ACTO SEGUNDO


Descúbrese una cortina, véase un trono en alto donde esté sentada la PROVIDENCIA divina, y en las gradas del trono la RELIGIÓN cristiana
RELIGIÓN: Santísima Providencia, cuyo pecho inescrutable con tanta magnificencia, con valor tan admirable, con tan divina asistencia conserva el mundo inferior, que este superior imita, que hasta el gusano menor, que la más vil planta habita, viste de vida y color: de la república humana soy la Religión cristiana, que fundó Cristo en el suelo con la cruz, puente que al cielo el paso imposible allana; vengo a tus divinos pies agradecida que des a Cortés tanto favor, porque crezca mi valor en el valor de Cortés. Muchos capitanes fuertes han aumentado mi nombre con la ajena y con sus muertes, y hoy con la fama de un hombre no vistos mundos conciertes, un nuevo David levantas de la casa de Isaí, con que hoy al gigante espantas, al can trifauce, que a mí opone sus tres gargantas, y a la fiera Idolatría, reina de este mundo indiano; y así espero que este día cederá tu santa mano la espada en defensa mía, para que Cortés, cortando, con aquel divino corte, sus cuellos, vaya aumentando mi nombre del sur al norte y el suyo infame extirpando a esta erotiza, y pretende, tras el principio dichoso, que el Demonio le defiende, ver el reino poderoso que a tantos reinos se extiende, aquel donde Motezuma se intitula emperador. Mira si es bien que presuma dar la Idolatría favor, con innumerable suma de indios que se han juntado, a este tirano del mundo que has redimido y comprado.
Sale la IDOLATRÍA con un vestido de negro sembrado todo de imágenes de oro y un ídolo echando fuego por la boca
IDOLATRÍA: Salgo del centro profundo, con mi congoja y cuidado, a la luz divina y pura de tu tribunal eterno. ¿Cómo, señor, por ventura, es bien que de mi gobierno me arroje una vil criatura? ¿Qué quiere la religión? ¿No tiene otro mundo allá? Envidias del cielo son, pues en el que tengo acá te pide jurisdicción; desde que cayó del cielo mi padre Luzbel, podría decir que es mío este suelo. ¿Yo no soy la Idolatría? ya, escucha, advierte, apelo. ¿Dónde va aqueste Cortés? ¿Aqueste Cortés quién es? ¿Es Moisés este español? ¿Adonde se esconde el sol pone este español los pies? Yo voy a España y a Roma y no le tomo su tierra. ¿Por qué mi tierra me toma? Motezuma hará la guerra, yo haré que vivos los coma, yo haré que me sacrifique[s] sus quinientos viles hombres los más bárbaros caciques, antes que tus santos nombres en América publique[s]. Habitar quieren cristianos en la línea equinocial; serán pensamientos vanos. Apelo, reino inmortal. Providencia, ten las manos, no prosiga en mi [labio]; hija soy del Querub sabio, que del Líbano fue Cedro. Estése en su silla Pedro, que a Pedro yo no le agravio, y si no, juntos están cuarenta mil indios fuertes que a Cortés muerte darán. RELIGIÓN: Y de las entrañas viertes otro ignífero volcán; ¿No sabes, Idolatría, que toda esta tierra es mía? IDOLATRÍA: ¿Tuya, Religión cristiana? RELIGIÓN: Sí, porque tú eres tirana donde yo reinar solía después que Cristo subió a la diestra de su Padre, y su espíritu bajó a consolar a su Madre, y a los que sus lenguas dió. Pedro en Roma predicaba, y Pablo a España escribía, a Nicodem[o] informaba, Andrés y Juan convertían lo más del Asia en que estaban; a España Diego y Tadeo; de Jericó en el distrito, mostró Felipe deseo; a Scitia Marcos, a Egipto y a Macedonia Mateo; cúpole