JORNADA SEGUNDA


Salen el GUARDIÁN, fray PEDRO, y fray NICOLÁS
PEDRO: Él es varón prodigioso, padre Guardián. Sus portentos el ser humano desmienten. GUARDIÁN: De muchos santos leemos, padre, portentos tan grandes y eran humanos. NICOLÁS: Es cierto, y que podía Dios en éste obrar lo que en aquellos y más, si fuere servido. PEDRO: Claro está; pero no es eso lo que nos tiene confusos sino ignorar en qué reino o en qué provincia este santo tomó el hábito; porque esto ni él ha querido decirlo ni hemos podido saberlo con que juzgo que no es fraile. GUARDIÁN: (Ni aun quisiera parecerlo.) Aparte NICOLÁS: Yo he pensado que es Elías porque manda con imperio notable y con aspereza. GUARDIÁN: (No asistiera en tan ameno Aparte país.) PEDRO: Yo creo que es ángel. GUARDIÁN: (Puede ser, pero no bueno.) Aparte PEDRO: Porque sufrir cada día un trabajo tan inmenso como andar la ciudad toda y asistir en el convento, que labra con tanta priesa, trabajando y disponiendo y hallarse presente en casa cuando importa, siendo cuerpo humano, fuera imposible sin que tal vez por lo menos el cansancio le rindiera. GUARDIÁN: Sólo asegurarle puedo, padre, que Dios le ha envïado; no examinemos sus misterios. A fray Forzado obedezcan en todo, pues cuanto ha hecho y cuanto ha mandado es justo; que yo también le obedezco y soy su guardián.
Sale fray ANTOLÍN
ANTOLÍN: No hay parte segura de este hechicero. Dos gazapos me ha sacado que escondí en un agujero con una vara de hondo. Por mi mal vino al convento. Él ha dado en perseguirme. GUARDIÁN: Fray Antolín, pues, ¿tan presto se vuelve a casa? ANTOLÍN: Sí, padre, que dos veces el jumento y yo venimos cargados y es fuerza volverme luego; que quedan muchas limosnas por traer. GUARDIÁN: Gracias al cielo. ¿Dónde queda fray Forzado? ANTOLÍN: No sé; que sólo le veo cuando él quiere que le vea. En la obra del convento que labra está todo el día; pero no deja por eso de entrar en más de mil casas. Él camina más que el viento y trabaja por cien hombres. En la fábrica un madero no le pudieron subir veinte hombres. Llegó a este tiempo y asiéndolo por el cabo a no agacharse tan presto los que arriba le esperaban los birla y vienen al suelo. GUARDIÁN: Ésa, bien se ve que es fuerza sobrenatural. ANTOLÍN: A tiempos está que parece un ángel y otras veces en el cielo pone los ojos y brama como un toro, y yo sospecho que, aunque él disimula, tiene muchos males encubiertos, y sin duda que son llagas; que huele muy mal el siervo de Dios. GUARDIÁN: Calle; que ya viene.
Sale LUZBEL
LUZBEL: Deo gratias. GUARDIÁN: En la tierra y cielo se las den ángeles y hombres. ANTOLÍN: Temor me causa y respeto. PEDRO: Y a todos. GUARDIÁN: Sea bien venido su caridad. LUZBEL: Vaya luego fray Antolín a la casa de don César que allá dejo seis aves y unas conservas. Tráigalas y al enfermero las entregue. ANTOLÍN: Voy volando. Venga conmigo, fray Pedro.
