LAS TRES JUSTICIAS EN UNA

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 1999.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Suena dentro un arcabuzazo, y salen don MENDO y doña VIOLANTE, retirándose de cuatro bandoleros que los siguen, y VICENTE entre ellos
MENDO: Bárbaro escuadrón fiero, ni del plomo el horror, ni del acero el golpe repetido, antes que muerto, me verán vencido; porque no dan a mi valor recelos ni el morir ni el vivir. VIOLANTE: ¡Socorro, cielos! BANDOLERO 1: Si ves esta montaña, que desde su eminencia a su campaña al pasajero advierte mil funestos teatros de la muerte, ¿cómo, aunque a Marte en el valor imitas, de tantos defenderte solicitas? VICENTE: Esa rara hermosura, que del sol desvanece la luz pura, hoy, con mejor empleo, de nuestro capitán será trofeo. MENDO: Primero que ofendida esta beldad se vea, de mi vida triunfará vuestra saña rigurosa. Diga después la fama presurosa que si no fui bastante a defendella, bastante fui para morir por ella. BANDOLERO 2: Eso será bien presto. VIOLANTE: ¡Ay infeliz! MENDO: Pues ¿qué esperáis?
Sale don LOPE HIJO, de bandolero
LOPE HIJO: ¿Qué es esto? VICENTE: En este monte hallamos entre los laberintos y los ramos, que inculta fabricó la primavera, defendiéndose al sol, de una litera a esa dama apeada, de pequeña familia acompañada. Así como nos vieron, los crïados huyeron; y solo aquese anciano es quien pretende librarla, y de nosotros la defiende. LOPE HIJO: Pues ¿cómo contra tantos, dime, piensa no hallar tu esfuerzo inútil la defensa? MENDO: Señor, si yo intentara vivir, locura fuera, cosa es clara; pero como no intento sino morir, no es loco atrevimiento. Y ya que tu venida es última sentencia de mi vida, de tu rigor a tu rigor apelo, no te pido piedad.
Arrodíllase
LOPE HIJO: Alza del suelo; que el primer hombre has sido que a compasión mi cólera ha movido. ¿Es la dama, que va en tu compañía, tu esposa? MENDO: No, señor, sino hija mía. VIOLANTE: Y tan hija, en efeto, de su valor, su sangre y su respeto que, si aquí con su muerte presumes de mi vida dueño hacerte, no podrás; pues primero que lo consigas, a faltarme acero, siendo mis manos de mi cuello lazos, ahogada me verás o hecha pedazos, cuando desesperada caiga del monte al valle despeñada. LOPE HIJO: Peregrina belleza, convalezca del susto la tristeza; que, aunque ella hubiera dado disculpa a lo crüel, a lo obstinado de mi vida, ella ha sido también la que mi acción ha suspendido, siendo el primero efeto que vi en mí de piedad y de respeto. ¿Adónde es tu camino? MENDO: A Zaragoza voy, donde imagino que podrá ser que la persona mía te pague estas piedades algún día. LOPE HIJO: Pues ¿quién eres? MENDO: Don Mendo Torrellas me apellido. Al rey sirviendo, don Pedro de Aragón, gran tiempo he estado en Francia, Roma, y Nápoles; llamado de él hoy vuelvo a la corte, a hacerlo en lo que más mi vida importe; donde te doy palabra, si te ha puesto algún fracaso en esto de vivir de esta suerte, de ampararte y valerte, trocando mis servicios a tu perdón, y al mundo dando indicios de que el alma te queda agradecida, deudora del honor y de la vida. LOPE HIJO: La palabra aceptara cuando de mis locuras esperara el perdón que me ofreces; pero a la muerte estoy dos o tres veces, por travesuras mías, condenado --si bien ninguna ruin--con que he llegado a la desconfïanza de dejarme vivir sin esperanza, haciendo más insultos cada día; que es la desdicha mía tal que guardarme haciendo solicito sagrado de un delito otro delito. MENDO: No tanto de tu vida desconfíes; que como aquí de mi verdad te fíes, bien podrá ser que sea yo parte a tu perdón; y porque vea el mundo que a mi aumento te prefieres, dime, joven, ¿quién eres? Que al rey no pediré merced alguna hasta ver mejorada tu fortuna. LOPE HIJO: Aunque es vano tu intento --todos os retirad--estáme atento.
