TRATO DE ARGEL

Miguel de Cervantes Saavedra


Este texto fue preparado por Vern Williamsen en el año 1997 con el apoyo de varias ediciones dignas de confianza.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


[Sale] AURELIO
AURELIO: ¡Triste y miserable estado! ¡Triste esclavitud amarga, donde es la pena tan larga cuan corto el bien y abreviado! ¡Oh purgatorio en la vida, infierno puesto en el mundo, mal que no tiene segundo, estrecho do no hay salida! ¡Cifra de cuanto dolor se reparte en los dolores, daño que entre los mayores se ha de tener por mayor! ¡Necesidad increíble, muerte creíble y palpable, trato mísero intratable, mal visible e invisible! ¡Toque que nuestra paciencia descubre si es valerosa; pobre vida trabajosa, retrato de penitencia! Cállese aquí este tormento, que, según me es enemigo, no llegará cuanto digo a un punto de lo que siento. Pondérase mi dolor con decir, bañado en lloros, que mi cuerpo está entre moros y el alma en poder de Amor. Del cuerpo y alma es mi pena: el cuerpo ya veis cual va, mi alma rendida está a la amorosa cadena. Pensé yo que no tenía Amor poder entre esclavos, pero en mí sus recios clavos muestran más su gallardía. ¿Qué buscas en la miseria, Amor, de gente cautiva? Déjala que muera o viva con su pobreza y laceria. ¿No ves que el hilo se corta desa tu amorosa estambre, aquí con sed o con hambre, a la larga o a la corta? Mas creo que no has querido olvidarme en este estrecho, que has visto sano mi pecho, aunque tan roto el vestido. Desde agora claro entiendo que el poder que en ti se encierra abraza el cielo y la tierra, y más que no comprehendo. Una cosa te pidiera, si en esa tu condición una sombra de razón por entre mil sombras viera; y es que, pues fuiste la causa de acabarme y destruirme, que en el contino herirme hagas un momento pausa. Yo no te pido que salgas de mi pecho, pues no puedes; antes, te pido que quedes, y en este trance me valgas. Mira que se me apareja una muy fiera batalla, y que no he de atropellalla si tu consejo me deja. Del lugar do me pusiste, me procuran derribar; pero, ¿quién podrá bajar lo que tú una vez subiste? Ya viene Zahara y su arenga; ¡ay, enfadosa porfía; cómo que me falta el día antes que la noche venga! ¡Valedme, Silvia, bien mío, que, si vos me dais ayuda, de guerra más ardua y cruda llevar la palma confío!
Entra agora ZAHARA, ama de AURELIO, y FÁTIMA, criada de ZAHARA
ZAHARA: ¡Aurelio! AURELIO: Señora mía... ZAHARA: Si tú por tal me tuvieras, a fe que luego hicieras lo que ruega mi porfía. AURELIO: Lo que tú quieres yo quiero, porque al fin te soy esclavo. ZAHARA: Esas palabras alabo, mas tus obras vitupero. AURELIO: ¿Cuál ha sido por mí hecha que en ella no te complaces? ZAHARA: Aquellas que no me haces me tienen mal satisfecha. AURELIO: Señora, no puedo más; por agua me parto luego. ZAHARA: Otra agua pide mi fuego, que no la que tú trairás. No te vayas; está quedo. AURELIO: De leña hay falta en la casa. ZAHARA: Basta la que a mí me abrasa. AURELIO: Mi amo... ZAHARA: No tengas miedo. AURELIO: Déjame, señora, ir, no venga Yzuf, mi señor. ZAHARA: Quien queda con tanto amor, mal te dejará partir. AURELIO: No hay para qué más porfíes, señora: déjame ya. ZAHARA: Aurelio, llégate acá. AURELIO: Mejor es que te desvíes. ZAHARA: ¿Ansí, Aurelio, me despides? AURELIO: Antes te hago favor, si con el