Vanse
GUARDIÁN: ¿En qué estado tiene, padre, fray Obediencia, el convento que labra? LUZBEL: Ya está acabado. GUARDIÁN: ¿De todo punto? LUZBEL: El blanqueo le falta. GUARDIÁN: Que me ha admirado la brevedad le confieso. LUZBEL: Pues habiendo cinco meses que se abrieron los cimientos, me han parecido cien años. Más de mi parte no he puesto sino el hallarme presente a todos, buscar dinero y trazar la arquitectura; pero, si el Autor Eterno me lo hubiera permitido, en cinco días y en menos hiciera más que cien hombres en cinco meses han hecho. GUARDIÁN: (No darme por entendido Aparte será mejor.) ¡Bien lo creo! Pero Dios no hace milagros sin necesidad de hacerlos. LUZBEL: El milagro yo le hiciera; que bastante poder tengo si Dios no me lo coartara. GUARDIÁN: Ya de quién es estoy cierto; no ha menester explicarse. LUZBEL: No lo ignoro. GUARDIÁN: Y de que es menos su poder que el de mi padre San Francisco. LUZBEL: El valimiento, padre Guardián, que su padre tiene con el Rey Eterno, es su poder, y que es grande por esa parte confieso; mas no es poder el poder que necesita del ruego. GUARDIÁN: Pues, ¿qué poder no procede del de Dios? LUZBEL: No argumentemos. Tenga humildad; que conmigo el que sabe más es lego. GUARDIÁN: Eso nunca lo he dudado; mas no pudo, por lo menos, con cuanto puede y alcanza, lograr su mayor deseo. LUZBEL: ¿No? Pues diga, padre, ¿en mí qué castiga Dios? GUARDIÁN: Su intento. LUZBEL: Él es muy buen religioso, padre Guardián, pero necio. Cuando yo llegué, ¿no estaban cobardemente resueltos a dejar él y sus frailes desamparado el convento? Luego de parte suya logré mi intención, supuesto que, por mirarlos vencidos, se puso el Criador en medio. Déle gracias del prodigio que mira; pero creyendo que, a ser su constancia más, fuera mi castigo menos. GUARDIÁN: (Muy bien me ha mortificado.) Aparte LUZBEL: Es preciso hacer lo mesmo que, vivo, hiciera Francisco. Mire si pesar tan fiero será mortificación mayor, sobre el vituperio de que el sayal de Francisco me disfrace, aunque supuesto. GUARDIÁN: Nunca se vio tan honrado desde que cayó del cielo. LUZBEL: La memoria le ha faltado con el desvanecimiento que le ha dado, pues se olvida de que su origen primero procede de polvo o barro. GUARDIÁN: No me olvido. Bien me acuerdo de que Dios al primer hombre de aquel barro damasceno hizo con sus propias manos; y el ángel le costó menos cuidado, pues con un fiat... LUZBEL: Esa materia dejemos que ni es de aquí ni él la sabe; además de que no tengo permisión de responderle. ¿Cuándo quiere que empecemos, padre, la fundación nueva? GUARDIÁN: Si le parece, sea luego. LUZBEL: A mí me importa. ¿Qué frailes la han de empezar? GUARDIÁN: Yo no puedo nombrarlos. A cargo suyo está elegir los sujetos y el número. Por mi cuenta corre sólo el cumplimiento de todo lo que ordenare. LUZBEL: ¡Qué falso está! Pero el tiempo llegará presto en que pase otra vez de extremo a extremo. GUARDIÁN: Dios querrá que tus astucias nos den más merecimientos. LUZBEL: Si Dios lo ha de hacer, no dudo que será fácil; mas ellos ya sé yo cómo pelean. GUARDIÁN: Que soy de barro confieso. LUZBEL: Mire que ya sus ovejas entran a pacer, y pienso que al pastor esperan. Vaya, y cuide de que, en comiendo, no se esparzan porque puede perderse alguna. GUARDIÁN: Yo creo que es ociosa diligencia; mas él las guarde si hay riesgo, pues Dios le ha traído a ser de sus ovejas el perro.
Vase
LUZBEL: Fuerza será, pues rabiando morder a ninguna puedo; mas de otra suerte algún día yo y el pastor nos veremos.
