PEDRO DE URDEMALAS

Miguel de Cervantes

Texto basado en la edición príncipe, PEDRO DE URDEMALAS en OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS NUNCA REPRESENTADOS, COMPUESTAS POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1615). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1997.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


[Sale]n PEDRO de Urdemalas, en hábito de mozo de labrador, y CLEMENTE, como zagal
CLEMENTE: De tu ingenio, Pedro amigo, y nuestra amistad se puede fïar más de lo que digo, porque él al mayor excede, y della el mundo es testigo; así, que es de calidad tu ingenio y nuestra amistad, que, sin buscar otro medio, en ambos pongo el remedio de toda mi enfermedad. Esa hija de tu amo, la que se llama Clemencia, a quien yo Justicia llamo, la que huye mi presencia, cual del cazador el gamo; ésa, a quien naturaleza dio el extremo de belleza que has visto, me tiene tal, que llega al punto mi mal do llega el de su lindeza. Cuando pensé que ya estaba algo crédula al cuidado que en mis ansias le mostraba, yo no sé quién la ha trocado de cordera en tigre brava, ni sé yo por qué mentiras sus mansedumbres en iras ha vuelto, ni sé, ¡oh Amor!, por qué con tanto rigor contra mí tus flechas tiras. PEDRO: Bobear; dime, en efeto, lo que quieres. CLEMENTE: Pedro, hermano, que me libres deste aprieto con algún consejo sano o ayuda de hombre discreto. PEDRO: ¿Han llegado tus deseos a más que dulces floreos, o has tocado en el lugar donde Amor suele fundar el centro de sus empleos? CLEMENTE: Pues sabes que soy pastor, entona más bajo el punto, habla con menos primor. PEDRO: Que si eres, te pregunto, Amadís o Galaor. CLEMENTE: No soy sino Antón Clemente, y andas, Pedro, impertinente en hablar por tal camino. PEDRO: (Pan por pan, vino por vino, [Aparte] se ha de hablar con esta gente). ¿Haste visto con Clemencia a solas o en parte escura, donde ella te dio licencia de alguna desenvoltura que encargase la conciencia? CLEMENTE: Pedro, el cielo me confunda, y la tierra aquí me hunda, y el aire jamás me aliente, si no es un amor decente en quien el mío se funda. Del padre el rico caudal el mío pobre desprecia por no ser al suyo igual, y entiendo que sólo precia el de Llorente y Pascual, que son ricos, y es razón que se lleve el corazón tras sí de cualquier mujer, no el querer, sino el tener del oro la posesión. Y, demás desto, Clemencia a mi amor no corresponde por no sé qué impertinencia que le han dicho, y así, esconde de mis ojos su presencia; y si tú, Pedro, no haces de nuestras riñas las paces, ya por perdido me cuento. PEDRO: O no tendré entendimiento, o he de trazar tus solaces. Si sale, como imagino, hoy mi amo por alcalde, te digo, como adivino, que hoy no te trujo de balde a hablar conmigo el destino. Tú verás cómo te entrego en holganza y en sosiego el bien que interés te veda, y que al dártele preceda promesa, dádiva y ruego. Y, en tanto que esto se traza, vuelve los ojos y mira los lazos con que te enlaza Amor, y por quien suspira Febo, que allí se disfraza; mira a los rubios cabellos de Clemencia, y mira entre ellos al lascivo Amor jugando, y cómo se va admirando por ver que se mira en ellos. Benita viene con ella, su prima, cual si viniese con el sol alguna estrella que no menos luz nos diese que el mismo sol: tal es ella. Clemente, ten advertencia que, si llega aquí Clemencia, te le humilles: yo a Benita, como a una cosa bendita le pienso hacer reverencia. Dile con lengua curiosa cosas de que no disguste, y ten por cierta una cosa: que no hay mujer que no guste de oírse llamar hermosa. Liberal desta moneda te muestra; no tengas queda la lengua en sus alabanzas, verás volver las mudanzas de la varïable rueda.
[Sale]n CLEMENCIA y BENITA, zagalas, con sus cantarillas, como que van a la fuente
BENITA: ¿Por qué te vuelves, Clemencia? CLEMENCIA: ¿Por qué me vuelvo, Benita? Por no verme en la presencia de quien la salud me quita y me da mortal dolencia; por no ver a un insolente que tiene bien diferente de la condición el nombre. BENITA: Apostaré que es el hombre por quien lo dices Clemente. CLEMENTE: ¿Soy basilisco, pastora, o soy alguna fantasma que se aparece a deshora, con que el sentido se pasma y el ánimo se empeora? CLEMENCIA: No eres sino un parlero, adulador, lisonjero y, sin porqué, ja[c]tancioso, en verdades mentiroso y en mentiras verdadero. ¿Cuándo te he dado yo prenda que de mi amor te asegure tanto, que claro se entienda que, aunque el amor me procure, no hayas temor que te ofenda? Esto dijiste a Jacinta, y le mostraste una cinta encarnada que te di, y en tu rostro se ve aquí aquesta verdad distinta. CLEMENTE: Clemencia, si yo he dicho cosa alguna que no vaya a servirte encaminada, venga de la más próspera fortuna a la más abatida y desastrada; si siempre sobre el cerco de la luna no has sido por mi lengua levantada, cuando quiera decirte mi querella, mudo silencio el cielo infunda en ella; si mostré tal, la fe en que yo pensaba, por la ley amorosa, de salvarme, cuando a la vida el término se acaba, por ella entonces venga a condenarme; si dije tal, jamás halle en su aljaba flechas de plomo Amor con que tirarme, si no es a ti, y a mí con las doradas, a helarte y abrasarme encaminadas. PEDRO: Clemencia, tu padre viene, y con la vara de alcalde. CLEMENCIA: No la ha alcanzado de balde; que su salmorejo tiene. Hermano Clemente, adiós. CLEMENTE: Pues, ¿cómo quedamos? CLEMENCIA: Bien. Benita, si quieres, ven. BENITA: Sí, pues venimos las dos.
