EL ESCONDIDO Y LA TAPADA

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000. 


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen haciendo algún ruido don CÉSAR y MOSQUITO, vestidos de camino, con botas y espuelas
CÉSAR: Pues no podemos entrar en Madrid, hasta que sea de noche ya, ata las mulas a esos troncos; y sobre esta tejida alfombra de flores que bordó la primavera, entre estos estanques donde la Casa del Campo ostenta tanta variedad podemos esperar a que anochezca. MOSQUITO: Ya están las mulas atadas; y aun fuera más justo que ellas nos ataran a nosotros. CÉSAR: ¿Por qué? MOSQUITO: Porque son más cuerdas. CÉSAR: Luego ¿los dos somos locos? MOSQUITO: Concedo la consecuencia; mas con una distinción. CÉSAR: ¿Cuál? MOSQUITO: Tú por naturaleza, y yo por concomitancia; que es por lo que se me pega de andar contigo. CÉSAR: ¿Aquí, pues, qué hay que locura sea? MOSQUITO: ¡Cuerpo de Cristo conmigo! Habrá tres meses apenas que salimos de Madrid, por haber dejado en ella muerto a un noble caballero, que era hermano, por más señas, de una de aquellas dos damas que a un mismo tiempo festejas, y por celos de la otra; que, como autor de comedias, tienes en tu compañía segunda dama y primera. Pasamos a Portugal y, porque en una estafeta nos vino un pliego --que yo aun no sé lo que contenga-- sin mirar inconvenientes, dimos a Madrid la vuelta; y dices que ¿qué locura hay aquí? ¿No consideras que no hay alcalde de corte que no esté echando centellas por aquella boca, y que juran que hemos de ver puestas, tú la cabeza a tus plantas, las plantas yo a otras cabezas? CÉSAR: Confieso que dices bien en que mi vida se arriesga hoy en Madrid, pero donde mi vida trae una pena misma, habiendo de morir en Lisboa de una ausencia o en Madrid de mis desdichas, ya que dos muertes me cercan y que me dan a escoger el modo de morir, deja que muera contento donde Lisarda hermosa lo vea. MOSQUITO: Yo, aunque el martirologio romano aquí me trajeran, para que escogiera muerte a mi propósito, fuera, sin agradarme ninguna, vanísima diligencia, porque no hay tan bien prendida muerte que bien me parezca. ¿Qué culpa tengo de que tú a morir contento vengas para traerme de reata? CÉSAR: Pues dime ¿tú qué recelas, si tú en nada estás culpado ni te hallaste en la pendencia? MOSQUITO: Pues si un triunfo matador arrastra los que se encuentra, ¿un amo matador, dime, no arrastrará --cosa es cierta-- cualquiera triunfo crïado? CÉSAR: ¡No vi locura más necia! MOSQUITO: Y esto a una parte, señor, ¿qué razón hay de que sea tan cerrado tu capricho que, ya que me traes, no sepa a qué me traes? Dime, pues, ¿qué es lo que en Madrid intentas? CÉSAR: Eso te diré, no tanto, Mosquito, porque lo sepas, como por descansar yo con decirlo; que las penas no tienen otro consuelo sino el rato que se cuentan; que, como mujeres son, le despican con la lengua. Lisarda, raro milagro, donde la naturaleza para modelo compuso de una hermosura perfecta la belleza y el ingenio, haciendo paces en ella, que hasta allí estaban reñidos el ingenio y la belleza, fue --ya lo sabes-- del templo de amor la deidad más bella, a cuyas aras no hay vida y alma que no sea mudo sacrificio. Bien tantas víctimas lo muestran como yacen a sus ojos rendidas, si no sangrientas. Yo, que entre el mortal consuelo de sus victorias apenas la vi cuando con la mía hizo número y no cuenta, idolatrando su imagen viví, sin que mereciera perdón por el sacrificio ni mérito por la ofrenda. Desvalido amante, pues, de este hermoso hechizo, de esta hermosa mujer, mi vida a tanto esplendor atenta, la Clicie fue de sus rayos y el imán de sus estrellas. Viendo, pues, que a todo un sol alas fïaba de cera, y que al generoso vuelo sólo monumento era el mar de mi llanto, donde se apagaban sus centellas, dispuse olvidarla, como, --¡qué error!