LAS CADENAS DEL DEMONIO

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen IRENE, y FLORA y SILVIA deteniéndola
IRENE: Dejadme las dos. FLORA: Señora, mira... SILVIA: Oye... FLORA: Advierte... IRENE: ¿Qué tengo de oír, advertir y mirar, cuando miro, oigo y advierto cuán desdichada he nacido, sólo para ser ejemplo del rencor de la Fortuna y de la saña del tiempo? Dejad, pues, que con mis manos, ya que otras armas no tengo, pedazos del corazón arranque, o que de mi cuello, sirviéndome ellas de lazo, ataje el último aliento; si ya es que, porque no queden de tan mísero sujeto ni aun cenizas que ser puedan leves átomos del viento, no queráis que al mar me arroje desde ese altivo soberbio homenaje, en fatal ruina de la prisión que padezco. SILVIA: ¡Sosiega! FLORA: ¡Descansa! SILVIA: ¡Espera! IRENE: ¿Qué descanso, qué sosiego ha de tener quien no tiene ni esperanza de tenerlo? SILVIA: El entendimiento sabe moderar los sentimientos. IRENE: Ésa es opinión errada; que antes el entendimiento aflige más cuanto más discurre y piensa en los riesgos. FLORA: Es verdad, pero también... IRENE: No prosigas; que no quiero desaprovechar mis iras ahora en tus argumentos. Dejadme sola, dejadme, idos, idos de aquí presto. FLORA: Dejémosla sola, pues sabes que sólo es el medio de su furor el dejarla.
Vanse FLORA y SILVIA
IRENE: Ya se han ido. Ahora, cielos, han de entrar con vuestras luces en cuenta mis sentimientos. ¿Qué delito cometí contra vosotros naciendo, que fue de un sepulcro a otro pasar no más, cuando veo que la fiera, el pez y el ave gozan de los privilegios del nacer, siendo su estancia la tierra, el agua y el viento? ¿A qué fin, dioses, echasteis a mal en mi nacimiento un alma con sus potencias y sus sentidos, haciendo nueva enigma de la vida gozarla y perderla, puesto que la tengo y no la gozo, o la gozo y no la tengo? O son justas o injustas vuestras deidades, es cierto; si justas, ¿cómo no os mueve la lástima de mis ruegos? Y si son injustas, ¿cómo las da adoración el pueblo? Ved que por entrambas partes os concluye el argumento. Responded a él... pero no respondáis; porque no quiero deberos esa piedad, por no llegar a deberos nada que esté en vuestra mano, y de vosotros apelo a los infernales dioses, a quien vida y alma ofrezco, dando por la libertad alma y vida.
Sale el DEMONIO
DEMONIO: Yo [la] acepto. IRENE: ¿Quién eres, gallardo joven, que, si las noticias creo de pintados simulacros que en algunos cuadros tengo, viva copia eres de aquel ídolo que en nuestro templo, con el nombre de Astarot, adora todo este reino, cuya opinión acredita haber penetrado el centro de esta ignorada prisión sobre las alas del viento? DEMONIO: ¿Qué mucho que a él me parezca, Irene, si soy el mesmo, pues las doy a sus estatuas alma, vida, voz y aliento? Yo soy el dios de Astarot, aquél a cuyo precepto ilumina el sol, la luna alumbra, los astros bellos influyen, el cielo todo se mueve y los elementos en lid se conservan, siempre amigos y siempre opuestos. Yo soy el que en toda el Asia, por los extraños portentos de mis milagros, estoy adorado, hallando a un tiempo su amparo en mí el afligido y su salud el enfermo. Compadecido a tu llanto y enternecido a tu ruego, concurriendo a tus conjuros, a darte libertad vengo. Y aunque yo sepa la causa, oírla de tu boca quiero, porque caiga nuestro pacto sobre mejor fundamento. Dime, ¿qué quieres de mí? IRENE: Tanto a tu voz me estremezco, tanto a tu vista me asombro, tanto a tu semblante tiemblo que no sé si formar pueda razones; mas oye atento. Esta provincia de Asia, a quien los que dividieron el mundo dieron por nombre inferior Armenia, imperio es del grande Polemón, de cuya corona y cetro hija heredera nací, si hubiese querido el cielo que se midieran iguales fortuna y merecimiento. Quiso mi padre que hiciesen juicio de mi nacimiento sus sabios y en él hallaron --¡de imaginarlo reviento!