EL MÁGICO PRODIGIOSO

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en la edición príncipe de la obra en PARTE VEINTE DE COMEDIAS VARIAS .... (Madrid, 1663). Este texto ha sido cotejado con el de varios impresos tempranos y modernos de EL MÁGICO PRODIGIOSO. Fue preparado por Vern Williamsen en esta forma electrónica en el año 2000. 



Personas que hablan en ella:


PRIMERA JORNADA



Salen CIPRIANO, vestido de estudiante, y CLARÍN y MOSCÓN, de gorrones, con unos libros
CIPRIANO: En la amena soledad de aquesta apacible estancia, bellísimo laberinto de flores, rosas y plantas, podéis dejarme, dejando conmigo--que ellos me bastan por compañía--los libros que os mandé sacar de casa; que yo, en tanto que Antioquía celebra con fiestas tantas la fábrica de ese templo que hoy a Júpiter consagra, y su traslación, llevando públicamente su estatua adonde con más decoro y honor esté colocada, huyendo del gran bullicio que hay en sus calles y plazas, pasar estudiando quiero la edad que al día le falta. Idos los dos a Antioquía, gozad de sus fiestas varias, y volved por mí a este sitio cuando el sol cayendo vaya a sepultarse en las ondas, que entre oscuras nubes pardas al gran cadáver de oro son monumentos de plata. Aquí me hallaréis. MOSCÓN: No, puedo, aunque tengo mucha gana de ver las fiestas, dejar de decir, antes que vaya a verlas, señor, siquiera cuatro o cinco mil palabras. ¿Es posible que en un día de tanto gusto, de tanta festividad y contento, con cuatro libros te salgas al campo solo, volviendo a su aplauso las espaldas? CLARÍN: Hace mi señor muy bien; que no hay cosa más cansada que un día de procesión entre cofadres y danzas. MOSCÓN: En fin, Clarín, y en principio, viviendo con arte y maña, eres un temporalazo lisonjero, pues alabas lo que hace, y nunca dices lo que sientes. CLARÍN: Tú te engañas, que es el mentís más cortés que se dice cara a cara; que yo digo lo que siento. CIPRIANO: Ya basta, Moscón; ya basta, Clarín. Que siempre los dos habéis con vuestra ignorancia de estar porfiando, y tomando uno de otro la contraria. Idos de aquí, y, como digo, volved aquí cuando caiga la noche, envolviendo en sombras esta fábrica gallarda del universo. MOSCÓN: ¿Qué va, que, aunque defendido hayas que es bueno no ver las fiestas, que vas a verlas? CLARÍN: Es clara consecuencia. Nadie hace lo que aconseja que hagan los otros. MOSCÓN: (Por ver a Livia, Aparte vestirme quisiera de alas.)
Vase MOSCÓN
CLARÍN: (Aunque, si digo verdad, Aparte Livia es la que me arrebata los sentidos. Pues ya tienes más de la mitad andada del camino, llega, Livia, al "na," y sé, Livia, liviana.)
Vase CLARÍN
CIPRIANO: Ya estoy solo, ya podré, si tanto mi ingenio alcanza, estudiar esta cuestión que me trae suspensa el alma desde que en Plinio leí con misteriosas palabras la difinición de Dios. Porque mi ingenio no halla este Dios en quien convengan misterios ni señas tantas, esta verdad escondida he de apurar.
Pónese a leer. Sale el DEMONIO, de galán, y lee CIPRIANO
DEMONIO: (Aunque hagas Aparte más discursos, Ciprïano, no has de llegar a alcanzarla, que yo te la esconderé.) CIPRIANO: Ruido siento en estas ramas. ¿Quién va? ¿Quién es? DEMONIO: Caballero, un forastero es, que anda en este monte perdido desde toda esta mañana, tanto que, rendido ya el caballo, en la esmeralda que es tapete de estos montes a un tiempo pace y descansa. A Antioquía es el camino a negocios de importancia; y apartándome de toda la gente que me acompaña, divertido en mis cuidados, caudal que a ninguno falta, perdí el camino y perdí crïados y camaradas. CIPRIANO: Mucho me espanto de que tan a vista de las altas torres de Antioquía, así perdido andéis. No hay, de cuantas veredas a aqueste monte o le línean o le pautan, una que a dar en sus muros, como en su centro, no vaya. por cualquiera que toméis vais bien. DEMONIO: Ésa es la ignorancia: a la vista de las ciencias, no saber aprovecharlas. Y supuesto que no es bien que entre yo en ciudad extraña, donde no soy conocido, solo y preguntando, hasta que la noche venza al día, aquí estaré lo que falta; que en el traje y en los libros que os divierten y acompañan juzgo que debéis de ser grande estudiante, y el alma esta inclinación me lleva de los que en estudios tratan.