-- como si estuviera el olvidarla en la mano de quien no estuvo el quererla; y por hacerme en efecto contraveneno a mis penas, venciendo amor con amor, puse los ojos en Celia; Celia, que fuera milagro de hermosura, si no fuera porque Lisarda se alzó con todo el imperio della. Si donde amé fui infelice, y los afectos se truecan, donde no amé ¿qué sería? Saca tú la consecuencia. ¡Oh Amor! Si te llaman dios, ¿cómo de Dios desemejas tanto que los fingimientos y no las verdades premias? O deja, Amor, de ser dios, o de ser ingrato deja; porque decir dios e ingrato o suena mal o no suena. De Celia en fin admitido, estaba siempre con Celia como extranjero mi amor, dejando a Lisarda bella acá en lo mejor del alma, donde adorada estuviera, cierto lugar reservado. Escucha de qué manera. Tiene un príncipe, un señor lejos de sí un gran palacio y en el suntuoso espacio cerrado el cuarto mejor. Éste se guarda en rigor; y, aunque igual huésped por él pase, el alcaide fïel dice, "Este cuarto oportuno es de mi rey, y ninguno ha de aposentarse en él." Así el alma toda, que era el palacio de mi amor, dejó a Lisarda el mejor cuarto, aunque no le viviera. Éste guarda de manera el corazón, que nombró su alcaide que, aunque hospedó dentro a Celia, considero que fue en otro cuarto; pero en el de Lisarda no. De aquella, pues, despreciado y favorecido de esta, engañado en ésta el gusto con la memoria de aquélla, neutral estaba mi vida, cuando en esta competencia sucedió que don Alonso, hermano infeliz de aquella bellísima ingratitud, que no ablandaron mis quejas, a Celia sirvió. ¿Habrá dicho algún hombre que es la fuerza de los celos tal que, donde no hubo amor, haber pudiera celos? Sí; porque los celos son un género de ofensa que se hace a quien se dan, y no es menester que sean hijos de Amor; que tal vez el pundonor los engendra; si bien estos dos linajes son con una diferencia, que el alma en los del amor anda por saber la pena, y en los del pundonor anda el alma por no saberla. Dígolo porque mil veces, aunque vi acciones y señas sólo de parte de él, yo cuidé poco de entenderlas hasta que, saliendo un día de la hermosa primavera Celia al parque, don Alonso al parque bajó con Celia. Yo, que en el sitio esperaba, y le vi venir con ella, por ella y por él no pude disimular más, sin mengua de mi valor; y, llegando a los dos, pronuncié apenas la primera razón cuando Celia dijo, "Seáis, don César, bien venido; que os deseo, porque con vuestra presencia me dejará don Alonso, ya que a hacerlo no le fuerzan tantos desengaños." Él, mal pensada la respuesta, dijo....Mas no sé qué dijo; que nunca un noble se acuerda de palabras que el enojo pronuncia desde la lengua a las espadas; mas luego sacamos los dos las nuestras. De una estocada cayó en el suelo. Entonces Celia, confundida con la gente que acudía a la pendencia, pudo, sin ser conocida, dar a su casa la vuelta, y yo libre fui a tomar en la Encarnación iglesia, donde estuve hasta que fuimos a Portugal. Todas estas cosas sabes. Desde aquí las que no sabes empiezan. Estando, pues, en Lisboa, recibí por la estafeta de Celia una carta, en que dice....Mas la carta es ésta.
Lee
"Si no estuviera satisfecha de que vos lo estáis de la poca culpa que tuve en vuestra desgracia, fuera mi vida la segunda que hubiérades quitado. Mi hermano, como sabéis, está ausente; y no podéis tener retraimiento mejor que mi casa; que en ella no os han de buscar. Y así, para tratar más cerca de vuestros negocios, os podéis venir a ella, donde estaréis secreto como deseáis, si no servido como merecéis. Celia Esta carta me ha obligado a que hoy a Madrid me venga; pues no hay retraimiento donde seguro un hombre estar pueda, Mosquito, como una casa particular; y desde ella podré de noche salir a las cosas de mi hacienda y de mi composición; pues no negocia en ausencia el pariente ni el amigo lo que el mismo dueño. Fuera de que, si he de hablar verdad, ni esto ni aquello me fuerza tanto como parecerme que podré adorar las rejas de Lisarda alguna noche, ya que dispuso mi estrella que, dando muerte a su hermano, toda la esperanza pierda de merecer su hermosura; pues la que adorada era cruel conmigo, ¿qué será ofendida? La que fiera procedía a los halagos ¿qué ha de hacer a las ofensas? Esto a Madrid me ha traído; pues, para adorar en ella las paredes de Lisarda, estaré en casa de Celia. MOSQUITO: Siempre fui de parecer que por lo menos tuviera dos damas un hombre; porque de dos la una, como apuesta, no se puede errar el tiro. Beatricilla e Inés sean testigos también; pues siendo las dos de Lisarda y Celia un algo más que fregonas, y algo menos que doncellas, por si se pierde la una que la otra no se pierda las traigo en el corazón duplicadas como letras. Pero dime ¿qué papel me toca en esta comedia del caballero escondido? CÉSAR: Pues no estás culpado, fuera te quedarás a avisarme de todo lo que suceda. MOSQUITO: ¿Y si, mientras se averigua si lo estoy o no, me pescan el coleto?