-- que había de ser mi vida el más extraño, el más nuevo prodigio de cuantos dio la fama a guardar al tiempo; pues de ella resultarían para todo aqueste imperio robos, muertes, disensiones, bandos, tragedias, incendios, lides, traiciones, insultos, ruinas y escándalos, siendo en oprobio de los dioses el principal instrumento de otra nueva ley de un dios superior a todos ellos. Con estos temores, dando, entre tan raros sucesos, crédito a los vaticinios y opinión a los agüeros, equivocando los nombres de piadoso y de severo, dispuso mi padre el rey que yo muriese en naciendo. ¿Quién vio más crüel, tirano, injusto y torpe decreto que hacer los delitos él porque yo no llegue a hacerlos? De esta sentencia apelando de su ira a su consejo, él mismo mudó intención, tomando --¡ay de mí!-- por medio que en esta torre, fundada en los ásperos desiertos de Armenia, viva, si acaso vive quien vive muriendo. Aquí con solas mujeres me ha criado, de quien tengo, por su relación, remotas noticias del universo. No sé hasta ahora cómo son sus repúblicas, sus pueblos, sus políticas, sus leyes, sus tratos y sus comercios. El primer hombre que he visto, si no me miente el objeto tuyo aparente, eres tú; tan cerca --¡ay de mí!-- y tan lejos vivo de lo racional. Y aun ya pasara por esto, si hoy no me hubiera una dama dicho que mi padre --¡ay cielos!-- a dos hijos de Astiages, su hermano, trajo a su reino; cuya desesperación me hizo --¡de cólera tiemblo!-- salir de mí --¡de ira rabio!-- hasta --¡ahógame mi aliento!-- decir que en muerte y en vida el alma le daré en precio a cualquiera que me dé la libertad que apetezco. Y así, si tú, enternecido de mi llanto y de mis ruegos, de mi pena y de mi agravio, de mi voz y mi tormento, me la das, otra vez y otras mil veces a decir vuelvo que soy tuya, y lo seré en vida y en muerte, haciendo libre donación en vida y muerte de alma y de cuerpo, para ver si así me libro de esta prisión que padezco, de esta esclavitud que lloro, de esta sujeción que tengo, de esta envidia que publico y de esta rabia que siento. DEMONIO: La lástima, hermosa Irene, de tus extraños sucesos me ha obligado a tomar hoy esta forma, concurriendo, como dije, a tus conjuros; y aunque puedan mis portentos no sólo de aquí sacarte, pero todo este soberbio edificio trasladar, arrancado de su asiento, a los más remotos climas de todo el orbe, no quiero que hoy en tu favor me ayuden tantos prodigiosos medios. De medios más naturales me he de valer. (Y es que tengo Aparte limitada la licencia de Dios, y así no me atrevo a más de lo que permiten sus soberanos decretos.) Yo te pondré en libertad, revalidando el concierto de que serás siempre mía. IRENE: Otra y mil veces lo ofrezco. DEMONIO: Pues con esa condición yo haré que tu padre mesmo por ti envíe y que esos dos sobrinos suyos que al reino aspiran, porque te juzgan incapaz de su gobierno, se pongan tan de tu parte que ellos sean los primeros que te ilustren y te adornen de la corona y el cetro de toda Armenia. Y porque no te dé cuidado el verlos hoy en tu corte, sabrás de su venida el intento. Astiages, menor hermano de Polemón, rey supremo de algunas de las provincias de Asia, tuvo tan a un tiempo esos dos hijos que hasta hoy el mayor ignora de ellos; porque al tiempo del nacer las matronas, acudiendo a su madre, olvidaron de señalar el primero que vio las luces del sol, perturbándose el derecho que a la herencia de su padre tenían; de cuyo yerro nació dividirse en bandos sus vasallos, pretendiendo cada uno para sí merecer el valimiento. Polemón, por excusar lides, batallas y encuentros, llamó a los dos a su