEA: Harto me pesa de amalle; pero a ver mi daño vengo, aunque sospecho que tengo de olvidarme de olvidalle.
Vanse las dos. Salen LISEO y LAURENCIO
LAURENCIO: Antes, Liseo, de sacar la espada, quiero saber la causa que os obliga. LISEO: Pues bien será que la razón os diga. LAURENCIO: Liseo, si son celos de Finea, mientras no sé que vuestra esposa sea, bien puedo pretender, pues fui primero. LISEO: Disimuláis, a fe de caballero, pues tan lejos lleváis el pensamiento de amar a una mujer tan ignorante. LAURENCIO: Antes, de que la quiera no os espante; que soy tan pobre como bien nacido, y quiero sustentarme con el dote. Y que lo diga ansí no os alborote, pues que vos, dilatando el casamiento, habéis dado más fuerzas a mi intento, y porque cuando llegan, obligadas, a desnudarse en campo las espadas, se han de tratar verdades llanamente; que es hombre vil quien en el campo miente. LISEO: ¿Luego, no queréis bien a Nise? LAURENCIO: A Nise yo no puedo negar que no la quise; mas su dote serán diez mil ducados, y de cuarenta a diez, ya veis, van treinta, y pasé de los diez a los cuarenta. LISEO: Siendo eso ansí, como de vos lo creo, estad seguro que jamás Liseo os quite la esperanza de Finea; que aunque no es la ventura de la fea, será de la ignorante la ventura; que así Dios me la dé que no la quiero, pues desde que la vi, por Nise muero. LAURENCIO: ¿Por Nise? LISEO: ¡Sí, por Dios! LAURENCIO: Pues vuestra es Nise, y con la antigüedad que yo la quise, yo os doy sus esperanzas y favores; mis deseos os doy y mis amores, mis ansias, mis serenos, mis desvelos, mis versos, mis sospechas y mis celos. Entrad con esta runfla y dalde pique; que no hará mucho en que de vos se pique. LISEO: Aunque con cartas tripuladas juegue, acepto la merced, señor Laurencio; que yo soy rico, y compraré mi gusto. Nise es discreta, yo no quiero el oro; hacienda tengo, su belleza adoro. LAURENCIO: Hacéis muy bien; que yo, que soy tan pobre, el oro solicito que me sobre; que aunque de entendimiento lo es Finea, yo quiero que en mi casa alhaja sea. ¿No están las escrituras de una renta en un cajón de un escritorio, y rinden aquello que se come todo el año? ¿No está una casa principal tan firme, como de piedra, al fin, yeso y ladrillo, y renta mil ducados a su dueño? Pues yo haré cuenta que es Finea una casa, una escritura, un censo y una viña, y seráme una renta con basquiña; demás que, si me quiere a mí, me basta; que no hay mayor ingenio que ser casta. LISEO: Yo os doy palabra de ayudaros tanto, que venga a ser tan vuestra como creo. LAURENCIO: Y yo con Nise haré, por Dios, Liseo, lo que veréis. LISEO: Pues démonos las manos de amigos, no fingidos cortesanos, sino como si fuéramos de Grecia, adonde tanto el amistad se precia. LAURENCIO: Yo seré vuestro Pílades. LISEO: Yo, Orestes.
Salen OCTAVIO y TURÍN
OCTAVIO: ¿Son éstos? TURÍN: Ellos son. OCTAVIO: ¿Y esto es pendencia? TURÍN: Conocieron de lejos tu presencia... OCTAVIO: ¡Caballeros! LISEO: Señor, seáis bien venido. OCTAVIO: ¿Qué hacéis aquí? LISEO: Como Laurencio ha sido tan grande amigo mío, desde el día que vine a vuestra casa, o a la mía, venimos a ver el campo solos, tratando nuestras cosas igualmente. OCTAVIO: De esa amistad me huelgo extrañamente. Aquí vine a un jardín de un grande amigo, y me holgaré de que volváis conmigo. LISEO: Será para los dos merced notable. LAURENCIO: Vamos a acompañaros y serviros. OCTAVIO: (Turín, ¿por qué razón me has engañado?) TURIN: Porque deben de haber disimulado, y porque, en fin, las más de las pendencias mueren por madurar; que a no ser esto, no hubiera mundo ya. OCTAVIO: Pues, di, ¿tan presto se pudo remediar? TURIN: ¿Qué más remedio de no reñir que estar la vida en medio?