[Vanse] BENITA y CLEMENCIA
PEDRO: Vete en buen hora, Clemente, y quédese el cargo a mí de lo que he de hacer por ti. CLEMENTE: Adiós, pues. PEDRO: Él te contente.
Salen Martín CRESPO, alcalde, padre de CLEMENCIA, y SANCHO Macho y Diego TARUGO, regidores
TARUGO: Plácenos, Martín Crespo, del suceso. Desechéisla por otra de brocado, sin que jamás un voto os salga avieso. [CRESPO]: Diego Tarugo, lo que me ha costado aquesta vara, sólo Dios lo sabe, y mi vino, y capones, y ganado. El que no te conoce, ése te alabe, deseo de mandar. SANCHO: Yo aqueso digo, que sé que en él todo cuidado cabe. Véala yo en poder de mi enemigo, vara que es por presentes adquirida. [CRESPO]: Pues ahora la tiene un vuestro amigo. SANCHO: De vos, Crespo, será tan bien regida, que no la doble dádiva ni ruego. [CRESPO]: No, ¡juro a mí!, mientras tuviere vida. Cuando mujer me informe, estaré ciego; al ruego del hidalgo, sordo y mudo; que a la severidad todo me entrego. TARUGO: Ya veo en vuestro tiempo, y no lo dudo, sentencias de Salmón, el rey discreto, que el niño dividió con hierro agudo. [CRESPO]: Al menos, de mi parte yo prometo de arrimarme a la ley en cuanto pueda sin alterar un mínimo decreto. SANCHO: Como yo lo deseo, así suceda; y adiós. [CRESPO]: Fortuna os tenga, Sancho Macho, en la empinada cumbre de su rueda. TARUGO: Sin que el temor o amor os ponga empacho, juzgad, Crespo, terrible y brevemente: que la tardanza en toda cosa tacho; y a Dios quedad. [CRESPO]: En fin, sois buen pariente.
[Vanse] SANCHO Macho y Diego TARUGO
Pedro, que escuchando estás, ¿cómo de mi buen suceso el parabién no me das? Ya soy alcalde, y confieso que lo seré por demás, si tú no me das favor y muestras algún primor con que juzgue rectamente; que te tengo por prudente, más que a un cura y a un doctor. PEDRO: Es aqueso tan verdad, cual lo dirá la experiencia, porque con facilidad luego os mostraré una ciencia que os dé nombre y calidad. Llegaráos Licurgo apenas, y la celebrada Atenas callará sus doctas leyes; envidiaros han los reyes y las escuelas más buenas. Yo os meteré en la capilla dos docenas de sentencias que al mundo den maravilla, todas con sus diferencias, civiles, o de rencilla; y la que primero a mano os viniere, está bien llano que no ha de haber más que ver. [CRESPO]: Desde hoy más, Pedro, has de ser no mi mozo, mas mi hermano. Ven, y mostrarásme el modo cómo yo ponga en efeto lo que has dicho, en parte o en todo. PEDRO: Pues más cosas te prometo. [CRESPO]: A cualquiera me acomodo.
[Vanse CRESPO], el alcalde y PEDRO. Salen otra vez SANCHO Macho y TARUGO
SANCHO: Mirad, Tarugo: bien siento que, aunque el parabién le distes a Crespo de su contento, otro paramal tuvistes guardado en el pensamiento; porque, en efeto, es mancilla que se rija aquesta villa por la persona más necia que hay desde Flandes a Grecia y desde Egipto a Castilla. TARUGO: Hoy mostrará la experiencia, buen regidor Sancho Macho, adónde llega la ciencia de Crespo, a quien yo no tacho hasta la primera audiencia; y, pues agora ha de ser, soy, Macho, de parecer que le oigamos. SANCHO: Sea así; aunque tengo para mí que un simple en él se ha de ver.
[Sale]n LAGARTIJA y HORNACHUELOS, labradores
HORNACHUELOS: ¿De quién, señores, sabremos si el alcalde en casa está? TARUGO: Aquí los dos le atendemos. LAGARTIJA: Señal es que aquí saldrá. SANCHO: Tan cierta, que ya le vemos.