corte, tomando por buen acuerdo que el uno a su padre herede y el otro al tío; advirtiendo que él ha de hacer la elección del que ha de jurar su reino. No temas que de ninguno se agrade su entendimiento; porque los dos son, Irene, tan encontrados y opuestos en acciones y en costumbres, en obras y en pensamientos, que duda al que ha de fïar la corona, conociendo que ninguno de ellos es merecedor del gobierno. Es el defecto de Ceusis ser ambicioso, soberbio, cruel, homicida, tirano, lascivo, injusto y violento. De todo esto es al contrario de Licanoro el afecto, porque es de ánimo abatido, postrado, humilde y sujeto. Tanto a la lección se entrega, apurando y discurriendo quién es causa de las causas, que le deja desatento para lo demás; de suerte que, aplicando yo otros medios hoy a la neutralidad que tu padre tiene, puedo hacer que tú te corones, bella Irene, y, siendo ellos quien en tu frente y tu mano pongan la corona y cetro, rendidos a tu hermosura, para que acaben con esto tus prisiones, tus ahogos, tus llantos, tus desconsuelos, tus pasiones, tus desdichas, tus penas, tus sentimientos. IRENE: ¡Oye! (¡Ay de mí!) Aparte DEMONIO: ¿Qué me quieres? IRENE: Tu poder no dudo inmenso. Ya sabes cuánto es vehemente la cólera del deseo; dame una señal de que no es delirio, asombro o sueño de mi loca fantasía lo que estoy tocando y viendo. DEMONIO: Sí haré. ¿Qué es lo que deseas ver más del mundo? IRENE: Aunque tengo en mal formadas especies retratados mil objetos que me llevan la atención, a esos dos jóvenes, puesto que ellos dices que han de ser de mi libertad el medio, quisiera ver. DEMONIO: Pues yo haré que los veas en los mesmos ejercicios que ahora están divertidos. (Aquí, infiernos, Aparte he menester vuestra ayuda, pues para la lid que espero es necesario tener tan [pervertido] este reino que en él no halle entrada aquella nueva ley del Evangelio que los apóstoles van por todo el orbe esparciendo.) Vuelve los ojos, Irene; verás lo que a este momento tratando Ceusis está.
Sale CEUSIS tras un CRIADO con la daga desnuda
IRENE: Ya le veo, ya le veo, a cuyo asombro me admiro. CEUSIS: ¡Villano! ¡Viven los cielos, que has de morir a mis manos! CRIADO 1: ¿Yo, señor, qué culpa tengo de que Marcela te trate con desdenes y desprecios? CEUSIS: Si tú de mí la dijeras que he de ser yo el heredero de Armenia, porque mi hermano no tiene merecimientos para competir conmigo, claro está que fueran menos sus rigores. CRIADO 1: Tanto adora a su esposo que por eso presumo que no te admite. CEUSIS: Añade, entre los que tengo de dar la muerte en reinando, a ese atrevido, a ese necio que con su propia mujer se atreve a darme a mí celos. CRIADO 1: Teme, señor, que los dioses castiguen tu atrevimiento. CEUSIS: ¿Qué dioses se han de atrever a castigarme, si ellos me dieron vista con que mirase lo que apetezco? Acusen su providencia, pues ella fue el instrumento para mi culpa; o si no, preciados de justicieros quítenme la vista, si con la vista los ofendo. DEMONIO: (Aquí, para ser más malo, Aparte me importa parecer bueno; y pues que me ha dado Dios permisión, por sus decretos, para usar de naturales causas, con ellas me atrevo a entorpecerle los ojos, con que dos nombres adquiero, el de justiciero ahora y el de milagroso, luego que a la vista que le turbo le quite el impedimento.) CRIADO 1: ¿Eso dices? CEUSIS: Esto digo.
Finge estar ciego
Mas, ¡ay infeliz! ¿Qué es esto? ¿Qué se nos ha hecho el día, que a media tarde, cubierto de pardas nubes, fallece? ¿Dónde se ha ido el sol huyendo, sin permitir que la luna substituya sus reflejos en el horror de la noche? CRIADO 1: ¿De qué haces tantos extremos? ¿Qué tienes? CEUSIS: Perdí la luz, y con mil sombras tropiezo. ¡Ay de mí, rabiando vivo! ¡Ay de mí, rabiando muero!