Vanse los Bandoleros
Yo, generoso don Mendo, soy don Lope de Urrea, hijo de Lope de Urrea. Así fueran mis costumbres como han sido ilustres mi nacimiento y mi sangre. MENDO: Yo lo afirmo; si bien no valdrá mi voto, que amigos un tiempo fuimos don Lope y yo, con que ya más justamente me obligo a hacer por vos cuanto pueda. LOPE HIJO: Antes, señor, imagino que ya por mí no haréis nada; porque siendo vos amigo de mi padre, y él a quien hoy tienen tan ofendido mis locuras, tan quejoso mis costumbres, tan mohino mis travesuras, y en fin tan pobre mis desvaríos, bien, siendo su amigo, infiero que no querréis serlo mío; aunque, si de disculparme tratara, yo os certifico que pudiera, pues él fue de mis desdichas principio. MENDO: ¿De qué suerte? LOPE HIJO: De esta suerte. MENDO: Decid; que holgaré de oírlo. VIOLANTE: (Ya poco a poco en mí va Aparte cobrando el aliento brío.) LOPE HIJO: Mi padre, según después acá mil veces he oído, desde sus primeros años, o fuese virtud o vicio, aborreció el casamiento; pero juzgando perdido un mayorazgo en su casa tan noble, ilustre y antiguo, a persuasión de sus deudos o a persuasión de sí mismo, tomó en su mayor edad, contra el natural motivo de su inclinación, estado; para cuyo efecto hizo elección de igual nobleza, virtud grande y honor limpio; si bien halló en una parte engañado su albedrío, que fue la desigualdad de la edad, habiendo sido doña Blanca Sol de Vila de quince años no cumplidos su esposa, cuando ya en él nevaba el invierno frío helados copos, que son caducas flores del juicio. MENDO: Ya lo sé; y ¡pluguiera al cielo no lo supiese! (Prolijos Aparte discursos, ¿qué me queréis?) Proseguid, pues. LOPE HIJO: Ya prosigo. Resistió ella el casamiento, quizá habiendo conocido cuánto en las desigualdades está violento el cariño; mas como las principales mujeres nunca han tenido propia elección, hizo ella de la suya sacrificio. Casóse forzada, en fin, de sus padres. ¡Ay, delirio de la conveniencia! ¿Qué te falta para homicidio? Él con poca inclinación al estado recibido, y con poco gusto ella, imaginad discursivo ahora vos de qué humores compuesto nacería hijo, que nacía para ser concepto de amor tan tibio? Bien pensaron que yo fuera, como otros hijos han sido, la nueva paz de los dos; mas tan al revés lo vimos que de los dos nueva guerra fui por afectos distintos, de amor que engendré en mi madre, y de odio en el padre mío. Contra la naturaleza, ni un instante bien me quiso, aborreciéndome aun cuando son los enfados hechizos. Crióme sin algún maestro, cuyo desorden me hizo más libre de lo que fuera, a tener mis desatinos quien los corrigiera, puesto que al más crüel, más esquivo bruto tratable le hacen o el halago o el castigo. Apenas, pues, el discurso me dio primeros avisos de las luces racionales cuando, viéndome tan mío, di en acompañarme mal, sin que supiesen reñirlo ni de mi madre el amor ni de mi padre el olvido. Con estas licencias, pues, desbocado mi albedrío corrió sin rienda ni freno la campaña de los vicios. Mujeres y juegos fueron los mejores ejercicios de mi vida, sobre quien creciendo iba el edificio de mis años. Mirad vos fábricas que en su principio titubean, cuánto están fáciles al precipicio. Al cabo de muchos días, que ya estaba yo perdido, porque ya en mí habían ganado las libertades dominio, cayó en mi mala enseñanza y sin ley ni tiempo quiso tarde enderezar el tronco que había dejado él mismo sobre vicio en las raíces nacer y crecer torcido. Bien confieso que quisiera yo agradarle; mas si os digo la verdad, nunca acerté a hacer cosa que él me dijo. Tolerándonos, en fin, el uno al otro, vivimos siempre opuestos, siendo siempre los dos eterno martirio de mi madre, que hasta hoy vive el corazón partido en dos mitades, teniendo con él una, otra conmigo; tanto que, si alguna noche disfrazado a verla he ido --porque no tienen sus penas ni mis penas otro alivio-- ha sido dándome llave para entrar tan escondido que mi padre no me sienta. ¿Quién en el mundo habrá visto que el digno amor de una madre y de un hijo el amor digno hayan puesto a la virtud la máscara del delito? Y en fin, para que lleguemos de una vez al más esquivo suceso de las fortunas que a este estado me han traído, dejando juegos, amores, pendencias