AMOR, PLEITO Y DESAFÍO

Lope de Vega

Texto basado en la edición impresa por Rivadeneyra en 1873. Fue editado en forma electrónica por David Hildner en 1997 en el curso de sus investigaciones. Este text luego fue pasado al HTML por Vern G. Williamsen en el mismo año.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don ÁLVARO, anciano con un báculo, y don Juan de PADILLA
PADILLA: Advierta vusiñoría... ÁLVARO: Yo no tengo que advertir. PADILLA: Pues ¿por qué no me ha de oír, por su honor y en cortesía? ÁLVARO: ¿Sabéis que esta casa es mía? PADILLA: Sí, señor. ÁLVARO: ¿Sabéis quién soy? PADILLA: Sé que tan lejos estoy de hacerle agravio, que apelo de vuestro engañado celo, y justas quejas os doy. ÁLVARO: La que yo tengo de vos, don Juan de Padilla, fuera menos grave cuando hubiera la misma edad en los dos. PADILLA: Mi inocencia sabe Dios. ÁLVARO: Si el báculo fuera espada, ya estuviera castigada, Padilla, vuestra malicia. PADILLA: A ser vara de justicia, yo sé que oyera informada. ÁLVARO: Yo soy Rojas tan büeno como cuantos Dios crïó. PADILLA: Lo mismo defiendo yo. ÁLVARO: Por lo menos ya condeno, siendo de mi casa ajeno, el hallaros en mi casa. PADILLA: ¿Qué ley el respeto pasa? ÁLVARO: La ley santa de tener hija, que puedo temer que por su gusto se casa. PADILLA: Si yo supe que tenía unas reliquias, que son para el mal de corazón, y a pedírselas venía, ¿qué afrenta o descortesía halláis en la buena fe con que en vuestra casa entré? ÁLVARO: ¿Reliquias para esos males en casas tan principales? PADILLA: Pues, señor, ¿qué agravio fue? ÁLVARO: Allá por los monesterios se buscan las cosas santas, que en mi casa no habrá tantas para tan altos misterios; afrentas y vituperios hácense en las casas viles. PADILLA: Que tú mismo la aniquiles me ha causado admiración. ÁLVARO: ¡Qué buen mal de corazón! ¡Qué disculpas tan sutiles! Aquí no se ha de venir por reliquias para él, por corazón sí, que en él puedo valor infundir; aquí se pueden pedir lanzas, paveses y espadas de tantas guerras pasadas, que aun las hay, gracias a Dios, para mozos como vos, a buena mano enseñadas. PADILLA: De suerte estáis enojado, que pienso que mi razón no os dará satisfacción. ÁLVARO: Pues ¿qué razón me habéis dado? PADILLA: Soy yo caballero honrado. ÁLVARO: Sois Padilla. PADILLA: Soy igual a vuestra sangre. ÁLVARO: Sois tal que podéis honrarme. PADILLA: Oíd un gran remedio. ÁLVARO: Decid. PADILLA: Si habéis presumido mal... ÁLVARO: Ya os escucho. PADILLA: ...dadme luego por mujer a mi señora doña Beatriz. Si ella agora quiere admitir lo que os ruego, quedará todo en sosiego, y yo con ella casado. ÁLVARO: ¡Buen remedio habéis hallado para el mal de corazón, si éstas las reliquias son que en mi casa habéis buscado! Siendo quien soy, ¿cómo puedo, sin la licencia del rey, pues el ser tan noble es ley por quien obligado quedo? Pedídsela, y yo concedo en que Beatriz vuestra sea, porque se temple o se crea vuestro mal de corazón. PADILLA: Yo sé que en esta ocasión el rey mi aumento desea, que no ha tenido soldado que le sirva como yo. ÁLVARO: Id a hablarle. PADILLA: El cielo dio dulce fin a mi cuidado; agora a esos pies echado... ÁLVARO: Teneos, don Juan, que no es justo sin saber del rey el gusto. PADILLA: Dios os guarde hasta que os den nietos mis nietos. Vase ÁLVARO: ¡Qué bien! Quitado se me ha el disgusto. Bien es verdad que el pedir que hable al rey achaque ha sido, que aunque es don Juan bien nacido, y no se puede decir que es mejor ningún fidalgo y caballero en la corte, voy por diferente norte y de otra excusa me valgo. Es pobre, y es el menor de su casa, y en la mía bajeza parecería, y más sospechando amor.
