NADIE FÍE SU SECRETO

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 1999.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen ALEJANDRO y don ARIAS
ALEJANDRO: Vila al dejar la carroza y, haciendo su estribo oriente, o fueron los soles dos o el uno alumbró dos veces. ¿Nunca has visto errante al viento preñada nube encenderse y, parto de luz, un rayo hacer giros diferentes, que amenazando soberbios la torre más eminente, la más levantada punta ambiciosos desvanecen? Tal es el rayo de Amor; con llama dulce, aunque ardiente, por tocar lo más supremo, deja el cuerpo, el alma enciende. Yo, que desde el corredor la miré, confusamente vi engendrar rayos de fuego en una esfera de nieve; y confuso entre dos luces de dos soles diferentes, al más superior entonces le tuve por menos fuerte. Entró doña Ana en palacio, que a ver a mi hermana viene, con más donaires que nunca, tan hermosa como siempre. Seguí su luz con la vista, notando curiosamente que, si el hombre es breve mundo, la mujer es cielo breve. Al fin se puso a mis ojos, y yo quedé como suele temeroso caminante que el camino en el sol pierde. Mas no quedé tan ajeno del suyo que no creyese --tal fue la imaginación-- que la adoraba presente; porque pintor el deseo dio a la memoria pinceles, al pensamiento colores, con que desmintió lo ausente. No sé si es amor, don Arias, este fuego que me ofende; que tiene mucho de amor el que tanto lo parece. ARIAS: ¿Nunca la habíais visto? ALEJANDRO: Sí. ARIAS: Pues, ¿de qué, señor, procede esa novedad? ALEJANDRO: Preguntas bien, aunque ignorantemente. ¿Tú no sabes que en el mundo un átomo no se mueve sin particular precepto, que rigen causas celestes? Lo que ayer se aborrecía hoy con extremo se quiere; y hoy una cosa se adora que mañana se aborrece. Todo vive en la mudanza; y así, don Arias, sucede lo que se trata, conforme la disposición que tiene. Otras veces la había visto; pero que hoy estuve, advierte, menos ciego o ella estaba más hermosa que otras veces. Yo he de servirla, y de ti he de fïar solamente este amor y este secreto. ARIAS: Dos novedades me ofreces a un tiempo; la una es el verte hablar tiernamente en cosas de amor. ALEJANDRO: No son iguales los hombres siempre, ni es de un príncipe defecto amar tan honestamente; que quien una vez no amó nombre de incapaz merece. Ni tan necio, dijo un sabio a un hombre, que no quisiese alguna vez, ni tan loco que haya querido dos veces. ARIAS: Es la otra que conmigo trates tu amor; y aunque excede esta honra a mi esperanza, lo que me obliga me ofende. Don César, tu secretario, de quien fías dignamente el gobierno de tu estado, y a quien con extremo quieres, es mi amigo, y es razón, señor, que en tu gracia deje desocupado lugar, pues él solo le merece. Llámale y dile tu amor, y hoy a tu gracia le vuelve; que no es razón que se diga que yo gano lo que él pierde. Mi amistad paga con esto lo que a mi nobleza debe; pero, aunque ofenda a un amigo, será fuerza obedecerte. ALEJANDRO: Don Arias, a César quiero con los extremos que siempre lo he querido; y si es tu amigo, honrarte no es ofenderle. Juntos nos hemos crïado, fiándonos de una suerte en las penas los disgustos, en las glorias los placeres. Hícele mi secretario, dile mi pecho, fïéle el alma misma, por ser discreto, sabio y prudente. De unos días a esta parte no sé qué trata o qué tiene; que ni a mi servicio acude, ni despacha mis papeles. Mil veces en mi presencia, si le hablo, se divierte, sin propósito responde y, hablándome, se suspende. Y ya que tratamos de esto, su mayor amigo eres; de mi parte y de la tuya procura saber qué tiene. Dile que de mis estados disponga, pues solo puede, como absoluto señor, dar preceptos, poner leyes; y dile al fin lo que el alma verle tan ajeno teme; porque, sabiendo la causa, o la sienta o la remedie. ARIAS: No en vano te llama el mundo Alejandro dignamente, pues a quien el nombre igualas las alabanzas excedes.