a Bartolomé la Armenia, y entre diversas naciones mostró Tomé a los indios y los persas de Cristo evangelio y fe, dándoles a conocer que toda la India es mía, y que injustamente estás en mi hacienda, Idolatría. IDOLATRÍA: Tarde informaciones das. Bienaventurado aquél que posee. RELIGIÓN: Con fe mala, y más la tuya infïel, no es posesión. IDOLATRÍA: A la sala trina apelo, por Luzbel. RELIGIÓN: No puedes tú prescribir en ningún tiempo. PROVIDENCIA: No más. IDOLATRÍA: Más tengo que te decir. RELIGIÓN: Siempre menos me dirás, porque siempre has de mentir. Del padre de la mentira eres hija. Si es tu padre, este silogismo mira. Tú, de mil pecados madre, de la crueldad, de la ira, de la blasfemia y la [gula] de la lascivia, huye luego de las Indias. IDOLATRÍA: Disimula por unos días te ruego. PROVIDENCIA: Vete. IDOLATRÍA: Tu voz me atribula, Señor, mira. PROVIDENCIA: No ha lugar. RELIGIÓN: Si esto es revista, paciencia. PROVIDENCIA: Hallo que debes tornar a la Religión su ciencia. IDOLATRÍA: Pues algo me ha de quedar. Yo me esconderé en lugar[es] que la Religión no entre, y tendré templos y altares. RELIGIÓN: Sí, pero cuando te encuentre menester es que repares. IDOLATRÍA: El Padre Alcalde tenías, si era Cristo y es juez; ¿Qué esperaban mis porfías? Mas yo haré que alguna vez te venzan las armas mías. RELIGIÓN: Yo espero en mi Padre eterno deshacer tu religión. IDOLATRÍA: Fuerte decreto y gobierno tienes, Santa Religión, que yo me parto al infierno.
Cúbrese el trono, y la Idolatría se entre por la boca de fuego, y toquen trompetas y cajas; salgan por dos partes INDIOS y ESPAÑOLES batallando, unos con arcos y flechas, y otros con arcabuces, CORTÉS y otros capitanes a caballo con las espadas desnudas, y Santiago delante, armado de blanco, con un pendón rojo, digan en venciendo
FONSECA: ¡Victoria, España, victoria! CORTÉS: A Dios la da, suya es, que sólo es de Dios la gloria. ALVARADO: Guarden tu nombre, Cortés, las aras de la memoria; hoy por la fe y por España has hecho una grande hazaña, pues, para que más te asombres, vences con quinientos hombres cuarenta mil en campaña. CORTÉS: Pues por eso digo yo que es la victoria del Cielo, y que el Cielo nos la dió. De decir tengo recelo lo que mucha gente vió. TAPIA: ¿Es por dicha el caballero, lleno de divina luz, que armado de blanco acero, con rojo pendón y cruz, iba el campo primero? CORTÉS: El mismo, que tal estrago hizo en los indios. ALVARADO: No dudes que era Santiago. CORTÉS: ¿Santiago? TAPIA: Tú, ¿cómo a San Pedro acudes? CORTÉS: Desde que nací lo hago. TAPIA: ¿Darásle como a devoto esta gloria? CORTÉS: Así lo creo. ALVARADO: Santiago fue de mi voto. CORTÉS: ¿Santiago cuando peleo de la patria tan remoto? Contra el morisco africano de España se vio su mano con esa espada y pendón, y así el español patrón le intitula el castellano; ¿más en las Indias? TAPIA: La espada del cielo a todo enemigo alcanza en rayos bañada. CORTÉS: Yo que fue San Pedro digo, que es de la llave dorada. ALVARADO: No es soldado. CORTÉS: Antes es cierto que Pedro es un gran soldado, pues en la prisión del Huerto acometió a un mundo armado, con estar medio despierto; y aunque es en asiento grave, Pedro de la llave ya, cuando hay ocasión, bien sabe, como fue valiente allá, hacer espada la llave. Dios nos quiere descubrir este mundo y hacer puerta por donde entrar y salir. FONSECA: La gente, admirada y muerta, te viene a ver y servir.
