ACTO SEGUNDO


Salen CASANDRA y LUCRECIA
LUCRECIA: Con notable admiración me ha dejado vuestra alteza. CASANDRA: No hay altezas con tristeza, y más si bajezas son. Más quisiera, y con razón, ser una ruda villana que me hallara la mañana al lado de un labrador, que desprecio de un señor en oro, púrpura y grana. ¡Pluguiera a Dios que naciera bajamente, pues hallara quien lo que soy estimara y a mi amor correspondiera! En aquella humilde esfera, como en las camas reales, se gozan contentos tales, que no los crece el valor, si los efectos de amor son en las noches iguales. No los halla a dos casados el sol por las vidrieras de cristal, a la primeras luces del alba, abrazados con más gusto, ni en dorados techos más descanso halló que tal vez su rayo entró, del aurora a los principios, por mal ajustados ripios, y un alma en dos cuerpos vio. ¡Dichosa la que no siente un desprecio autorizado, y se levanta del lado de su esposo alegremente! La que en la primera fuente mira y lava, ¡oh cosa rara!, con las dos manos la cara, y no en llanto cuando fue con ser duque de Ferrara. Sola una noche le vi en mis brazos en un mes, y muchas le vi después que no quiso verme a mí. Pero de que viva así ¿cómo me puedo quejar, pues que me pudo enseñar la fama que quien vivía tan mal, no se enmendaría aunque mudase lugar? Que venga un hombre a su casa cuando viene al mundo el día, que viva a su fantasía, por libertad de hombre pasa. ¿Quién puede ponerle tasa? Pero que con tal desprecio trate una mujer de precio, de que es casado olvidado, o quiere ser desdichado, o tiene mucho de necio. El duque debe de ser de aquéllos cuya opinión en tomando posesión, quieren en casa tener como alhaja la mujer, para adorno, lustre y gala, silla o escritorio en sala; y es término que condeno, porque con marido bueno, ¡cuándo se vio mujer mala? La mujer de honesto trato viene para ser mujer a su casa; que no a ser silla, escritorio o retrato. Basta ser un hombre ingrato, sin que sea descortés; y es mejor, si causa es de algún pensamiento extraño, no dar ocasión al daño, que remediarle después. LUCRECIA: Tu discurso me ha causado lástima y admiración; que tan grande sinrazón puede ponerte en cuidado. ¿Quién pensara que casado fuera el duque tan vicioso, o que no siendo amoroso, cortés, como dices, fuera, con que tu pecho estuviera para el agravio animoso? En materia de galán puédese picar en celos, y dar algunos desvelos, cuando dormidos están el desdén, el ademán, la risa con quien pasó, alabar al que la habló, con que despierta el dormido; pero celos a marido, ¿quién en el mundo los dio? ¿Hale escrito vuestra alteza a su padre estos enojos? CASANDRA: No, Lucrecia; que mis ojos sólo saben mi tristeza. LUCRECIA: Conforme a la naturaleza y a la razón, mejor fuera que el conde te mereciera y que contigo casado, asegurado su estado, su nieto le sucediera. Que aquestas melancolías que trae el conde, no son, señora, sin ocasión. CASANDRA: No serán sus fantasías, Lucrecia, de envidias mías, ni yo hermanos le daré; con que Federico esté seguro que no soy yo la que la causa le dio. Desdicha de entrambos fue.
Salen el DUQUE, FEDERICO y BATíN
DUQUE: Si yo pensara, conde, que te diera tanta tristeza el casamiento mío, antes de imaginarlo me muriera. FEDERICO: Señor, fuera notable desvarío entristecerme a mí tu casamiento. Ni de tu amor por eso desconfío. Advierta pues tu claro entendimiento que si del casamiento me pesara, disimular supiera el descontento. La falta de salud se ve en mi cara, pero no la ocasión. DUQUE: Mucho presumen los médicos de Mantua y de Ferrara, y todos finalmente se resumen en que casarte es el mejor remedio, en que tales tristezas se consumen. FEDERICO: Para doncellas era mejor medio, señor, que para un hombre de mi estado que no por esos medios me remedio. CASANDRA: Aun apenas el duque me ha mirado. ¡Desprecio extraño y vil descortesía! LUCRECIA: Si no te ha visto, no será culpado. CASANDRA: Fingir descuido es brava tiranía. Vamos, Lucrecia; que, si no me engaño, de este desdén le pesará algún día.