Sale LÁZARO
LÁZARO: (A César traigo un papel, Aparte y no le hallo; claras pruebas de mi desdicha crüel; que a traerle malas nuevas, luego encontrara con él. Hoy que esperé galardón, no le he de hallar, cosa clara; mas cuando las nuevas son albricias de mala cara, presagios de un mojicón, luego al instante le hallo. Pues, ¡por Dios que he de buscallo, aunque entre...!) ALEJANDRO: ¿Quién está allí? LÁZARO: (El príncipe me vio. Aquí Aparte escondo el papel y callo.) ALEJANDRO: ¿Quién dices que es? ARIAS: Un crïado de César que acaso ha entrado hasta aquí y, como te vio, luego, señor, se volvió. ALEJANDRO: Llámale, porque he pensado que éste me declare aquí de su señor la tristeza. ARIAS: Dices bien. ¡Lázaro! LÁZARO: ¿A mí? ARIAS: A ti te llama su Alteza. ALEJANDRO: Llegad. LÁZARO: Bien estoy así, aunque, si mi dicha es tal que merezco llegar a besar tus reales pies, no me hartaré de besar cordobanes en un mes. Buscando a César--perdona si te ofendo--hoy he llegado a tus pies. ARIAS: Su humor le abona. ALEJANDRO: ¿Sírvesle? LÁZARO: Soy su crïado, y tu tercera persona. ALEJANDRO: ¿Cómo tercera? LÁZARO: ¿Pues, no? César contigo privó, yo con César, por mi trato; luego es nuestro triunvirato César, Alejandro y yo. ALEJANDRO: Tu humor conozco. LÁZARO: (Eso ha sido Aparte despejar.)
Quiere irse
ALEJANDRO: ¿Por qué te vas? LÁZARO: Porque, si me has conocido, señor, no me comprarás, y yo estoy como vendido. Entretenerme no quieras; porque, si bien consideras mi condición por su indicio, ha mucho rato que en juicio estoy condenado a veras. ALEJANDRO: Tu gusto alabo, y condeno el que tan continuo sea; que el que de donaires lleno siempre en las burlas se emplea no es para las veras bueno. Saber de César querría la causa y el fundamento de tanta melancolía, que como suya la siento y la lloro como mía; pero fue contrario efeto el que he venido a mirar; que, aunque seas más discreto, es necio quien piensa hallar entre burlas un secreto. LÁZARO: Antes por sacarle de ellas, hace bien, si allí se ofusca, y mal por necio atropellas al que en las burlas le busca, sino al que le pone en ellas. Y pues César ha mostrado discreción, no hay presumir que a mí me le habrá fïado; mas con todo, por cumplir la obligación de crïado, que de un sirviente hablador es el precepto mayor, entre todos los demás, el cuarto, "no callarás defecto de tu señor," te diré lo que he alcanzado en lo que yo he discurrido de su pena y su cuidado, muchos menos que sabido y algo más que murmurado. De España vino con nombre, opinión, noticia y fama a Parma--esto no te asombre-- cierto juego que se llama, señor, el juego del hombre. César el juego aprendió y un día que le jugó, teniendo basto, malilla, punto cierto y espadilla, la tal polla remetió. Acabando de perder, hubo voces, y el senado mirón tuvo en que entender, si fue bien o mal jugado, si pudo o no pudo ser. Con esto nos fuimos luego, y estando durmiendo yo en mi cama y mi sosiego, desnudo se levantó, dando y tomando en el juego; y, habiéndome despertado, cuanto encendido, resuelto, me dijo muy enojado, "Si aquella baza le suelto, reparto y quedo baldado; luego le atravieso yo, y con cuatro tengo hartas, y hago tenaza, o si no, vuélvanme mis nueve cartas, y venga el que lo inventó." De aquí, sin duda, ha nacido su tristeza. ALEJANDRO: Yo me he holgado de haberla de ti sabido, pues con eso has castigado la culpa de haberte oído. No quiero creer que fuera tan necio César que a ti su secreto te dijera, pues hoy me pesara a mí, cuando de ti lo supiera; que tu condición extraña claramente desengaña que es para burlas ociosas no más. LÁZARO: Como de esas cosas vienen cada día de España. Dios te guarde; y yo prometo, con la ocasión que me has dado, de buscarte más discreto. (Bien las burlas me han librado Aparte de descubrir el secreto.)