Siéntase
CIPRIANO: ¿Habéis estudiado? DEMONIO: No; pero sé lo que me basta para no ser ignorante. CIPRIANO: Pues ¿qué ciencia sabéis? DEMONIO: Hartas. CIPRIANO: Aun estudiándose una mucho tiempo no se alcanza, ¿y vos--¡grande vanidad!-- sin estudiar sabéis tantas? DEMONIO: Sí, que de una patria soy donde las ciencias más altas sin estudiarse se saben. CIPRIANO: ¡Oh, quién fuera de esa patria! Que acá mientras más se estudia, más se ignora. DEMONIO: Verdad tanta es ésta que sin estudios tuve tan grande arrogancia que a la cátedra de prima me opuse, y pensé llevarla, porque tuve muchos votos; y, aunque la perdí, me basta haberlo intentado; que hay pérdidas con alabanza. Si no lo queréis creer, decid qué estudiáis, y vaya de argumento; que aunque no sé la opinión que os agrada, y ella sea la segura, yo tomaré la contraria. CIPRIANO: Mucho me huelgo de que a eso vuestro ingenio salga. Un lugar de Plinio es el que me trae con mil ansias de entenderle, por saber quién es el dios de quien habla. DEMONIO: Ése es un lugar que dice --bien me acuerdo--estas palabras, "Díos es una bondad suma, una esencia, una sustancia; todo vista y todo manos." CIPRIANO: Es verdad. DEMONIO: ¿Qué repugnancia halláis en esto? CIPRIANO: No hallar el dios de quien Plinio trata; que si ha de ser bondad suma, aun a Júpiter le falta suma bondad, pues le vemos que es pecaminoso en tantas ocasiones: Dánae hable rendida, Europa robada. Pues ¿cómo en suma bondad, cuyas acciones sagradas habían de ser divinas, caben pasiones humanas? DEMONIO: Ésas son falsas historias en que las letras profanas con los nombres de los dioses entendieron disfrazada la moral filosofía. CIPRIANO: Esa respuesta no basta, pues el decoro de Dios debiera ser tal, que osadas no llegaran a su nombre las culpas, aun siendo falsas; y apurando más el caso, si suma bondad se llaman los dioses, siempre es forzoso que a querer lo mejor vayan; pues ¿cómo unos quieren uno, y otros otro? Esto se halla en las dudosas respuestas que suelen dar sus estatuas. Porque no digáis después que alegué letras profanas... A dos ejércitos, dos ídolos una batalla aseguraron, y el uno la perdió: ¿no es cosa clara la consecuencia de que dos voluntades contrarias no pueden a un mismo fin ir? Luego, yendo encontradas, es fuerza, si la una es buena, que la otra ha de ser mala. Mala voluntad en Dios implica el imaginarla; luego no hay suma bondad en ellos, si unión les falta. DEMONIO: Niego la mayor porqué aquesas respuestas, dadas así, convienen a fines que nuestro ingenio no alcanza, que es la providencia; y más debió importar la batalla al que la perdió el perderla, que al que la ganó el ganarla. CIPRIANO: Concedo; pero debiera aquel dios, pues que no engañan los dioses, no asegurar la victoria; que bastaba la pérdida permitirla allí, sin asegurarla. Luego, si Dios todo es vista, cualquiera dios viera clara y distintamente el fin; y al verle, no asegurara el que no había de ser; luego, aunque sea deidad tanta, distinta en personas, debe en la menor circunstancia ser una sola en esencia. DEMONIO: Importó para esa causa mover así los afectos con su voz. CIPRIANO: Cuando importara el moverlos, genios hay, que buenos y malos llaman todos los doctos, que son unos espíritus que andan entre nosotros, dictando las obras buenas y malas, argumento que asegura la inmortalidad del alma; y bien pudiera ese dios, con ellos, sin que llegara a mostrar que mentir sabe, mover afectos. DEMONIO: Repara en que esas contrariedades no implican al ser las sacras deidades una, supuesto que en las cosas de importancia nunca disonaron. Bien en la fábrica gallarda del hombre se ve, pues fue sólo un concepto al obrarla. CIPRIANO: Luego, si ése fue uno solo, ése tiene más ventaja a los otros; y si son iguales, puesto que hallas que se pueden oponer --ésta no puedes negarla-- en algo, al hacer el hombre, cuando el uno lo intentara, pudiera decir el otro, "No quiero yo que se haga." Luego, si Dios todo es manos, cuando el uno le crïara, el otro le deshiciera, pues eran manos entrambas iguales en el poder, desiguales en la instancia. ¿Quién venciera de estos dos? DEMONIO: Sobre imposibles y falsas proposiciones no hay argumento. Di, ¿qué sacas de eso? CIPRIANO: Pensar que hay un Dios, suma bondad, suma gracia, todo vista, todo manos, infalible, que no engaña, superior, que no compite, Dios a quien ninguno iguala, un principio sin principio, una esencia, una sustancia, un poder y un querer solo; y cuando como éste haya una, dos o más personas, una deidad soberana ha de ser sola en esencia, causa de todas las causas. DEMONIO: ¿Cómo te puedo negar una evidencia tan clara?