Vanse los cuatro. Salen NISE y FINEA
NISE: De suerte te has engreído, que te voy desconociendo. FINEA: De que eso digas, me ofendo. Yo soy la que siempre he sido. NISE: Yo te vi menos discreta. FINEA: Y yo más segura a ti. NISE: ¿Quién te va trocando ansí? ¿Quién te da lección secreta? Otra memoria es la tuya. ¿Tomaste la anacardina? FINEA: Ni de Ana, ni Catalina, he tomado lección suya. Aquello que ser solía, soy; porque sólo he mudado un poco de más cuidado. NISE: ¿No sabes que es prenda mía Laurencio? FINEA: ¿Quién te empeñó a Laurencio? NISE: Amor. FINEA: ¿A fe? Pues yo le desempeñé, y el mismo Amor me le dio. NISE: ¡Quitaréte dos mil vidas, boba dichosa! FINEA: No creas que si a Laurencio deseas, de Laurencio me dividas. En mi vida supe más de lo que él me ha dicho a mí; eso sé y eso aprendí. NISE: Muy aprovechada estás; mas de hoy más no ha de pasarte por el pensamiento. FINEA: ¿Quién? NISE: Laurencio. FINEA: Dices muy bien. No volverás a quejarte. NISE: Si los ojos puso en ti, quítelos luego. FINEA: Que sea como tú quieres. NISE: Finea, déjame a Laurencio a mí. Marido tienes. FINEA: Yo creo que no riñamos las dos. NISE: Quédate con Dios. FINEA: Adiós.
Vase NISE y sale LAURENCIO
¡En qué confusión me veo! ¿Hay mujer más desdichada? Todos dan en perseguirme... LAURENCIO: (Detente en un punto firme, Aparte Fortuna veloz y airada, que ya parece que quieres ayudar mi pretensión. ¡Oh, qué gallarda ocasión!) ¿Eres tú, mi bien? FINEA: No esperes, Laurencio, verme jamás. Todos me riñen por ti. LAURENCIO: Pues ¿qué te han dicho de mí? FINEA: Eso agora lo sabrás. ¿Dónde está mi pensamiento? LAURENCIO: ¿Tu pensamiento? FINEA: Sí. LAURENCIO: En ti; porque si estuviera en mí, ya estuviera más contento. FINEA: ¿Vesle tú? LAURENCIO: Yo no, jamás. FINEA: Mi hermana me dijo aquí que no has de pasarme a mí por el pensamiento más; por eso allá te desvía, y no me pases por él. LAURENCIO: Piensa que yo estoy en él, y echarme fuera querría. FINEA: Tras esto dice que en mí pusiste los ojos. LAURENCIO: Dice verdad; no lo contradice el alma que vive en ti. FINEA: Pues tú me has de quitar luego los ojos que me pusiste. LAURENCIO: ¿Cómo si en Amor consiste? FINEA: Que me los quites te ruego, con ese lienzo, de aquí, si yo los tengo en mis ojos. LAURENCIO; No más; cesen los enojos. FINEA: ¿No están en mis ojos? LAURENCIO; Sí. FINEA: Pues limpia y quita los tuyos que no han de estar en los míos. LAURENCIO: ¡Qué graciosos desvaríos! FINEA: Ponlos a Nise en los suyos. LAURENCIO: Ya te limpio con el lienzo. FINEA: ¿Quitástelos? LAURENCIO: ¿No lo ves? FINEA: Laurencio, no se los des, que a sentir penas comienzo. Pues más hay; que el padre mío bravamente se ha enojado del abrazo que me has dado. LAURENCIO: (¿Mas que hay otro desvarío?) Aparte FINEA: También me le has de quitar; no ha de reñirme por esto. LAURENCIO: ¿Cómo ha de ser? FINEA: Siendo presto. ¿No sabes desabrazar? LAURENCIO: El brazo derecho alcé; tienes razón, ya me acuerdo, y agora alzaré el izquierdo, y el abrazo desharé. FINEA: ¿Estoy ya desabrazada? LAURENCIO: ¿No lo ves?