Vase CEUSIS, guiándole el CRIADO
IRENE: Confusa estoy y turbada. A hablar --¡ay de mí!-- no acierto. DEMONIO: Para quitarte ese horror, ve a Licanoro. Arguyendo con un sacerdote mío está; escucha el argumento.
Salen LICANORO y el SACERDOTE
LICANORO: Dime, puesto que tú eres tan sabio, docto y maestro, ¿qué libro es éste que acaso hallé entre otros que tengo, que, por más que en él estudio, ni sus principios entiendo, ni sus misterios alcanzo ni su doctrina comprendo? SACERDOTE: ¿Cómo es el título? LICANORO: El Génesis se dice, voz que en hebreo creación quiere decir. SACERDOTE: Pues ¿cómo empieza? LICANORO: Oye atento; "En el principio crïó Dios a la tierra y al cielo." SACERDOTE: No prosigas, si no dice qué dios. LICANORO: Mi duda está en eso. De un Dios habla solamente, poderoso, sabio, inmenso, criador del cielo y la tierra. SACERDOTE: Pues no le leas, supuesto que niega los demás dioses. LICANORO: Antes le estimo por eso; que no es posible que aquesta fábrica del universo sea obra de dos manos; y más si el lugar advierto del filósofo que dice lo que es ser Dios, infiriendo que es sólo un poder y un solo querer. Prosigue diciendo, "La tierra estaba vacía, nada eran los elementos, y el espíritu de Dios iba, estándose en sí mesmo, llevado sobre las ondas." SACERDOTE: Ni lo alcanzo ni lo entiendo. LICANORO: Yo tampoco. De Dios dice que iba el espíritu inmenso llevado sobre las ondas, sin decir qué dios. SACERDOTE: De ahí veo cuán como rústico escribe el autor que le ha compuesto, pues nada prueba. LICANORO: Antes mucho. Oye, a ver si te convenzo. DEMONIO: (Sí harás; que ya tu discurso Aparte por otros actos penetro. Pero yo, antes que lo digas, impediré el instrumento de tus voces. Habla ahora, que yo tu lengua entorpezco.) SACERDOTE: Pon el argumento, empieza; que a todo responder pienso. LICANORO: Quien dice dios, absoluto poder dijo. SACERDOTE: No lo niego. Prosigue. LICANORO: (No puedo hablar.) Aparte
Titubea
SACERDOTE: ¿Qué tienes? LICANORO: (No sé qué tengo; Aparte que el corazón a pedazos se quiere salir del pecho al ver que muda la lengua articula los acentos.) SACERDOTE: ¿Qué tienes?--Por señas solas habla, y con raros extremos al cielo y la tierra mira, y va de mi vista huyendo. LICANORO: (¡Ay de mí, rabiendo vivo! Aparte ¡Ay de mí, rabiando muero!)
Vanse LICANORO y el SACERDOTE
IRENE: Con no menor pasmo --¡ay triste!-- me dejó aqueste suceso que el pasado. DEMONIO: Mis piedades les darán la vista luego y la voz que les quitaron, porque hablaron con desprecio mío. Mira a qué poder te entregas. IRENE: Yo me confieso tuya, Astarot, en la vida y en la muerte. DEMONIO: Yo lo acepto. IRENE: ¡Ay de mí, rabiando vivo! ¡Ay de mí, rabiando muero!