Vanse las dos
DUQUE: Si bien de la verdad me desengaño, yo quiero proponerte un casamiento, ni lejos de tu amor, ni en reino extraño. FEDERICO: Es por ventura Aurora? DUQUE: El pensamiento me hurtaste al producirla por los labios, como quien tuvo el mismo sentimiento. Yo consulté los más ancianos sabios del magistrado nuestro, y todos vienen en que esto sobredora tus agravios. FEDERICO: Poca experiencia de mi pecho tienen; neciamente me juzgan agraviado, pues sin causa ofendido me previenen. Ellos saben que nunca reprobado tu casamiento de mi voto ha sido; antes por tu sosiego deseado. DUQUE: Así lo creo y siempre lo he creído; y esa obediencia, Federico, pago con estar de casarme arrepentido. FEDERICO: Señor, porque no entiendas que yo hago sentimiento de cosa que es tan justa, y el amor que me muestras satisfago, sabré primero si mi prima gusta; y luego disponiendo mi obediencia pues lo contrario fuera cosa injusta, haré lo que me mandas. DUQUE: Su licencia tengo firmada de su misma boca. FEDERICO: Yo sé que hay novedad, de cierta ciencia, y que porque a servirle le provoca, el marqués en Ferrara se ha quedado. DUQUE: Pues eso, Federico, ¿qué te toca? FEDERICO: Al que se ha de casar le da cuidado el galán que ha servido y aún enojos; que es escribir sobre papel borrado. DUQUE: Si andan los hombres a mirar antojos, encierren en castillos las mujeres desde que nacen, contra tantos ojos; que el más puro cristal, si verte quieres, se mancha del aliento; mas, ¿qué importa si del mirar escrupuloso eres? Pues luego que se limpia y se reporta, tan claro queda como estaba antes. FEDERICO: Muy bien tu ingenio y tu valor me exhorta. Señor, cuando centellas rutilantes escupe alguna fragua, y el que fragua quiere apagar las llamas resonantes, moja las brasas de la ardiente fragua; pero rebeldes ellas, crecen luego, y arde el fuego voraz lamiendo el agua. Así un marido del amante ciego templa el deseo y la primera llama; pero puede volver más vivo el fuego; y así, debo temerme de quien ama; que no quiero ser agua que le aumente, dando fuego a mi honor y humo a mi fama. DUQUE: Muy necio, conde, estás e impertinente. Hablas de Aurora, cual si noche fuera, con bárbaro lenguaje e indecente. FEDERICO: Espera. DUQUE: ¿Para qué? FEDERICO: Señor, espera.
Vase el DUQUE
BATÍN: ¡Oh qué bien has negociado la gracia del duque! FEDERICO: Espero su desgracia, porque quiero ser en todo desdichado; que mi desesperación ha llegado a ser de suerte que sólo para la muerte me permite apelación. Y si muriera quisiera poder volver a vivir mil veces, para morir cuantas a vivir volviera. Tal estoy, que no me atrevo ni a vivir ni a morir ya, por ver que el vivir será volver a morir de nuevo. Y si no soy mi homicida, es por ser mi mal tan fuerte, que porque es menos la muerte, me dejo estar con la vida. BATÍN: Según eso, ni tú quieres vivir, conde, ni morir; que entre morir y vivir como hermafrodita eres; que como aquél se compone de hombre y mujer, tú de muerte y vida; que de tal suerte la tristeza te dispone, que ni eres muerte ni vida. Pero ¡por Dios! que, mirado tu desesperado estado, me obligas a que te pida o la razón de tu mal o la licencia de irme adonde que fui confirme desdichado por leal. Dame tu mano. FEDERICO: Batín, si yo decirte pudiera mi mal, mal posible fuera, y mal que tuviera fin. Pero la desdicha ha sido que es mi mal de condición que no cabe en mi razón sino sólo en mi sentido; que cuando por mi consuelo voy a hablar, me pone en calma ver que de la lengua al alma hay más que del suelo al cielo,. Vete, si quieres, también, y déjame solo aquí, porque no haya cosa en mí que aun tenga sombra de bien.