y desafíos, que a los dos nos tienen hoy, a él pobre y a mí malquisto, sabréis que junto a mi casa vivió una dama; mal digo, que no era sino un milagro de la hermosura, un prodigio de la discreción, en quien generosamente unidos los extremos compusieron aquellos bandos antiguos que la perfección partió en lo discreto y lo lindo. Servíla, siendo los medios de mi amor en los principios mudas señas que después, convertidas en suspiros, pasaron a ser conceptos bien pensados y mal dichos. Signifiquéla mis penas en mil papeles escritos que, introduciéndose leves en sus piadosos oídos, ganaron para la voz algún aplauso de finos; tal vez que, siendo la noche de mis finezas testigo, me oyó quejar a sus rejas, dándose ellas a partido con su pecho, pues sus hierros, limados del dolor mío, consecuencia a sus rigores hicieron enternecidos. Oyóme, pues; con que entiendo que de una vez os he dicho que agradecida a mis males se mostró; porque es preciso que se conceda a estimarlos la que no se niega a oírlos. De aqueste favor primero ufano y desvanecido, alimenté la esperanza algún tiempo, hasta que quiso amor que a su mayor dicha volasen mis atrevidos pensamientos. ¡Oh, qué mal dicha la llamo, si miro que en el imperio de amor es tan tirano el dominio que hasta el cuerpo de la dicha es la sombra del peligro! Entré en su casa, en efecto, habiendo antes precedido mil juramentos, mil votos que sería su marido. ¡Oh, qué fácil es hacerlos! ¡Oh, qué difícil cumplirlos! Pues apenas mi amor hubo su hermosura conseguido, cuando se quitó la venda y vio en cristal menos limpio que, aunque era hermosa, era fácil. ¡Oh, honor, fiero basilisco, que, si a ti mismo te miras, te das la muerte a ti mismo! De una parte enamorado, y de otra arrepentido, cuanto su hermosura amaba tanto aborrecía su estilo. Y así, por lograr aquélla sin este temor, previno mi ingenio, con las disculpas de ser de familias hijo, dar largas a sus deseos, hasta que, habiendo caído ella en que las dilaciones eran supuesto artificio, mañosamente me dio a entender que había creído la ocasión, sin que pudiese, ni aun en el menor desvío, conocer jamás que estaba doble su intención conmigo. Tenía un hermano fuera de Zaragoza, bandido, porque con alevosía había muerto a un hombre rico. Este, pues, llamado de ella, desde las montañas vino; y teniéndole en su casa secretamente escondido, le dio cuenta del estado de su honor. El, ofendido, para sus intentos trajo dos camaradas consigo. Yo, con la seguridad que otras noches había ido a verla, fui aquella noche, y apenas sus cuadras piso cuando de los tres me veo traidoramente embestido, tan a un tiempo que tres puntas con sólo un reparo libro; y calando una pistola de que ellos por el rüido no debieron de valerse, di...
Ruido dentro
UNOS: ¡Al valle! OTROS: ¡Al monte! TODOS: ¡Al camino!
Sale VICENTE
MENDO: ¿Qué es esto? VICENTE: ¡Señor! LOPE HIJO: Di presto. MENDO: ¿Qué tráeis? VIOLANTE: ¿Qué ha sucedido? VICENTE: Que los crïados que huyeron de aquese lugar vecino la justicia han convocado, y en busca nuestra ha salido. LOPE HIJO: Pues ¡a la montaña! MENDO: A ella os retirad. Yo me obligo a que no os sigan, saliendo al paso; y de nuevo afirmo que os cumpliré mi palabra. LOPE HIJO: Yo os la tomo. MENDO: Sólo os pido que alguna prenda me deis, por si a buscaros envío, que pase libre el que venga. LOPE HIJO: No hallo en todo el poder mío prenda ninguna que daros. Mas...tomad este cuchillo de monte; seguro viene quien le trajere consigo. MENDO: ¿Cuchillo me dais? LOPE HIJO: ¿Qué puedo dar yo que no sea ministro de la muerte? MENDO: Yo le acepto para embotarle los filos. LOPE HIJO: Tomad, y adiós. MENDO: Id con Dios. LOPE HIJO: ¡Ay de mí infeliz! MENDO: ¿Qué ha sido? LOPE HIJO: Con la turbación, al darle, me herí la mano; y si os miro con él en la vuestra, tiemblo; porque aunque no vengativo contra mi vida os mostréis... MENDO: Mirad que es vago delirio de la turbación; que yo... VOCES: ¡Al monte, al valle, al camino! Dentro VICENTE: Ya se vienen acercando. VIOLANTE: No aguardéis más, sino idos; que está viendo vuestro riesgo pendiente el alma de un hilo. LOPE HIJO: Por vuestro cuidado huyo, antes que por mi peligro. (¡Ay, ilusión, qué de cosas Aparte en un instante hemos visto!)