Vanse. Salen LESBIA y LIRÓN llorando
LIRÓN: ¡Ay! LESBIA: ¿Por qué lloras? LIRÓN: Probar quisiera si conseguir puedo en todo este lugar, ya que a nadie hago reír, hacer a alguno llorar; pues si la causa te digo del mal que traigo conmigo, fuerza es que antes y después lloren todos. LESBIA: ¿Qué mal es? LIRÓN: Estar casado contigo. LESBIA: Pues ¿cuándo pensasteis vos tener mujer de esta cara? LIRÓN: Eso nunca; que--¡por Dios!-- que si una vez lo pensara, que no lo llorara dos. LESBIA: La causa saber espero. LIRÓN: ¿Qué mayor, si considero a cuán pocas satisfizo de las cuentas que me hizo contigo el casamentero? Porque él me dijo, "Lirón, casaos; que es mucha razón el que tenga un hombre honrado casa, familia y estado. Vos, con aquesa ración que tenéis de barrendero de este tempro, y con tener quien lo gobierne, si infiero que en manos de la mujer luce doblado el dinero, lo pasaréis, craro está, como un rey; porque es así, que a eso se juntará su hacienda, y de aquí y de allí la gracia de Dios vendrá." Caséme, viéndole habrar tan sin duelo y sin mancilla, y la honra que vine a hallar son mujer, casa y familia que tener que sustentar. Lo que yo solo comía, lo como ahora en compañía, y el locirlo tú es engaño; pues no gano yo en un año lo que gastas tú en un día. Sin que de aquí ni de allí un pan me venga siquiera, ni la gracia de Dios quiera más acordarse de mí que si en el mundo no huera. Y así de aquesta africión, pues que le barro su tempro, le he de pedir a Astarón me libre; que, si contempro cuántos sus milagros son, que sana al cojo, al tullido, al manco, al ciego, al baldado, mayor milagro habrá sido sanar a un hombre casado del achaque de marido. LESBIA: Yo también al tempro iré, y a Astarón le pediré que, si en otra ha de empezar la grande obra de enviudar, en mí sea; que yo sé que me oirá mijor a mí, mentecato, que no a vos. LIRÓN: ¿Por qué, Lesbia? LESBIA: Porque sí. LIRÓN: Pues vamos juntos los dos habrándole desde aquí. LESBIA: Astarón de gran poder... LIRÓN: Dios adorado y querido... LESBIA: ...duélos mirar... LIRÓN: ...duélaos ver... LESBIA: ...el talle de mi marido. LIRÓN: ...la cara de mi mujer. LESBIA: Dadme modo... LIRÓN: Dadme traza... de librarme de esta maza... LESBIA: ...de quien él la mona ha sido... LIRÓN: ...que, si hacéis esto que os pido... LESBIA: ...que, si esto hacéis...
Dentro
VOCES: ¡Plaza, plaza! LIRÓN: ¿Qué ruido aquéste será? LESBIA: Yo la causa de él no dudo; porque, viendo el rey que está un príncipe de esos mudo y el otro ciego, querrá traerlos al tempro a ofrecer sacrificio, para ver si así en la gracia conquista de Astarón su habra y su vista. LIRÓN: Pues no tenemos que her por hoy mosotros, que tiene mucho que her nuestro dios; y así por hoy más conviene [.......................ós?] [......................ene?] irnos. LESBIA: No conviene tal; que mijor es asistir para ver en caso igual cómo le hemos de pedir la cura de mueso mal.
Ábrese el templo, y salen el REY, CEUSIS, LICANORO, el SACERDOTE y MÚSICOS
REY: Inmensa deidad bella de esta patria felice, pues en ella tu imagen venerada se ve, en templos y altares colocada, en ti la pena mía la fe con que te busca hallar confía favores y piedades, restituyendo al alma sus mitades. Y, puesto que mi celo, por excusarle la ojeriza al cielo, a Irene--¡suerte esquiva!-- muerta la llora y la sepulta viva, ya que otro arrimo ni descanso tengo que estos báculos dos, en quien prevengo descansar del prolijo peso del reino, con que ya me aflijo... CEUSIS: Si yo, por obligarle, pudiera--¡ay infeliz!--sacrificarle vida y alma, lo hiciera, porque a la luz del sol restituyera la ciega vista mía. ¡Oh cuán triste es la noche sin el día! LIRÓN: ¿Esto es ser ciego? ¡Ay Dios, y quién lo fuera! LESBIA: ¿Por qué? Di. LIRÓN: Porque habrara, y no te viera.