Salen CASANDRA y AURORA
CASANDRA: ¿De eso lloras? AURORA: ¿Le parece a vuestra alteza, señora, sin razón, si el conde agora me desprecia y aborrece? Dice que quiero al marqués Gonzaga. ¿Yo a Carlos, yo? ¿Cuándo? ¿Cómo? Pero no; que ya sé lo que esto es. Él tiene en su pensamiento irse a España, despechado de ver su padre casado; que antes de su casamiento la misma luz de sus ojos era yo; pero ya soy quien en los ojos le doy, y mis ojos sus enojos. ¿Qué aurora nuevas del día trajo al mundo sin hallar al conde donde a buscar la de sus ojos venía? ¿En qué jardín, en qué fuente no me dijo el conde amores? ¿Qué jazmines o qué flores no fueron mi boca y frente? Cuando de mí se apartó, ¿qué instante vivió sin mí?, o, ¿cómo viviera en sí, si no le animara yo? Que tanto el trato acrisola la fe de amor, que de dos almas que nos puso Dios, hicimos un alma sola. Esto desde tiernos años, porque con los dos nació este amor, que hoy acabó a manos de sus engaños. Tanto pudo la ambición del estado que ha perdido. CASANDRA: Pésame de que haya sido, Aurora, por mi ocasión. Pero templa tus desvelos mientras voy a hablar con él, si bien es cosa crüel poner en razón los celos. AURORA: ¿Yo celos? CASANDRA: Con el marqués dice el duque. AURORA: Vuestra alteza crea que aquella tristeza ni es amor, ni celos es.
Vase AURORA
CASANDRA: Federico. FEDERICO: Mi señor, dé vuestra alteza la mano a su esclavo. CASANDRA: ¿Tú en el suelo? Conde, no te humilles tanto; que te llamaré "excelencia." FEDERICO: Será de mi honor agravio. Ni me pienso levantar sin ella. CASANDRA: Aquí están mis brazos. ¿Qué tienes? ¿Qué has visto en mí? Parece que estás temblando. ¿Sabes ya lo que te quiero? FEDERICO: El haberlo adivinado, el alma lo dijo al pecho, el pecho al rostro, causando el sentimiento que miras. CASANDRA: Déjanos solos un rato, Batín; que tengo que hablar al conde. BATÍN: (¡El conde turbado, Aparte a hablarle Casandra a solas! No lo entiendo).
Vase BATÍN
FEDERICO: (¡Ay cielo!, en tanto Aparte que muero Fénix, poned a tanta llama descanso, pues otra vida me espera). CASANDRA: Federico, aunque reparo en lo que me ha dicho Aurora de tus celosos cuidados después que vino conmigo a Ferrara el marqués Carlos, por quien de casarte dejas, apenas me persüado que tus méritos desprecies, siendo, como dicen sabios desconfïanza y envidia; que más tiene de soldado, aunque es gallardo el marqués, que de galán cortesano. De suerte que lo que pienso de tu tristeza y recato es porque el duque, tu padre, se casó conmigo, dando por ya perdida tu acción, a la luz del primero parto, que a sus estados tenías. Y siendo así que yo causo tu desasosiego y pena, desde aquí te desengaño, que puedes estar seguro de que no tendrás hermanos, porque el duque, solamente por cumplir con sus vasallos, este casamiento ha hecho; que sus viciosos regalos, por no les dar otro nombre, apenas el breve espacio de una noche, que su cuenta fue cifra de muchos años, mis brazos le permitieron; que a los deleites pasados ha vuelto con mayor furia, roto el freno de mis brazos. Como se suelta al estruendo un arrogante caballo del atambor, porque quiero usar de término casto, que del bordado jaez va sembrando los pedazos, allí las piezas del freno vertiendo espumosos rayos, allí la barba y la rienda, allí las cintas y lazos. Así el duque, la obediencia rota al matrimonio santo, va por mujercillas viles pedazos de honor sembrando. Allí se deja la fama, allí los laureles y arcos, los títulos y los nombres de sus ascendientes claros, allí el valor, la salud y el tiempo tan mal gastado, haciendo las noches días en estos indignos pasos; con que sabrás cuán seguro estás de heredar su estado; o escribiendo yo a mi padre que es, más que esposo, tirano, para que me saque libre del Argel de su palacio, si no anticipa la muerte breve fin a tantos daños. FEDERICO: Comenzando vuestra alteza riñéndome, acaba en llanto su discurso, que