Suena mucho ruido. Dentro LISARDA y BEATRIZ
LISARDA: Para. BEATRIZ: ¡Tente, borracho! ¿Qué haces? CÉSAR: Espera... MOSQUITO: Por mi nombre me llamaron. CÉSAR: ...que en una zanja de aquéllas se ha atascado un coche. MOSQUITO: Y todo sobre el arroyo se vuelca. CÉSAR: Mujeres son; fuerza es acudir a socorrerlas.
Vase
MOSQUITO: Dios te haga caballero parante, por su clemencia; que harto tiempo has sido andante. Ya la encerrada ballena, para escupir sus Jonases, por un costado revienta. Beatricilla es, ¡vive Dios!, la que sacaron primera. Sin duda está aquí su ama.
Escóndese. Salen BEATRIZ, en brazos de GONZALO, y OTÁÑEZ
BEATRIZ: ¡Ay de mí! Yo salgo muerta, roto el manto, la basquiña manchada, y en la cabeza más de cuatro mil chichones. GONZALO: ¡Voto a Dios...! BEATRIZ: Gonzalo, buena cuenta has dado de nosotras. GONZALO: Aquésta es la vez primera que me ha sucedido. OTÁÑEZ: Cierto; que si de esta suerte empieza, que dentro de un año puede, a mi ver, poner escuela de volcar coches. BEATRIZ: Parece que toda su vida entera no ha hecho otra cosa, según el primor con que los vuelca. OTÁÑEZ: ¿Y señora? GONZALO: Un caballero la ha sacado medio muerta. OTÁÑEZ: Voy a avisar a mi amo que allá en los jardINÉS queda.
Vase
GONZALO: Yo a la torre de las guardas, para que a ayudarme vengan.
Vase. Sale MOSQUITO
MOSQUITO: ¡Beatriz! BEATRIZ: ¡Mosquito! ¿Qué es esto? MOSQUITO: Breve será la respuesta, "vengo de lejas tierras, niña, por verte; hállote volcada, quiero volverme." BEATRIZ: ¿Y tu señor? MOSQUITO: Vesle allí. BEATRIZ: Pues ¿cómo de esta manera? MOSQUITO: ¿Qué sé yo? Mas lo que importa es, Beatriz, atar la lengua. BEATRIZ: Haz cuenta que deslenguada estoy. MOSQUITO: Pues no es buena cuenta; que las deslenguadas hablan más que las lenguadas mesmas.
Saca a LISARDA don CÉSAR
CÉSAR: Bien de océano español blasonar podrá esta esfera, pues acaba su carrera despeñado en ella el sol. Cobre en su bello arrebol el nácar; no triunfe así hoy de tan bello rubí. ¡Ay Lisarda! ¿Quién pensara que yo en mis brazos llegara a verte? Mas ¡ay de mí! que, como estás sin sentido, estoy con ventura yo; pues tú con sentido no me lo hubieras consentido. Desdichada dicha ha sido la que tanto bien me ha dado; pues ya me cuesta el cuidado de verte así, que es forzoso que esté, aun cuando más dichoso, desdichado el desdichado. Hermosísimo desvelo, a cuyo desmayo pierde el suelo su pompa verde, y su pompa azul el cielo, desentumeced el hielo al fuego de vuestro ardor. Ved que lloran el rigor de tanto mortal desmayo todo el cielo rayo a rayo, todo el suelo flor a flor. Aquestas campañas bellas sin luz están ni arrebol. Anocheced, si sois sol; pero dejadnos estrellas.
Vuelve en sí LISARDA
LISARDA: ¡Ay de mi infeliz! CÉSAR: Ya en ellas hay nueva luz. Pues volvió en sí, mi dicha acabó; mi desdicha digo esquiva, que, a precio de que ella viva, no importa que muera yo. LISARDA: ¿Qué es lo que pasa por mí? CÉSAR: (Cielos, pues se ha de ofender Aparte de verme, no me ha de ver.