Vase
ALEJANDRO: Notable hombre; si estuviera con más gusto, le tuviera en oírle. ARIAS: Pues si a ti te agrada, siempre está así, que es hombre de esta manera; en su vida estuvo triste. ALEJANDRO: No será muy entendido; que en saber sentir consiste parte del alma. ARIAS: Ha nacido de esta suerte. ¿Nunca oíste sus cuentos? ALEJANDRO: Nunca llegó a mi noticia. ARIAS: Pues yo sé que, si aquí te contara, alguno, que te agradara. ALEJANDRO: ¿De qué manera? ARIAS: Perdió conmigo el dinero un día y yo le empecé a jugar sobre prendas que traía; y en fin le vine a ganar la espada que se ceñía. No quise entonces volvella, por ver lo que hacía sin ella, y él buscó sin dilación una vieja guarnición, y poniendo un palo en ella, le metió en la vaina. Así le trae hoy día. ALEJANDRO: Yo espero burlarme dél... ¡Ay de mí! Mal con burlas vencer quiero el fuego en que me encendí. Ve a hablar a César, allana tristezas de agravios llenas; que yo estaré con mi hermana, sintiendo de César penas y rigores de doña Ana. Iré a ver los rayos rojos, testigos de mis enojos. Y si tengo de morir ausente, más vale ir donde me maten sus ojos.
Vanse. Salen don CÉSAR y LÁZARO, dándole un papel
LÁZARO: Toma, señor, el papel, que hoy Elvira me llamó y para ti me le dio. CÉSAR: ¿Y ahora vienes con él? LÁZARO: Vive Dios, que te he buscado, hasta entrar por ver si hablabas al príncipe. CÉSAR: ¿Y no me hallabas? LÁZARO: ¿Qué quieres? Soy desdichado. CÉSAR: Pues no ha habido hombre que pase a hablarle que no me pida licencia. LÁZARO: En toda mi vida hallé cosa que buscase. Toma, señor, el papel; y si su gusto codicias, no perdono mis albricias. CÉSAR: ¡Ay cielos! ¿Qué dirá en él? LÁZARO: Necedad de aquél que va, cuando el reloj está dando, con gran priesa preguntando, "¿Sabe usted las cuántas da?" Cuenta, y no preguntarás lo que tú puedes saber; y puesto que sabes leer, abre el papel, y verás lo que dice. CÉSAR: Estoy cobarde. Tarde me trajiste el bien. LÁZARO: Pues véngate tú también; dame las albricias tarde. CÉSAR: Ponte, Lázaro, el vestido que hice para la jornada de Florencia. LÁZARO: Eso me agrada. Mil veces los pies te pido. CÉSAR: Lázaro, en el bien que toco con causa el sentido pierdo; hoy debo de estar muy cuerdo, pues confieso que estoy loco. ¿Doña Ana me escribe a mí tierna, alegre y amorosa? ¿Hay suerte más venturosa? ¿Cuándo tal bien merecí? El pecho romper quisiera, porque en su oculto lugar, siendo el corazón altar, el papel la imagen fuera. ¿Dónde pondré este papel? LÁZARO: Puesto que eso te alborota, si está la soleta rota, cálzate, señor, con él. Un tiempo, con tener fama que era de las más discretas, me sirvieron de soletas los papeles de mi dama. Mas, ¿sabes qué considero? Que, aunque el vestido es cabal, parecerá un hombre mal, si no lleva algo en dinero. CÉSAR: Lázaro, a darte me obligo cuanto me pidieres hoy. La espada no te la doy, porque me la dio un amigo. LÁZARO: (Él sin duda a saber llega Aparte que es de palo aquesta espada, pues cuando no niega nada la espada sola me niega.)