pudiera en el más duro peñasco imprimir dolor. (¿Qué es esto? Aparte Sin duda que me ha mirado por hijos de quien la ofende; pero yo la desengaño que no parezca hijo suyo para tan injustos casos). Esto persuadido así, de mi tristeza, me espanto que la atribuyas, señora, a pensamientos tan bajos. ¿Ha menester Federico, para ser quien es, estado? ¿No lo son los de mi prima, si yo con ella me caso, o si la espada por dicha contra algún príncipe saco de estos confinantes nuestros, los que me quitan restauro? No procede mi tristeza de interés; y aunque me alargo a más de lo que es razón, sabe, señora, que paso una vida la más triste que se cuenta de hombre humano desde que Amor en el mundo puso las flechas al arco. Yo me muero sin remedio, mi vida se va acabando, como vela, poco a poco, y ruego a la muerte en vano que no aguarde a que la cera llegue al último desmayo, sino que con breve soplo cubra de noche mis años. CASANDRA: Detén, Federico ilustre, las lágrimas; que no ha dado el cielo el llanto a los hombres, sino el ánimo gallardo. Naturaleza el llorar vinculó por mayorazgo en las mujeres, a quien, aunque hay valor, faltan manos. No en los hombres, que una vez sólo pueden, y es en caso de haber perdido el honor, mientras vengan el agravio. ¡Mal haya Aurora, y sus celos, que un caballero bizarro, discreto, dulce y tan digno de ser querido, a una estado ha reducido tan triste! FEDERICO: No es Aurora; que es engaño. CASANDRA: Pues, ¿quién es? FEDERICO: El mismo sol; que de esas auroras hallo muchas siempre que amanece. CASANDRA: ¿Que no es Aurora? FEDERICO: Más alto vuela el pensamiento mío. CASANDRA: ¿Mujer te ha visto y hablado, y tú le has dicho tu amor, que puede con pecho ingrato corresponderte? ¿No miras que son efectos contrarios, y proceder de una causa parece imposible? FEDERICO: Cuando supieras tú el imposible, dijeras que soy de mármol, pues no me matan mis penas, o que vivo de milagro. ¿Qué Faetonte se atrevió del sol al dorado carro, aquél que juntó con cera, débiles plumas infausto, que sembradas por los vientos, pájaros que van volando las creyó el mar, hasta verlas en sus cristales salados? ¿Qué Belerofonte vio en el caballo Pegaso parecer el mundo un punto del círculo de los astros? ¿Qué griego Sinón metió aquel caballo preñado de armado hombres en Troya, fatal de su incendio parto? ¿Qué Jasón tentó primero pasar el mar temerario, poniendo yugo a su cuello los pinos y lienzos de Argos, que se iguale a mi locura? CASANDRA: ¿Estás, conde, enamorado de alguna imagen de bronce, ninfa o diosa de alabastro? Las almas de las mujeres no las viste jaspe helado; ligera cortina cubre todo pensamiento humano. Jamás Amor llamó al pecho, siendo con méritos tantos, que no respondiese el alma; "Aquí estoy; pero entrad paso." Dile tu amor, sea quien quiere; que no sin causa pintaron a Venus tal vez los griegos rendida a un sátiro y fauno. Más alta será la luna, y de su cerco argentado bajó por Endimïón mil veces al monte Latmo. Toma mi consejo, conde; que el edificio más casto tiene la puerte de cera. Habla, y no mueras callando. FEDERICO: El cazador con industria pone al pelícano indiano fuego alrededor del nido; y él, descendiendo de un árbol, para librar a sus hijos bate las alas turbado, con que más enciende el fuego que piensa que está matando. Finalmente se le queman, y sin alas, en el campo se deja coger, no viendo que era imposible volando. Mis pensamientos, que son hijos de mi amor, que guardo en el nido del silencio, se están, señora, abrasando. Bate las alas amor, y enciéndelos por librarlos. Crece el fuego, y él se quema. Tú me engañas, yo me abraso; tú me incitas, yo me pierdo; tú me animas, yo me espanto; tú me esfuerzas, yo me turbo; tú me libras, yo me enlazo; tú me llevas, yo me quedo; tú me enseñas, yo me atajo; porque es tanto mi peligro, que juzgo por menos daños, pues todos ha de ser morir, morir sufriendo y callando.