Cúbrese el rostro
LISARDA: ¿Qué es esto? ¿Quién está aquí? CÉSAR: Quien, viendo, señora, allí que su vereda el sol ciego errada llevaba, luego llegó a enmendar el acaso; porque no era digno ocaso tan poca agua a tanto fuego. LISARDA: Pues ¿cómo, habiendo vos sido quien mi vida ha restaurado, la voz habéis recatado, el rostro habéis escondido? Lo que decís no he creído, o son medios poco sabios, que esconder semblante y labios ni han sido ni son oficios de quien hace beneficios, sino de quien hace agravios. CÉSAR: Quien sirve por merecer no merece por servir; pues ya se da a presumir que se lo han de agradecer. LISARDA: Tan hidalgo proceder ya es otro mérito, en quien hace suspensión el bien. Decid quién sois. CÉSAR: No haré tal. LISARDA: ¿Y he de proceder yo mal porque vos procedáis bien? No; y así he de ver ahora quién sois. CÉSAR: Pues no lo veáis, si agradecer deseáis este secreto, señora. LISARDA: Duda el alma, el pecho ignora por qué. CÉSAR: Porque, si me veis, de verme os ofenderéis y así el decirlo dilato por no perder este rato que en duda lo agradecéis. LISARDA: ¿Ofenderme yo de veros? CÉSAR: Como holgarme yo de hablaros. LISARDA: ¿Pesarme a mí de miraros? CÉSAR: Sí, como a mí de perderos. LISARDA: ¿Yo sentir el conoceros? CÉSAR: Como yo el riesgo en que estoy. LISARDA: Pues yo tengo de ver hoy por qué el pesar ha de ser, el sentir y el ofender. CÉSAR: Porque yo, señora, soy...
Descúbrese
LISARDA: Bien dijisteis, sí, que había de ofenderme al veros; bien, que el conoceros también pesar para mí sería; bien, que la ventura mía había de sentir hablaros; pues ya, sólo por sacaros verdadero, siento veros, me pesa de conoceros y me ofendo de miraros. ¿Cómo, cómo habéis tenido atrevimiento de estar en tan público lugar? CÉSAR: ¿Cuándo no fui yo atrevido? LISARDA: ¿Cómo hasta aquí habéis venido? CÉSAR: Como, igualando a los dos, si, por darle muerte --¡ay Dios!-- a vuestro hermano, me fui, bien volví, pues que volví por daros la vida a vos. LISARDA: Tanto a sentir he llegado verla de vos defendida que he de aborrecer mi vida por habérmela vos dado. CÉSAR: Lisonja de mi cuidado será ver tratar así vuestra vida desde aquí; pues consuelo me parece; que quien su vida aborrece ¿por qué ha de quererme a mí? BEATRIZ: Mi señor, que se quedó en esos jardINÉS, viene hacia acá. CÉSAR: ¿Qué haré? LISARDA: (Conviene Aparte proceder yo como yo.) Don César, no penséis, no, que en mí más poder alcanza de mi enojo la esperanza que la de mi rendimiento. Obre el agradecimiento primero que la venganza. Yo le tendré; idos de aquí. CÉSAR: Sí haré, pues vos lo mandáis. LISARDA: Y si una vida me dais, ya mi obligación cumplí; pero advertid desde aquí que no estáis libre en lugar ninguno. CÉSAR: Condsiderar debéis que aqueso es decir... LISARDA: ¿Qué? CÉSAR: ...que os busque. LISARDA: El despedir ¿cómo puede ser llamar? CÉSAR: Piérdese una noche oscura en un monte un caminante; y, cuando con planta errante hallar la senda procura, más se ofusca en la espesura. El can, que despierto está, siente el ruido, y a hacer va que huya dél con pies veloces, llamándole con las voces que, para que huya, da. Yo así confuso y perdido camino ni senda sé; bien, que no veo, se ve, pues a tus pies he venido. Tú, despierta siempre al ruido del desdén, velando estás; voces, porque huya, me das; mas como perdido estoy, dondo oyendo la voz voy, me voy acercando más.