Salen [CRESPO], al alcalde y REDONDO, escribano, y PEDRO
[CRESPO]: ¡Oh valientes regidores! REDONDO: Siéntense vuesas mercedes. [CRESPO]: Sin ceremonia, señores. TARUGO: En cortés, exceder puedes a los corteses mayores. [CRESPO]: Siéntese aquí el escribano, y a mi izquierda y diestra mano los regidores estén; y tú, Pedro, estarás bien a mis espaldas. PEDRO: Es llano. Aquí, en tu capilla, están las sentencias suficientes a cuantos pleitos vendrán, aunque nunca pares mientes a la relación que harán; y si alguna no estuviere, a tu asesor te refiere, que yo lo seré de modo que te saque bien de todo, y sea lo que se fuere. REDONDO: ¿Quieren algo, señores? LAGARTIJA: Sí querríamos. REDONDO: Pues digan: que aquí está el señor alcalde, que les hará justicia rectamente. [CRESPO]: Perdónemelo Dios lo que ahora digo, y no me sea tomado por soberbia: tan tiestamenta pienso hacer justicia, como si fuese un sonador romano. REDONDO: Senador, Martín Crespo. [CRESPO]: Allá va todo. Digan su pleito apriesa y brevemente: que apenas me le habrán dicho, en mi ánima, cuando les dé sentencia rota y justa. REDONDO: Recta, señor alcalde. [CRESPO]: Allá va todo. HORNACHUELOS: Prestóme Lagartija tres reales, volvíle dos, la deuda queda en uno, y él dice que le debo cuatro justos. Éste es el pleito: brevedad, y dije. ¿Es aquesto verdad, buen Lagartija? LAGARTIJA: Verdad; pero yo hallo por mi cuenta, o que yo soy un asno, o que Hornachuelos me queda a deber cuatro. [CRESPO]: ¡Bravo caso! LAGARTIJA: No hay más en nuestro pleito, y me rezumo en lo que sentenciare el señor Crespo. REDONDO: Rezumo por resumo, allá va todo. [CRESPO]: ¿Qué decís vos a esto, Hornachuelos? HORNACHUELOS: No hay qué decir; yo en todo me arremeto al señor Martín Crespo. REDONDO: Me remito, ¡pese a mi abuelo! [CRESPO]: Dejadle que arremeta; ¿qué se os da a vos, Redondo? REDONDO: A mí, nonada. [CRESPO]: Pedro, sácame, amigo, una sentencia desa capilla: la que está mas cerca. REDONDO: ¿Antes de ver el pleito, hay ya sentencia? [CRESPO]: Ahí se podrá ver quién es Callejas. PEDRO: Léase esta sentencia, y punto en boca. REDONDO: "En el pleito que tratan .N. y .F." PEDRO: Zutano con Fulano significan la .N. con la .F. entre dos puntos. REDONDO: Así es verdad. Y digo que "en el pleito que trata este Fulano con Zutano, que debo condenar, fallo y condeno al dicho puerco de Zutano a muerte, porque fue matador de la criatura del ya dicho Fulano... "Yo no atino qué disparate es éste deste puerco y de tantos Fulanos y Zutanos, ni sé cómo es posible que esto cuadre ni esquine con el pleito destos hombres. [CRESPO]: Redondo está en lo cierto, Pedro amigo, mete la mano y saca otra sentencia; podría ser que fuese de provecho. PEDRO: Yo, que soy asesor vuestro, me atrevo de dar sentencia luego cual convenga. LAGARTIJA: Por mí, mas que la dé un jumento nuevo. SANCHO: Digo que el asesor es extremado. HORNACHUELOS: Sentencia norabuena. [CRESPO]: Pedro, vaya, que en tu magín mi honra deposito. PEDRO: Deposite primero Hornachuelos, para mí, el asesor, doce reales. HORNACHUELOS: Pues sola la mitad importa el pleito. PEDRO: Así es verdad: que Lagartija, el bueno, tres reales de a dos os dio prestados, y déstos le volvistes dos sencillos; y por aquesta cuenta debéis cuatro, y no, cual decís vos, no más de uno. LAGARTIJA: Ello es ansí, sin que le falte cosa. HORNACHUELOS: No lo puedo negar; vencido quedo, y pagaré los doce con los cuatro. REDONDO: Ensúciome en Catón y en Justiniano, ¡oh Pedro de Urde, montañés famoso!, que así lo muestra el nombre y el ingenio. HORNACHUELOS: Yo voy por el dinero, y voy corrido. LAGARTIJA: Yo me contento con haber vencido.
[Vanse] LAGARTIJA y HORNACHUELOS. Salen CLEMENTE y CLEMENCIA, como pastor y pastora, embozados
CLEMENTE: Permítase que hablemos embozados ante tan justiciero ayuntamiento. alcalde Mas que habléis en un costal atados; porque a oír, y no a ver, aquí me siento. CLEMENTE: Los siglos que renombre de dorados les dio la antigüedad con justo intento, ya se ven en los nuestros, pues que vemos en ellos de justicia los extremos. Vemos un Crespo alcalde... alcalde Dios os guarde. Dejad aquesas lonjas a una parte... REDONDO: Lisonjas, decir quiso. [CRESPO]: Y, porque es tarde, de vuestro intento en breve nos dad parte. CLEMENTE: Con verdadera lengua, cierto alarde hace de lo que quiero parte a parte. [CRESPO]: Decid: que ni soy sordo, ni lo he sido. CLEMENTE: Desde mis tiernos años, de mi fatal estrella conducido, sin las nubes de engaños, el sol que en este velo está escondido miré para adoralle, porque esto hizo el que llegó a miralle. Sus rayos se imp[r]imieron en lo mejor del alma, de tal modo, que en sí la convirtieron: todo soy fuego, yo soy fuego todo, y, con todo, me hielo, si el sol me falta que me eclipsa un velo. Grata correspondencia tuvo mi justo y mi cabal deseo: que Amor me dio licencia a hacer de mi alma rico empleo: en fin, esta pastora, así como la adoro, ella me adora. A hurto de su padre, que es de su libertad duro tirano, que ella no tiene madre, de esposa me entregó la fe y la mano; y agora, temerosa del padre, no confiesa ser mi esposa. Teme que el padre, rico, se afrente de mi humilde medianía, porque hace el pellico al monje en estad edad de tiranía. Él me sobra en riqueza; pero no en la que da naturaleza. Como él, yo soy tan bueno; tan rico, no, y a su riqueza igualo con estar siempre ajeno de todo vicio perezoso y malo; y, entre buenos, es fuero que valga la virtud más que el dinero. Pido que ante ti vuelva a confirmar el sí de ser mi esposa, y en serlo se resuelva, sin estar de su padre temerosa, pues que no aparta el hombre a los que Dios juntó en su gracia y nombre. [CRESPO]: ¿Qué respondéis a esto, sol que entre nubes se cubrió a deshora? CLEMENTE: Su proceder honesto la tendrá muda, por mi mal, agora; pero señales puede hacer con que su intento claro quede. [CRESPO]: ¿Sois su esposa, doncella? PEDRO: La cabeza bajó: señal bien clara que no lo niega ella. SANCHO: Pues, ¿en qué, Martín Crespo, se repara? [CRESPO]: En que de mi capilla se saque la sentencia, y en oílla. Pedro, sácala al punto. PEDRO: Yo sé que ésta saldrá pintiparada, porque, a lo que barrunto, siempre fue la verdad acreditada, por atajo o rodeo; y esta sentencia lo dirá que leo.