Vase FEDERICO
CASANDRA: No ha hecho en la tierra el cielo cosa de más confusión que fue la imaginación para el humano desvelo. Ella vuelve el fuego en hielo, y en el color se transforma del deseo, donde forma guerra, paz, tormenta y calma; y es una manera de alma que más engaña que informa. Estos oscuros intentos, estas clara confusiones, más que me han dicho razones, me han dejado pensamientos. ¿Qué tempestades los vientos mueven de más variedades que estas confusas verdades en una imaginación? Porque las del alma son las mayores tempestades. Cuando a imaginar me inclino que soy lo que quiere el conde, el mismo engaño responde que lo imposible imagino. Luego mi fatal destino me ofrece mi casamiento, y en lo que siento, consiento; que no hay tan grande imposible que no le juzguen visible los ojos del pensamiento. Tantas cosas se me ofrecen juntas, como esto ha caído sobre un bárbaro marido, que pienso que me enloquecen. Los imposibles parecen fáciles, y yo, engañada, ya pienso que estoy vengada; mas siendo error tan injusto, a la sombra de mi gusto estoy mirando su espada. Las partes del conde son grandes; pero mayor fuera mi desatino, si diera puerta a tan loca pasión. No más, necia confusión. Salid, cielo, a la defensa aunque no yerra quien piensa; porque en el mundo no hubiera hombre con honra si fuera ofensa pensar la ofensa. Hasta agora no han errado ni mi honor ni mi sentido, porque lo que he consentido, ha sido un error pintado. Consentir lo imaginado, para con Dios es error, mas no para el deshonor; que diferencian intentos el ver Dios los pensamientos y no los ver el honor.
Sale AURORA
AURORA: Larga plática ha tenido vuestra alteza con el conde. ¿Qué responde? CASANDRA: Que responde a tu amor agradecido. Sosiega, Aurora, sus celos; que esto pretende, no más.
Vase CASANDRA
AURORA: ¡Qué tibio consuelo das a mis ardientes celos! ¡Que pueda tanto en un hombre que adoró mis pensamientos, ver burlados los intentos de aquel ambicioso nombre con que heredaba a Ferrara! Tú eres poderoso, Amor. Por ti ni en vida, ni honor, ni aun en alma se repara. Y Federico se muere que me solía querer, con la tristeza de ver lo que de Casandra infiere. Pero, pues él ha fingido celos por disimular la ocasión, y despertar suelen el amor dormido, quiero dárselos de veras, favoreciendo al marqués.
Salen RUTILIO y el MARQUÉS
RUTILIO: Con el contrario que ves, en vano remedio esperas de tus locas esperanzas. MARQUÉS: Calla, Rutilio, que aquí está Aurora. RUTILIO: Y tú sin ti, firme entre tantas mudanzas. MARQUÉS: Aurora del claro día en que te dieron mis ojos, con toda el alma en despojos, la libertad que tenía; Aurora, que el sol envía cuando en mi pena anochece, por quien ya cuanto florece viste colores hermosas, pues entre perlas y rosas de tus labios amanece; Desde que de Mantua vine, hice con poca ventura elección de tu hermosura, que no hay alma que no incline. ¡Qué mal mi engaño previne, puesto que el alma te adora, pues sólo sirve, señora, de que te canses de mí, hallando mi noche en ti, cuando te suspiro Aurora! No el verte desdicha ha sido; que ver luz nunca lo fue, sino que mi amor te dé causa para tanto olvido. Mi partida he prevenido, que es el remedio mejor: fugitivo a tu rigor, voy a buscar resistencia en los milagros de ausencia y en las venganzas de amor. Dame licencia y la mano. AURORA: No se morirá de triste el que tan poco resiste, ni galán ni cortesano, marqués, el primer desdén; que no están hechos favores para primeros amores antes que se quiera bien. Poco amáis, poco sufrís, pero en tal desigualdad, con la misma libertad que licencia me pedís, os mando que no os partáis. MARQUÉS: Señora, a tan gran favor, aunque parece rigor, con que esperar me mandáis, no los diez años que a Troya cercó el griego, ni los siete del pastor, a quien promete Labán su divina joya, pero siglos inmortales, como Tántalo estaré entre la duda y la fe de vuestros bienes y males. Albricias quiero pedir a mi amor de mi esperanza. AURORA: Mientras el bien no se alcanza méritos tiene el sufrir.