Sale doña BEATRIZ y LEONOR [hablando aparte]
BEATRIZ: (Parece que es ido ya.) LEONOR: (Sí, señora, ya se fue.) BEATRIZ: (¿Cómo, Leonor, le hablaré, si tan enojado está?) LEONOR: (Finge que lo estás con él.)
A su padre
BEATRIZ: Quisiera en esta ocasión relevar mi sujeción de tu término crüel. No sé si tu entendimiento tiene el valor que solía, pues ya tu honra y la mía pone en tanto detrimento. ¿Era don Juan de Padilla tan vil, ya que quiso entrar, que aquí no pudo tomar honestamente una silla? ¿Hasle visto alguna vez ni pasear mi ventana? Que de una cosa tan llana yo quiero hacerte juez. Pues si es ésta la primera, ¿cómo le has reñido ansí? Que se ofendiera de ti, si quien es don Juan no fuera; ¿es bien que hablen de los dos en palacio de este modo? ÁLVARO: Yo tendré culpa de todo, ríneme tú; bien, por Dios. BEATRIZ: ¿Era mucho que viniera por unas cartas aquí, que hoy a mi prima escribí, y esta visita me hiciera? ÁLVARO: ¿Por cartas vino? BEATRIZ: Leonor, di tú en esto la verdad. LEONOR: Y con cuánta honestidad, que yo se las di, señor. ÁLVARO: Santa serás a mi cuenta, Beatriz, si esas cartas son para el mal de corazón de que don Juan se lamenta; por reliquias me decía que vino para este mal, tú por cartas; ¡oh qué igual disculpa, por vida mía! Concertaos en disculparos, aunque ya no habrá ocasión. BEATRIZ: Tan ciertas entrambas son, que son los efectos claros. Cuando las cartas le di, unas reliquias me vio, lo que eran me preguntó y "reliquias" respondí. Díjome que padecía en el corazón dolor, ¿fue dárselas mucho error, o fue justa cortesía? ÁLVARO: Dejará el mar de tener agua, el campo hierba y flores, primero que en sus errores falte disculpa a mujer. Ahora bien, él te pidió, y yo al rey le remití, estas reliquias le di, que también las tengo yo. Mas como en esta ocasión sin esta licencia venga, aunque más reliquias tenga, tendrá mal de corazón. Vase BEATRIZ: Cogido nos ha en la liga. LEONOR: ¿Para qué te disculpabas? BEATRIZ: Corrida estoy. LEONOR: Ya que dabas disculpa, a que no te obliga, pintárasle tu valor, discreción y honestidad. BEATRIZ: No sabe tratar verdad, cuando es verdadero, amor, pero si de haber errado nace casarnos los dos, nunca, Leonor, me dé Dios suceso más acertado. LEONOR: ¿Podréte pedir aquí que si te casas me des a su escudero? BEATRIZ: Después hablaré a don Juan en ti. LEONOR: También yo tengo por él cierto mal de corazón. BEATRIZ: Reliquias del cielo son, y amor veneno crüel. No hay corazón descontento que no salga consolado en poniéndole en el lado reliquias de casamiento. Vanse.
Salen don Juan de PADILLA y MARTÍN, escudero suyo
PADILLA: Yo tiemblo de hablar al rey en materia de casar, viniendo de pelear. MARTÍN: Pues ¿hay en el mundo ley que te lo puede estorbar? PADILLA: Por la guerra quise honrarme, de que Alfonso tantas tiene; si la opinión me conviene de ser soldado, el casarme mal a propósito viene. MARTÍN: Antes muy bien. PADILLA: ¿De qué modo? MARTÍN: Porque guerra y casamiento es un propio pensamiento; todo es guerra, y si lo es todo, no sales del mismo intento. Pero si por ser soldado y gallardo capitán, con la opinión que te dan la batalla del Salado y la toma de Almazán, no quieres darle ocasión a que entienda que la espada cuelgas cuando va a Granada, oye un consejo, en razón de tu vergüenza engañada: don Juan de Aragón, que priva con el rey, se lo dirá, licencia el rey te dará, que no está agora tan viva la guerra. PADILLA: Harto viva está, pero yo le serviré casado, si el rey quisiere, donde la jornada hiciere. MARTÍN: Él viene. PADILLA: Yo le hablaré. MARTÍN: ¿Dónde quieres que te espere? PADILLA: Aquí te puedes estar. MARTÍN: Tiene don Juan de Aragón justa fama y opinión; no puedes hombre buscar de mayor satisfacción; es gallardo caballero. PADILLA: Espero con su favor gozar de Beatriz. MARTÍN: Leonor me mata; a tu sombra quiero casarme también, señor; basta el tiempo que he traído las armas, pues no me han dado oficio que haya intentado. PADILLA: El haberle merecido, Martín, te le habrá quitado.