Sale don ARIAS
ARIAS: Como agraviado, quejoso, don César, buscándoos vengo; agravios son de amor mío y quejas de amigo vuestro. Hoy el príncipe de Parma, hoy Alejandro Farnesio, segundo solo en el nombre, y en las grandezas primero, me llamó para saber vuestra tristeza, diciendo que sólo yo la sabía, por ser alma en vuestro pecho. Corrido, entonces, quedé de ver que en su pensamiento merezca este nombre, cuando tan poco con vos merezco. De su parte y de la mía vengo a hablaros; y así quiero deciros como crïado su recado. Estadme atento. Dice el príncipe Alejandro que si a vuestro sentimiento de sus estados importa el mando todo, que en ellos como su señor mandéis, que dispongáis como dueño, pues en vuestras manos deja su poder y su gobierno. Hasta aquí dice Alejandro, y yo de mi parte empiezo, no a ofreceros sus grandezas sino un ánimo dispuesto a vuestro servicio siempre. Merezcan, pues, mis deseos, para sentirlos en todo, parte en vuestro sentimiento. Quejoso el príncipe vive de vuestro descuido, y vemos que servicios en señores son máquinas en el viento; cuanto aseguran mil años borra un minuto de tiempo; que es sola una culpa olvido a muchos merecimientos. Divertíos, alegraos, ensanchad, César, el pecho, y aunque el corazón se abrase, finjan los ojos contento. Como amigo os lo suplico, como crïado os lo ruego, como leal os persuado, como noble os aconsejo. CÉSAR: Beso a su Alteza los pies, y a vos las manos os beso, pues debo a vuestra amistad lo que a sus grandezas debo. Y, agradecido a los dos, iré a los dos respondiendo. Diréis, pues, al poderoso Alejandro... LÁZARO: (¿Qué es aquesto? Aparte ¿Por "poderoso Alejandro" empieza? Ruego a los cielos que alguna loa no eche, con su historia y con su cuento.) CÉSAR: ...que el cielo su vida aumente por tantos siglos eternos que al número de los años pierda la memoria el tiempo; que mi tristeza no es causa para que en un pensamiento falte a su gusto rendido, a su obediencia sujeto. Una gran melancolía opone al alma estos miedos, si oculta siempre en la causa, manifiesta en los efectos. Mis estudios lo habrán sido; tanto en ellos me divierto que, para darme a los libros, a su presencia me niego. Esto le podéis decir, disculpando nobles yerros, que para solas ausencias amigos se introdujeron. Y, respondiéndoos a vos, porque veáis que agradezco el cuidado, he de fïaros lo que guardé de mí mesmo. Mas no lo agradezcáis mucho, porque habéis llegado a tiempo que, aunque quisiera encubrirlo, os lo dijera el contento. ¡Ay, don Arias, no os espante verme en un instante haciendo extremos, alegre o triste; que el amor todo es extremos! Quiero deciros la causa... mas, si os he dicho que quiero, ni vos tenéis que escucharme ni yo que deciros tengo. Bien veréis que esto es amor; y si es mucho, bien lo muestro, pues presente no lo digo cuando ausente lo confieso. Puse en un cielo los ojos --disculpado atrevimiento-- que quien glorias busca, sólo pudiera aspirar al cielo. En fin la dije mis penas, que, aunque no consiga efecto, el intentar grandes cosas arguye merecimientos. No os enfadéis si me alargo en contaros mis sucesos; que vos me dais ocasión con oírme tan atento. Respondióme con oírme; que en tan arrogante empleo bastó, sin gozar favores, el no padecer desprecios. Dos años ha que la sirvo, sin que en todo aqueste tiempo perdiese al sol de su honor un átomo de respeto. Amor, del llanto ofendido, si no obligado del ruego, con no merecidas glorias coronó mis pensamientos. Hoy tuve suyo un papel; que nada encubriros puedo; que contentos repetidos son duplicados contentos. Éste fue el primer favor, y yo el amante primero que mereció por humilde lo que intentó por soberbio. Diréis que encarezco mucho lo que tan poco encarezco; mas vos me disculparéis cuando sepáis el sujeto. Al decir quién es, me turbo; mas poco en esto la ofendo; y más estando advertido que aspiro a su casamiento. Mirad, don Arias, que os fío mucho, y