Levántase
CIPRIANO: ¿Tanto lo sentís? DEMONIO: ¿Quién deja de sentir que otro le haga competencia en el ingenio? Y aunque responder no falta, dejo de hacerlo, porqué gente en este monte anda, y es hora de que prosiga a la ciudad mi jornada. CIPRIANO: Id en paz. DEMONIO: Quedad en paz. (Pues tanto tu estudio alcanza, Aparte yo haré que el estudio olvides, suspendido en una rara beldad. Pues tengo licencia de perseguir con mi rabia a Justina, sacaré de un efeto dos venganzas.)
Vase el DEMONIO
CIPRIANO: No vi hombre tan notable. Mas pues mis crïados tardan, volver a repasar quiero de tanta duda la causa.
Salen LELIO y FLORO
LELIO: No pasemos adelante; que estas peñas, estas ramas tan intrincadas que al mismo sol le defienden la entrada, sólo pueden ser testigos de nuestro duelo. FLORO: La espada sacad; que aquí son las obras, si allá fueron las palabras. LELIO: Ya sé que en el campo muda la lengua de acero habla de esta suerte.
Riñen
CIPRIANO: ¿Qué es aquesto? Lelio, tente; Floro, aparta; que basta que esté yo en medio, aunque esté en medio sin armas. LELIO: ¿De dónde, di, Cipriano, a embarazar mi venganza has salido? FLORO: ¿Eres aborto de estos troncos y estas ramas?
Salen MOSCÓN y CLARÍN
MOSCÓN: Corre, que con mi señor han sido las cuchilladas. CLARÍN: Para acercarme a esas cosas no suelo yo correr nada; mas para apartarme, sí. LOS DOS: Señor... CIPRIANO: No habléis más palabra. Pues ¿qué es esto? Dos amigos que por su sangre y su fama hoy son de toda Antioquía los ojos y la esperanza, uno del gobernador hijo, y otro de la clara familia de los Colaltos, ¿así aventuran y arrastran dos vidas que pueden ser de tanto honor a su patria? LELIO: Cipriano, aunque el respeto que debo por muchas causas a tu persona, este instante tiene suspensa mi espada, no la tienes reducida a la quietud de la vaina. Tú sabes de ciencias más que de duelos, y no alcanzas que a dos nobles en el campo no hay respeto que les haga amigos, pues sólo es medio morir uno en la demanda. FLORO: Lo mismo te digo, y ruego que con tu gente te vayas, pues que riñendo nos dejas sin traición y sin ventaja. CIPRIANO: Aunque os parece que ignoro por mi profesión las varias leyes del duelo que estudia el valor y la arrogancia, os engañáis; que nací con obligaciones tantas como los dos, a saber qué es honor y qué es infamia; y no el darme a los estudios mis alientos acobarda; que muchas veces se dieron las manos letras y armas. Si el haber salido al campo es del reñir circunstancia, con haber reñido ya esa calumnia se salva; y así, bien podéis decir de esta pendencia la causa; que yo, si, habiéndola oído, reconociere al contarla que alguno de los dos tiene algo que se satisfaga, de dejaros a los dos solos, os doy la palabra. LELIO: Pues con esa condición de que, en sabiendo la causa, nos has de dejar reñir, yo me prefiero a contarla. Yo quiero a una dama bien, y Floro quiere a esta dama. ¡Mira tú cómo podrás convenirnos, pues no hay traza con que dos nobles celosos den a partido sus ansias! FLORO: Yo quiero a esta dama, y quiero que no se atreva a mirarla ni aun el sol; y pues no hay medio aquí, y que la palabra nos has dado de dejarnos reñir, a un lado te aparta. CIPRIANO: Esperad, que hay que saber más. ¿Es esta dama dama a la esperanza posible, o imposible a la