[Salen] TOLEMO, ALICÁN y otros INDIOS
CORTÉS: Habla, Aguilar, a esa gente. AGUILAR: Este capitán valiente es del rey Carlos vasallo. TOLEMO: Aún no me atrevo a mirallo por más que el amor lo intente. ¿Tú, español, la lengua sabes? AGUILAR: Soy su lengua, oídme a mí. Con ciertos secretos graves viene el gran Cortés aquí con su ejército y sus naves. Esto os quiero platicar con los reyes y caciques. ALICÁN: El oro vendrá a buscar. AGUILAR: No quiero que al oro apliques tantos trabajos del mar, tantas guerras de la tierra, que un gran secreto encierra su venida. ALICÁN: Di a los dos a qué viene. AGUILAR: A daros Dios, que no viene a daros guerra. TOLEMO: ¿Dios no tenemos acá? AGUILAR: No, que es falso. ALICÁN: Bien está, que hay mucho en eso que hacer. AGUILAR: La tierra quiere saber. ALICÁN: En tierra firme está ya, oro hay adelante, y tanto, que no lo estiman, y así, pues que lo tenéis por santo, os traemos esto aquí.
Saquen unas barretas de oro que traerán unos INDIOS muchachos en unas fuentes de palo, cubiertas con tafetanes, y los SOLDADOS las arrebaten con gran prisa
CORTÉS: Soldados, de vos me espanto; no más. ALICÁN: ¿Dices que no quieren el oro, y por ello mueren? AGUILAR: Como lo dais con amor, tómanlo. TAPIA: ¿Quieres, señor, que aquestas barras no alteren? AGUILAR: En nuestra tierra sería no tomar descortesía a quien diesen colación. ALICÁN: Que allá tan corteses son huélgome, por vida mía. AGUILAR: ¿Quién es el mayor señor de esta tierra? TOLEMO: Motezuma es el gran emperador, es el absoluto, en suma. AGUILAR: ¿Tiene gente de valor? TOLEMO: Podrá poner en campaña un millón de hombres. AGUILAR: ¿Y vive en ciudad o en la montaña? TOLEMO: En México. AGUILAR: No apercibe mal. Es estilo de España. ¿Tiene algún súbdito aquí? TOLEMO: Sí, español. AGUILAR: ¿Quién? TOLEMO: Teudellí. AGUILAR: Idle a llamar, Petonchanos. ALICÁN: El vendrá a besar sus manos. CORTÉS: ¿Pártense ya? AGUILAR: Señor, sí. CORTÉS: ¿Qué dicen? AGUILAR: Que han entendido que vienes por oro. CORTÉS: ¿Veis que, aunque rudos, han caído en que el oro pretendéis, entre sus minas nacido? AGUILAR: Dice más; que hay un Señor, desta tierra emperador, que Motezuma se llama, que arma un millón de hombres. CORTÉS: Fama tengo ya de su valor. AGUILAR: Van por un súbdito suyo que se llama Teudellí. CORTÉS: España, yo le haré tuyo; el ser recibí de ti, un mundo te restituyo. ¡Buen ánimo, pensamiento! Quinientos hombres serán hoy los que a tan alto intento puerta y camino abrirán, si no se les lleva el viento. Hola, tambor. TAMBOR: ¿Señor? CORTÉS: Toca y echa un bando: que ninguno tome el oro que provoca de la mano de indio alguno, mucha cantidad ni poca. No quiero que nadie entienda que es ésta mi pretensión, y mi venida le ofenda. TAPIA: ¡Bravo ardid! ALVARADO: ¡Brava invención! FONSECA: Que un hombre esa hazaña emprenda ¿es ánimo o es locura? CORTÉS: El lugar que hemos ganado, pues la victoria asegura, Victoria será llamado. Tú, Aguilar, mira y procura cuál de esas indias entiende esta lengua mejicana. FONSECA: Ir a México pretende. ALVARADO: Por una cuerda de lana subir hasta el sol emprende. AGUILAR: De ocho indias que tomaron agua de bautismo ayer, aquí algunas se quedaron, y entre ellas una mujer que las demás me alabaron; Mariana se llama ahora y antes se llamaba Arima, pero ya que a Cristo adora, servirte, Cortés, estima, y es muy principal señora. CORTÉS: ¿Sabe esa lengua? AGUILAR: También. CORTÉS: ¿No te ha parecido mal? AGUILAR: Hame parecido bien. CORTÉS: Si es mujer tan principal tratemos que te la den sus padres en casamiento. AGUILAR: Acá no hay que preguntar más que si le da contento, ni más dote ni ajuar que el primer ayuntamiento. Ella viene, si es tu gusto y importa a tu pretensión, yo lo tendré por muy justo. CORT&Eacut;S: Porque te cobre afición, de tu casamiento gusto, porque si a quererte viene, todo cuanto me conviene me dirá con gravedad, porque no hay fidelidad con mujer que amor tiene.