Salen el DUQUE, FEDERICO y BATÍN
DUQUE: Escríbeme el Pontífice por ésta que luego a Roma parta. FEDERICO: ¿Y no dice la causa en esa carta? DUQUE: Que sea la respuesta, conde, partirme al punto. FEDERICO: Si lo encubres, señor, no lo pregunto. DUQUE: ¿Cuándo te encubro yo, conde, mi pecho? Sólo puedo decirte que sospecho que con las guerras que en Italia tiene, si numeroso ejército previene, podemos presumir que hacerme intenta general de la Iglesia; que a mi cuenta también querrá que con dinero ayude, si no es que en la elección de intento mude. FEDERICO: No en vano lo que piensas me encubrías, si solo te partías; que ya será conmigo; que a tu lado no pienso que tendrás mejor soldado. DUQUE: Eso no podrá ser porque no es justo, conde, que sin los dos mi casa quede. Ninguno como tú regirla puede. Esto es razón y basta ser mi gusto. FEDERICO: No quiero darte, gran señor, disgusto; pero en Italia, ¿qué dirán si quedo? DUQUE: Que esto es gobierno, y que sufrir no puedo aun de mi propio hijo compañía. FEDERICO: Notable prueba en la obediencia mía.
Vase el DUQUE
BATÍN: Mientras con el duque hablaste he reparado en que Aurora, sin hacer caso de ti, con el marqués habla a solas. FEDERICO: ¿Con el marqués? BATÍN: Sí, señor. FEDERICO: ¿Y qué piensas tú que importa?
AURORA, aparte con el MARQUÉS y RUTILIO
AURORA: Esta banda prenda sea del primer favor. MARQUÉS: Señora, será cadena en mi cuello, será de mi mano esposa, para no darla en mi vida. Si queréis que me la ponga, será doblado el favor. AURORA: (Aunque es venganza amorosa Aparte parece a mi amor agravio). Porque de dueño mejora os ruego que os la pongáis. BATÍN: Ser las mujeres traidoras fue de la naturaleza invención maravillosa; porque, si no fueran falsas, algunas digo, no todas, idolatraran en ellas los hombres que las adoran. ¿No ves la banda? FEDERICO: ¿Qué banda? BATÍN: ¿Qué banda? ¡Graciosa cosa! Una que lo fue del sol, cuando lo fue de una sola en la gracia y la hermosura, planetas con que se adorna, y agora, como en eclipse, del dragón lo extremo toca. Yo me acuerdo cuando fuera la banda de la discordia, como la manzana de oro de Paris y las tres diosas. FEDERICO: Eso fue entonces, Batín, pero es otro tiempo agora. AURORA: Venid al jardín conmigo.
Vanse AURORA, el MARQUÉS y RUTILIO
BATÍN: ¡Con qué libertad la toma de la mano y se van juntos! FEDERICO: ¿Qué quieres, si se conforman las almas? BATÍN: ¿Eso respondes? FEDERICO: ¿Qué quieres que te responda? BATÍN: Si un cisne no sufre al lado otro cisne y se remonta con su prenda muchas veces a las extranjeras ondas; y un gallo, si al de otra casa con sus gallinas le topa, con el suyo le deshace los picos de la corona; y encrespando su turbante, turco por la barba roja, celoso vencerle intenta hasta en la nocturna solfa; ¿cómo sufres que el marqués a quitarte se disponga prenda que tanto quisiste? FEDERICO: Porque la venganza propia para castigar las damas, que a los hombres ocasionan, es dejarlas con su gusto; porque aventura la honra quien la pone en sus mudanzas. BATÍN: Dame, por Dios, una copia de ese arancel de galanes, tomaréle de memoria. No, conde. Misterio tiene tu sufrimiento, perdona; que pensamientos de amor son arcaduces de noria: ya deja el agua primera el que la segunda toma. Por nuevo cuidado dejas el de Aurora; que si sobra el agua, ¿cómo es posible que pueda ocuparse de otra? FEDERICO: Bachiller estás, Batín, pues con fuerza cautelosa lo que no entiendo de mí a presumir te provocas. Entra, y mira qué hace el duque, y de partida te informa porque vaya acompañarle. BATÍN: Sin causa necio me nombras, porque abonar tus tristezas fuera más necia lisonja.