Sale NISE
NISE: ¡Y yo también! FINEA: Huélgome, Nise, tan bien; que ya no me dirás nada. Ya Laurencio no me pasa por el pensamiento a mí; ya los ojos le volví, pues que contigo se casa. En el lienzo los llevó; y ya me ha desabrazado. LAURENCIO: Tú sabrás lo que ha pasado, con harta risa. NISE: Aquí no. Vamos los dos al jardín, que tengo bien que riñamos. LAURENCIO: Donde tú quisieres, vamos.
Vanse LAURENCIO y NISE
FINEA: Ella se le lleva en fin. ¿Qué es esto, que me da pena de que se vaya con él? Estoy por irme tras él... ¿Qué es esto que me enajena de mi propia libertad? No me hallo sin Laurencio... Mi padre es éste; silencio. Callad, lengua; ojos hablad.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: ¿Adónde está tu esposo? FINEA: Yo pensaba que lo primero, en viéndome, que hicieras fuera saber de mí si te obedezco. OCTAVIO: Pues eso, ¿a qué propósito? FINEA: ¿Enojado, no me dijiste aquí que era mal hecho abrazar a Laurencio? ¿Pues agora que me desabrazase le he rogado, y el abrazo pasado me ha quitado. OCTAVIO: ¿Hay cosa semejante? ¡Pues di, bestia!, ¿otra vez le abrazaste? FINEA: Que no es eso; fue la primera vez alzado el brazo derecho de Laurencio, aquel abrazo, y agora levantó, que bien me acuerdo, porque fuese al revés, el brazo izquierdo. Luego desabrazada estoy agora. OCTAVIO: (Cuando pienso que sabe, más ignora; Aparte ello es querer hacer lo que no quiso Naturaleza). FINEA: Diga, señor padre, ¿cómo llaman aquella que se siente cuando se va con otro lo que se ama? OCTAVIO: Ese agravio de amor, "celos" se llama. FINEA: ¿Celos? OCTAVIO: ¿Pues no lo ves, que son sus hijos? FINEA: El padre puede dar mil regocijos; y es muy hombre de bien, mas desdichado en que tan malos hijos ha crïado. OCTAVIO: (Luz va teniendo ya. Pienso y bien pienso que si Amor la enseñase, aprendería). FINEA: ¿Con qué se quita el mal de celosía? OCTAVIO: Con desenamorarse, si hay agravio, que es el remedio más prudente y sabio; que mientras hay amor ha de haber celos, pensión que dieron a este bien los cielos. ¿Adónde Nise está? FINEA: Junto a la fuente, con Laurencio se fue. OCTAVIO: ¡Cansada cosa! Aprende noramala a hablar su prosa, déjese de sonetos y canciones; allá voy, a romperle las razones.
Vase OCTAVIO
FINEA: ¿Por quién, en el mundo, pasa esto que pasa por mí? ¿Qué vi denantes, qué vi, que así me enciende y me abrasa? Celos dice el padre mío que son. ¡Brava enfermedad!