Sale don JUAN de Aragón
JUAN: Yo le hablaré después con mucho gusto. PADILLA: Por buen agüero tomo la respuesta de lo que aun no sabéis, puesto que es justo. JUAN: Mi voluntad su afecto os manifiesta. PADILLA: Si no tenéis acaso por disgusto hablar al rey, aunque es la causa honesta, quiero decir que es fácil, hoy querría le hablásedes por mí y en cosa mía. JUAN: Ya, don Juan de Padilla, estaréis cierto del deseo que tengo de serviros. PADILLA: Siempre me hacéis merced, y así os advierto, sin que de nuevo intente persuadiros, que trato de casarme, y que el concierto, después de muchas ansias y suspiros, hoy hice con el padre de mi dama. JUAN: No hay otro mayor bien para quien ama. PADILLA: Sois tan galán que os hablo en mis congojas. Finalmente licencia del rey falta; ésta pide don Álvaro de Rojas; mirad si es prenda generosa y alta. Podréis decirme vos: ¿tú, que despojas tanto moro andaluz, cuando se asalta fuerte o ciudad, sin ánimo te hallas? Ay, sí, que tiene amor flacas batallas. No me atrevo del rey a la grandeza, que le hablo pocas veces y muy poco, y aunque me dio valor naturaleza, sólo en cosas marciales me provoco. Habladle vos, que a mí, que la belleza de mi esposa Beatriz me vuelve loco, no me ha dejado amor entendimiento, y tal estoy que de sentir no siento. JUAN: Yo os he entendido ya, decidme luego si queréis otra cosa. PADILLA: Sólo os pido esta licencia. JUAN: Adiós. PADILLA: Al cielo ruego os dé lo que tenéis tan merecido. MARTÍN: ¿Tan presto negociaste? PADILLA: Estoy tan ciego que no tengo discurso conocido. MARTÍN: Mira que en dulce fin de tus amores me has de dar a Leonor. PADILLA: Y mil Leonores.
Vanse Juan de PADILLA y MARTÍN
JUAN: ¡Qué bien que deja puesta mi esperanza, amando yo a Beatriz tan tiernamente! ¿Quién pide con tan necia confïanza que con el rey su casamiento intente? ¡Oh milagro de amor, que cuando alcanza que de aquesta licencia se contente don Álvaro, me avisa el que la adora, para que para mí la pida agora? No me obligué ni la palabra he dado; sólo le respondí, "yo os he entendido". Con que ni la quebré ni me ha obligado a cumplir lo que a nadie he prometido. Mía serás, ¡oh sol de mí adorado!; amanece en la noche de tu olvido, que no has de ser Padilla si yo puedo. Viva Aragón, pues en amor le excedo; Dos Juanes te pretenden, Beatriz bella: el uno es Aragón, aunque en Castilla, Padilla el otro, con mejor estrella; merézcate Aragón, y no Padilla. ¡Ay Dios! si tiene la licencia della navego en vano, moriré a la orilla, pero si tengo la del rey, que espero, cayó la suerte en Aragón primero.
Salen el REY DON ALFONSO, don ÁLVARO y ACOMPAÑAMIENTO
ALFONSO: Bien podéis publicar que mi jornada a Galicia ha de ser a coronarme, que la corona y la dichosa espada la imagen de su apóstol ha de darme; suspéndase la guerra de Granada, aunque salgan los moros a inquietarme, que de sus lanzas quemaré la selva cuando a Castilla de Galicia vuelva. ÁLVARO: Espero en Dios que las doradas cruces pondrás en las alfombras y alcazabas si las gentes a ejército reduces, con que el verano a Córdoba pasabas; no presuman los moros andaluces que las empresas de tu gloria acabas en tu mejor edad. ALFONSO: No harán si puedo, aunque atrevidos bajan a Toledo. Presto a Valladolid daré la vuelta, si quiere Dios y el capitán divino, que, con la capa militar revuelta y levantado el temple diamantino, esta canalla, en polvo y sangre envuelta, por el tributo de nombrarle indigno, desterró para siempre desta tierra por quien le apellidamos en la guerra. JUAN: A solas quisiera hablarte si ocupaciones te dejan. ALFONSO: Retiraos todos.