Vase BATÍN
FEDERICO: ¿Qué buscas, imposible pensamiento? Bárbaro, ¿qué me quieres? ¡Qué me incitas? ¿Por qué la vida sin razón me quitas, donde volando aun no te quiere el viento? Detén el vagaroso movimiento; que la muerte de entrambos solicitas. Déjame descansar, y no permitas tan triste fin a tan glorioso intento. No hay pensamiento, si rindió despojos, que sin determinado fin se aumente, pues dándole esperanzas, sufre enojos. Todo es posible a quien amando intente; y sólo tú naciste de mis ojos, para ser imposible eternamente.
Sale CASANDRA
CASANDRA: Entre agravios y venganzas anda solícito Amor después de tantas mudanzas, sembrando contra mi honor mal nacidas esperanzas. En cosas inaccesibles quiere poner fundamentos, como si fuesen visibles; que no puede haber contentos fundado en imposibles. En el ánimo que inclino al mal, por tantos disgustos del duque, loca imagino hallar venganzas y gustos en el mayor desatino. Al galán conde y discreto, y su hijo, ya permito para mi venganza efeto, pues para tanto delito conviene tanto secreto. Vile turbado, llegando a decir su pensamiento, y desmayarse temblando, aunque es más atrevimiento hablar un hombre callando. Pues de aquella turbación tanto el alma satisfice dándome el duque ocasión, que hay dentro de mí quien dice que si es amor, no es traición. Y que cuando ser pudiera rendirme desesperada a tanto valor, no fuera la postrera enamorada, ni la traidora primera. A sus padres han querido sus hijas, y a sus hermanos algunas. Luego no han sido mis sucesos inhumanos, ni mi propia sangre olvido. Pero no es disculpa igual que haya otros males, de quien me valga en peligro tal; que para pecar no es bien tomar ejemplo del mal. Éste es el conde. ¡Ay de mí! Pero ya determinada, ¿qué temo? FEDERICO: Ya viene aquí desnuda la dulce espada por quien la vida perdí. ¡Oh, hermosura celestial! CASANDRA: ¿Cómo te va de tristeza Federico? FEDERICO: En tanto mal, responderé a vuestra alteza que es mi tristeza inmortal. CASANDRA: Destemplan melancolías la salud. Enfermo estás. FEDERICO: Traigo unas necias porfías, sin que pueda decir más, señora, de que son mías. CASANDRA: Si es cosa que yo la puedo remediar, fía de mí, que en amor tu amor excedo. FEDERICO: Mucho fïara de ti, pero no me deja el miedo. CASANDRA: Dijísteme que era amor tu mal. FEDERICO: Mi pena y mi gloria nacieron de su rigor. CASANDRA: Pues oye una antigua historia; que el amor quiere valor: Antíoco, enamorado de su madrastra, enfermó de tristeza y de cuidado. FEDERICO: Bien hizo si se murió; que yo soy más desdichado. CASANDRA: El rey su padre, afligido, cuantos médicos tenía juntó, y fue tiempo perdido; que la causa no sufría que fuese amor conocido. Mas Eróstrato, más sabio que Hipócrates y Galeno, conoció luego su agravio; pero que estaba el veneno entre el corazón y el labio. Tomóle el pulso y mandó que cuantas damas había en palacio entrasen. FEDERICO: Yo presumo, señora mía, que algún espíritu habló. CASANDRA: Cuando su madrastra entraba, conoció en la alteración del pulso, que ella causaba su mal. FEDERICO: ¡Extraña invención! CASANDRA: Tal en el mundo se alaba. FEDERICO: ¿Y tuvo remedio así? CASANDRA: No niegues, conde, que yo he visto lo mismo en ti. FEDERICO: Pues, ¿enojaráste? CASANDRA: No. FEDERICO: ¿Y tendrás lástima? CASANDRA: Sí. FEDERICO: Pues, señora, yo he llegado perdido a Dios el temor y al duque, a