Sale LAURENCIO
LAURENCIO: (Huyendo su autoridad, Aparte de enojarle me desvío; aunque, en parte, le agradezco que estorbase los enojos de Nise. Aquí están los ojos a cuyos rayos me ofrezco). ¿Señora? FINEA: Estoy por no hablarte. ¿Cómo te fuiste con Nise? LAURENCIO: No me fui porque yo quise. FINEA: Pues ¿por qué? LAURENCIO: Por no enojarte. FINEA: Pésame si no te veo, y en viéndote ya querría que te fueses, y a porfía anda el temor y el deseo. Yo estoy celosa de ti; que ya sé lo que son celos; que su duro nombre, ¡ay cielos!, me dijo mi padre aquí; mas también me dio el remedio. LAURENCIO: ¿Cuál es? FINEA: Desenamorarme; porque podré sosegarme quitando el amor de en medio. LAURENCIO: Pues eso, ¿cómo ha de ser? FINEA: El que me puso el amor me lo quitaré mejor. LAURENCIO: Un remedio suele haber. FINEA: ¿Cuál? LAURENCIO: Los que vienen aquí al remedio ayudarán.
Salen PEDRO, DUARDO y FENISO
PEDRO: Finea y Laurencio están juntos. FENISO: Y él fuera de sí. LAURENCIO: Seáis los tres bien venidos a la ocasión más gallarda que se me pudo ofrecer; y pues de los dos el alma a sola Nise discreta inclina las esperanzas, oíd lo que con Finea para mi remedio pasa. DUARDO: En esta casa parece, según por los aires andas, que te ha dado hechizos Circe. Nunca sales de esta casa. LAURENCIO: Yo voy con mi pensamiento haciendo una rica traza para hacer oro de alquimia. PEDRO: La salud y el tiempo gastas. Igual sería, señor, cansarte, pues todo cansa, de pretender imposibles. LAURENCIO: ¡Calla, necio! PEDRO: El nombre basta para no callar jamás; que nunca los necios callan. LAURENCIO: Aguardadme mientras hablo a Finea. DUARDO: Parte. LAURENCIO: Hablaba, Finea hermosa, a los tres para el remedio que aguardas. FINEA: ¡Quítame presto el amor; que con sus celos me mata! LAURENCIO: Si dices delante de éstos como me das la palabra de ser mi esposa y mujer, todos los celos se acaban. FINEA: ¿Eso no más? Yo lo haré. LAURENCIO: Pues tú misma a los tres llama. FINEA: ¡Feniso, Duardo, Pedro! TODOS: ¡Señora! FINEA: Yo doy palabra de ser esposa y mujer de Laurencio. DUARDO: ¡Cosa extraña! LAURENCIO: ¿Sois testigos de esto? TODOS: Sí. LAURENCIO: Pues haz cuenta que estás sana del amor y de los celos, que tanta pena te daban. FINEA: ¡Dios te lo pague, Laurencio! LAURENCIO: Venid los tres a mi casa; que tengo un notario allí. FENISO: Pues ¿con Finea te casa? LAURENCIO: Sí, Feniso. FENISO: ¿Y Nise bella? LAURENCIO: ¡Troqué discreción por plata!