Sale MARIANA, india
MARIANA: ¿Qué es lo que quiere, Aguilar, el General Español? AGUILAR: Contigo quiere tratar. MARIANA: ¿Qué te turbas? AGUILAR: Mira al Sol; por fuerza me he de turbar. Quiere tratar una cosa que tú y yo la hemos de hacer, mi nueva cristiana hermosa. MARIANA: ¿Los dos? ¿Pues qué puede ser? AGUILAR: Ser yo tuyo y tú mi esposa, y como solos sabemos la lengua, tercero excuso. MARIANA: Si el mirar si los extremos del alma tu amor dispuso a que los dos nos paguemos, digo que yo soy dichosa, Aguilar, en ser tu esposa. AGUILAR: Ya está hecho. CORTÉS: ¿Dijo sí? AGUILAR: ¿No ves que es infamia aquí el negar ninguna cosa? CORTÉS: Bien haya tierra en que nace amor tan desnudo a viento que todo le satisface, y, en fin, donde un casamiento con dos palabras se hace. AGUILAR: Como no hay más interés que solas las voluntades, presume que están, Cortés, haciendas y calidades de la cabeza a los pies; si esto agrada, no hay que hacer más conciertos y escrituras. CORTÉS: Véla a hablar, dala a entender lo que servirme procuras y que mi lengua ha de ser, pues la de México sabe. FONSECA: ¡Gran rüido! TAPIA: ¿Qué es aquesto? CORTÉS: Sacad piezas de la nave de Alvarado; acudid presto. TAPIA: ¿Tan presto y peso tan grave? MARIANA: Di, Aguilar, al General, que no le cause temor. AGUILAR: ¿Temor? Conócesle mal. MARIANA: El que viene es gran señor, a Cortés en todo igual, aunque vasallo del grande siempre invicto Motezuma. No ves cosa que no mande, por cuanto la vista, en suma, mares y montañas ande. Viene de paz, y ha traído un gran presente a Cortés. AGUILAR: Señor, lo que es he sabido. CORTÉS: ¿Es Teudellí? AGUILAR: El mismo es que a visitarte ha venido. CORTÉS: Ya se divisa mejor. AGUILAR: Un gran presente ha juntado para ofrecer[te], señor. CORTÉS: Estad todos con cuidado, aunque yo le muestre amor.