Saca un papel de la capilla, y léele PEDRO
"Yo, Martín Crespo, alcalde, determino que sea la pollina del pollino." REDONDO: Vaso de suertes es vuestra capilla, y ésta que ha sido agora pronunciada, aunque es para entre bestias, maravilla, y aun da muestras de ser cosa pensada. CLEMENTE: El alma en Dios, y en tierra la rodilla, la vuestra besaré, como a estremada coluna que sustenta el edificio donde moran las ciencias y el jüicio. [CRESPO]: Puesto que redundará esta sentencia, hijo, en haberos dado el alma mía, porque no es otra cosa mi Clemencia, me fuera de gran gusto y alegría. Y alégrenos agora la presencia vuestra, que está en razón y en cortesía, pues ya lo desleído y sentenciado será, sin duda alguna, ejecutado. CLEMENCIA: Pues, con ese seguro, padre mío, el velo quito y a tus pies me postro. Mal haces en usar deste desvío, pues soy tu hija, y no espantable monstro. Tú has dado la sentencia a tu albedrío, y, si es injusta, es bien que te dé en rostro; pero, si justa es, haz que se apruebe, con que a debida ejecución se lleve. [CRESPO]: Lo que escribí, escribí; bien dices, hija: y así, a Clemente admito por mi hijo, y el mundo deste proceder colija que más por ley que por pasión me rijo. SANCHO: No hay alma aquí que no se regocija de vuestro no pensado regocijo. TARUGO: Ni lengua que a Martín Crespo no alabe por hombre ingeniosísimo y que sabe. PEDRO: Nuestro amo, habéis de saber que es merced particular la que el cielo quiere hacer cuando se dispone a dar al hombre buena mujer; y corre el mismo partido ella, si le da marido que sea en todo varón, afable de condición, más que arrojado, sufrido. De Clemencia y de Clemente se hará un junta dichosa, que os alegre y os contente, y quien lleve vuestra honrosa estirpe de gente en gente, y esta noche de San Juan las bodas celebrarán, con el suyo y vuestro gusto. [CRESPO]: Señales de hombre muy justo todas tus cosas me dan; pero la boda otro día se hará: que es noche ocupada de general alegría aquésta. CLEMENTE: No importa nada, siendo ya Clemencia mía: que el gusto del corazón consiste en la posesión mucho más que en la esperanza. PEDRO: ¡Oh, cuántas cosas alcanza la industria y sagacidad! [CRESPO]: Vamos, que hay mucho que hacer esta noche. TARUGO: Sea en buen hora. CLEMENTE: Ni qué esperar ni temer me queda, pues por señora y esposa te vengo a ver. TARUGO: ¡Bien escogistes, Clemencia! CLEMENCIA: Al que ordenó la sentencia las gracias se den, y al cielo. PEDRO: De que he encargado, recelo, algún tanto mi conciencia.
[Vanse] todos, y, al entrarse, sale PASCUAL y tira del sayo a PEDRO, y quédanse los dos en el teatro, y tras PASCUAL [sale] un SACRISTÁN
PASCUAL: Pedro amigo. PEDRO: ¿Qué hay, Pascual? No pienses que me descuido del remedio de tu mal; antes, en él tanto cuido, que casi no pienso en al. Esta noche de San Juan ya tú sabes cómo están del lugar las mozas todas esperando de sus bodas las señales que les dan. Benita, el cabello al viento, y el pie en una bacía llena de agua, y oído atento, ha de esperar hasta el día señal de su casamiento; sé tú primero en nombrarte en su calle, de tal arte, que claro entienda tu nombre. PASCUAL: Por excelencia, el renombre de industrioso pueden darte. Yo lo haré así: queda en paz; mas, después de aquesto hecho, tú lo que faltare haz, ansí no abrasa tu pecho el fuego de aquel rapaz. [PEDRO]: Así será; ve con Dios.
Vase PASCUAL
SACRISTÁN: Por ligero que seáis vos, yo os saldré por el atajo, y buscaré sin trabajo la industria de ambos a dos.