esperanza? LELIO: Tan principal es, tan noble, que si el sol celos causara a Floro, aun de él no podrá tenerlos con justa causa, porque presumo que el sol aun no se atreve a mirarla. CIPRIANO: ¿Casáraste tú con ella? FLORO: Ahí está mi confïanza. CIPRIANO: ¿Y tú? LELIO: ¡Plugiera a los cielos que a tanta dicha llegara! Que aunque es en extremo pobre, la virtud por dote basta. CIPRIANO: Pues si a casaros con ella aspiráis los dos, ¿no es vana acción, culpable y indigna, querer antes disfamarla? ¿Qué dirá el mundo, si alguno de los dos con ella casa después de haber muerto al otro por ella? Que aunque no haya ocasión para decirlo, decirlo sin ella basta. No digo yo que os sufráis el servirla y festejarla a un tiempo, porque no quiero que de mí partido salga tan cobarde; que el galán que de sus celos pasara primero la contingencia, pasará después la infamia; pero digo que sepáis de cuál de los dos se agrada, y luego... LELIO: Detente, espera; que es acción cobarde y baja ir a que la dama diga a quién escoge la dama. Pues ha de escogerme a mí o a Floro; si a mí, me agrava más el empeño en que estoy, pues es otro empeño que haya quien quiera a la que me quiere. Si a Floro escoge, la saña de que a otro quiera quien quiero es mayor: luego excusada acción es que ella lo diga, pues con cualquier circunstancia hemos en apelación de volver a las espadas: el querido por su honor, y el otro por su venganza. FLORO: Confieso que esa opinión recibida es y asentada, mas con las damas de amores, que elegir y dejar tratan; y así hoy pedírsela intento a su padre. Y pues me basta, habiendo al campo salido, haber sacado la espada, mayormente cuando hay quien el reñir embaraza, con satisfacción bastante la vuelvo, Lelio, a la vaina. LELIO: En parte me ha convencido tu razón; y aunque apurarla pudiera, más quiero hacerme de su parte, o cierta o falsa. Hoy la pediré a su padre. CIPRIANO: Supuesto que aquesta dama en que los dos la sirváis ella no aventura nada, pues que confesáis los dos su virtud y su constancia, decidme quién es; que yo, pues que tengo mano tanta en la ciudad, por los dos quiero preferirme a hablarla, para que esté prevenida cuando a eso su padre vaya. LELIO: Dices bien. CIPRIANO: ¿Quién es? FLORO: Justina, de Lisandro hija. CIPRIANO: Al nombrarla he conocido cuán pocas fueron vuestras alabanzas; que es virtüosa y es noble. Luego voy a visitarla. FLORO: El cielo en mi favor mueva su condición siempre ingrata.
Vase FLORO
LELIO: Corone amor, al nombrarme, de laurel mis esperanzas.
Vase LELIO
CIPRIANO: ¡Oh, quiera el cielo que estorbe escándalos y desgracias!
Vase CIPRIANO
MOSCÓN: ¿Ha oído vuesa merced que nuestro amo va a la casa de Justina? CLARÍN: Sí, señor. ¿Qué hay, que vaya o que no vaya? MOSCÓN: Hay que no tiene que hacer allá usarced. CLARÍN: ¿Por qué causa? MOSCÓN: Porque yo por Livia muero, que es de Justina crïada, y no quiero que se atreva ni el mismo sol a mirarla. CLARÍN: Basta, que no he de reñir en ningún tiempo por dama que ha de ser esposa mía. MOSCÓN: Aquesa opinión me agrada, y así es bien que diga ella quién la obliga o quién la cansa. Vámonos allá los dos, y escoja. CLARÍN: De buena gana, aunque ha de escogerte temo. MOSCÓN: ¿Ya tienes de eso confïanza? CLARÍN: Sí, que escogen lo peor siempre las Livias ingratas.