A LICANORO
REY: ¿A los cielos me enseñas? ¿Qué me quieres decir con esas señas? Solo "uno" me señalas; con tu dolor a mi dolor igualas. ¿Qué dices? No te entiendo. SACERDOTE: Yo sí; que su concepto comprehendo. Dice que, si él hubiera de pedir el remedio, le pidiera al dios que solo es uno. REY: De oírlo se alegra. ¿Haber puede ninguno de absoluto poder? Ése es engaño. Busca el remedio donde hallaste el daño.-- Todos al templo entremos; que no dudo que en él piedad hallemos. SACERDOTE: Ya desde aquí la imagen se termina, y corren a sus aras la cortina. REY: Con músicas vosotros y con voces los altos cielos penetrad veloces.
Cantan
MÚSICOS: "Grande prodigio de Asia, dios de la inferior Armenia, nuestros lamentos escucha, atiende a las voces nuestras; pues deidades supremas ni esconden el rigor ni el favor niegan."
Descúbrese el ídolo
REY: A ti, deidad soberana, con dos aflicciones llega quien más tu grandeza adora, quien más tu culto venera; a Ceusis y a Licanoro, gran dios, traigo a tu presencia, uno ciego y otro mudo. En mí y en ellos ostenta lo sumo de tu poder, lo inmenso de tu grandeza. CEUSIS: Si pequé soberbio, humilde ya el perdón te pido; muestra que tiene la humildad premios, si castigos la soberbia; pues tu dulce voz süave nos advierte y nos enseña...
Cantan
MÚSICOS: "...que deidades supremas ni esconden el rigor ni el favor niegan."
Dentro el DEMONIO
DEMONIO: Quien a los dioses ultraja justo es que sus iras sienta, y justo también que goce sus piedades quien los ruega. Y, porque veas que en mí hay castigo y hay clemencia, la luz del sol a tus ojos a restitüirse vuelva. CEUSIS: Gracias te den, dios inmenso, a un tiempo el cielo y la tierra. Feliz quien ver mereció revocada tu sentencia. SACERDOTE: ¡Viva nuestro gran dios! TODOS: ¡Viva! LESBIA: ¡Viva muy en hora buena! LIRÓN: ¡Viva, como me descase, pues que tan poco le cuestan los milagros! REY: Licanoro, pide tú con vivas señas sus favores, y entretanto la música a cantar vuelva.
Cantan
MÚSICOS: "...pues deidades supremas ni esconden el rigor ni el favor niegan." DEMONIO: (Aunque las señas que hace Aparte nada conmigo merezcan, la voz le he de dar; pues más me importa ocultar la ofensa que limitar el poder.) Quien mi majestad venera con señas, es justo que ya con voces la engrandezca. LICANORO: Es engaño; porque yo no te he pedido clemencia; a la causa de las causas la he pedido. SACERDOTE: Porque veas que Astarot lo es, ha querido darte como tal respuesta. ¡Viva nuestro gran dios! TODOS: ¡Viva! LICANORO: Aun con ver que me reserva del dañado impedimento que tuvo atada mi lengua, con mi duda quedé. LIRÓN: ¿Han visto cuánto es a la estatua muesa záfil el hacer milagros? Lleguemos nosotros, Lesbia. LESBIA: ¿No ves que está el rey aquí, y no querrá en su presencia ocuparse en pocas cosas? LIRÓN: Yo bien sé cómo pudieras, si el milagro es descasarnos, hacerlo tú, sin que huera menester pedirlo a nadie. LESBIA: ¿Cómo? LIRÓN: Cayéndote muerta. LESBIA: ¡Malos años para vos! REY: Divina deidad eterna, ¿qué víctima, qué holocausto, qué sacrificio, qué ofrenda en hacimiento de gracias puedo yo hacerte que sea más acepto? DEMONIO: Dar a Irene libertad. REY: Mi providencia pervertir quiso sus daños; mas si eso mandas, por ella vayan, señor, al momento.