Vase
MENDO: Porque adelante no pasen, salgamos a recibirlos. (¡Ay, qué de cosas, Fortuna, Aparte a la memoria has traído!)
Vase
VIOLANTE: (En toda mi vida vi Aparte tan amables los delitos. ¡Ay, discurso, qué de cosas llevo que pensar conmigo!)
Vase. Salen don GUILLÉN y LOPE DE URREA (PADRE)
GUILLÉN: Habiendo yo amigo sido desde nuestra edad primera de don Lope, mal hiciera, hallándoos tan afligido, en no saber si mandáis algo. ¿En qué serviros puedo? LOPE PADRE: Muy agradecido quedo al favor que me mostráis. Y ¿cuánto ha que habéis venido: GUILLÉN: Ayer entré en Aragón; siguiendo una pretensión de Nápoles he venido. LOPE PADRE: Yo hablar hoy al rey quisiera, aunque él que me dé no creo lo que yo busco y deseo. GUILLÉN: Pues ya el rey sale aquí fuera.
Sale el REY y acompañamiento
LOPE PADRE: Señor invicto, yo soy Lope de Urrea, de quien tenéis noticia. REY: Está bien. LOPE PADRE: No vengo a pediros hoy lo que en otros memoriales muchas veces os pedí; que hoy, señor, me traen aquí más consolado mis males. Que me escuchéis os suplico humilde, a esos pies echado. REY: Decid. LOPE PADRE: Confuso y turbado mi dolor os significo. Don Lope de Urrea, mi hijo, palabra a una dama dio de esposo; y porque temió (¡cuánto en decirlo me aflijo!) Aparte mi disgusto, por haber sido sin licencia mía, dilataba de día en día recibirla por mujer. Ella, presumiendo que era desprecio, y recato no, a un hermano suyo dio de ello cuenta; de manera que, cogiéndole encerrado, él y otros dos que vinieron con él matarle quisieron. El mancebo es alentado y, no pudiendo sufrir tan sobrada demasía, se arrojó su bizarría con todos tres a reñir. Uno mató. En caso igual la ley le disculpa; pues aun entre los brutos es la defensa natural. Salió a la calle en efeto, adonde un ministro hirió de justicia. Si ofendió en esto vuestro respeto, ved que más delito hiciera si tan poco la estimara que de ella no se guardara, y delincuente no huyera. Confieso que en la campaña mejor estaría sirviendo que, mayor su culpa haciendo, forajido en la montaña. Pero ya sabéis que ha sido duelo siempre en Aragón no huir los que nobles son donde hay linaje ofendido. En efecto la mujer, que en tan adversa fortuna dos veces parte es, la una por la palabra de ser su esposo, y la otra, señor, por ser hermana del muerto, quiere en más seguro puerto tomar estado mejor; y uno y otro apartamiento piadosa me remitió, con que la dé el dote yo, para entrarse en un convento. Y aunque es verdad que yo estoy tan pobre que he menester buscarlo para comer, enajenándome hoy de la poca hacienda mía, no sólo el dote la he dado, mas renta la he situado; tanto que este mismo día de mis casas me he salido al cuarto más pobre de ellas, para don Mendo Torrellas, por cumplir lo prometido. Suplícoos, a vuestros pies una y mil veces postrado, que, pues ya el perdón ganado de la parte, sólo es parte vuestro real poder, alcance en esta ocasión para mi hijo el perdón que ha llegado a merecer, si no por sí ni por mí, por tantos abuelos claros que con nobles hechos raros os lo están pidiendo aquí. Volved a aquesas historias los ojos, señor; veréis mil héroes, a quien debéis tantos triunfos, tantas glorias. Duélaos esta nieve, viendo que al pronunciar mis enojos, con el llanto de mis ojos la está el amor derritiendo. Y si el afecto de un padre no merece un perdón real, duélaos una principal mujer, su infelice madre, muerta de pena y dolor. Por quien sois me permitid aquesta gracia. REY: Acudid a mi Justicia Mayor. LOPE PADRE: Bien mi corta suerte indicia que es forzosa mi desgracia, pues cuando os pido una gracia, me enviáis a la justicia. REY: Si ante ella pasa el proceso de los delitos, ¿no es bien que ante ella conste también el perdón? LOPE PADRE: Yo lo confieso; mas vaco ese cargo está. Por muerte de don Ramón no hay Justicia de Aragón. REY: Sí hay; que hoy se publicará. LOPE PADRE: Mis lágrimas y suspiros os merezcan tanto bien. REY: (¡Oh afectos de padre! ¿Quién Aparte no se enternece de oíros?)