Retíranse don ÁLVARO y ACOMPAÑAMIENTO
¿Qué quieres? JUAN: Respetando tu grandeza, nunca te dije, señor (desconfïanza bien necia), cierto pensamiento mío. ALFONSO: Tu culpa, don Juan, confiesas. JUAN: He tratado de casarme. ALFONSO: Es fuerza; ¡dichosa empresa! JUAN: ¿Qué llamas fuerza? ALFONSO: De amor, que las demás no son fuerzas. JUAN: Todo se junta a obligarme, porque entran en competencia amor y comodidad. Tan justa igualdad profesan. Tu licencia es lo primero, y luego, señor, con ella mandar que me dé su padre (que está aquí) mi amada prenda. ALFONSO: De los que aquí están, don Juan, no puede ser que otro sea que don Álvaro de Rojas, y si es él, en todo aciertas. ¿Callas? luego yo también acierto en lo que deseas. ¡Hermosa dama es Beatriz!
A don Álvaro
Don Álvaro. ÁLVARO: Señor. ALFONSO: Llega. ÁLVARO: ¿Qué mandas? ALFONSO: Nunca los reyes largos prólogos emplean en lo que mandan y es justo. ÁLVARO: Ni pudiera en mi obediencia haber resistencia alguna a cosa que tú quisieras. ALFONSO: Dale a don Juan tu Beatriz. ÁLVARO: Su virtud y su nobleza lo merecen; pero es pobre y vuestra alteza pudiera honrarle de algún oficio, pues le ha servido en la guerra; que no está, como tú sabes, tan descansada mi hacienda que pueda yo sustentar a un yerno pobre con ella. Es don Juan gran caballero; en la venturosa empresa del Salado te sirvió con hazañas que hoy se cuentan; hazle merced. ALFONSO: Di, don Juan, ¿tú eres pobre? JUAN: Bien lo fuera para igualar a Beatriz por hermosura y nobleza; pero en lo demás yo tengo, como su mano merezca, con que vivamos los dos. ALFONSO: Pues ¿qué tienes por pobreza? ÁLVARO: Senor, pensé que mandabas que mi hija Beatriz diera, no a don Juan de Aragón, que está agora en tu presencia, sino a don Juan de Padilla, cuya nobleza es tan cierta como su necesidad, ni ha sido mucho que tengan la culpa los mismos nombres. ALFONSO: Yo me serviré que entiendas que es a don Juan de Aragón, y porque en provecho sea el haberte equivocado, al de Padilla, haga cuenta que es memorial remitido de mi Consejo de Guerra. Dile, don Juan, a don Juan me acompañe a Compostela, que le quiero hacer merced.
Vanse el REY, don ÁLVARO y ACOMPAÑAMIENTO
JUAN: Está cierto que la emplea justamente en su valor; ¡ay divina diligencia, madre de la buena dicha!
Salen don Juan de PADILLA y MARTÍN
PADILLA: Solo está. MARTÍN: Si lo está, llega. PADILLA: ¿Hablaste a su alteza? [JUAN]: Hablé, don Juan, agora a su alteza, y dice que le acompañes a Galicia, que a la vuelta te dará, en Valladolid, con mil mercedes, licencia; que está muy agradecido a tus servicios, y en prueba de esta verdad, dio también a don Álvaro en respuesta que aceptaba el memorial. PADILLA: Deja, Aragón noble, deja que ponga en tus pies la boca, que desde aquí, yo y mi prenda somos tus esclavos, somos de tus estampas la tierra; que, aunque es cielo para mí mi Beatriz hermosa y bella, por el amor que me tiene querrá que ansí lo encarezca. JUAN: Ponte luego de camino, Padilla, para que entienda el rey mi señor el gusto que de acompañarle llevas, que allá le hablarás en todo. PADILLA: ¿Vas tú allá para que pueda tener entrada a su gracia? JUAN: Aquí me deja su alteza a prevenir la jornada que para Granada intenta, porque pienso que ha de ser luego que la primavera temple la furia a los ríos, seque la mojada tierra. PADILLA: Pésame de que no vayas. JUAN: No has menester encomienda para la gracia del rey, pues que ya quedas en ella.