Vase. Salen FELICIANO y JUANA
FELICIANO: ¿Salió Ludovico ya? JUANA: Sí, mas te cansas en vano; que a no verte, Feliciano, resuelta mi ama está. FELICIANO: ¡Tanto rigor! JUANA: No es rigor; que antes me ha dado a entender... FELICIANO: ¿Qué? JUANA: ...que el no quererte ver nace de tenerte amor; que es virtuosa y honrada y dice que aun el más leve pensamiento excusar debe pues ya, en fin, está casada. Su padre anduvo crüel. FELICIANO: Al fin ella fue vencida. JUANA: ¡Y mire a quién! Mejor vida pasáramos en Argel. No se ha visto hombre tan fiero si algún pobre se le llega, y más mientras más le ruega. Sólo un fraile limosnera de San Francisco porfía y le trae desesperado. Ni una limosna le ha dado pero él viene cada día y le ha querido matar; pero sólo con que el santo le mire, le pone espanto y no se atreve a llegar. A un pobre ayer un crïado un poco de pan le dio, y al punto le despidió después de muy mal tratado. Mi señora no ha tenido moneda de plata o cobre con que dar limosna a un pobre ni él lo hubiera consentido. De esto está tan afligida mi ama y con tal temor que el verle la causa horror. FELICIANO: Juana, aunque doy por perdido mi esperanza, le ha de hablar esta vez, quiera o no quiera; pero será la postrera. JUANA: Pues si lo quieres lograr, a esa cuadra te retira; que sale y se ha de volver luego que te llegue a ver. FELICIANO: Bien dices.
Éntrase
OCTAVIA: ¡Qué mal lo mira el padre que, solamente en su codicia fundado, a su hija la da estado! Que la mujer más prudente, si a su esposo aborreciendo está y a otro tiene amor, bien podrá guardar su honor pero vivirá muriendo. ¡Juana! JUANA: ¿Que siempre has de estar hablando contigo? OCTAVIA: Sí. JUANA: Feliciano ha estado aquí. OCTAVIA: No le vuelvas a nombrar, si algún gusto quieres darme, mientras yo presente esté. JUANA: De aquí adelante lo haré.
Sale FELICIANO
FELICIANO: ¿Qué? ¿Ya te ofende el nombrarme? OCTAVIA: Sí, Feliciano, y el verte mucho más. Vete al instante o iréme yo. FELICIANO: Tente. OCTAVIA: Suelta. FELICIANO: Vive Dios, que has de escucharme sola esta vez; que en mi vida volveré a verte ni hablarte. OCTAVIA: Di pues, y verás que en ti no hay razón para culparme. FELICIANO: Pues, ¿cómo negarme puedes que más de un mes me ocultaste el intento, que sabías de tu interesado padre? Si amenazas ni violencias fueran disculpa bastante, aun eso no tienes, puesto que no intentó violentarte. ¿Qué disculpa tener puede una mujer de tu sangre de haber rompido palabra que tantas veces firmaste? No sólo no replicaron tus labios ni tu semblante, mas fue menester mentir para que te desposasen, pues dijiste que jamás palabra le diste a nadie; y en este papel postrero que eras mía confesaste. Certificaciones tuyas son éstas con que pagaste diez años que, en guerra vida de amor, seguí tu estandarte, haciendo mi fe la posta, todo este tiempo constante, las noches en tus ventanas, los días en tus umbrales. Mujeres tan nobles... OCTAVIA: Tente; que, aunque a mi decoro falte, has de saber que tú fuiste la causa de mis pesares. Algunas sospechas tuve de que intentaba sacarme mi padre, mas no certezas de que pudiese avisarte; pero mi padre mismo, como a primo de mi madre, te dio parte de mi empleo y en él presente te hallaste. ¿Por qué dices que aquel día se vio el pleito sin citarte? ¿Ni que le perdiste, puesto que no quisiste ganarle? ¿Para qué con tantos ruegos, si no habían de importarte, me pediste, Feliciano, que mis papeles firmase? ¿No te escribí ese papel postrero tres días antes de aquel infelice día? Pues si tú estabas delante, y era sobrado instrumento para que lo embarazases pues digo en él que soy tuya, ¿por qué no lo presentaste? Primero que el sí le diera de mi desdicha a mi padre delante de tanta gente dije, volviendo a mirarte: "Ya llegó el lance forzoso." ¿Por qué entonces no llegaste? ¿Fuera justo, Feliciano, callando tú, que yo hablase? ¿Qué importó que me sirvieras, hecho estatua de mi calle, soldado de Amor diez años, si en la ocasión me faltaste?