compás de honor lo compasas y lo mides. ¿No miras que soy cristiano con suerte y desdicha mala? ZAHARA: El amor todo lo iguala: dame por señor la mano. FÁTIMA: Zahara, señora mía, dígote que me ha admirado mirar en lo que ha parado tu altivez y fantasía. Ver, por cierto, es gentil cosa, y digna de ser notada, de un cristiano enamorada una mora tan hermosa. Y lo que más llega al cabo tu afición tan sin medida, es mirarte estar rendida a un cristiano que es tu esclavo. ¡Y monta que corresponde el perro a lo que le quieres! Perdóname; frágil eres. ZAHARA: ¿Dónde vas? FÁTIMA: Bien sé yo adonde. ZAHARA: Dulce amiga verdadera, lo que dices no lo niego; mas ¿qué haré?, que amor es fuego y mi voluntad es cera. Y, puesto que el daño veo y el fin do habré de parar, imposible es contrastar las fuerzas de mi deseo. Vuelve tu lengua e intento a combatir esta roca, que no será gloria poca gozar de su vencimiento. FÁTIMA: Quiero en esto complacerte, pues al fin puedes mandarme. Cristiano, vuelve a mirarme, que no es mi rostro de muerte. AURELIO: Más que muerte me causáis con vuestros inducimientos. Dejadme con mis tormentos, porque en vano trabajáis. FÁTIMA: ¿No ves cómo se retira el perro en su pundonor? Ansí entiende él del amor como el asno de la lira. AURELIO: ¿Cómo queréis que yo entienda de amor en esta cadena? ZAHARA: Eso no te cause pena, que luego se hará la enmienda: las dos te la quitaremos. AURELIO: Muy mejor será dejalla; que no quiero con quitalla, pasar de un estremo a estremos. ZAHARA: ¿A qué extremos pasarás? AURELIO: Quitando al cuerpo este hierro, cairé en otro mayor hierro, que al alma fatigue más. FÁTIMA: ¿Almas tenéis los cristianos? AURELIO: Sí, y tan ricas y estremadas cuanto por Dios rescatadas. FÁTIMA: ¡Que son pensamientos vanos! Pero si almas tenéis, de diamante es su valor, pues en la fragua de amor muy más os endurecéis. Aurelio, ¡resulución! Ten cuenta en lo que te digo: no quieras ser tan amigo de tu obstinada opinión. Ya te ves sin libertad, entre hierros apretado, pobre, desnudo, cansado, lleno de necesidad, subjeto a mil desventuras, a palos, a bofetones, a mazmorras, a prisiones, donde estás contino a escuras. Libertad se te promete; los hierros se quitarán, y después te vestirán. No hay temor de escuro brete. Cuzcuz, pan blanco a comer, gallinas en abundancia, y aun habrá vino de Francia si vino quieres beber. No te pido lo imposible, ni trabajos demasiados, sino blandos, regalados, dulces lo más que es posible. Goza de la coyuntura que se te ríe delante; no hagas del ignorante, pues muestras tener cordura. Mira tu señora Zahara y lo mucho que merece: mira que al sol escurece la luz de su rostro clara. Contempla su juventud, su riqueza, nombre y fama; mira bien que agora llama a tu puerta la salud. Considera el interés que en hacer esto te toca, que hay mil que pondrían la boca donde tú pondrás los pies. AURELIO: ¿Has dicho, Fátima? FÁTIMA: Sí. AURELIO: ¿Quieres que responda yo? FÁTIMA: Responde. AURELIO: Digo que no. ZAHARA: ¡Ay, Alá! ¿Qué es lo que oí? AURELIO: Yo digo que no conviene pedirme lo que pedís, porque muy poco advertís el peligro que contiene. FÁTIMA: ¿Qué peligro puede haber, quiriéndolo tu señora? AURELIO: La ofensa que, siendo mora, a Mahoma viene a hacer. ZAHARA: ¡Déjame a mí con Mahoma, que agora no es mi señor, porque soy sierva de