Vanse el REY, don GUILLÉN y acompañamiento
LOPE PADRE: ¡Oh precisa obligación de un noble y honrado pecho, qué de cosas habéis hecho por la pública opinión del vulgo, sin el afecto de un puro amor paternal! No digo que quiero mal a Lope, pero en efecto con más agrado o más gusto estas finezas hiciera si a su amor se las debiera; mas por Blanca todo es justo, porque la quiero de suerte, aunque ella juzga que no, que, por darla gusto yo, tuviera en poco la muerte.
Suena dentro ruido
Mas ¿quién tan acompañado entrar en palacio ven mis ojos? Mendo es, de quien fui amigo un tiempo pasado. Bien excusarme quisiera de que me mirara así; pero habiendo--¡ay de mí!-- de vivir--¡vergüenza fiera!-- en mis casas, mal podré hüir su conversación. Pero ya no es ocasión de hablarle ahora; porqué, habiendo el rey entendido como llega a su presencia, a la sala de la audiencia segunda vez ha salido.
Salen el REY por una parte, y por otra don MENDO y acompañamiento
MENDO: Vuestras plantas, gran señor, una y mil veces me dad. REY: Don Mendo, del suelo alzad; alzad, Justicia Mayor de Aragón. MENDO: La mano os beso; y bien la habré menester ahora, para poder levantarme con el peso que al cuello me habéis echado. Vida los cielos os den. REY: ¿Cómo venís? MENDO: Como quien viene a verse tan honrado de vos. REY: Cansado vendréis; idos, Mendo, a descansar; mañana venidme a hablar, donde el intento sabréis, estando a solas los dos, con que traeros prevengo a la corte, donde tengo mucho que fïar de vos. MENDO: Vuestra es el alma y la vida, y, a vuestras plantas postrada, nunca mejor empleada.
Vanse el REY y acompañamiento
LOPE PADRE: Si tarde el noble se olvida de lo que un tiempo estimó, testigo, don Mendo, sea honrar a Lope de Urrea. MENDO: Mal pudiera olvidar yo precisas obligaciones que a nuestra amistad confieso. LOPE PADRE: La mano, señor, os beso, y ya con dos atenciones; una, por recién venido, ufano de que vengáis a mi casa, en que seáis de mí y de Blanca servido; y otra porque, habiéndoos hecho de Aragón Justicia hoy, vuestro pretendiente soy. MENDO: Bien estaréis satisfecho que os sirva. LOPE PADRE: Este memorial, aun antes de haber venido, el rey os ha remitido. MENDO: Vuestro amigo soy leal, y creed que en todo estado no he de faltaros jamás. LOPE PADRE: Un hijo mío... MENDO: No más; de todo estoy informado; y estimo ver el dolor con que os hallo; que tenía noticias de que os debía vuestro hijo poco amor. LOPE PADRE: A muchos, señor, parece que es mi pecho tan cruel; mas lo que no hago por él es porque él no lo merece. Por sus muchas travesuras estoy de todos mal visto, por sus delitos mal quisto y pobre por sus locuras. MENDO: No, no os tenéis que afligir; que pues yo me hallo en lugar adonde ya puedo dar lo que había de pedir, de su fortuna crüel juzgad que ya mejoró, pues la vida que me dio hoy puedo dársela a él. Esto sabréis más despacio. Vamos a casa; que allá todo bien se dispondrá. Salgamos, pues, de palacio; que, dejando hoy a Violante, mi hija, me adelanté, y cuidadoso, porqué soy su padre y soy su amante, estoy de si habrá llegado. LOPE PADRE: Mucho me alegro que venga con salud adonde tenga a su servicio el cuidado de Blanca, mi esposa bella, en quien vos conoceréis una esclava a quien mandéis. MENDO: Yo estimaré conocella, por deuda y señora mía. (¡Oh quién pudiera excusar, Aparte cielos, haber de llegar a ver a Blanca este día!)