Vanse don CÉSAR y MOSQUITO. Salen don DIEGO y GONZALO
DIEGO: Lisarda, ¿qué ha sido aquesto? LISARDA: Que ese coche se cayó. DIEGO: ¿Hízote mucho mal? LISARDA: No. DIEGO: Volvamos a casa presto. LISARDA: Volvamos, si está dispuesto el coche. DIEGO: Vos, majadero, mirad lo que hacéis. GONZALO: No quiero que presumas... DIEGO: No seáis, pues, desvergonzado. BEATRIZ: Eso es decir que no sea cochero.
Vanse. Salen don FÉLIX, CELIA e INÉS
CELIA: Extraña es tu condición. FÉLIX: ¿Por qué no ha de ser extraña, si tú, para que lo sea, Celia, me has dado la causa? CELIA: ¿Yo la causa, para que de la guerra, donde estabas, te hayas venido a Madrid, a sólo hacer en la casa donde me mata tu ausencia y donde viviendo me hallas, prevenciones de cerrar las puertas y las ventanas, de modo que en los tejados aun no has dejado una guarda sin reja? Pues, ¿a qué efeto, siendo yo, Félix, tu hermana, sin mirar que en mi respeto tu mismo respeto agravias, tan neciamente me celas, tan locamente me guardas? FÉLIX: Celia, no puedo negar que es necedad asentada la desconfianza. Es cierto; pero, no habiendo ventanas, es menor; pues, en efecto, si no asegura, descansa. CELIA: ¡Buena disculpa has hallado de haber dado desde Italia vuelta a Madrid, tan a costa de tu opinión y tu fama. Partístete de la corte, lleno de plumas y galas; no te debió de sonar bien el ruido de las cajas, ni oler la pólvora bien, echando menos el ámbar, y vienes haciendo extremos por dar disculpa a tu... FÉLIX: Basta, Celia. Salte tú allá fuera, Inés. INÉS: (De esta vez descansa Aparte su corazón.)
Vase
FÉLIX: Pues baldonas mi honor con soberbia tanta, diré lo que he pretendido disimular, aunque es baja acción que celos de honor se pidan tan cara a cara. En Italia estaba, Celia, cuando la loca arrogancia del francés sobre Valencia del Po... Pero ¡qué ignorancia ponerme contigo a hablar yo de guerras y de armas! En Italia estaba, digo, cuando recibí una carta de alguno que, interesado en el honor de esta casa, me escribió, Celia, que un día de los que el abril traslada al parque toda la corte, tú saliste disfrazada, y don Alonso tras ti; y que, habiendo --¡suerte ingrata!-- llegado al parque con él, sacó otro galán la espada y le dio la muerte, siendo dicha entonces --¡pena extraña!-- no ser conocida; pues a serlo allí, cosa es clara que tu honor en opiniones con la justicia quedara. Estas cosas y otras, Celia, causa han sido de que haya vuelto; porque ¿qué me importa que yo gane honor y fama, si tú en mi ausencia los pierdes? ¿Qué me importa que yo haga acciones que generosas soliciten mi alabanza, si me las desluces tú con acciones tan livianas? No decir pensé mis penas; callar presumí mis ansias, pero ya que tú me obligas a que de los labios salgan, advierte, Celia, que sólo una diligencia falta, y es enmendar con las obras lo que erraron las palabras. CELIA: ¿Pensarás que convencida me dejan tus amenazas? Pues no, Félix; porque donde la proposición es falsa no se sigue el argumento. ¿Yo he salido al parque al alba? ¿Yo seguida de ninguno? ¿Yo ocasión de cuchilladas? Quien dices que lo escribió te mintió; y yo...
Sale INÉS
INÉS: Aquí te llama don Juan de Silva, tu amigo. FÉLIX: (Celia, no entienda Inés nada Aparte de esto; que no es menester que lo que entre los dos pasa lo sepan de ningún modo ni crïados ni crïadas; y retírate a tu cuarto, porque entre en aquesta sala don Juan.
Vase
CELIA: ¡Ay de mí! INÉS: Señora, ¿que una plática tan larga hayáis tenido? CELIA: Don Félix ha sabido cuanto pasa. INÉS: ¿Y lo del tabique? CELIA: No; eso sólo se le escapa. Por si hablan los dos en mí, escuchemos lo que hablan.