Vase el SACERDOTE. Dentro San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: ¡Penitencia, penitencia! REY: ¿Qué triste y mísero acento es el que en los aires suena? LICANORO: Nunca se oyó en sus espacios voz tan horrible y funesta. CEUSIS: El sonido de sus ecos el corazón me atormenta. ¡Qué pavoroso rüido! LIRÓN: ¿Cúya será esta voz, Lesbia? LESBIA: A todos turba el oírla. DEMONIO: (Y más a mí el conocerla. Aparte Pero ¿qué temo, qué temo, que el apóstol de Dios venga, si viene a tiempo que tengo, con las mentidas grandezas de mis fingidos milagros, toda esta gente suspensa?) REY: ¡El corazón se estremece! Gran dios, ¿cúya voz es ésta? DEMONIO: Yo te lo diré. (Aquí importan Aparte mis engaños y cautelas.) De un hombre, rey, que a tu corte viene, que tirano intenta quitar de tu mano el cetro y el laurel de tu cabeza. Y aunque otra cosa te diga, ni le escuches ni le creas, y está advertido, porque o le mates o le prendas. REY: Esa palabra te doy. BARTOLOMÉ: ¡Penitencia, penitencia! LICANORO: ¿Qué hombre, cielos será éste?
Sale IRENE
IRENE: ¡Aguarda, detente, espera! Que, aunque debiera primero rendir gracias y obediencias a dios que me da la vida, y a ti que me la reservas, de este hombre o de este monstruo te quiero contar las señas, ya que viniendo le vi entre el vulgo que le cerca, a cuya vista quedé ni bien viva ni bien muerta, de ver que el gusto de verte me embaracen estas nuevas. LICANORO: (¡Qué peregrina hermosura!) Aparte CEUSIS: (¡Qué soberana belleza!) Aparte IRENE: Es su estatura mediana, su barba y cabello en crencha partida a lo nazareno y de cenizas cubierta, afectando el desaliño más su hipócrita modestia; el rostro es grave, la voz, bien como de una trompeta, armoniosamente dulce y dulcemente tremenda; vivo esqueleto de un vil báculo que le sustenta, es todo su adorno un saco ceñido con una cuerda. Pero ¿para qué repito las señas suyas, si entra ya en el templo? A cuya voz todo el edificio tiembla, cuando en pavoroso acento dice atrevida su lengua...
Sale San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: ¡Cristo es el Dios verdadero! ¡Penitencia, penitencia! LIRÓN: ¡Ay qué voz y qué semblante! Peor cara tiene que Lesbia. LESBIA: Sí; pero mejor que tú, por mala que te parezca. REY: Hombre, aborto de la espuma, que esa marítima bestia sorbió sin duda en el mar, para escupirte en la tierra... LICANORO: Parto de aquesas montañas que, equivocando las señas, para ser fiera, eres hombre, para ser hombre, eres fiera... CEUSIS: Racional nube que el viento para rayo suyo engendra, pues el trueno de tu voz espeluza y amedrenta... IRENE: Prodigio, ilusión y asombro que ha bosquejado la idea de algún informe concepto de soñadas apariencias... REY: ...¿qué mal entendido rumbo... LICANORO: ...¿qué derrotada tormenta... CEUSIS: ...¿qué deshecho terremoto... IRENE: ...¿qué fantástica quimera... REY: ...a estos puertos... LICANORO: ...a estos montes... CEUSIS: ...te trae? IRENE: ...te arroja? REY: ...te echa o te forma para asombro? ¿Qué solicitas? LICANORO: ¿Qué intentas? BARTOLOMÉ: La salud de tantas almas como cautivas y presas de la injusta idolatría tiene la ignorancia vuestra, que dejáis de dar al Dios que es criador de cielo y tierra las alabanzas que dais al bronce, barro y madera de que labráis vuestros dioses. Éste es único en esencia y trino en personas; pues el Padre, que es la primera, ni criado, ni engendrado ni procedido se ostenta de nadie, porque en sí mismo sin fin ni principio reina; el Hijo, que es la segunda de esta soberana esencia, ni criado ni procedido, sino engendrado se muestra del Padre, cuyo concepto siempre incesable se engendra; el Espíritu, que es de aquesta esencia suprema la tercera, ni crïado ni