Vanse MOSCÓN y CLARÍN. Salen JUSTINA y LISANDRO
JUSTINA: No me puedo consolar de haber hoy visto, señor, el torpe, el común error con que todo ese lugar templo consagra y altar a una imagen que no pudo ser deidad; pues que no dudo que al fin, si algún testimonio da de serlo, es el demonio, que da aliento a un bronce mudo. LISANDRO: No fueras, bella Justina, quien eres, si no lloraras, sintieras y lamentaras esa tragedia, esa rüina que la religión divina de Cristo padece hoy. JUSTINA: Es cierto, pues al fin soy hija tuya, y no lo fuera si llorando no estuviera ansias que mirando estoy. LISANDRO: ¡Ay, Justina! No ha nacido de ser tú mi hija, no, que no soy tan feliz yo. Mas--¡ay Dios!--¿cómo he rompido secreto tan escondido? Afecto del alma fue. JUSTINA: ¿Qué dices, señor? LISANDRO: No sé. Confuso estoy y turbado. JUSTINA: Muchas veces te he escuchado lo que ahora te escuché, y nunca quise, señor, a costa de un sufrimiento, apurar tu sentimiento ni examinar mi dolor; pero viendo que es error que de entenderte no acabe, aunque sea culpa grave, que partas, señor, te pido tu secreto con mi oído, ya que en tu pecho no cabe. LISANDRO: Justina, de un gran secreto el efeto te callé, la edad que tienes, porqué siempre he temido el efeto; mas viéndote ya sujeto capaz de ver y advertir, y viéndome a mí que, al ir con este báculo dando en la tierra, voy llamando a las puertas del morir, no te tengo de dejar con esta ignorancia, no, porque no cumpliera yo mi obligación con callar: y así, atiende a mi pesar tu placer. JUSTINA: Conmigo lucha un temor. LISANDRO: Mi pena es mucha, pero esto es ley y razón. JUSTINA: Señor, de esta confusión me rescata. LISANDRO: Pues escucha. Yo soy, hermosa Justina, Lisandro... No de que empiece desde mi nombre te admires; que aunque ya sabes que es éste, por lo que se sigue al nombre es justo que te le acuerde, pues de mí no sabes más que mi nombre solamente. Lisandro soy, natural de aquella ciudad que en siete montes es hidra de piedra, pues siete cabezas tiene; de aquella que es silla hoy del romano imperio--¡oh, llegue del cristiano a serlo, pues Roma sólo lo merece!--. En ella nací de humildes padres, si es que nombre adquieres de humildes los que dejaron tantas virtudes por bienes. Cristianos nacieron ambos, venturosos descendientes de algunos que con su sangre rubricaron felizmente las fatigas de la vida con los triunfos de la muerte. En la religión cristiana crecí industriado, de suerte que en su defensa daré la vida una y muchas veces. Joven era, cuando a Roma llegó encubierto el prudente Alejandro, papa nuestro, que la apostólica sede gobernaba, sin tener donde tenerla pudiese; que como la tiranía de los gentiles crüeles su sed apaga con sangre de la que a mártires vierte, hoy la primitiva iglesia ocultos sus hijos tiene; no porque el morir rehusan, no porque el martirio temen, sino porque de una vez no acabe el rigor rebelde con todos, y, destrüida la iglesia, en ella no quede quien catequice al gentil, quien le predique y le enseñe. A Roma, pues, Alejandro llegó; y yendo oculto a verle, recibí su bendición, y de su mano clemente todos los órdenes sacros, a cuya dignidad tiene envidia el ángel, pues sólo el hombre serlo merece. Mandóme Alejandro, pues, que a Antioquía me partiese a predicar de secreto la ley de Cristo. Obediente, peregrinando a merced de tantas diversas gentes, a Antioquía vine; y cuando desde aquesos eminentes montes llegué a descubrir sus dorados chapiteles, el sol me faltó, y, llevando tras sí el día, por hacerme compañía, me dejó a que le sostituyesen las estrellas, como en prendas de que presto vendría a verme. Con el sol perdí el camino, y, vagando tristemente en lo intrincado del monte, me hallé en un oculto