Amor, que el alma subjeta y doma! ¡Echa ya el pecho por tierra y levantarte he a mi cielo! AURELIO: Señora, tengo un recelo que me consume y atierra. FÁTIMA: ¿De qué te recelas? Di. Aurelio Señora, de que no veo ningún camino o rodeo como complacerte a ti. En mi ley no se recibe hacer yo lo que me ordenas; antes, con muy graves penas y amenazas lo prohíbe; y aun si batismo tuvieras, siendo, como eres, casada, fuera cosa harto escusada si tal cosa me pidieras. Por eso yo determino antes morir que hacer lo que pide tu querer, y en esto estaré contino. ZAHARA: Aurelio, ¿estás en tu seso? AURELIO: Y aun por estar tan en él soy para vos tan crüel. ZAHARA: ¡Ay, desdichado suceso! ¿Que es posible que tan poco valgan mis ruegos contigo? FÁTIMA: Sin duda que este enemigo es muy cuerdo, o es muy loco. ¡Perro! ¿Tanta fantasía? ¿Pensáis que hablamos de veras? Antes de mal rayo mueras primero que pase el día! ¡Ruin sin razón ni compás, nacido de vil canalla! ¿Pensábades ya triunfalla, perrazo, sin más ni más? Comigo las has de haber, y de modo que te aviso que dirá el que nunca quiso: "¡Más le valiera querer!" No estés, Zahara, descontenta, deja el remedio en mi mano, que a este perro cristiano yo le haré que se arrepienta. ZAHARA: No es bien que por mal se lleve. FÁTIMA: Ni aun bien llevado por bien. ZAHARA: Cese, Aurelio, tu desdén. FÁTIMA: Con eso el perro se atreve. Ven, señora, al aposento; que, en esta pena crecida, o yo perderé la vida, o tú ternás tu contento.
Sálense las dos y queda AURELIO solo
AURELIO: ¡Padre del cielo, en cuya fuerte diestra está el gobierno de la tierra y cielo, cuyo poder acá y allá se muestra con amoroso, justo y sancto celo, Si tu luz, si tu mano no me adiestra a salir deste caos, temo y recelo que, como el cuerpo está en prisión esquiva, también el alma ha de quedar cautiva! En Vos, Virgen Santísima María, [entr]e Dios y los hombres medianera, de mi mar incïerto cierta guía, virgen entre las vírgenes primera; en Vos, Virgen y Madre, en Vos confía mi alma, que sin Vos en nadie espera, que la habéis de guiar con vuestra lumbre deste hondo valle a la más alta cumbre. Bien sé que no merezco que se acuerde vuestra eterna memoria de mi daño, porque tengo en el alma fresco y verde el dulce fructo del amor estraño; mas vuestra alta clemencia, que no pierde ocasión de hacer bien, mi mal tamaño remedie, que ya estoy casi perdido, de Scila y de Caribdis combatido. Si el cuerpo esclavo está, está libre el alma, puesto que Silvia tiene parte en ella, y la amorosa trunfadora palma ha de llevar sola mi Silvia della. Ponga Zahara su amor, póngale en calma, que mi firmeza no hay pensar rompella, y aquello que a mi Dios y a Silvia debo, me hace que aun mirarla no me atrevo. ¿Dó estás, Silvia hermosa? ¿Qué destino, qué fuerza insana de implacable hado el curso de aquel próspero camino tan sin causa y razón nos ha cortado? ¡Oh estrella, oh suerte, oh fortuna, oh signo!, si alguno de vosotros ha causado tamaña perdición, desde aquí digo que mil cuentos de veces le maldigo. Yo moriré por lo que al alma toca, antes que hacer lo que mi ama quiere; firme he de estar cual bien fundada roca que en torno el viento, el mar combate y hiere. Que sea mi vida mucha, o que sea poca, importa poco; sólo el que bien muere puede decir que tiene larga vida, y el que mal, una muerte sin medida.