que no soy de aquéllos que, por alabarse, venden a pregones sus secretos; que a saber en qué consiste de una mujer la honra, creo que hicieran sus mismas lenguas mordazas de su silencio. Discreto sois, en vos pongo el alma misma, advirtiendo que, a querer yo que supiera Alejandro mis intentos, pues dos recados trajisteis, y a entrambos voy respondiendo, aquesta respuesta os diera en el recado primero. Doña Ana de Castelví --ya he dicho quién es, ya puedo aun más allá del discurso pasar encarecimientos-- es quien me tiene en su amor de mí mismo tan ajeno que no siento lo que digo, aunque digo lo que siento. No fue tanta mi tristeza como mi divertimiento; porque en su amor sólo vivo y sólo en sus gustos pienso. No diga que quiere bien quien libre, alegre y contento piensa o habla en otra cosa; que amor es del alma dueño, y yo, que de veras amo, por pensar en sus extremos, quisiera pasar a siglos las breves horas del sueño. Mucho he dicho y mucho callo, y ahora sólo pretendo que leáis este papel, para obligaros de nuevo a que sintáis mis pesares, a que gocéis mis deseos, a que celebréis mis glorias, a que alabéis mis intentos, y a que el secreto paséis desde los labios al pecho; que de la boca al oído está a peligro un secreto. ARIAS: Con causa contento os veo. CÉSAR: Pues tomad, leed el papel; veréis mi ventura en él. ARIAS: Por vuestro gusto lo leo. "Ya el confesarme querida es empezar a querer; que es favor en la mujer el estar agradecida. Mas no es favor lisonjero lo temeroso que estás, pues sabe el amor que, más que tú me estimas, te quiero. Si acaso, por encubrirlo Amor, venganza ha buscado, bástame el haber pasado la vergüenza de decirlo. Ven en pasando la tarde a la calle, y te diré lo que apenas sentir sé. A Dios, mi bien, que te guarde." Vos estáis bien empleado. CÉSAR: Al príncipe le diréis la otra respuesta; y si hacéis que yo quede disculpado, lo veré. ARIAS: Que he de serviros tened por cierto. CÉSAR: Lucero, que amante fuiste primero, muévante tantos suspiros, corre con curso violento; que yo sé que adelantaras el ocaso si llevaras a Dafne en tu pensamiento.
Vanse CÉSAR y LÁZARO
ARIAS: De dos secretos cargado, aunque uno mismo en rigor, obligado de un señor y de un amigo obligado me hallo, y en tanto disgustos no sé cuál a cuál prefiere. ¡Mal haya el necio que muere por saber ajenos gustos! Si a César el amor digo del príncipe, sus desvelos le han de dar celos, y celos no se han de dar a un amigo. Pues si al príncipe el afeto digo de César, no sé si lo acierto, pues la fe rompo a César del secreto. Si callo la voluntad del uno al otro, en rigor soy a la lealtad traidor o traidor a la amistad. Hoy del príncipe ha nacido el amor y, aunque el cuidado esté tan enamorado, no está tan favorecido. Él a César quiere bien, y si su amor le encarezco, y sus favores, me ofrezco a que sus manos le den la prenda, que un desengaño con tiempo hace tal efeto, y yo no falto al secreto, por remediar mayor daño. Confusas máquinas son éstas que dudoso sigo; porque, ignorando, un amigo mata con buena intención.
[Vase.] Salen ALEJANDRO, don FÉLIX, doña ANA y acompañamiento
ALEJANDRO: Licencia me habéis de dar. ANA: Vuestra Alteza no esté así, o no pasaré de aquí. ALEJANDRO: Yo os tengo de acompañar hasta que el cuarto dejéis de mi hermana. ANA: No haga eso Vuestra Alteza, que es exceso de mercedes. ALEJANDRO: Pues, ¿no veis que es justa obligación mía, debida por ser mujer, y que en mí no puede ser exceso de cortesía? ANA: Muy bien la que habéis tenido vuestro heroico pecho muestra; mirad que soy criada vuestra; y así, como tal os pido que mitiguéis los enojos de tan dulce resplandor, que, como sois sol de honor, me vais cegando los ojos. ALEJANDRO: Mal de mis rayos infiero ese luciente arrebol, que voy delante del sol por blasonar de lucero; mas porque no me acobarde el fuego que en vos se ve, por fuerza me quedaré. Guárdeos Dios. ANA: El cielo os guarde.