albergue, donde los trémulos rayos de tanta antorcha viviente, aun no se dejaban ya ver, porque confusamente servían de nubes pardas las que fueron hojas verdes. Aquí, dispuesto a esperar que otra vez el sol saliese, dando a la imaginación la jurisdicción que tiene, con las soledades hice mil discursos diferentes. De esta suerte, pues, estaba, cuando de un suspiro leve el eco mal informado la mitad al dueño vuelve. Retruje al oído todos mis sentidos juntamente, y volví a oir más distinto aquel aliento y más débil, mudo idioma de los tristes, pues con él solo se entienden. De mujer era el gemido, a cuyo aliento sucede la voz de un hombre, que a media voz decía de esta suerte, "Primer mancha de la sangre más noble, a mis manos muere, antes que a morir a manos de infames verdugos llegues." La infeliz mujer decía en medias razones breves, "Duélete tú de tu sangre, ya que de mí no te dueles." Llegar pretendí yo entonces a estorbar rigor tan fuerte; mas no pude, porque al punto las voces se desvanecen, y vi al hombre en un caballo, que entre los troncos se pierde. Imán fue de mi piedad la voz, que ya balbuciente y desmayada decía, gimiendo y llorando a veces, "Mártir muero, pues que muero por cristiana e inocente." Y siguiendo de la voz el norte, en espacio breve llegué donde una mujer, que apenas dejaba verse, estaba a brazo partido luchando ya con la muerte. Apenas me sintió cuando dijo, esforzándose, "Vuelve, sangriento homicida mío, ni aun este instante me dejes de vida." "No soy," le dije, "sino quien acaso viene, quizá del cielo guïado, a valeros en tan fuerte ocasión." "Ya que imposible es," dijo, "el favor que ofrece vuestra piedad a mi vida, pues que por puntos fallece, lógrese en ese infelice en quien hoy el cielo quiere, naciendo de mi sepulcro, que mis desdichas herede." Y espirando, vi...
Sale LIVIA
LIVIA: Señor, el mercader a quien debes aquel dinero a buscarte ahí con la justicia viene. Que no estás en casa dije. Por esotra puerta vete. JUSTINA: ¡Cuánto siento que a estorbarte en aquesta ocasión llegue, que estaba a tu relación vida, alma y razón pendientes! Mas vete ahora, señor. la justicia no te encuentre. LISANDRO: ¡Ay de mí! ¡Qué de desaires la necesidad padece!
Vase LISANDRO
JUSTINA: Sin duda entran hasta aquí, porque siento ahí fuera gente. LIVIA: No son ellos; Ciprïano es. JUSTINA: Pues ¿qué es lo que pretende Ciprïano aquí?
Salen CIPRIANO, CLARÍN y MOSCÓN
CIPRIANO: Serviros, oh señora, solamente. Viendo salir la justicia de vuestra casa, se atreve a entrar aquí mi amistad, por la que a Lisandro debe, a sólo saber...(¡Turbado Aparte estoy!)... si acaso... (Qué fuerte Aparte hielo discurre mis venas!) en algo serviros puede mi deseo. (¡Qué mal dije! Aparte Que no es hielo, fuego es éste.) JUSTINA: Guárdeos el cielo mil años; que en mayores intereses habéis de honrar a mi padre con vuestros favores. CIPRIANO: Siempre estaré para serviros. (¿Qué me turba y enmudece?) Aparte JUSTINA: Él ahora no está en casa. CIPRIANO: Luego bien, señora, puede mi voz decir la ocasión que aquí me trae claramente; que no es la que habéis oído sola la que a entrar me mueve a veros. JUSTINA: Pues ¿qué mandáis? CIPRIANO: Que me oigáis. Yo seré breve. Hermosísima Justina, en quien hoy ostenta ufana la naturaleza humana tantas señas de divina: vuestra quietud determina hallar mi deseo este día; pero ved que es tiranía, como el efeto lo muestra, que os dé yo la quietud vuestra, y vos me quitéis la mía. Lelio, de su amor movido... (¡No vi amor más disculpado!) Aparte ...Floro, de su amor llevado... (¡No vi error más permitido!) Aparte ...el uno y otro han querido por vos matarse los dos; por vos lo he estorbado--¡ay Dios!