éntrase AURELIO, y salen SAYAVEDRA, soldado ca[u]tivo; LEONARDO, ca[u]tivo, y SEBASTIÁN, muchacho ca[u]tivo, a su tiempo
SAYAVEDRA: En la veloz carrera, apresuradas las horas del ligero tiempo veo, contra mí con el cielo conjuradas. Queda atrás la esperanza, y no el deseo, y así la vida dél, la muerte della, el daño, el mal aunmentan que poseo. ¡Ay dura, inicua, inexorable estrella, cómo de los cabellos me has traído al terrible dolor que me atropella! LEONARDO: El llanto en tales tiempos es perdido, pues si llorando el cielo se ablandara, ya le hubieran mis lágrimas movido. A la triste fortuna alegre cara debe mostrar el pecho generoso: que a cualquier mal, buen ánimo repara. SAYAVEDRA: El cuello enflaquecido al trabajoso yugo de esclavitud amarga puesto, bien ves que a cuerpo y alma es peligroso; y más aquel que tene prosupuesto de dejarse morir antes que pase un punto el modo del vivir honesto. LEONARDO: Si acaso yo tus obras imitase, forzoso me sería que al momento en brazos de la hambre me entregase. Bien sé que en el ca[u]tivo no hay contento; mas no quiero cre[c]er yo mi fatiga, tiniendo en ella siempre el pensamiento. A mi patrona tengo por amiga; trátame cual me ves: huelgo y paseo; "cautivo soy", el que quisiere diga. SAYAVEDRA: Triunfa, Leonardo, y goza ese trofeo; que, si por ser cautivo le hermoseas, yo sé que es torpe, desgraciado y feo. LEONARDO: Amigo Sayavedra, si te ar[r]eas de ser predicador, ésta no es tierra do alcanzarás el fructo que deseas. Déjate deso y escucha de la guerra que el gran Filipo hace nueva cierta, y un poco la pasión de ti destierra. Dicen que una fragata de Biserta llegó esta noche allí con un ca[u]tivo que ha dado vida a mi esperanza muerta. Quitóle libertad el hado esquivo, de Málaga pasando a Barcelona; ca[u]tivóle Mamí, cosario esquivo. En su manera muestra ser persona de calidad, y que es ejercitado en el duro ejercicio de Belona. Dice el número cierto que ha pasado de soldados a España forasteros, sin los tres tercios nuestros que han bajado; los príncipes, señores, caballeros, que a servir a Filipo van de gana; los naturales y los estranjeros, y la muestra hermosísima lozana que en Badajoz hacer el rey pretende de la pujanza de la Unión Cristiana. Dice con esto que ninguno entiende el disinio del rey, y el hablar desto, al grande y al pequeño se defiende. SAYAVEDRA: Rompeos ya, cielos, y llovednos presto el librador de nuestra amarga guerra si ya en el suelo no le tenéis puesto. Cuando llegué ca[u]tivo y vi esta tierra tan nombrada en el mundo, que en su seno tantos piratas cubre, acoge y cierra, no pude al llanto detener el freno, que, a pesar mío, sin saber lo que era, me vi el marchito rostro de agua lleno. Ofrecióse a mis ojos la ribera y el monte donde el grande Carlo tuvo levantada en el aire su bandera, y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo, pues, movido de envidia de su gloria, airado entonces más que nunca estuvo. Estas cosas volviendo en mi memoria, las lágrimas trujeran a los ojos, forzados de desgracia tan notoria. Pero si el alto Cielo en darme enojos no está con mi ventura conjurado, y aquí no lleva muerte mis despojos, cuando me vea en más seguro estado, o si la suerte o si el favor me ayuda a verme ante Filipo ar[r]odillado, mi lengua balbuciente y casi muda pienso mover en la real presencia, de adulación y de mentir desnuda, diciendo: "Alto señor, cuya potencia sujetas trae las bárbaras naciones al desabrido yugo de obediencia: a quien los negros indios con sus dones reconocen honesto vasallaje, trayendo el oro acá de sus rincones; despierte en tu real pecho coraje la desvergüenza con que una bicoca aspira de contino a hacerte ultraje. Su gente es mucha, mas su fuerza es poca, desnuda, mal armada, que no tiene en su defensa fuerte muro o roca. Cada uno mira si tu Armada viene, para dar a los pies el cargo y cura de conservar la vida que sostiene. De la esquiva prisión, amarga y dura, adonde mueren quince mil cristianos, tienes la llave de su cerradura. Todos, cual yo, de allá, puestas las manos, las rodillas por tierra, sollozando, cerrados de tormentos inhumanos, poderoso señor, te están rogando vuelvas los ojos de misericordia a los suyos, que están siempre llorando; y, pues te deja agora la discordia que tanto te ha oprimido y fatigado, y Amor en darte sigue la concordia, haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado lo que con tanta audacia y valor tanto fue por tu amado padre comenzado. El sólo ver que vas pondrá un espan[to] en la bárbara gente, que adivino ya desde aquí su pérdida y quebranto". ¿Quién duda que el real pecho begnino no se muestre, oyendo la tristeza donde están estos míseros contino? Mas, ¡ay, cómo se muestra la bajeza de mi tan rudo ingenio, pues pretende hablar tan bajo ante tan alta alteza! Mas la ocasión es tal, que me defiende. Pero a todo silencio poner quiero, que creo que mi plática te ofende, y al trabajo he de ir adonde muero.