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PADILLA: ¿Qué dices tú de mi dicha, Martín? MARTÍN: Que tu dicha es cierta; y que ha sido discreción mezclarla con esta ausencia, que los agrios que en palacio a las cosas dulces echan es para templar el gusto. PADILLA: De ningún mal se me acuerda como tenga punto fijo la esperanza que me queda. MARTÍN: Dicha has tenido. PADILLA: Notable. Demos a Beatriz las nuevas envueltas en la partida, para que no se enloquezca; pero entre aquestos cuidados, Martín, déjame que sienta el ver cuán mal puedo entrar en obligación como ésta; don Álvaro no ha de darme dote, pues toda su hacienda es de su hija. MARTÍN: Es ansí, pero tendrás casa y mesa. PADILLA: No está la dificultad en que casa y mesa tenga, sino en la primera entrada, las joyas y las libreas. ¡Ah, Dios, que un hombre tan noble tal necesidad padezca por ser tercero en su casa! MARTÍN: No hay cosa, señor, más necia que la fortuna. PADILLA: Bien dices; por eso la pintan ciega. MARTÍN: Señora parece en dar, porque siempre se desvelan en dar a quien los engañe o a quien no se lo agradezca; págase de la ignorancia, no sabe estimar la ciencia, de las lisonjas se agrada, y las virtudes desprecia. ¿Serviste? no tienes premio, pero en efeto le espera, que el buen don Juan de Aragón te ha puesto bien con su alteza. Pintó un sabio a la fortuna sola la mano derecha, y todos los desdichados puestos a la mano izquierda; como era manca, a ninguno levantaba de la tierra, porque sólo a los dichosos les alargaba la diestra; y ésta la pintó tan larga que alcanzaba en las escuelas al estudiante en la paz, y al vil soldado en la guerra. El brazo de la fortuna don Juan de Aragón te enseña, ya te quiere levantar. PADILLA: Yo te juro que él lo emplea en quien sabrá agradecerlo. Mas ¿qué haremos, cuando vuelva, de dinero para joyas, mis galas y las libreas de pajes y de lacayos? MARTÍN: Don Juan de Aragón comienza a hacer por ti, ya tú eres su hechura. PADILLA: Así lo confiesa, Martín, mi agradecimiento. MARTÍN: Dile tu mucha pobreza, que no hará mucho si agora dos mil ducados te presta; que es rico y te los dará a buen pagar, de la renta de don Álvaro, tu suegro. PADILLA: Bien me animas y aconsejas. Vamos, pondréme galán, y con mis botas y espuelas iré a decir a Beatriz su casamiento y mi ausencia. MARTÍN: Y yo ¿qué daré a Leonor si esta boda se concierta? PADILLA: Vende mi caballo y compra guarniciones a tu yegua.
Vanse. Salen doña ANA y TELLO
TELLO: Esto se dice, señora, en toda Valladolid. ANA: ¡Piadosos cielos! oíd a quien sin remedio llora. TELLO: ¿Por qué no le has de tener con presunción de olvidar? ANA: Porque es [en] mi mano amar, y en el tiempo aborrecer. Pasión tan presto adquirida como amor, despacio muere, que en poco tiempo se quiere, y en mucho tiempo se olvida. Amé a mi primo don Juan, pensando que me quería; tal esperanza tenía, tales engaños me dan; nunca de Beatriz hermosa tuve celos; necia he sido, que no le hubiera querido con tanto extremo celosa. TELLO: Nunca te quise decir, por verte tan satisfecha, que tuve alguna sospecha. ANA: Erraste en no me advertir, que los que juegan no ven en el ajedrez de amor. TELLO: Ello fue notable error. ANA: Y fue desdicha también; pero aunque pierda la vida y la honra, hoy he de hacer que no sea su mujer. TELLO: ¿Qué dices de honra perdida? ANA: Que me quiero levantar un testimonio. TELLO: Es locura de amor. ANA: Remedio procura, o me tengo de matar. TELLO: ¿Qué remedio? ANA: Tráeme luego a don Álvaro. TELLO: No sé qué intentas. ANA: Parte o haré que te abrases en mi fuego. TELLO: Yo voy. ANA: No vengas sin él, que me ha de matar mi amor. TELLO: Testimonios en tu honor es pensamiento crüel.
Vase
ANA: Dulce enemigo mío, ¿qué ingratitud es ésta, que alma y vida me cuesta con tanto desvarío? Mas, pues está perdida, vuélveme el alma y quítame la vida. Aquí me tienes loca, y en venturas ajenas un Tántalo de penas, las glorias a la boca, que en infierno de celos dulces engaños me prometen cielos; Mas ¿para qué me engaño con falsas esperanzas, cuando de tus mudanzas me llega el desengaño? Que, con engaños tales, los falsos bienes crecerán los males.