Vanse. Salen doña VIOLANTE en traje de camino por un lado, y por otro doña BLANCA
BLANCA: Felice yo, que tan bella huéspeda tener merezco, adonde la pueda estar a todas horas sirviendo. A daros la bienvenida y a ver en qué ayudar puedo, Violante, a vuestras crïadas pasé de mi cuarto al vuestro. VIOLANTE: La felicidad es mía; pues cuando extranjera vengo a Aragón, puedo decir que en él he hallado mi centro. Perdonadme de que os tenga en este recibimiento que divide los dos cuartos, que no os digo que entréis dentro, porque revuelto está todo. BLANCA: Vos tenéis la culpa deso, no los crïados, porque no os esperaban tan presto. VIOLANTE: A mí me pareció tarde; que no vi la hora, os prometo, de verme desotra parte de la montaña, temiendo segundo riesgo a mi vida. BLANCA: Luego ¿hubo primero riesgo? VIOLANTE: Y tan grande que le estoy en el alma padeciendo hasta ahora (pues ahora Aparte aun más que entonces le siento.) BLANCA: ¿Cómo así? VIOLANTE: Por defenderme del sol, que con sus reflejos sañudamente talaba la campaña a sangre y fuego, me apeé de la litera en un verde sitio ameno, plaza de armas de las flores, pues, fortificadas dentro de los reductos y fosos de un arroyo, no temieron ni del sol las baterías ni las correrías del cierzo, cuando del seno del monte cuatro o seis hombres salieron, que de mi honor y la vida de mi padre hacerse dueños intentaron, cuya acción lograra su atrevimiento, si a este tiempo no llegara un bandido caballero, joven, galán y brïoso, que liberal...
Llora doña BLANCA
Mas ¿qué es esto? ¿De qué lloráis? BLANCA: De que estoy vuestras fortunas oyendo, con lástima de las mías. Proseguid. VIOLANTE: Daros no quiero ocasión con mis pesares para que sintáis los vuestros. BLANCA: ¿Vio vuestro padre a ese joven que tan gallardo y atento pintáis? VIOLANTE: Y de él recibió vida y honor por lo menos. BLANCA: (¡Mal haya él, por que no hizo Aparte en mi venganza escarmientos al mundo de...! Mas ¿qué digo? ¡Jesús mil veces! ¿Qué es esto?) Loca estuve; perdonadme, porque traigo un sentimiento tan en el alma arraigado que me priva por momentos del juicio. Y no os espantéis, señora, de mis extremos, que ese joven hijo es mío, y nos tienen sus sucesos, a él sin ventura y a su padre sin amor, y a mí sin seso. VIOLANTE: Aunque él nos dijo quién era, no pudo mi entendimiento, con la turbación, entonces percibir tan por extenso los nombres que haya podido aquí prevenir el serlo, que en él no os hubiera hablado.
Salen don MENDO y don LOPE PADRE
LOPE PADRE: Abricias pedirte puedo, Blanca; que hoy se entran en casa las dichas y los contentos. BLANCA: Harto será, porque ha días que no la saben. LOPE PADRE: Muy necio anduve. Dadme, señora, la mano, que humilde os beso, y perdonadme. Tú, Blanca, sabrás que el señor don Mendo, nuestro huésped, que ésta es una de las dichas, es del reino Justicia Mayor, y a él, que es la otra, del rey vengo para el perdón de don Lope remitido. BLANCA: (¡Sufrimiento, Aparte aquí os he menester todo!) Mucho, señor, agradezco a mi suerte que vengáis donde puedan mis deseos serviros; que, en cuanto a mi hijo, vos sois quien sois, y yo pienso que estáis en obligación de ampararle por vos mesmo, según Violante me ha dicho, de una deuda en que os ha puesto. MENDO: Siempre, Blanca, he de serviros por él y por vos a un tiempo; que no juzgo que ignoráis la obligación que yo os tengo.