Aquí [sale] SEBASTIÁN, muchacho, en hábito de esclavo
SEBASTIÁN: ¿Hase visto tal maldad? ¿Hay tierra tan sin concordia, do falta misericordia y sobra la crueldad? ¿Dónde se halla[rá] disculpa de maldad tan insolente: que pague el que es inocente por el que tiene la culpa? ¡Oh cielos! ¿Qué es lo que he visto? ¡éste sí que es pueblo injusto, donde se tiene por gusto matar los siervos de Cristo! ¡Oh España, patria querida!, mira cuál es nuestra suerte, que si allá das justa muerte, quitas acá justa vida. LEONARDO: Sebastián, dinos qué tienes, que hablas razones tales. SEBASTIÁN: Una infinidad de males y una penuria de bienes. LEONARDO: En ser, como eres, esclavo se encierra todo dolor. SEBASTIÁN: Otra pena muy mayor me tiene a mí tan al cabo. SAYAVEDRA: ¿De dónde puede causarse la pena que dices brava? SEBASTIÁN: De una vida que hoy se acaba para jamás acabarse. Ya sabé[i]s que aquí en Argel se supo cómo en Valencia murió por justa sentencia un morisco de Sargel; digo que en Sargel vivía, puesto que era de Aragón, y, al olor de su nación, pasó el perro en Berbería; aquí cosario se hizo, con tan prestas crueles manos, que con sangre de cristianos la suya bien satisfizo. Andando en corso fue preso, y, como fue conocido, fue en la Inquisición metido, do le formaron proceso; y allí se le averiguó cómo, siendo batizado, de Cristo había renegado y en África se pasó, y que, por su industria y manos, traidores tratos esquivos, habían sido cautivos más de seiscientos cristianos; y, como se le probaron tantas maldades y errores, los justos inquisidores al fuego le condenaron. Súpose del moro acá, y la muerte que le dieron, porque luego la escribieron los moriscos que hay allá. La triste nueva sabida de los parientes del muerto, juran y hacen concierto de dar al fuego otra vida. Buscaron luego un cristiano para pagar este escote, y halláronle sacerdote, y de nación valenciano. Prendieron éste a gran priesa para ejecutar su hecho, porque vieron que en el pecho traía la cruz de Montesa, y esta señal de victoria que le cupo en buena suerte, si le dio en el suelo muerte, en el cielo le dio gloria; porque estos ciegos sin luz, que en él tal señal han visto, pensando matar a Cristo, matan al que trae su cruz. De su amo lo compraron, y, aunque eran pobres, a un punto el dinero todo junto de limosna lo allegaron. En nuestro pueblo cristiano, por Dios se pide a la gente, para sanar al doliente, no para matar al sano; mas entre esta descreída gente y maldito lugar, no piden para sanar, mas para quitar la vida. Hoy en poder de sayones he visto al siervo de Dios, no sólo puesto entre dos, sino entre dos mil sayones. Iba el sacerdote justo entre injusta gente puesto, marchito y humilde el gesto, a morir por Dios con gusto. En darle penas dobladas todo el pueblo se desvela: cual sus blancas canas pela, cual le da mil bofetadas. Las manos que a Dios tuvieron mil veces, hoy son tenidas de dos sogas retorcidas con que atrás se las asieron; al yugo de otro cordel, puesto el cuello humilde lleva, haciendo seis moros prueba cuánto pueden tirar dél. A ningún lado miraba que descubra un solo amigo: que todo el pueblo enemigo en torno le rodeaba. Con voluntad tan dañada procuran su pena y lloro, que se tuvo por mal moro quien no le dio bofetada. A la marina llegaron con la víctima inocente, do con barbaria insolente a un áncora le ligaron. Dos áncoras a una mano vi yo allí en contrario celo: una, de hierro, en el suelo; otra, de fe, en el cristiano. Y, la una a la otra