[Vase el SACRISTÁN. Sale MALDONADO, conde de gitanos; y adviértase que todos los que hicieren figura de gitanos, han de hablar ceceoso
MALDONADO: Pedro, ceñor, Dioz te guarde. ¿Qué te haz hecho, que he venido a buzcarte aquezta tarde, por ver ci eztás ya atrevido, o todavía cobarde? Quiero decir, ci te agrada el cer nueztra camarada, nueztro amigo y compañero, como me haz dicho. PEDRO: Sí quiero. MALDONADO: ¿Reparaz en algo? PEDRO: En nada. MALDONADO: Mira, Pedro: nueztra vida ez zuelta, libre, curioza, ancha, holgazana, estendida, a quien nunca falta coza que el deceo buzque y pida. Danoz el herbozo zuelo lechoz; círvenoz el cielo de pabellón dondequiera; ni noz quema el zol, ni altera el fiero rigor del yelo. El máz cerrado vergel laz primiciaz noz ofrece de cuanto bueno haya en él; y apenaz ce vee o parece la albilla o la mozcatel, que no eztá luego en la mano del atrevido gitano, zahorí del fruto ajeno, de induztria y ánimo lleno, ágil, prezto, zuelto y zano. Gozamoz nuestroz amorez librez del dezazociego que dan loz competidorez, calentándonoz zu fuego cin celoz y cin temorez. Y agora eztá una mochacha que con nadie no ce empacha en nueztro rancho, tan bella, que no halla en qué ponella la envidia ni aun una tacha. Una gitana, hurtada, la trujo; pero ella es tal, que, por hermoza y honrada, muestra que es de principal y rica gente engendrada. Ezta, Pedro, cerá tuya, aunque máz el yugo huya, que rinde la libertad, cuando de nueztra amiztad lo acordado ce concluya. PEDRO: Porque veas, Maldonado, lo que me mueve el intento a querer mudar de estado, quiero que me estés atento un rato. MALDONADO: De muy buen grado. PEDRO: Por lo que te he de contar, vendrás en limpio a sacar si para gitano soy. MALDONADO: Atento eztaré y eztoy; bien puedez ya comenzar. PEDRO: Yo soy hijo de la piedra, que padre no conocí: desdicha de las mayores que a un hombre pueden venir. No sé dónde me criaron; pero sé decir que fui destos niños de dotrina sarnosos que hay por ahí. Allí, con dieta y azotes, que siempre sobran allí, aprendí las oraciones, y a tener hambre aprendí; aunque también con aquesto supe leer y escribir, y supe hurtar la limosna, y desculparme y mentir. No me contentó esta vida cuando algo grande me vi, y en un navío de flota con todo mi cuerpo di, donde serví de grumete, y a las Indias fui y volví, vestido de pez y anjeo, y sin un maravedí. Temí con los huracanes, y con las calmas temí, y espantóme la Bermuda cuando su costa corrí. Dejé el comer del bizcocho con dos dedos de hollín, y el beber vino del diablo antes que de San Martín. Pisé otra vez las riberas del rico Guadalquivir, y entreguéme a sus crecientes, y a Sevilla me volví, donde al rateruelo oficio me acomodé bajo y vil de mozo de la esportilla, que el tiempo lo pidió ansí; en el cual, sin ser yo cura, muy muchos diezmos cogí, haciendo salva a mil cosas que me condenan aquí. En fin: por cierta desgracia, el oficio tuvo fin, y comenzó el peligroso que suelen llamar mandil. En él supe de la hampa la vida larga y cerril, formar pendencias del viento, y con el soplo herir. Mi amo, que era tan bravo como ligero pasquín, dio asalto a una faldriquera a lo callado y sotil; con las manos en la masa le cogió un cierto alguacil, y él quiso ser en un potro confesor y no martir; mártir, digo, Maldonado. MALDONADO: En eso, ¿qué me va a mí? Pronunciad como os dé gusto, pues que no habláis latín. PEDRO: Palme[ó]le las espaldas contra su gusto el bochín, de lo cual quedó mohíno, según que dijo un malsín. A las casas movedizas le llevaron, y yo vi arañarse la Escalanta y llorar la Becerril. Yo, viéndome sin el fieltro de mi andaluz paladín, de mandil a moch[i]lero un salto forzoso di. Deparóme la fortuna un soldado espadachín de los que van hasta el puerto, y se vuelven desde allí. Las boletas rescatadas, las gallinas que cogí, si no las perdona el cielo, ¡desventurado de mí! Diome en rostro aquella vida, porque della conocí que el soldado churrullero tiene en las gurapas fin, y a gentilhombre de playa en un punto me acogí, vida de mil sobresaltos y de contentos cien mil. Mas, por