Salen TELLO y don ÁLVARO
ÁLVARO: Tuve dicha, que pasaba por vuestra puerta. ANA: ¡Oh, señor don Álvaro! ÁLVARO: Del amor que me debéis me acordaba, y en las rejas reparé. ANA: Olvidado estáis de mí. ÁLVARO: Tan vuestro soy como fui, nunca de vos me olvidé. ANA: Tello, déjanos y cierra. ÁLVARO: ¿Qué tenéis, que no solía ser así vuestra alegría? ANA: La tierna edad siempre yerra; mucho tengo que os decir. ÁLVARO: Ya me apercibo a escuchar. ANA: Puedo decir "confesar", porque me quiero morir. Don Álvaro, pintaros los errores de la edad juvenil y sus desvelos era querer contar al campo flores, olas al mar y estrellas a los cielos; todos los más se fundan en amores y en desatinos a que obligan celos; oíd, aunque de amor fábulas vanas escuchan mal las venerables canas. Cuando la primavera de mis años de las primeras rosas guarnecía el campo de mi edad y los engaños de amor, ni amaba yo ni aborrecía, un caballero ilustre, de mis daños principio, como deudo entrar podía a todas horas para hablarme y verme, que la ocasión despierta honor que duerme. No reparaba yo que me miraba, o era muy tierna yo, o era inocente; mas debo de mentir que reparaba, pues muchas veces la vergüenza miente; él mentía tan bien que me alababa de lo que en mí faltaba claramente; mas no sé qué de discreción y brío debió de ser su amor y el daño mío. El alba, por el mes de los amantes, poniendo estaba lirios y azucenas una mañana, pocos tiempos antes de la ocasión, principio de mis penas, cuando me dan mis padres ignorantes (también error) licencia a manos llenas para que salga al campo, en que primero tomé yerros amor que anduve a acero. Fui al prado de la santa que, atrevida, a quien le dio los pies tomó las manos, y hallé a don Juan, que, con suave herida, rindió de amor mis pensamientos vanos; gallardo a la jineta y a la brida domaba dos caballos castellanos, que no siempre han de ser los andaluces de airosas manos y fogosas luces; vine a mi casa llena de deseos, que la imaginación conmigo hacía los mismos caracoles y escarceos que en el campo don Juan formado había; desde entonces juzgué que sus empleos a conquistar mi gusto reducía, miré si me miraba, hablé si hablaba, que amor, rendida yo, cerró el aljaba. Concertamos los dos que en una huerta, saltando las paredes de mi casa, entrase cierta noche que, cubierta de negras nubes, fue la luna escasa; mas ¡qué locuras el amor concierta! ¡Qué de doncellas con mentiras casa! ¡Qué de tormentas son después espumas! ¡Qué de ansias, hielos, y palabras, plumas! Turbámonos los dos, y parecía que se burlaban de los dos las flores; el agua murmuraba que corría, y culpaba el silencio los amores, juntó las manos el temor del día, que amando son valientes los temores, venciendo su cobarde atrevimiento la poca resistencia de mi intento. No sé qué fue de mí: o él es fingido, o yo soy en extremo desdichada, pues dicen que me tiene tal su olvido, que se casa y me deja despreciada; vuestra hija Beatriz la culpa ha sido, o su hermosura justamente amada; que se casa con ella me han contado, de mis obligaciones olvidado. Si aun hay lugar, don Álvaro, yo os ruego que no pase adelante su locura, pues no es razón que en nombre de amor ciego me dé lugar a tanta desventura; iréme al rey y, refiriendo luego lo que advertido vuestro error procura, quedaréis deshonrado y yo vengada, que, a quien tiene razón sobra la espada. ÁLVARO: Doña Ana, mi intento ha sido del vuestro tan diferente, que respondo brevemente que el rey la culpa ha tenido. Mi hija me mandó dar hoy a don Juan de Aragón, ignorando la ocasión que me acabáis de contar, porque ni querrá su alteza ni yo querré... ANA: No paséis más adelante, que habéis animado mi tristeza; ¿Qué? ¿No es don Juan de Padilla? ÁLVARO: No, que estos conciertos son con don Juan de Aragón, hombre tan rico en Castilla. ANA: Pues sabed que yo, engañada de las nuevas y de amor, hice este agravio a mi honor, celosa y desesperada, que ni él de noche me vio, ni en tal huerta me ha burlado. ÁLVARO: A ser cortés obligado del crédito, nací yo, y de vuestra gran nobleza os confieso que dudé la historia, no dando fe tal virtud a tal bajeza. ANA: En fin, ¿es el de Aragón? ÁLVARO: Como del rey es Castilla. ANA: Pues yo adoro al de Padilla. ÁLVARO: Adiós. ANA: Adiós. ÁLVARO: (¡Qué invención!)