-- pero ved que es error fuerte que yo quite a otros la muerte para que me la deis vos. Por excusar el que hubiera escándalo en el lugar, de su parte os vengo a hablar, (¡oh nunca a hablaros viniera!) Aparte porque vuestra elección fuera árbitro de sus recelos y jüez de sus desvelos; pero ved que es gran rigor que yo componga su amor y vos dispongáis mis celos. Hablaros, pues, ofrecí, señora, para que vos escogierais de los dos cuál queréis...(¡infeliz fui!) Aparte que a vuestro padre...(¡ay de mí!) Aparte os pida. Aquesto pretendo; pero ved... (¡yo estoy muriendo!) Aparte que es injusto...(¡estoy temblando!) Aparte ...que esté por ellos hablando y que esté por mí sintiendo. JUSTINA: De tal manera he extrañado vuestra vil proposición que el discurso y la razón en un punto me han faltado. Ni a Floro ocasión he dado, ni a Lelio, para que así vos os atreváis aquí: y bien pudiérades vos escarmentar en los dos del rigor que vive en mí. CIPRIANO: Si yo, por haber querido vos a alguno, pretendiera vuestro favor, mi amor fuera necio, infame y mal nacido. Antes por haber vos sido firme roca a tantos mares, os quiero, y en los pesares no escarmiento de los dos; que yo no quiero que vos me queráis por ejemplares. ¿Qué diré a Lelio? JUSTINA: Que crea los costosos desengaños de un amor de tantos años. CIPRIANO: ¿Y a Floro? JUSTINA: Que no me vea. CIPRIANO: ¿Y a mí? JUSTINA: Que osado no sea vuestro amor. CIPRIANO: ¿Cómo, si es dios? JUSTINA: ¿Será más dios para vos que para los dos lo ha sido? CIPRIANO: Sí. JUSTINA: Pues ya yo he respondido a Lelio, a Floro y a vos.
Vanse CIPRIANO y JUSTINA, cada uno por su puerta
CLARÍN: Señora Livia. MOSCÓN: Señora Livia. CLARÍN: Aquí estamos los dos. LIVIA: Pues ¿qué queréis vos? Y vos ¿qué queréis? CLARÍN: Que usted ahora, por si por dicha lo ignora, sepa que bien la queremos. Para matarnos nos vemos; pero atentos a no dar escándalo en el lugar, que uno escoja pretendemos. LIVIA: Es tan grande el sentimiento de que así me hayáis hablado que mi dolor me ha dejado sin razón ni entendimiento. ¡Qué uno escoja! ¿Hay sufrimiento en lance tan importuno? ¡Uno yo! ¿Pues oportuno no es para tener--¡ay Dios!-- este ingenio a un tiempo dos? ¿Qué queréis que escoja uno? CLARÍN: ¿Dos a un tiempo, cómo quieres? ¿No te embarazarán dos? LIVIA: No, que de dos en dos los digerimos las mujeres. MOSCÓN: ¿De qué suerte te prefieres a eso? LIVIA: ¡Qué necia porfía! Queriéndós la lealtad mía MOSCÓN: ¿Cómo? LIVIA: Alternative. CLARÍN: Pues ¿qué es alternative? LIVIA: Es querer a cada uno un día.
Vase LIVIA
MOSCÓN: Pues yo escojo este primero. CLARÍN: Mayor será el de mañana; yo le doy de buena gana. MOSCÓN: Livia, en fin, por quien yo muero, hoy me quiere y hoy la quiero. Bien es que tal dicha goce. CLARÍN: Oye usted, ya me conoce. MOSCÓN: ¿Por qué lo dice? Concluya. CLARÍN: Porque sepa que no es suya, en dando que den las doce.
Vanse MOSCÓN y CLARÍN. Salen FLORO: y LELIO, de noche, cada uno por su puerta
LELIO: (Apenas la escura noche Aparte extendió su manto negro cuando yo a adorar la esfera de aquestos umbrales vengo; que aunque hoy por Ciprïano tengo suspenso el acero, no el afecto; que no pueden suspenderse los afectos.) FLORO: (Aquí me ha de hallar el alba; Aparte que en otra parte violento estoy, porque, en fin, en otra estoy fuera de mi centro. ¡Quiera Amor que llegue el día y la respuesta que espero con Ciprïano, tocando o la ventura o el riesgo!) LELIO: (Ruido en aquella ventana Aparte he sentido.) FLORO: (Ruido han hecho Aparte en aquel balcón.)
Sale el DEMONIO al balcón
LELIO: (Un bulto Aparte sale de ella, a lo que puedo distinguir.) FLORO: (Gente se asoma Aparte a él, que entre sombras veo.) DEMONIO: (Para las persecuciones Aparte que hacer en Justina intento a disfamar su virtud de esta manera me atrevo.)