temor de irme a Argel, presto a Córdoba me fui, adonde vendí aguardiente, y naranjada vendí. Allí el salario de un mes en un día me bebí, porque, si hay agua que sepa, la ardiente es doctor sotil. Arrojárame mi amo con un trabuco de sí, y en casa de un asturiano por mi desventura di. Hacía suplicaciones, suplicaciones vendí, y en un día diez canastas todas las jugué y perdí. Fuime, y topé con un ciego, a quien diez meses serví, que, a ser años, yo supiera lo que no supo Merlín. Aprendí la jerigonza, y a ser vistoso aprendí, y a componer oraciones en verso airoso y gentil. Murióseme mi buen ciego, dejóme cual Juan Paulín, sin blanca, pero discreto, de ingenio claro y sotil. Luego fui mozo de mulas, y aun de un fullero lo fui, que con la boca de lobo se tragara a San Quintín; gran jugador de las cuatro, y con la sola le vi dar tan mortales heridas, que no se pueden decir. Berrugeta y ballestilla, el raspadillo y hollín jugaba por excelencia, y el Mase Juan hi de ruin. Gran saje del espejuelo, y del retén tan sotil, que no se le viera un lince con los antojos del Cid. Cayóse la casa un día, vínole su San Martín, pusiéro[n]le un sobreescrito encima de la nariz. Dejéle, y víneme al campo, y sirvo, cual ves, aquí, a Martín Crespo, el alcalde, que me quiere más que a sí. Es Pedro de Urde mi nombre: mas un cierto Malgesí, mirándome un día las rayas de la mano, dijo así: "Añadidle Pedro al Urde un malas; pero advertid, hijo, que habéis de ser rey, fraile y papa, y matachín. Y avendráos por un gitano un caso que sé decir que le escucharán los reyes y gustarán de le oír. Pasaréis por mil oficios trabajosos; pero al fin tendréis uno do seáis todo cuanto he dicho aquí." Y, aunque yo no le doy crédito, todavía veo en mí un no sé qué que me inclina a ser todo lo que oí; pues, como deste pronóstico el indicio veo en ti, digo que he de ser gitano, y que lo soy desde aquí. MALDONADO: ¡Oh Pedro de Urdemalaz generozo, coluna y cer del gitanezco templo! Ven, y daraz principio al alto intento que te incita, te mueve, impele y lleva a ponerte en la lizta gitanezca; ven a adulcir el agrio y tierno pecho de la hurtada mochacha que te he dicho, por quien zeráz dichoso zobremodo. PEDRO: Vamos, que yo no pongo duda en eso, y espero deste asumpto un gran suceso.
[Vanse]. Pónese BENITA a la ventana en cabello
BENITA: Tus alas, ¡oh noche!, extiende sobre cuantos te requiebran, y a su gusto justo atiende, pues dicen que te celebran hasta los moros de aliende. Yo, por conseguir mi intento, los cabellos doy al viento, y el pie izquierdo a una bacía llena de agua clara y fría, y el oído al aire atento. Eres noche tan sagrada, que hasta la voz que en ti suena dicen que viene preñada de alguna ventura buena a quien la escucha guardada. Haz que a mis oídos toque alguna que me provoque a esperar suerte dichosa.
[Sale] el SACRISTÁN
SACRISTÁN: Prenderá a la dama hermosa, sin alguna duda, el Roque. Roque ha de ser el que prenda en este juego a la dama, puesto que ella se defienda; que su ventura le llama a gozar tan rica prenda. BENITA: Roque dicen, Roque oí. Pues no hay otro Roque aquí que el necio del sacristán. Veamos si nombrarán Roque otra vez. SACRISTÁN: Será así, porque es el Roque tal pieza, que no hay dama que se esquive de entregalle su belleza; y, aunque en estrecheza vive, es muy rico en su estrecheza. BENITA: ¡Ce!, gentilhombre, tomad este listón y mostrad quién sois mañana con él. SACRISTÁN: Seréos en todo fiel, extremo de la beldad;
Estándole dando un listón BENITA al SACRISTÁN, [sale] PASCUAL, y ásele del cuello y quítale la cinta
que cualquiera que seáis de las dos que en esta casa vivís, sé os aventajáis a Venus. PASCUAL: ¿Que aquesto pasa? ¿Que esta cuenta de vos dais? Benita, ¿que a un sacristán, vuestros despojos se dan? Grave fuera aquesta culpa, si no tuviera disculpa en ser noche de San Juan. Vos, bachiller graduado en letras de canto llano, ¿de quién fuistes avisado para ganar por la mano el juego mal comenzado? ¿Así a maitines se toca con vuestra vergüenza poca? ¿Así os hacen olvidar del cantar y repicar los picones de una loca?