Vanse los cuatro hombres. Salen NISE y OCTAVIO
NISE: Hablando estaba con él cosas de poca importancia. OCTAVIO: Mira, hija, que estas cosas más deshonor que honor causan. NISE: Es un honesto mancebo que de buenas letras trata, y téngole por maestro. OCTAVIO: No era tan blanco en Granada Juan Latino, que la hija de un Veinticuatro enseñaba; y siendo negro y esclavo, porque fue su madre esclava del claro Duque de Sessa, honor de España y de Italia, se vino a casar con ella; que gramática estudiaba, y la enseñó a conjugar en llegando al amo, amas; que así llama el matrimonio el latín. NISE: De eso me guarda ser tu hija. FINEA: ¿Murmuráis de mis cosas? OCTAVIO: ¿Aquí estaba esta loca? FINEA: Ya no es tiempo de reñirme. OCTAVIO: ¿Quién te habla? ¿Quién te riñe? FINEA: Nise y tú. Pues sepan que agora acaba de quitarme el amor todo Laurencio, como la palma. OCTAVIO: (¿Hay alguna bobería?) Aparte FINEA: Díjome que se quitaba el amor con que le diese de su mujer la palabra; y delante de testigos se la he dado, y estoy sana del amor y de los celos. OCTAVIO: ¡Esto es cosa temeraria! Ésta, Nise, ha de quitarme la vida. NISE: ¿Palabra dabas de mujer a ningún hombre? ¿No sabes que estás casada? FINEA: ¿Para quitarme el amor, qué importa? OCTAVIO: No entre en mi casa Laurencio más. NISE: Es error; porque Laurencio la engaña; que él y Liseo lo dicen no más que para enseñarla. OCTAVIO: De esa manera, yo callo. FINEA: ¡Oh!, pues ¿con eso nos tapa la boca? OCTAVIO: Vente conmigo. FINEA: ¿Adónde? OCTAVIO: Donde te aguarda un notario. FINEA: Vamos. OCTAVIO: Ven. (¡Qué descanso de mis canas!) Aparte
Vanse OCTAVIO y FINEA
NISE: Hame contado Laurencio que han tomado aquesta traza Liseo y él para ver si aquella rudeza labran, y no me parece mal.
Sale LISEO
LISEO: ¿Hate contado mis ansias Laurencio, discreta Nise? NISE: ¿Qué me dices? ¿Sueñas o hablas? LISEO: Palabra me dio Laurencio de ayudar mis esperanzas, viendo que las pongo en ti. NISE: Pienso que de hablar te cansas con tu esposa, o que se embota en la dureza que labras el cuchillo de tu gusto, y, para volver a hablarla, quieres darle un filo en mí. LISEO: Verdades son las que trata contigo mi amor, no burlas. NISE: ¿Estás loco? LISEO: Quien pensaba casarse con quien lo era, de pensarlo ha dado causa. Yo he mudado pensamiento., NISE: ¡Qué necedad, qué inconstancia, qué locura, error, traición a mi padre y a mi hermana! ¡Id en buena hora, Liseo! LISEO: ¿De esa manera me pagas tan desatinado amor? NISE: Pues, si es desatino, ¡basta!
Sale LAURENCIO
LAURENCIO: (Hablando están los dos solos. Aparte Si Liseo se declara, Nise ha de saber también que mis lisonjas la engañan. Creo que me ha visto ya.
NISE dice, como que habla con LISEO
NISE: ¡Oh, gloria de mi esperanza! LISEO: ¿Yo vuestra gloria, señora? NISE: Aunque dicen que me tratas con traición, yo no lo creo; que no lo consiente el alma. LISEO: ¿Traición, Nise? ¡Si en mi vida mostrara amor a tu hermana, me mate un rayo del cielo! LAURENCIO: (Es conmigo con quien habla Aparte Nise, y presume Liseo que le requiebra y regala). NISE: Quiérome quitar de aquí; que con tal fuerza me engaña Amor, que diré locuras. LISEO: No os vais, ¡oh, Nise gallarda!, que después de los favores quedará sin vida el alma. NISE: ¡Dejadme pasar!
Vase NISE
LISEO: ¿Aquí estabas a mis espaldas? LAURENCIO: Agora entré. LISEO: ¿Luego a ti te hablaba y te requebraba, aunque me miraba a mí aquella discreta ingrata? LAURENCIO: No tengas pena; las piedras ablanda el curso del agua. Yo sabré hacer que esta noche puedas, en mi nombre, hablarla. Ésta es discreta, Liseo. No podrás, si no la engañas, quitalla del pensamiento el imposible que aguarda; porque yo soy de Finea. LISEO: Si mi remedio no trazas, cuéntame loco de amor. LAURENCIO: Déjame el remedio, y calla; porque burlar un discreto es la victoria más alta.
Vanse los dos

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La dama boba, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002