Vanse. Salen doña BEATRIZ y LEONOR
BEATRIZ: ¿Con qué te podré pagar las nuevas? LEONOR: Con un vestido. BEATRIZ: En mi vida le he tenido como te le pienso dar. En fin, ¿dio licencia? LEONOR: Dio el rey licencia a don Juan. BEATRIZ: Fin mis deseos tendrán. LEONOR: Esto Martín me contó. BEATRIZ: Poco a mi padre le vale el achaque en la pobreza de don Juan, mas ¿qué riqueza puede tener que le iguale? Aquel talle y aquel brío no tienen comparación. LEONOR: Los dos sospecho que son.
Salen don Juan de PADILLA, de camino, y MARTÍN, con fieltro y botas
PADILLA: Mi Beatriz. BEATRIZ: Esposo mío. PADILLA: ¿Qué, llegó el día feliz (alma, no te vuelvas loca) que oiga don Juan de tu boca tal nombre, hermosa Beatriz? ¿Es posible que en tu casa entre con tal libertad? BEATRIZ: Eso tiene la verdad de amor que dos almas casa. Mi padre ¿hate visto? PADILLA: No, aunque de lejos le vi y no me habló, ya entendí que de mi bien le pesó, y la causa que le mueve. BEATRIZ: No sabe que tu valor es la calidad mayor. PADILLA: Poco mi valor le debe. BEATRIZ: ¿Botas y espuelas? ¡Ay Dios! PADILLA: Sí, mi bien, voy a Galicia con el rey, que él me lo manda. BEATRIZ: Siempre está el bien de partida, siempre el placer por la posta. PADILLA: Excusad, estrellas mías, las perlas, que están abiertas las rosas de las mejillas; allá me ha de hacer merced, y nuestra boda apadrina volviendo a Valladolid. MARTÍN: ¡Ay, ay, ay! LEONOR: ¿De qué relinchas? MARTÍN: Todos se casan, y yo no puedo alcanzar justicia. LEONOR: Maldito seas, amén. Como se ven las mentiras en el fieltro y las botazas, tú me quieres, tú me olvidas. MARTÍN: Pues ¿puédome yo quedar? LEONOR: Fingieras, pues lo sabías, una calentura o dos. MARTÍN: Aun no son buenas fingidas; pues es verdad que quedara en casa abundante y rica, porque, partido mi amo, no hay más del ama que guisa, y de tal guisa la tal guisa las ollas que aliña, que pudieras sin espejo afeitarte en la escudilla; los garbanzos, por los viernes, hacen con dulce armonía bailes de a cuatro en el caldo. LEONOR: Eso es ser pobre y ser limpia. MARTÍN: ¿Limpia? A un sábado te aguardo; con su perejil las tripas, las manos todas barbadas y las panzas con su almíbar. LEONOR: A buena casa venís. MARTÍN: ¡Buena! Que Dios la bendiga. LEONOR: Cuando sea tu mujer, tú verás qué de cositas con que te regalo yo. MARTÍN: Cosas, cosas, Leonor mía, que salimos de la orden más estrecha y más ceñida que hay en la iglesia de Dios. LEONOR: Escucharte me lastima; ¿tan pobre vive don Juan? MARTÍN: Sustenta mucha familia con pequeños alimentos. LEONOR: Sí, porque es gente lucida. MARTÍN: Todo lo que es por defuera se porta con bizarría, en casa Dios lo perdone. LEONOR: ¿Cómo? MARTÍN: En la cama y comida. LEONOR: Pues ¿no tenéis buena cama? MARTÍN: La cama más exquisita que se ha escrito en la pobreza ni se ha visto en la avaricia; ella es un colchón redondo donde toda la familia alrededor se acomoda, de manera que confinan todos los pies en el medio, de la suerte que imaginas los rayos de alguna rueda. LEONOR: Es invención nunca oída. MARTÍN: Allí se juntan los pies, como en las carnicerías se suelen vender las manos que a los carneros se quitan; son los vientos tan contrarios que, a ser velas las camisas, pajes se fueran a fondo. LEONOR: El cuento admite pastillas. PADILLA: Mi bien, yo me quiero ir; sabe Dios si me lastima tu ausencia el alma, no puedo excusarla aunque querría; volveré a Valladolid, dentro de un mes, de Galicia, que el rey se va a coronar, cosa no vista en Castilla, de las manos de la imagen del gran apóstol, la insignia real, la corona de oro, quiere tomar. BEATRIZ: ¡Qué desdicha! Parte y presume que quedo muriendo. PADILLA: ¡Y yo cómo voy! Que sólo en pensar que soy tu marido, partir puedo, porque si no, ni dar paso pudiera con vida aquí. BEATRIZ: ¿Acordaráste de mí? PADILLA: No respondo. BEATRIZ: (Extraño caso, las lágrimas en los ojos se parte.) MARTÍN: Martín se va, Leonor. LEONOR: Y se lleva allá el alma toda. MARTÍN: ¡Qué enojos, ay, ay, ay!