Salen don JUAN, alborotado, Y DON FÉLIX
JUAN: Seas, don Félix, bien hallado. FÉLIX: Y vos, don Juan, bien venido. JUAN: ¡Gran dicha hallaros ha sido! FÉLIX: ¿De qué venís tan turbado? JUAN: Ya sabéis que de Lisarda amante y primo adoré la hermosura, mientras que la dispensación, que hoy tarda, viene a hacerme tan dichoso que, premiando mi constante amor, de primo y amante, me llega a llamar esposo. Ya sabéis cómo mató a su hermano y primo mío don César en desafío, por una mujer que yo nunca conocí. Pues hoy, por vencer esta tristeza, salió al campo su belleza. Yo, que de sus luces soy flor que la vive adorando, a la casa la seguía del campo, donde ella había con su padre ido; mas, cuando iba la puente a bajar, el coche encontré en la puente, porque no sé qué accidente tan presto la hizo tornar. Llegando al sol que conquisto a sacrificar mi vida, de mi primo al homicida me pareció que había visto entrar de camino. Yo le quise reconocer; mas, siendo al anochecer, no fue posible; y por no errarlo, si no era él, todo el lugar le seguimos ese criado y yo, y vimos apear --¡pena crüel!-- adonde a ver si es o no es quiero que vamos los dos, y que entréis delante vos, porque no se esconda, pues de vos no se ha de guardar. Esto habéis de hacer por mí, ya que de vos me valí, pues es forzoso amparar un amigo a un caballero, cuando no lo fuera yo, a cualquiera que... FÉLIX: No, no digáis más... (Si considero, Aparte aunque hoy no es mucho el error, que si ésta la muerte fue por Celia, así vengaré con otra causa mi honor.) ...que ya sé que es recibida necedad que, sin dudar ni saber ni preguntar, ofrezca un hombre su vida a quien le llama; y así, ahorrad pláticas conmigo y guïad; que ya yo os sigo. JUAN: Menos de vos no creí. Vamos; veréis, ¡vive el cielo!, si el venir mi honor castiga. FÉLIX: (¡Oh, a qué cosas obliga Aparte esta necia ley del duelo!)
Vanse. Salen CELIA e INÉS
CELIA: ¡Ay, Inés, esto he escuchado! INÉS: ¿De qué me hubiera servido servir, si no hubiera sido de saber cuanto han hablado? CELIA: A César van a buscar --¡pena injusta, dura suerte!-- para darle los dos muerte. ¿Quién pudiera imaginar que yo a don César llamara a que en mi casa viviera, que antes mi hermano viniera que él, y él mismo le buscara para matarle, y así satisficiera mi hermano sus celos, pues es tan llano que fue la muerte por mí? INÉS: No des por hecho, señora, lo que, para haber de ser, aun faltan por suceder más de mil cosas ahora; el ser verdad su venida, que los dos le hayan de hallar luego, y luego le han de dar por la tetilla la herida. CELIA: Bien mi temor desconfía, porque es tirana mi estrella.
Hacen ruido dentro
INÉS: Aguárdate. ¿No es aquélla la seña que antes solía don César hacer? CELIA: Sí. INÉS: ¡Dios mejora los días! CELIA: Pues métele tú en casa, Inés, mientras le buscan los dos.
Vase INÉS
Que hoy verá César, es llano, cómo mi ingenio le guarda de su padre de Lisarda, de su primo y de mi hermano.
Salen INÉS, don CÉSAR y MOSQUITO
CÉSAR: Hasta llegar a tus brazos, hermosa Celia, no sé si tuve vida; y así, pues que mis ojos te ven, dame, señora, a besar todo el chapín de tus pies. MOSQUITO: Y a mí todo el ponleví de tus zapatos, Inés. CELIA: Seas, don César, bien venido a aquesta casa; que, aunqué no pueda servirte en ella hoy como yo imaginé, por causa de haber venido mi hermano... CÉSAR: ¡La voz detén! ¿Qué dices? ¿Tu hermano está hoy en Madrid? CELIA: El día que escribí que tú vinieras, supe cómo venía él; que no te enviara a llamar a no saberlo después. CÉSAR: ¿No estaba en la guerra? CELIA: Sí; y lo que le hizo volver tan presto fue haberle