Salen algunos INDIOS con canastillos blancos cubiertos con paños de labores, y otros colgando de los cuellos gallinas, capones, pavos y perniles con muchos ramos, y detrás TEUDELLÍ, cacique. Abrace a CORTÉS en tanto que la música suena y luego les hable MARIANA
MARIANA: Seas, Teudellí famoso, bienvenido. TEUDELLÍ: Arima bella. AGUILAR: Hable Teudellí con ella. FONSECA: ¡Buen talle! TAPIA: ¡Gentil! ALVARADO: ¡Airoso! MARIANA: Después, Teudellí valiente que como éstos soy cristiana, no soy Arima, Mariana es mi nombre solamente. Hame dicho este español que te diga a lo que viene. TEUDELLÍ: Gallarda presencia tiene, sin duda es hijo del Sol. ¿Qué quiere en aquesta tierra? MARIANA: Dice que él viene a volver cristianos. TEUDELLÍ: ¿No viene a hacer a nuestros caciques guerra? MARIANA: De paz viene, aunque ha traido los rayos que todos veis, por si acaso no queréis la paz que en su nombre os pido; dice que Carlos, su rey, gran emperador de España, supo que una gente extraña vivía sin Dios, sin ley, en el antártico mundo, y que mandó que viniese un capitán que les diese ley. TEUDELLÍ: ¡Pensamiento profundo! MARIANA: Éste es Cortés, que ha venido a libraros del demonio, como es claro testimonio lo que hemos visto y oído, que en presencia de la cruz, que es donde murió su Dios, han hüído más de dos, como la noche a la luz. Yo vi, Teudellí, caer seis dioses delante della. TEUDELLÍ: ¿Qué es esa señal tan bella? MARIANA: Gran bien os viene a hacer. Infórmale a Motezuma de que el general Cortés viene a sólo lo que ves, porque acaso no presuma otra cosa diferente, y se ponga en advertencia, sino di que le dé audiencia y trate como a pariente, y ganará un grande amigo en Carlos, el rey de España. TEUDELLÍ: Ella fue notable hazaña, y habla Cortés como amigo que aqueste presente advierte, y que a mi Rey hablaré. MARIANA: Yo le hablaré y le diré lo que tu lealtad promete. CORTÉS: Yo hablaré de tu parte a Teudellí. AGUILAR: Que le habló, dice, y que te respondió. MARIANA: Que en todo quiere ablandarte, que a Motezuma dirá lo que ha sabido de mí, y lo que te mueve a ti, Cortés, a venir de allá. CORTÉS: Dile cómo yo he sabido que come hombres, que es cosa a naturaleza odiosa, y que está el Cielo ofendido, de cuya parte también vengo a decir mil secretos para diversos efectos, y todos para su bien; y dile si tiene oro para curar de mi gente cierta enfermedad. MARIANA: Pariente, escucha. TEUDELLÍ: Tu lengua adoro. Cuanto me dice me agrada. CORTÉS: Soto. SOTO: ¿Señor? CORTÉS: Yo he de hacer, aunque me sepa perder, esta espantosa jornada; yo he de ir a México, Soto. SOTO: Habla bajo, que si saben lo que intentas, que te acaben sospecho. CORTÉS: Escucha, piloto, éstos, si saben mi intento, las naves me han de tomar y volverse. SOTO: ¿Aunque la mar lo impida? CORTÉS: Pues oye atento. Mucho me he fiado de ti. Las grandes cosas no son dignas de un mal corazón, sino del que cabe en mí. ¿Ves estos quinientos hombres? Pues con esta breve suma millones de Motezuma he de vencer, no te asombres. SOTO: ¿Qué dices? CORTÉS: Lo que has oído. Parte al mar y da barreno a las naves. SOTO: No condeno tu valor, jamás vencido, pero mira que sin naves a gran peligro te pones. CORTÉS: No me ayudes con razones, sino con hazañas graves. Ve, Soto, que Dios me guía, Dios da la victoria sólo. Yo haré señor de este polo al rey de España algún día. Si con aire de trompetas, si con barro solamente, a la gran clítica gente, y a sus reyes y profetas, daba Dios victorias tales por su fe, ¿quién pone duda que como entonces acuda pues hay mayores señales? Que tiene que ver el arca del Antiguo Testamento, con la cruz y el sacramento, que Dios cuanto es Dios abarca. ¿Con estas reliquias, Soto, no veré con más razón la corte de promisión? SOTO: Digo que soy de tu voto. CORTÉS: Pues parte. SOTO: Voy. MARIANA: Yo he tratado con Teudellí tu venida, mas dice que a tu partida no quedó determinado; que no te atrevas a ir a ver al gran Motezuma hasta que él allá resuma cómo te ha de ver y oír. CORTÉS: Responde que soy contento. AGUILAR: Algo entiendes ya. CORTÉS: Las señas me enseñan. Si tú me enseñas, verás qué hazañas intento. ¡Ah cielos, si aquesta lengua me infundiérades ahora! Que es fuerza que quien la ignora caiga mil veces en mengua. AGUILAR: Él se va, dale tus brazos. TEUDELLÍ: Español valiente, adiós. CORTÉS: A la amistad de los dos confirmen estos abrazos.