asida, la de hierro se convierte a dar cruda y presta muerte; la de fe, a dar larga vida. Ved si es bien contrario el celo de las dos en esta guerra: la una en el süelo afierra; la otra se ase del cielo; y, aunque corra tal fortuna que espante al cuerpo y al alma, como si estuviera en calma, no hay desasirse la una. Sin hierro al hierro ligado, el siervo de Dios se hallaba, y en su cuerpo atado estaba espíritu desatado. El cuerpo no se rodea, que le ata más de un cordel; mas el espíritu dél todos los cielos pasea. La canalla, que se enseña a hacer nueva crueldad, trujo luego cantidad de seca y humosa leña, y una espaciosa corona hicieron luego con ella, dejando encerrada en ella la sancta humilde persona; y, aunque no tienen sosiego hasta verle ya espirar, para más le atormentar, encienden lejos el fuego. Quieren, como el cocinero que a su oficio más mirase, que se ase y no se abrase la carne de aquel cordero. Sube el humo al aire vano, y a veces le da en los ojos; quema el fuego los despojos que le vienen más a mano; vase ar[r]ugando el vestido con el calor violento, y el fuego, poco contento, busca lo más escondido. Esperad, simple cordero, que esta ardiente llama insana, si os ha quemado la lana, os quiere abrasar el cuero. Combátenle fuegos dos: el uno, humano y visible; el otro, sancto invisible, que es fuego de amor de Dios. Yo no sé a cuál más debía, puesto que a los dos pagaba: al que el cuerpo le abrasaba o al que el alma le encendía. Los que estaban a miralle, la ira ansí les pervierte, que mueren por darle muerte y entretiénense en matalle. Y, en medio deste tormento, no movió el sancto varón la lengua a formar razón que fuese de sentimiento; antes dicen, y yo he visto, que, si alguna vez hablaba, en el aire resonaba el eco o nombre de Cristo; y cuando en el agonía última el triste se vio, cinco o seis veces llamó la Virgen Sancta María. Al fuego el aire le atiza, y con tal ardor revuelve, que poco a poco resuelve el sancto cuerpo en ceniza. Mas, ya que morir le vieron, tantas piedras le tiraron, que las piedras acabaron lo que las llamas no hicieron. ¡Oh Santisteban segundo, que me asegura tu celo que miraste abierto el cielo en tu muerte desde el mundo! Queda el cuerpo en la marina, quemado y apedreado; el alma el vuelo ha tomado hacia la región divina. Queda el moro muy gozoso del injusto y crudo hecho; el turco está satisfecho; el cristiano, temeroso. Yo he venido a referiros lo que no pudistes ver, si os lo ha dejado entender mis lágrimas y suspiros. SAYAVEDRA: Deja el llanto, amigo, ya; que no es bien que se haga duelo por los que se van al cielo, sino por quien queda acá: que, aunque parece ofendida a humanos ojos su suerte, el acabar con tal muerte es comenzar mejor vida. Mide por otro nivel tu llanto, que no hay paciencia que las muertes de Valencia se venguen acá en Argel. Muéstrase allá la justicia en castigar la maldad; muestra acá la crueldad cuánto puede la injusticia. SEBASTIÁN: En tan amarga querella, ¿quién detendrá los gemidos? Ellos con culpa punidos; nosotros, muertos sin ella. LEONARDO: Bastábanos ser cautivos, sin temer más desconciertos, pues si allá queman los muertos, abrasan acá los vivos. Usa Valencia otros modos en castigar renegados, no en público sentenciados: ¡mueran a tósico todos! Mas un moro viene acá: no estemos juntos aquí; Sayavedra, por allí, tú, Sebastián, por allá.

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Trato de Argel, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002