escrito el suceso tuyo. CÉSAR: Pues según eso en mayor riesgo en tu casa estoy. CELIA: ¿Por qué? CÉSAR: Porque no es posible estar un punto en ella. CELIA: Sí es; que pueden, don César, mucho amor, ingenio y mujer. Yo en casa, don César, tengo prevenido donde estés, si no bien acomodado, seguro a lo menos bien. CÉSAR: ¿De qué suerte? CELIA: De esta suerte. Aquesta casa que ves tiene dos cuartos, el bajo y el alto, que es éste, en que yo vivo; porque en esotro vive un extranjero, a quien vienen despachos de Roma. Esto convino saber por si acaso el dueño hallaba para toda ella alquiler. Por de dentro de ella tiene secreta escalera que comunica los dos cuartos, aunque condenada esté, por ser los huéspedes dos. Aqueste tabique, pues, por la parte está de abajo; de suerte, don César, que yo por la parte de arriba con mil trastos le ocupé el día que por mi carta a mi casa te llamé, y de que venía mi hermano aviso tuve también. Me hallé confusa, sitiada de los dos, por no saber qué hacer con los dos; y así escucha lo que pensé. Cerrar hice la escalera por acá arriba muy bien, tabicando sobre tabla una puerta; que no fue difícil tomar el yeso sobre tomiza o cordel; de suerte que no quedó ni aun señal en la pared; mayormente que la cuadra donde cae sirve también de tocador mío y la tengo colgada toda, con que está más disimulada. Aquí estarás, César, bien todo el tiempo que mi hermano dentro de casa no esté; y en estando en casa, dentro de esta escalera. MOSQUITO: ¡Pardiez, que habrá lindo San Alejo! CÉSAR: ¿Qué dices? CELIA: ¿Qué hay que temer? CÉSAR: Mil inconvenientes, Celia. CELIA: Di cuáles son. CÉSAR: Vamos, pues, salvando dificultades. ¿Es posible no saber tu hermano que esa escalera estaba aquí? CELIA: Sí; porqué en ausencia suya yo aqueste cuarto alquilé; y así no sabe don Félix todos los secretos de él. CÉSAR: ¿Cómo, si vino celoso tu hermano, te dejó hacer esa pared? CELIA: Un crïado, viendo su cuidado, fiel me avisó; y así ya estaba hecho cuando llegó él. CÉSAR: Yo estimo, Celia, en el alma el cuidado y la merced, mas ya que vino tu hermano a este tiempo, ¿para qué hemos de estar con cuidado tan grande? Y así me iré contento de haberte visto. Quédate con Dios. CELIA: Detén los pasos, César; que no de aquí has de salir, ni es bien; que está a gran riesgo tu vida. CÉSAR: ¿De qué suerte? CELIA: Has de saber que en la posada que estás te van a matar. CÉSAR: Pues ¿quién? Quisiera saber. CELIA: Don Félix; que aquí se lo dijo a él don Juan.
Llaman dentro
Pero ¿qué, llamaron? INÉS: Sí; y mi señor mismo es. CELIA: Pues ya no puedes salir, por fuerza te has de esconder. INÉS: El tabique sirva ahora, ya que no sirva después. CÉSAR: Por tu opinión solamente me escondo ahora; mas después que se haya acostado, Celia, he de salir.
A INÉS
CELIA: Presto ve, mientras allá abren la puerta, y en esa escalera, Inés, encierra a los dos. MOSQUITO: ¿A mí han de encerrarme también? INÉS: Claro está; y no abras en tanto que recogida no esté la casa, y en lo más bajo estad sin ruido. CÉSAR: ¡Ah, poder de la Fortuna, mi vida acabe ya de una vez!
Vanse don CÉSAR y MOSQUITO con INÉS. Salen don JUAN y don FÉLIX
FÉLIX: Ya estoy en mi casa. Idos, don Juan. JUAN: Pues de ella os saqué, y os conocieron a vos y a mí no, hasta que quedéis seguro, no he de dejaros. CELIA: (Pues viene don Juan con él, Aparte sin duda a buscar a César vienen los dos.) FÉLIX: Sí ha de ser. --¡Hola!
Sale un CRIADO
CRIADO: ¿Señor? FÉLIX: Esta hacienda toda en salvo la poned abajo en el cuarto de ese caballero milanés, en tanto que hablo a mi hermana. JUAN: Yo el primero a todo iré.