Vanse los INDIOS
Todo sucede bien, famosa gente. Españoles hidalgos, bien nacidos, ya la tierra nos llama dulcemente, abrazad de sus dones socorridos; el cielo está propicio, el mar clemente, a amor y paz los indios reducidos. ¿Quién no mira que ya la inmortal fama desde su templo la publica y llama? ¿Qué fuera Viriato o César fuera, qué fuera Afranio ni el feroz [Petreyo], qué de Alejandro o Pireo se escribiera, del gran Torcado y del mayor Pompeyo? ¿Quién duda que su muerte oscura diera a cada cual un túmulo plebeyo? Mas ya que sus hazañas fueron tales hoy merecen sepulcros inmortales. ¡Vamos a conquistar el grande Imperio antártico del indio Motezuma! Españoles unidos por misterio, del cano mar sobre la blanca espuma, volved atrás el bajo vituperio; no es bien que de españoles se presuma que, estando a los umbrales de la fama, no entraron por laurel viendo la rama. SOTO: Tú eres digno, por altos pensamientos, Cortés, de mil pirámides famosos o bélicos sepulcros y ornamentos de bronce y jaspe y pórfidos preciosos, mas mira que, a las veces, por los vientos bajan despedazados y medrosos los caballos del sol, cuando los guía más la temeridad que la osadía. TAPIA: ¿A cien millones de hombres, dime, pones quinientos españoles mal armados? ALVARADO: Cortés, ¿son de tu pecho esas razones o has perdido el sentido en los cuidados? FONSECA: Si tuvieras aquí los escuadrones de Carlos, en la Italia ejercitados, en Francia, en Flandes, Alemania, Hungría y Tunez, fuera justa tu osadía; pero con seis descalzos es locura.
Dentro voces
VOZ: ¡Ay de mísero de mí! TAPIA: ¿Qué extrañas voces! SOTO: Oye, señor, la triste desventura. CORTÉS: Soto, no hables así, pues me conoces. SOTO: Hoy el cielo, Cortés, tu mal procura; ¿no miras entre bárbaros feroces, en un remolino y círculo redondo se van las naves con la broma a fondo? Ven de presto a sacar la artillería, la ropa y lo demás de tu sustento. TAPIA: Fue tuya aquesta industria. CORTÉS: ¿Cómo mía, Tapia? Ni me pasó por pensamiento. FONSECA: En fin hemos de ser de tu osadía Dédalos que llevemos por el viento un Ícaro hasta el sol de Motezuma, a que le abrase la fingida pluma. CORTÉS: Hijos, soldados, españoles míos, no tengo la culpa yo, mas Dios quiere que volver no podamos; mostrad bríos, que muere bien quien fama eterna adquiere. A Carlos, entre grandes señoríos que su imperial catálogo refiere, demos éste de rey de un nuevo mundo. TAPIA: En tu valor tu buena suerte fundo; parte, gallardo joven, a la empresa, parte a México y gana el indio suelo al águila imperial que nunca cesa de levantar sus alas sobre el cielo, que todos prometemos, si atraviesa Libia su fuego ardiente y Scitia el yelo, hasta morir seguirte. ALVARADO: ¿Heroica hazaña! ¡A México, españoles, viva España! TODOS: ¡Viva España!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La conquista de México, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002