Vase
ALEJANDRO: Don Félix, ¿no acompañáis a vuestra hermana? FÉLIX: Señor, agradecido al favor con que a los dos nos honráis, a vuestros pies he quedado, como crïado, rendido, como leal, reconocido y, como noble, obligado. Esa vida el cielo aumente tanto que sea en su gloria testigo a vuestra memoria el olvido solamente; la fama con vos ufana, dilatada por los vientos... ALEJANDRO: Dejad encarecimientos, y acompañad vuestra hermana en mi nombre. (¿Hay más enojos Aparte que escuchar inadvertido lisonjas para el oído, negándolas a los ojos?)
Vase don FÉLIX. Llega don ARIAS al PRÍNCIPE
Don Arias, ¿qué hay de nuevo? ¿Viste a César? ARIAS: A César vi y hablé; pero, primero que sepas su respuesta, saber quiero el término de amor a que has llegado. ALEJANDRO: Tienen mi pensamiento triste César, doña Ana enamorado y, con un sentimiento, no sé cuál de los dos es lo que siento. Entré galán al cuarto de mi hermana, y con ella y sus damas vi a doña Ana. Vi en un jardín de amores que presidía entre comunes flores la rosa hermosa y bella. Mal digo; que, si bien lo considero, yo vi entre muchas rosas una estrella, o entre muchas estrellas un lucero; y, si mejor en su deidad reparo, prestando a los demás sus arreboles, entre muchos luceros vi un sol claro, y al fin vi un cielo para muchos soles. Y tanto su beldad les excedía que en muchos cielos hubo sólo un día. Hablando estuve, en ella divertidos los ojos, cuanto atentos los oídos; porque mostraba, en todo milagrosa, cuerda belleza en discreción hermosa. Despidióse en efecto. Si fue breve la tarde, Amor lo diga, que quisiera que un siglo entero cada instante fuera; y aun no fuera bastante, pues, aunque fuera siglo, fuera instante. La salí acompañando cortésmente; y aquí basta decirte que muero amante y que padezco ausente. ARIAS: Según eso, imposible es persuadirte que olvides ese amor. ALEJANDRO: Hoy ha nacido, y a más correspondencia pone olvido el alma, si previene mayor daño. ARIAS: Pues a tiempo llegó mi desengaño. Señor, si a César quieres, no la quieras; y básteme decir que, si pretendes a doña Ana, es a César al que ofendes. ALEJANDRO: Don Arias, cuando alguna cosa digas a quien no la pregunta, ya te obligas a no dejar la plática empezada. Dímelo todo, o no dijeras nada. ¿Quiere a doña Ana César? Poco importa; que César es mi amigo, y si me hallara muy prendado, por César la olvidara. Prosigue, pues; ¿qué temes? ARIAS: Que indiscreto falto a la fe jurada de un secreto. ALEJANDRO: Pues si callar debías, ¿para qué los principios me decías? ARIAS: Yo tu quietud pretendo. (Perdona, César, si el secreto ofendo.) Aparte Señor, ellos se quieren. ALEJANDRO: ¿Cómo es eso? Luego, ¿doña Ana sabe--¡pierdo el seso!-- que don César la quiere? ARIAS: Y amorosa le corresponde. ALEJANDRO: ¡Ay suerte rigurosa! ¿Quién se ha visto dudoso, triste y desesperado, antes desengañado que celoso, y celoso--¡ay de mí!--que enamorado? Si César la quisiera, la dejara, y sus celos no sintiera; mas que ella quiera a César, son más daños, que apadrinan los celos desengaños; pero si ellos se quieren, no se diga de mí que amor me obliga, ofendido y celoso, a amar ingrato y a querer quejoso. ARIAS: (Ahora encareciendo Aparte sus favores, pretendo que del todo la olvide.) ALEJANDRO: En mí el amor con el valor se mide. En efecto, ¿se quieren? ARIAS: Y yo he visto hoy un papel... ALEJANDRO: (¡Mal mi dolor resisto!) Aparte ARIAS: ...que amorosa doña Ana le escribía. ALEJANDRO: (¿No bastaba saber que le quería? Pero si ya olvidado estoy, ¿por qué un papel me da cuidado? Mas, ¿quién tendrá paciencia en tan mortal dolencia para no preguntar lo que decía? ¿Por no andar vacilando qué sería?) ¿Qué escribió? ARIAS: Que esta noche quiere hablalle por las ventanas bajas de la calle. ALEJANDRO: (¿Esta noche ha de hablalla, Aparte cuando el alma ofendida sufre y calla? ¿Ellos diciendo amores, yo padeciendo agravios y rigores? ¿Qué es lo que escucho, cielos? ¡Que en mí, más que el amar, puedan los celos! ¿Yo no estoy declarado? Pues que pongo silencio a mi cuidado por César, deje César por mis celos esta ocasión, si en ella reconoce mis penas y desvelos; y pues yo no la gozo, no la goce.) Don Arias, ¿sabe César que yo he puesto en doña Ana mi amor? ¡Ay de mí triste! ARIAS: ¿Cómo, si sólo a mí me lo dijiste? ALEJANDRO: Como a ti solo dijo inadvertido también César su amor, y lo he sabido. ARIAS: Quien con buena intención ofende, yerra con disculpa. ALEJANDRO: Don Arias, hoy se encierra en tu pecho mi gusto. No es aquesto en amor término injusto; una curiosidad es solamente, confieso que parezca impertinente. Cuanto a César pasare con doña Ana me has de decir; que si por él allana mi honor que no la quiera, y no puedo jugar, aunque picado, quiero mirar los lances desde afuera. ARIAS: Si el primero, señor, has condenado, ¿cómo diré el segundo? ALEJANDRO: Antes disculpa te ofrezco con haberlo preguntado, pues en aqueste punto lo que tú me dijeras te pregunto. ARIAS: Señor... ALEJANDRO: Esto ha de ser. ARIAS: Obedecerte es fuerza; pero ¡mira... ! ALEJANDRO: De esta suerte entretendré mis penas, mis desvelos, divirtiendo sus gustos en mis celos. ARIAS: ¡A qué de riesgos locos se pone quien no calla su secreto! ALEJANDRO: Todos lo dicen y le callan pocos.
Salen don CÉSAR y LAZARO, sin reparar por el momento en el PRÍNCIPE
CÉSAR: Pasa, sol, con tu porfía el cielo en dorado coche, que hoy amanece la noche, pues hoy anochece el día. Deposita en sombra fría, Apolo, tus luces bellas; nacerá otro sol en ellas de más luciente arrebol; y verás que de mi sol van huyendo las estrellas. LÁZARO: Maldito de Dios el caso hace el sol de tu tristeza; tú te quiebras la cabeza, y él se va paso entre paso por su cabal al ocaso. ¿De qué sirve en tu porfía tanto sol y tanto día? ¿Que es el sol, no echas de ver, cochero y que no ha de ser llevado por cortesía? CÉSAR: (Al príncipe vi, y leal Aparte el corazón en el pecho, no sé qué extremos ha hecho, pronósticos de mi mal.) Aunque a mi pena es igual de mi descuido la culpa, noblemente me disculpa ver que a tus pies no llegara, si en don Arias no enviara prevenida la disculpa. Perdóname haber faltado a tu servicio o tu gusto, si ya mi tormento injusto no me tiene disculpado. ALEJANDRO: Ya don Arias me ha contado, César, la fiera porfía de tanta melancolía, y tan bien la encareció que, con lo que dijo, yo vine a sentirla por mía. Tan bien la supo sentir que la causa del pesar no la supiera callar, como la supo decir. Yo, que empeñado en oír de tu mal las penas graves le escuché, con tan süaves razones me las pintó, que de tu mal supe yo la causa, que tú no sabes. Yo te quiero divertir; esto debo a tu amistad. A andar toda la ciudad esta noche has de salir conmigo; podremos ir encubiertos y embozados a visitar disfrazados varios modos de