[Sale] PEDRO
PEDRO: ¿Qué es esto, Pascual amigo? PASCUAL: El sacristán y Benita han querido sea testigo de que ella es mujer bendita y él de embustes enemigo; mas porque no se alborote, y vea que al estricote le trae su honra su intento, por testigos le presento esta cinta y este zote. SACRISTÁN: Por las santas vinajeras, a quien dejo cada día agostadas y ligeras, que no fue la intención mía de burlarme con las veras. Hoy a los dos os oí lo que había de hacer allí Benita, en cabello puesta, y, por gozar de la fiesta, vine, señores, aquí. Nombréme, y ella acudió al reclamo, como quien, del primer nombre que oyó, de su gusto y de su bien indicio claro tomó; que la vana hechicería que la noche antes del día de San Juan usan doncellas, hace que se muestren ellas de liviana fantasía. PASCUAL: ¿Para qué te dio esta cinta? SACRISTÁN: Para que me la pusiese, y conocer por su pinta quién yo era, cuando fuese ya la luz clara y distinta. BENITA: ¿Para qué a tantas preguntas te alargas, Pascual? ¿Barruntas mal de mí? Mas no lo dudo, porque, en mi daño, de agudo siempre he visto que despuntas. PASCUAL: Así con esa verdad se te arranque el alma, ingrata, sospechosa en la amistad, que con más llaneza trata que vio la sinceridad. Los álamos de aquel río, que con el cuchillo mío tienen grabado tu nombre, te dirán si yo soy hombre de buen proceder vacío. PEDRO: Yo soy testigo, Benita, que no hay haya en aquel prado donde no te vea escrita, y tu nombre coronado que tu fama solicita. PASCUAL: ¿Y en qué junta de pastores me has visto que los loores de Benita no alce al cielo, descubriendo mi buen celo y encubriendo mis amores? ¿Qué almendro, guindo o manzano has visto tú que se viese en dar su fruto temprano que por la mía no fuese traído a tu bella mano antes que las mismas aves le tocasen? Y aun tú sabes que otras cosas por ti he hecho de tu honra y tu provecho, dignas de que las alabes. Y en los árboles que ahora vendrán a enramar tu puerta, verás, crüel matadora, cómo en ellos se vee cierta la gran fe que en mi alma mora. Aquí verás la verbena, de raras virtudes llena, y el rosal, que alegra al alma, y la vitoriosa palma, en todos sucesos buena. Verás del álamo erguido pender la delgada oblea, y del valle aquí traído, para que en tu puerta sea sombra al sol, gusto al sentido. BENITA: No hayas miedo me provoque tu arenga a que yo te toque la mano, encuentro amoroso, porque no ha de ser mi esposo quien no se llamare Roque. PEDRO: Tú tienes mucha razón; pero el remedio está llano con toda satisfación, porque nos le da en la mano la santa Confirmación. Puede Pascual confirmarse, y puede el nombre mudarse de Pascual en Roque, y luego, con su gusto y tu sosiego, puede contigo casarse. BENITA: Dese modo, yo lo aceto. SACRISTÁN: ¡Gracias a Dios que me veo libre de tan grande aprieto! PEDRO: Que has hecho un gallardo empleo, Benita, yo te prometo, porque aquel refrán que pasa por gente de buena masa, que es discreto determino: "Al hijo de tu vecino, límpiale y métele en casa". BENITA: Ponte ese listón, Pascual, y en parte do yo le vea. PASCUAL: Pienso hacer dél el caudal que hace de su librea Iris, arco celestial. Espérate, que ya suena la música que se ordena para el traer de los ramos. PEDRO: Con gusto aquí la esperamos. BENITA: Ella venga en hora buena.
Suena dentro todo género de música y su gaita zamorana. Salen todos los que pudieren con ramos, principalmente CLEMENTE, y los MÚSICOS entran cantando esto
[MÚSICOS]: Niña, la que esperas en reja o balcón, advierte que viene tu polido amor. Noche de San Juan, el gran Precursor, que tuvo la mano más que de reloj, pues su dedo santo tan bien señaló, que nos mostró el día que no anocheció; muéstratenos clara, sea en ti el albor tal, que perlas llueva sobre cada flor; y en tanto que esperas a que salga el sol, di[r]ás a mi niña en suave son: Niña, la que esperas, en reja o balcón, advierte que viene tu polido amor. Dirás a Benita que Pascual, pastor, guarda los cuidados de tu corazón; y que de Clemencia el que es ya señor, es su humilde esclavo, con justa razón; y a la que desmaya en su pretensión, tenla de tu mano, no la olvides, non, y dile callando, o en erguida voz, de modo que oiga la imaginación: Niña, la que esperas en reja o balcón, advierte que viene tu polido amor. CLEMENTE: Ello está muy bien cantado. ¡Ea!, enrámese este umbral por el uno y otro lado. ¿Qué haces aquí, Pascual, de los dos acompañado? Ayúdanos, y a Benita con servicios solicita, enramándole la puerta: que a la voluntad ya muerta el servirla resucita. Ese laurel pon aquí, ese sauce a esotra parte, ese álamo blanco allí, y entre todos tenga parte el jazmín y el alhelí. Haga el suelo de esmeraldas la juncia, y la flor de gualdas le vuelva en ricos topacios, y llénense estos espacios de flores para guirnaldas. BENITA: Vaya otra vez la música, señores, que la escucha Clemencia; y tú, mi Roque,
Quítase de la ventana
haz que suene otra vez. PASCUAL: A mí me place, confirmadora dulce hermosa mía. Vuélvanse a repicar esas sonajas, háganse rajas las guitarras, vaya otra vez el floreo, y solenícese esta mañana en todo el mundo célebre, pues que lo quiere así la gloria mía. CLEMENTE: Cántese, y vamos, que se viene el día. [MÚSICOS]: A la puerta puestos de mis amores, espinas y zarzas se vuelven flores. El fresno escabroso y robusta encina, puestos a la puerta do vive mi vida, verán que se vuelven, si acaso los mira, en matas sabeas de sacros olores, y espinas y zarzas se vuelven flores; do pone la vista o la tierna planta, la yerba marchita verde se levanta; los campos alegra, regocija al alma, enamora a siervos, rinde a señores, y espinas y zarzas se vuelven flores.