Vanse Juan de PADILLA y MARTÍN
LEONOR: ¡Cuál quedo yo! BEATRIZ: ¡Qué buen consuelo! LEONOR: ¿Qué quieres? ¿Somos piedras las mujeres? BEATRIZ: Almas sí, que piedras no.
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: Darte el parabién es justo de la ventura que tienes. BEATRIZ: Cuando tú con gusto vienes, claro está que tendré gusto. ÁLVARO: Dio el rey licencia a don Juan. BEATRIZ: Y yo me rindo a tus pies. ÁLVARO: Por cierto, Beatriz, que él es rico, discreto y galán. BEATRIZ: ¿Qué riqueza puede haber como el ingenio y valor?
[Sale SANCHO]
SANCHO: Aquí ha llegado, señor, don Juan. ÁLVARO: Él te quiere ver, ¿darás licencia? BEATRIZ: Pues ¿no? ÁLVARO: Di que entre.
[Vase SANCHO]
BEATRIZ: ¡Qué gran ventura! Quien ha amado sin locura no puede decir que amó.
Sale don JUAN de Aragón
JUAN: Si ha dado disculpa amor al mayor atrevimiento, añadiéndose el casarse, pienso que mayor la tengo; y pues que del desposorio solamente a vistas llego, no reparéis, dulce esposa, en que esté turbado y necio. Al rey supliqué esta tarde que me dejase, partiendo a Galicia, por no daros disgusto; pues ya soy vuestro, aquí me quedo a serviros, porque a nuestro casamiento no se ponga dilación. ¿Qué tenéis? BEATRIZ: Señor, ¿qué es esto? ÁLVARO: Hija, que el rey me ha mandado que os case, y yo le obedezco. BEATRIZ: ¿Con quién? ÁLVARO: Con don Juan. BEATRIZ: Oíd. ¿No es el de Padilla? ÁLVARO: Bueno: ése, aunque es noble, Beatriz, es un pobre caballero; el de Aragón es muy rico, y está en su gracia. BEATRIZ: ¡Qué presto sigue al placer el pesar! JUAN: (¿Qué es lo que le está diciendo? ¿Si pensó que era Padilla? ¿Si halló lugar en su pecho? Pero en tanta honestidad, celos, mirad que sois necios; pero podréis responder que ¿cuándo fuistes discretos? Yo me caso por industria; que es imposible sospecho que me deje de costar pesar el atrevimiento.) ÁLVARO: Hija, si tenéis honor, hija, si tenéis respeto a la sangre que os he dado, mirad que está de por medio no menos que un rey. BEATRIZ: Señor... ÁLVARO: No respondáis, que no quiero respuesta, sino obediencia; mirad que el rey es tercero, y yo he dado la palabra. BEATRIZ: Ponedme en un monesterio. ÁLVARO: No hay que poner dilaciones; con el valor de este yerno y la privanza de Alfonso, toda mi casa ennoblezco; dalde la mano, o ¡por Dios...! BEATRIZ: Ya, señor, que obedeceros es fuerza, dadme dos días para llorar a lo menos. ÁLVARO: ¿Qué tenéis vos que llorar si el cielo ha venido a veros con tan gallardo marido? BEATRIZ: Dadme un hora. ÁLVARO: Ni un momento; no me afrentéis, hija mía. BEATRIZ: Venga esta noche y hablemos. ÁLVARO: Si alzo la voz, ¡vive Dios...! BEATRIZ: Ya, señor, os obedezco. JUAN: Si está indispuesta mi esposa, mañana, señor, podremos tratar de esto; el cielo os guarde.
Vase
ÁLVARO: ¿Es bien hecho lo que has hecho? BEATRIZ: ¿Él no se fue cuando yo iba [a] hablarle? Pues ¿qué debo? ÁLVARO: ¿Podréle llamar? BEATRIZ: Podrás. (¡Quitadme la vida, cielos!)

FIN DEL PRIMER ACTO

Amor, pleito y desafío, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002