Sale ELVIRA
ELVIRA: Ya, señora, está tu cuarto aderezado y compuesto. VIOLANTE: Perdonadme, Blanca, y dadme licencia, porque deseo descansar. BLANCA: Si me la dais vos a mí, os iré sirviendo. LOPE PADRE: A mí, por viejo, me toca la obligación de escudero. VIOLANTE: Por dueño de casa yo la aceptaré, si la acepto. Quedad con Dios. BLANCA: El os guarde. VIOLANTE: (¡A batallar, pensamientos, Aparte con esta víbora que, dándome vida, me ha muerto!) MENDO: Si esa licencia os permito, es porque pagarla puedo, acompañando yo a Blanca.
Vase don LOPE PADRE, llevando a doña VIOLANTE de la mano
(Antes que ella me hable, quiero Aparte salir al paso a sus quejas.) BLANCA: (¡Aquí de todo mi esfuerzo!) Aparte ¿Dónde vais? MENDO: Sirviéndoos voy. BLANCA: No, señor, quedaos. MENDO: El cielo sabe cuánto deseaba esta ocasión. BLANCA: ¿A qué efecto, si vos no habéis de tener conmigo segundo intento? MENDO: A efecto de decir cuánto hallaros con penas siento, si bien podréis responderme que no las extrañe, puesto que con ellas os dejé. BLANCA: Ni lo uno ni lo otro entiendo. ¿Vos a mí con penas? ¿Cuándo o cómo, que no me acuerdo? Ni pienso que os vi en mi vida. MENDO: ¡Ay, Blanca! BLANCA: Señor don Mendo, plática no prosigáis que ha empezado por afecto. Si alguna memoria acaso confusamente os ha hecho equivocaros conmigo, pues la sepulta el silencio, el silencio la consuma; y al cabo de tanto tiempo olvidaos vos de todo; que yo de nada me acuerdo. MENDO: ¡Oh qué cuerdamente, Blanca, os ayudáis del ingenio! BLANCA: No sé por qué lo decís. MENDO: Yo sí. BLANCA: Pues no hablemos de ello. MENDO: Yo me doy por advertido; y si es que he de obedeceros, ¿cómo lo he de hacer? BLANCA: Callando. MENDO: ¿Cómo se calla? BLANCA: Sufriendo. MENDO: ¿Sabré yo? BLANCA: Aprended de mí. MENDO: ¿Con qué medio? BLANCA: Este es el medio. MENDO: Decidle. BLANCA: ¡Beatriz!
Sale BEATRIZ
BEATRIZ: ¿Señora? BLANCA: Alumbra al señor don Mendo. (Esto es quitar ocasiones.) Aparte MENDO: (No es sino añadir tormentos.) Aparte
Vanse. Salen ELVIRA con luz y doña VIOLANTE destocándose
VIOLANTE: Cierra esas puertas, Elvira, y si preguntare luego mi padre acaso por mí, dile que ya estoy durmiendo; que no quiero que me hable él ni nadie; sólo quiero la soledad por amiga. ELVIRA: Notables son tus extremos. VIOLANTE: Pues aun no los he pintado, Elvira, como lo[s] siento. Ayúdame a destocar; ve esos vestidos poniendo sobre ese bufete. ELVIRA: En fin, ¿que no son los bandoleros tan fieros como los pintan? VIOLANTE: Tal es la aprehensión que tengo de su talle, rostro y voz, que desecharle no puedo de mi memoria; de suerte que a cada parte que vuelvo los ojos allí parece que le miro.