Vanse don JUAN y CRIADO
CELIA: (La casa van despojando; Aparte buscarle sin duda es.) FÉLIX: ¡Hermana! CELIA: Félix, ¿qué traes? FÉLIX: Traigo una pena cruel. CELIA: (Los dos han sabido allá Aparte que aquí don César esté.) FÉLIX: Llamóme don Juan de Silva, para que fuera con él a buscar a su enemigo; --¡dijera el mío más bien!--. Al fin llegué a la posada y al huésped le pregunté dónde un forastero estaba que hoy después de anochecer llegó a su casa. Que no había hecho más que haber dejádole allí dos mulas dijo, e ídose después. Esperándole estuvimos más de dos horas o tres, hasta que un hombre llegó de color y, al parecer de don Juan, que yo jamás le vi, dijo que era él. Embestímosle los dos, desembarazóse bien, y al ruido de las espadas llegó justicia a querer conocernos, y don Juan dio con el uno a sus pies. Resistímonos, en fin, hasta que no faltó quien entre las voces decía, "Don Félix de Acuña es." Habiéndome conocido, apelamos a los pies. A riesgo traigo la vida, por ser una muerte, y ser en resistencia; y así, pues ausentarme ha de ser fuerza, no has de quedar, Celia, donde me escriban después alguna cosa de ti que no lo esté a mi honor bien. Y así conmigo al instante en casa de mi tío ven, donde quedarás guardada de su cuidado; porque no he de ausentarme yo, en tanto que tú segura no estés. CELIA: Don Félix... FÉLIX: No hay que decirme. CELIA: ...advierte... FÉLIX: Aquesto ha de ser. No hay, Celia, que replicar.
Sale INÉS
INÉS: (En un instante se ve Aparte mudada toda la casa. ¿Qué es lo que intentan hacer?)
Salen dos CRIADOS
CRIADO 1: Baja tú aquese escritorio. CRIADO 2: Tira de este brocatel; que hasta las camas están ya desarmadas también abajo, y no quede aquí sólo un clavo en la pared.
Quitan las colgaduras, y queda debajo una pared blanca, con dos puertas a los lados, y en medio una blanqueada disimulada
FÉLIX: Celia, vamos; que esto es fuerza. Vente con tu ama, Inés. CELIA: (¿A quién, cielos, en el mundo Aparte esto pudo suceder?) INÉS: (¿Mas que a los de la escalera Aparte los han de mudar también?)
Vanse. Sale don JUAN
JUAN: No se quede aquí ninguno; salid, y cerrad después.
Vanse todos. Abren la puerta de en medio don CÉSAR y MOSQUITO
CÉSAR: Más de medianoche es ya. MOSQUITO: ¿Si se habrá olvidado Inés de que nos tiene escondidos? CÉSAR: Pues ya tan quieta se ve la casa, abre aquesa puerta; despega un poco el cancel; que, teniendo colgadura encima de la pared, no nos podrán ver; sabremos qué ruido el que han hecho es. MOSQUITO: ¿Dónde está la colgadura? CÉSAR: Llama a Inés. MOSQUITO: ¡Inés! ¡Ce, ce! CÉSAR: ¡Quedo! No te vean ni oigan. MOSQUITO: ¿Quién nos ha de oír ni ver, si estamos en el desierto? Por Dios, que a mi parecer alemanes han entrado en esta casa. CÉSAR: ¿Por qué lo dices? MOSQUITO: Porque ha quedado desvalijada. CÉSAR: ¿Que estés tan loco que digas eso? MOSQUITO: Más lo estás tú, en buena fe, si dices esotro. Sal, y verás que no hay que ver; pues, para que tú lo veas, sin duda, si es o no es, sólo han dejado una luz por descuido o por merced. Ni una silla, ni un bufete, ni un cuadro, ni un escabel, ni un baúl, ni un escritorio, ni una cama, ni un cordel, ni un jergón, ni una cortina, ni una Celia, ni una Inés nos han dejado. CÉSAR: ¿Qué es esto? Que, aunque yo el ruido escuché, los golpes, sin las palabras, no se daban a entender. Gran novedad habrá sido la que a esto ha obligado. MOSQUITO: Aun bien que viviremos más anchos. Pero pudieran haber Inés y Celia dejado siquiera un pan que comer. CÉSAR: ¡Que estés ahora de gracia! MOSQUITO: Esto de desgracia es. CÉSAR: Y así, viendo lo que ha sido, y lo que aquí importa hacer, es irnos; porque, si Félix ha llegado ya a entender que por causa de su hermana a don Alonso maté, y que hoy estoy en Madrid, ¿quién duda que aquesto es por vengarse? MOSQUITO: Pues ¿por dónde hemos de salir? ¿No ves cerradas todas las puertas? CÉSAR: Por las ventanas. MOSQUITO: También son todas rejas. CÉSAR: Por una guarda del tejado. Ven conmigo. MOSQUITO: Yo ruego a Dios que una gatada no dé. CÉSAR: ¡Cielos! ¿Semejante caso a quién pudo suceder?

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

El escondido y la tapada, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002