engendrado, es cosa cierta, sino procedido de ambos; que, aunque tres personas sean, no son tres dioses, un solo Dios es no más, una mesma voluntad, un querer mismo y una misma omnipotencia. Uno es el Padre, uno el Hijo, y de la misma manera uno el Espíritu; pero no son tres con diferencia, no es fingido simulacro, en cuya errada asistencia habla el espíritu impuro del demonio. REY: Ten la lengua; que nuestros dioses infamas. IRENE: No prosigas, cesa, cesa; que su gran poder ofendes. CEUSIS: ¿Qué imposibles sutilezas son [a] las que nos persuades? LICANORO: Tente, Ceusis; no le ofendas, hasta entender sus razones. REY: ¿Qué razones? Todas ellas son para darme la muerte. BARTOLOMÉ: No son sino vida eterna. REY: Cuando eso fuera verdad, ¿cómo quieres que lo crea, que este simulacro hermoso virtud divina no tenga, si, cuando vienes, estamos dándole gracias inmensas de dos milagros tan grandes como dar su providencia vista al ciego y voz al mudo? BARTOLOMÉ: Sabiendo que todas esas obras caben en la margen de la gran Naturaleza, habiendo puesto primero el impedimento en ella, como angélica criatura, capaz de todas las ciencias. Prosigue sus sacrificios y di, si de dios se precia, que, estando yo aquí, responda a alguna pregunta vuestra. DEMONIO: Sí responderé. BARTOLOMÉ: No harás; que yo con esta cadena de fuego, en nombre de Dios, tengo de ligar tu lengua. Habla ahora.-- Preguntadle; decid que os dé la respuesta.
Al báculo que trae BARTOLOMÉ, que será a modo de cruz, se pondrá una bombilla y se encenderá por debajo
CEUSIS: Gran dios de Astarot, tu nombre hoy se ilustre y engrandezca. Vuelve por ti, con decirnos lo que este bárbaro intenta. DEMONIO: (No puedo hablar--¡ay de mí!-- Aparte porque cautivas y presas con cadena están de fuego mis acciones y mis fuerzas.) No me aflijas, no me aflijas, Bartolomé; que ya deja mi engaño este ídolo mudo, faltándole mi asistencia. Y así cúbranme la faz caliginosas tinieblas que den al cielo pavor, que den asombro a la tierra.
Cubren el altar
BARTOLOMÉ: ¿Cuánto es más, quitar a un dios vista y voz, que no el que pueda dar a otros voz y vista? CEUSIS: Eso fuera, si no fuera valido de los encantos y mágicas apariencias de que usáis los galileos todos, de hechizo y quimera. ¡Muera a mis manos quien viene a alterar la patria! TODOS: ¡Muera! LICANORO: Dejadle; que hasta ahora no sabemos que nos ofenda. IRENE: Sí sabemos, pues que viene a introducirnos ley nueva de un dios que ignoramos, siendo la gran provincia de Armenia patrimonio de los dioses y de nosotros herencia, desde que la primer nave tomó en sus cumbres excelsas puerto, sobre cuya cima incorruptible se asienta. BARTOLOMÉ: Y aun por eso aquí de Cam la réproba descendencia obra con su idolatría en vuestros pechos impresa. REY: No lo escuches. CEUSIS: No le oigas. ¡Muera a nuestras manos! TODOS: ¡Muera! BARTOLOMÉ: Para otra ocasión el cielo mi vida guarda y reserva.
Quieren acometer a BARTOLOMÉ, y él vuela
LIRÓN: Hecho una bestia he quedado.
Vase
LESBIA: Siempre tú eres una bestia.
Vase
REY: Seguidle todos, buscadle, hasta traerle a mi presencia.
Vase
SACERDOTE: Sacrificio le he de hacer de aquestas aras sangrientas.
Vase
IRENE: La primera seré yo que le dé la muerte fiera, pues como esclava me toca del dios de Astarot la ofensa.
Vase
CEUSIS: Yo bien quisiera seguirle, mas la divina presencia de Irene me lleva el alma. LICANORO: A mí también me la lleva, y por eso no le sigo. (Aunque el seguirle yo fuera, Aparte no para darle la muerte, mas para que luz me ofrezca de si el dios que yo imagino es como el dios que él enseña.)

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Las cadenas del demonio, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002