Retíranse las dos a un retrete, que se fingirá con algunos lienzos. Salen don LOPE HIJO y VICENTE
LOPE HIJO: ¿Qué es aquesto? ¡Cielos! ¿Cómo está este cuarto tan adornado y compuesto? VICENTE: La casa habemos errado; que en la de tu padre creo que apenas hay un candil. LOPE HIJO: Detente. VICENTE: Ya me detengo. LOPE HIJO: ¿Ves una mujer... VICENTE: Y aun dos. LOPE HIJO: ... que con bizarro desprecio de las galas se despoja, como sobrados trofeos, como añadidos despojos de su hermosura, diciendo: ®Mejor que Palas armada, desnuda avasalla Venus.¯ VICENTE: Ya lo veo, y si esto dura, de aquí a un poquito tendremos lindo rato. LOPE HIJO: ¿Quién será? VICENTE: Mi madre será, supuesto que no es la tuya. LOPE HIJO: Turbado a verla el rostro me atrevo. VICENTE: Yo también. LOPE HIJO: Y a ver si oigo lo que habla. Pisa más quedo. VICENTE: ¿Qué más quedo? Si pisara las gradas de un monumento, aun no ajara los velillos. ELVIRA: Notable es tu sentimiento. VIOLANTE: En fin, está tan conmigo y tan presente le tengo --¡válgame el cielo!--que allí jurara que le estoy viendo. ELVIRA: No te sacaran los dientes por el falso juramento; que yo también lo jurara. VICENTE: Dimos con todo en el suelo. LOPE HIJO: Esta es la dama que vi.
Llega don LOPE HIJO
Decidme, prodigio bello, decidme, hermoso milagro... VIOLANTE: Sombra de mi pensamiento, ilusión de mi sentido, alma de mi devaneo, cuerpo de mi fantasía, voz de mi idea, que siendo idea, ilusión y sombra, fantasía y fingimiento, sin voz, sin cuerpo y sin alma, tienes alma, voz y cuerpo: ¿cómo aquí dentro has entrado? LOPE HIJO: Hermosísimo portento, en quien hace vivamente la imaginación efecto, no me ganéis vos de mano en la duda que padezco, pues con más causa os pregunto yo: ¿qué hacéis vos aquí dentro? VIOLANTE: Yo en mi casa estoy. LOPE HIJO: Yo y todo. Pues si aquí entré... VIOLANTE: Oír no quiero.
A ELVIRA
LOPE HIJO: Porque se asegure ella, oídme. ELVIRA: Pues yo ¿a qué efecto? Apareceos a mi ama, fantástico bandolero, pues ella es la enamorada; pero a mí, si yo no os quiero, ¿a qué propósito? LOPE HIJO: Ved que os engaña el temor vuestro. Hijo soy de aquesta casa, a Blanca buscando vengo, para decirla lo mismo que sabéis; porque es mi intento que el favor me solicite que me ha ofrecido don Mendo. En aqueste cuarto entré con la llave que de él tengo, harto desimaginado de hallaros en él; y puesto que os restauro de un asombro, restauradme vos del mesmo, desengañándome, cómo en este cuarto os encuentro. VIOLANTE: Lo que me decís sabía yo, mas llevóme primero lo que estaba imaginando, que lo que estaba sabiendo; y aun con ver el desengaño, mal del susto convalezco; pues si un miedo me quitáis, me dejáis con otro miedo. El que fingido me disteis me estáis dando verdadero; porque, verdad o ilusión, de todas suertes os tiemblo. En aquesta casa vivo; los crïados, que vinieron adelante, la tomaron; vuestro padre, a lo que entiendo, vive en otro cuarto de ella; si a él buscáis, idos, os ruego, y débaos yo en esta parte la fineza de volveros. LOPE HIJO: Aunque de vuestra hermosura idólatra me confieso, es con tan sagrado amor, es con tan cortés respeto, con tan ajena esperanza, con tan noble rendimiento que la fe con que os adoro es con la que os obedezco. Quedad con Dios, y entended que sois el primer sujeto que corrigió mi albedrío y enfrenó mi atrevimiento. VIOLANTE: Id con Dios, y entended vos que la fineza agradezco, y el primero sois también que me ha debido un afecto. LOPE HIJO: ¡Ah quién supiera pagarle de su misma vida a precio! VIOLANTE: ¿Queréis pagarle, don Lope? LOPE HIJO: Sí. VIOLANTE: Pues idos, y sea presto. LOPE HIJO: Yo lo haré. Vamos, Vicente. VICENTE: Vete tú, si eres tan necio; yo me quedo acá esta noche. VIOLANTE: (¿Qué pasión es ésta, cielos...) Aparte LOPE HIJO: (¡Cielos! ¿Qué hermosura es ésta...)Aparte VIOLANTE: (...que enamora sin deseo?) Aparte LOPE HIJO: (...que inclina sin apetito?) Aparte VIOLANTE: Id con Dios. LOPE HIJO: Guárdeos el cielo.

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Las tres justicias en una, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002