[Vanse] cantando. Salen INÉS y BELICA, gitanas, que las podrán hacer las que han hecho BENITA y CLEMENCIA
INÉS: Mucha fantasía es ésa; Belilla, no sé qué diga: o tú te sueñas condesa, o que eres del rey amiga. BELICA: De que sea sueño me pesa. Inés, no me des pasión con tanta reprehensión; déjame seguir mi estrella. INÉS: Confïada en que eres bella, tienes tanta presunción. Pues mira que la hermosura que no tiene calidad, raras veces aventura. BELICA: Confírmase esa verdad muy bien con mi desventura. ¡Oh cruda suerte inhumana! ¿Por qué a una pobre gitana diste ricos pensamientos? INÉS: Aquél fabrica en los vientos que a ver quién es no se allana. Huye desas fantasías; ven, y el baile aprenderás que comenzaste estos días. BELICA: Inés, tú me acabarás con tus extrañas porfías; pero engáñaste en pensar que tengo yo de guardar tu gusto cual justa ley, y sólo ha de ser el rey el que me ha de hacer bailar. INÉS: Desa manera, Belilla, que vengáis al hospital no será gran maravilla: que hacer de la principal no es para vuestra costilla. ¡Acomodaos, noramala, a la cocina y la sala, a bailar aquí y allí! BELICA: Aqueso no es para mí. INÉS: ¿Pues qué? ¿El donaire y la gala, el rumbo, el cer del tuzón, derribando por el zuelo el gitanezco blazón, levantado hasta el cielo por nuestra honezta intención? Antes te vea yo comida de rabia, y antes rendida a un gitano que te dome, o a un verdugo que te tome de las espaldas medida. ¿Esto por ti se ha de ver? ¿Que no sea con gitano gitana, mala mujer? Chico hoyo hagas temprano, si es que tan mala has de ser. BELICA: Mucho te alargas, Inés, y, como simple, no ves dónde mi intención camina. INÉS: Pues esta simple adivina lo que tú verás después.
Salen PEDRO y MALDONADO
MALDONADO: Ésta que ves, Pedro hermano, es la gitana que digo, de parecer sobrehumano, cuya posesión me obligo de entregártela en la mano. Acaba, muda de traje, y aprende nuestro lenguaje; y, aun sin aprenderle, entiendo que has de ser gitano, siendo cabeza de tu linaje. INÉS: ¡Danoz una limoznica, caballero atán garrido! MALDONADO: ¡Deso el labrador se pica! ¡Qué mal que le has conocido, Inés! INÉS: Pide tú, Belica. PEDRO: Si ella pide, no habrá cosa, por grande y dificultosa que sea, que yo no haga, sin esperar otra paga que el servir a una hermosa. MALDONADO: ¿No le rezpondes, ceñora? INÉS: Ceñor conde, vez do viene la viuda tan guardadora, que, puesto que mucho tiene, máz guarda y máz atezora.
[Sale] una VIUDA labradora, que la lleva un ESCUDERO labrador de la mano
INÉS: Limozna, ceñora mía, por la bendita María y por zu Hijo bendito. VIUDA: De mí nunca lleva el grito limosna, ni la porfía. Mejor estará el servir a vosotras, que os está tan sin vergüenza el pedir. ESCUDERO: Va el mundo de suerte ya, que no se puede sufrir. Es vagamunda esta era; no hay moza que servir quiera, ni mozo que por su yerro no se ande a la flor del berro: él sandio, y ella altanera. Y esta gente infrutuosa, siempre atenta a mil malicias, doblada, astuta y mañosa, ni a la Iglesia da primicias, ni al rey no le sube en cosa. A la sombra de herreros usan muchos desafueros, y, con perdón sea mentado, no hay seguro asno en el prado de los gitanos cuatreros. VIUDA: Dejadlos, y caminad, Llorente, que es algo tarde.
[Vanse el ESCUDERO], Llorente y la VIUDA
BELICA: Tómame esa caridad. No hagáis sino hacer alarde de vuestra necesidad de[l]ante de aquesta gente, que no faltará un Llorente como otro Gil que os persiga, y, sin que os dé nada, diga palabras con que os afrente. MALDONADO: ¿Veisla, Pedro? Pues es fama que tiene diez mil ducados junto a los pies de su cama, en dos cofres barreados a quien sus ángeles llama. Requiébrase así con ellos, que pone su gloria en ellos, y así, en vellos se desalma: que han de ser para su alma lo que a Absalón sus cabellos. Sólo a un ciego da un real cada mes, porque le reza las mañanas a su umbral oraciones que endereza al eterno tribunal, por si acaso sus parientes, su marido y ascendientes están en el purgatorio, haga el santo consistorio de su gloria merecientes; y con sola esta obra piensa irse al cielo de rondón, sin desmán y sin ofensa. PEDRO: Que yo la saque de [h]arón mi agudo ingenio dispensa. Informarte has, Maldonado, de todos los que han pasado deste mundo sus parientes, amigos y bien querientes, hasta el siervo o paniaguado, y tráemelo por escrito, y verás cuán fácilmente de su miseria la quito; y, a lo que soy suficiente, a este embuste lo remito. MALDONADO: Desde su tercer abuelo hasta el postrer netezuelo que de su linaje ha muerto, te trairé el número cierto, sin que te discrepe un pelo. PEDRO: Vamos, y verás después lo que haré en aqueste caso por el común interés. MALDONADO: ¿Dó encaminarás el paso, Belica? BELICA: Do querrá Inés. PEDRO: Doquiera que le encamines, tendrá por honrosos fines tu extremado pensamiento. BELICA: Aunque fabrique en el viento, Pedro, no te determines a burlar de mi deseo, que de lejos se me muestra una esperanza en quien veo cierta luz tal, que me adiestra y lleva al bien que deseo. PEDRO: De tu rara hermosura se puede esperar ventura que la iguale. Ven, gitana, por quien nuestra edad se ufana y en sus glorias se asegura.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Pedro de Urdemalas, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002