tan triste estado, que éste mi imposible amor me tiene desesperado. En fin, señora, me veo sin mí, sin vos, y sin Dios. Sin Dios, por lo que os deseo; sin mí, porque estoy sin vos; sin vos, porque no os poseo. Y por si no lo entendéis, haré sobre estas razones un discurso, en que podréis conocer de mis pasiones la culpa que vos tenéis. Aunque dicen que el no ser es, señora, el mayor mal, tal por vos me vengo a ver, que para no verme tal, quisiera dejar de ser. En tantos males me empleo, después que mi ser perdí, que aunque no verme deseo, para ver si soy quien fui, en fin, señora, me veo. A decir que soy quien soy, tal estoy, que no me atrevo, y por tales pasos voy, que aun no me acuerdo que debo a Dios la vida que os doy. Culpa tenemos los dos, del no ser que soy agora, pues olvidado por vos de mí mismo, estoy, señora, sin mí, sin vos y sin Dios. Sin mí no es mucho, pues ya no hay vida sin vos, que pida al mismo que me la da; pero sin Dios, con ser vida, ¿quién si no mi amor está? Si en desearos me empleo, y él manda no desear la hermosura que en vos veo, claro está que vengo a estar sin Dios, por lo que os deseo. ¡Oh, qué loco barbarismo es presumir conservar la vida en tan ciego abismo hombre que no puede estar ni en vos, ni en Dios, ni en sí mismo. ¿Qué habemos de hacer los dos, pues a Dios por vos perdí, después que os tengo por dios, sin Dios, porque estáis en mí, sin mí, porque estoy sin vos? Por haceros sólo bien, mil males vengo a sufrir; yo tengo amor, vos desdén, tanto, que puedo decir: ¡mirad con quién y sin quién! Sin vos y sin mí peleo con tanta desconfïanza. Sin mí porque en vos ya veo imposible mi esperanza; sin vos, porque no os poseo CASANDRA: Conde, cuando yo imagino a Dios y al duque, confieso que tiemblo, porque adivino juntos para tanto exceso poder humano y divino. Pero viendo que el amor halló en el mundo disculpa, hallo mi culpa menor, porque hace menor la culpa ser la disculpa mayor. Muchas ejemplo me dieron, que a errar se determinaron; porque los que errar quisieron siempre miran los que erraron, no los que se arrepintieron. Si remedio puede haber, es hüir de ver y hablar; porque con no hablar ni ver, o el vivir se ha de acabar, o el amor se ha de vencer. Huye de mí; que de ti yo no sé si huír podré, o me mataré por ti. FEDERICO: Yo, señora moriré; que es lo más que haré por mí. No quiero vida. Ya soy cuerpo sin alma, y de suerte a buscar mi muerte voy, que aun no pienso hallar mi muerte, por el placer que me doy. Sola una mano suplico que me des; dame el veneno que me ha muerto. CASANDRA: Federico, todo principio condeno, si pólvora al fuego aplico. Vete con Dios. FEDERICO: ¡Qué traición! CASANDRA: Ya determinada estuve; pero advertir es razón que por una mano sube el veneno al corazón. FEDERICO: Sirena, Casandra, fuiste. Cantaste para meterme en el mar, donde me diste la muerte. CASANDRA: Yo he de perderme. Tente, honor. Fama, resiste. FEDERICO: Apenas a andar acierto. CASANDRA: Alma y sentidos perdí. FEDERICO: ¡Oh, qué extraño desconcierto! CASANDRA: Yo voy muriendo por ti. FEDERICO: Yo no, porque ya voy muerto. CASANDRA: Conde, tú serás mi muerte. FEDERICO: Y yo aunque muerto, estoy tal, que me alegro, con perderte, que sea el alma inmortal, por no dejar de quererte.
Vanse los dos

FIN DEL SEGUNDO ACTO

El castigo sin venganza, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002