placeres; músicas, juegos, mujeres entretendrán tus cuidados; que yo te quiero de suerte que, por verte alegre, diera todo mi estado, y pudiera quedarme sólo por verte. CÉSAR: Tú me honras, pero advierte que está ya mi pensamiento, con ese encarecimiento que llega a merecer hoy, tan gozoso que ya estoy muy alegre y muy contento. Desde aqueste instante empieza en el alma misma a ser todo su pesar placer, gusto toda su tristeza. No, no se canse tu Alteza en divertirme mis quejas; que con aqueso me alejas del gusto, porque yo sé que aquesta noche estaré más contento si me dejas. Claro está, pues mi cuidado ha de ser mucho mayor, viendo que tú estás, señor, por mí desasosegado. ALEJANDRO: Tanto, César, me ha pesado de hablarte en tu pena ciego que, si yo a verte no llego esta noche, claro está, de no verte nacerá mi mayor desasosiego. ¡Lázaro! LÁZARO: ¿Señor? ALEJANDRO: También irás conmigo. LÁZARO: Eso sí, fíate, señor, de mí, que de ninguno más bien. ¡Ah, plegue a Dios que nos den ocasión en que empleado este brazo, y a tu lado...! ALEJANDRO: ¿Valiente eres? LÁZARO: ¡Pese a tal! Soy el más largo oficial que puso herramienta a un lado. ALEJANDRO: Y, ¿la hoja es buena? LÁZARO: (¡Aquí Aparte me coge vivo!) Señor, la tuya será mejor; mas ésta me sirve a mí de lo que la mando. ALEJANDRO: Así, por ensalzarla, la humillas. ¿Corta? LÁZARO: Que hace maravillas. Tanto, que al golpe primero, aunque un broquel sea de acero, hará que salten astillas. (Y es verdad; que saldrán della.) Aparte ALEJANDRO: ¿Buen temple? LÁZARO: El que tú le das. ALEJANDRO: Y, ¿qué ley? LÁZARO: No matarás; no hay culpa mortal en ella. ALEJANDRO: Gana me ha dado de vella. LÁZARO: (De aquí puedo escapar mal.) Aparte Por voto solemne... CÉSAR: (¡Ay tal! ¿Quién hay que a mi pena iguale?) LÁZARO: ...nunca de la vaina sale, si no es a caso fatal. Empléala, gran señor, en tu servicio, y verás... Mas no quiero decir más; que ella lo dirá mejor. CÉSAR: (¿Hay más pena, hay más rigor? Aparte ¡Hoy desesperado muero!) Señor, si mi llanto fiero quieres que alegre contigo, ya mi gozo es buen testigo. ALEJANDRO: Mira, César, que te espero; que bien se ve que no cesa tu pena, y que la entretienes; y de la ocasión que tienes ya como propia me pesa. Y pues el alma confiesa que es una melancolía la que en dos pechos se cría, para alegrarnos, andemos juntos y divertiremos yo tu pena y tú la mía.
Vase
CÉSAR: ¿Quién no perderá la vida en la ocasión deseada, en tantos gustos hallada, en tantas penas perdida? ARIAS: Cumplí la amistad debida. (Si el secreto le dijera...) Aparte Pues a vuestra pena fiera remedios que busca son, no os quitará la ocasión, que antes él mismo os la diera.
Vase
CÉSAR: ¡Lazaro! LÁZARO: ¿Señor? CÉSAR: ¿Doña Ana qué dirá de mí? LÁZARO: Dirá lo que quisiere. CÉSAR: ¿Qué hará? LÁZARO: Estará de mala gana esperando a la ventana. CÉSAR: Dirá que ha sido fingido mi amor, y el pecho ofendido, con el alma y con los labios dará a forzosos agravios satisfacciones de olvido. ¡Ay fiera desdicha mía! LÁZARO: ¿Tu mal quién podrá creello? Mas, ¿cómo es, señor, aquello? "Clara noche, oscuro día..." CÉSAR: ¿Vuelve tu necia porfía? LÁZARO: De un loco, si eres discreto, toma un consejo. El efeto no sé yo por dónde viene; mas tales peligros tiene quien no calla su secreto.
Vanse

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Nadie fíe su secreto, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002