Baja el DEMONIO por una escala
LELIO: (Mas ¡ay infeliz! ¡Qué miro!) Aparte FLORO: (Pero ¡ay infeliz! ¡Qué veo!) Aparte LELIO: (El negro bulto se arroja Aparte ya desde el balcón al suelo.) FLORO: (Un hombre es, que de su casa Aparte sale. No me matéis, celos, hasta que sepa quién es.) LELIO: (Reconocerle pretendo, Aparte y averiguar de una vez quién logra el bien que yo pierdo.)
Llegan el uno al otro con las espadas desnudas, y al llegar se hunde el DEMONIO, y quedan los dos afirmados
DEMONIO (No sólo he de conseguir Aparte hoy de Justina el desprecio, sino rencores y muertes. Ya llegan: ábrase el centro, dejando esta confusión a sus ojos.)
Húndese ahora
LELIO: Caballero, quienquiera que seáis, a mí me ha importado conoceros; y a todo trance restado con esta demanda vengo. Decid quién sois. FLORO: Si os obliga a tan valiente despecho saber en quién ha caido vuestro amoroso secreto, más que el conocerme a vos me importa a mí el conoceros; que en vos es curiosidad, y en mí es más, porque son celos. ¡Vive Dios, que he de saber quién es de la casa dueño, y quién a estas horas gana, por ese balcón saliendo, lo que yo pierdo llorando a estas rejas! LELIO: ¡Bueno es eso, querer deslumbrar ahora la luz de mis sentimientos, atribuyéndome a mí delito que sólo es vuestro! Quién sois tengo de saber, y dar muerte a quien me ha muerto de celos, saliendo ahora por ese balcón. FLORO: ¡Qué necio recato, encubrirse cuando está el amor descubierto! LELIO: En vano la lengua apura lo que mejor el acero hará. FLORO: Con él os respondo. LELIO: Quién ha sido, saber tengo, hoy el admitido amante de Justina. FLORO: Ése es mi intento. Moriré, o sabré quién sois.
Salen CIPRIANO, MOSCÓN y CLARÍN
CIPRIANO: Caballeros, deteneos, si a aquesto puede obligaros haber llegado a este tiempo. FLORO: Nada me puede obligar a que deje el fin que intento. CIPRIANO: ¿Floro? FLORO: Sí, que con la espada en la mano, nunca niego mi nombre. CIPRIANO: A tu lado estoy; muera quien te ofende. LELIO: Menos que temer me daréis todos que él me daba solo. CIPRIANO: ¿Lelio? LELIO: Sí.
A FLORO
CIPRIANO: Ya no estoy a tu lado, porque es fuerza estar en medio. ¿Qué es esto? ¡En un día dos veces he de hallarme a componeros! LELIO: Ésta la última será, porque ya estamos compuestos; que con haber conocido quién es de Justina dueño, no le queda a mi esperanza ni aun el menor pensamiento. Si no has hablado a Justina, que no la hables te ruego de parte de mis agravios y mis desdichas, habiendo visto que Floro merece sus favores en secreto. De ese balcón ha bajado de gozar el bien que pierdo; y no es mi amor tan infame que haya de querer, atento a celos averiguados, con desengaños tan ciertos.
Vase LELIO
FLORO: Espera. CIPRIANO: No has de seguirle... (De haberle oído estoy muerto) Aparte que si es él el que ha perdido ...lo que has ganado, y dispuesto a olvidar está, no es bien apurar su sufrimiento. FLORO: Tú y él apuráis el mío con estas cosas a un tiempo; y así a Justina no hables por mí; que aunque yo pretendo a costa de mis agravios vengarme de sus desprecios, ya la esperanza de ser suyo cesó, porque creo que no es noble el que porfía sobre averiguados celos.
Vase FLORO
CIPRIANO: (¿Qué es esto, cielos? ¿Qué escucho? ¿El uno del otro a un tiempo unos mismos celos tienen, y yo de uno y otro los tengo? Los dos sin duda padecen algún engaño, y yo tengo que agradecerle, pues ya los dos desisten en esto de su pretensión. Desdichas, aunque haya sido consuelo este discurso, buscado de mis ansias, le agradezco.) Moscón, prevenme mañana galas; Clarín, tráeme luego espada y plumas; que amor se regala en el objeto airoso y lucido; y ya ni libros ni estudios quiero, porque digan que es amor homicida del ingenio.
Vanse todos

FIN DE LA PRIMERA JORNADA


El mágico prodigioso, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002