Quítale el papel
Este papel dice--¡suelta!-- "No hay de qué sobresaltarte; que esposa tuya es Octavia." ¿Quién es quien puede quejarse? A voluntad tuya puse el plazo. ¿Quién fuera parte, confesando yo ser mío, para dejar de cobrarle? Yo hice, en fin, Feliciano cuanto pude de mi parte. Arbitrio en tu pleito fuiste; contra mí le sentenciaste. Por ti padezco la pena de cautiverio tan grande y pesado que mi vida será el precio del rescate y, puesto que la ofendida soy, y tú quien te vengaste, vete, y no vuelvas a verme;
Rasga el papel
porque si en estos umbrales pones las plantas, haré, ¡vive el cielo! que te mate Ludovico, a quien tú propio me vendiste, no mi padre puesto que los dos fuimos, yo infeliz y tú cobarde.
Vase. [LUDOVICO está] al paño
LUDOVICO: ¿Qué escucho? ¡Válgame el cielo! FELICIANO: ¿Que a tu decoro mirase entonces culpas, Octavia? JUANA: ¡Gentil disculpa! ¿Pensaste que era pleito de revista? FELICIANO: ¡Sin mí estoy! JUANA: Vete; que es tarde y vendrá su esposo.
Dentro
LUDOVICO: ¡Hola! JUANA: Mejor será que te halle solo. Adiós.
Vase
FELICIANO: Vete; que yo tengo disculpa bastante.
Sale LUDOVICO
LUDOVICO: (¡Loco estoy! "Que los dos fuimos, Aparte yo infeliz y tú cobarde.") FELICIANO: ¿Ludovico? LUDOVICO: ¿Feliciano? FELICIANO: A veros en este instante entré; mas ya me volvía. LUDOVICO: Ved si tenéis qué mandarme. FELICIANO: La hacienda mía de campo quisiera que vos compraseis; pero esto se ha de tratar muy despacio y ahora es tarde. LUDOVICO: Yo iré a buscaros. FELICIANO: Adiós.
Vase
LUDOVICO: Vuestra vida el cielo guarde. (Para que yo te la quite.) Aparte Pero mi peligro es grande porque son muchos sus deudos, y son los más principales de la ciudad, con que es fuerza cuando con la vida escape, el perder toda mi hacienda. Y si él primero fue amante de Octavia, y es ella el pleito que perdió, no es tan culpable en Feliciano mi ofensa. Este papel, al entrarse, Octavia rompió. ¡Qué ciego es amor! Pero el juntarle para que leerle pueda sin mucho espacio no es fácil. Letra es de mujer. Sin duda es de Octavia. En esta parte dice "Feliciano mío." ¡Respirando estoy volcanes! Ya declinó mi fortuna. En éste dice "asustarte." En ésta "Tuya es Octavia." Primero verás, infame, tu muerte, ¡viven los cielos!
Vuelve a arrojar los pedazos. [Está JUANA] al paño
JUANA: ¿Que los pedazos dejase? Mas no ha reparado en ellos; no sé cómo los levante.
Sale JUANA
LUDOVICO: ¿Qué quieres? JUANA: Ando buscando pedazos de papel. LUDOVICO: (Tarde Aparte lo previno.) ¿Para qué? JUANA: Estoy con un mal de madre y el humo de los papeles me le quita. LUDOVICO: No es tan fácil para tu mal el remedio. JUANA: Éste no es mal; que es achaque. LUDOVICO: Así lo entiendo. ¿Qué esperas? Vete de aquí. JUANA: Que me place. (¡Jesús, qué cara! Del mundo Aparte me fuera por no mirarle.)
Vase
LUDOVICO: No me toca a mí matar a Feliciano en rigor. A Octavia entregué mi honor y de ella le he de cobrar primero que a ejecutar llegue su vil hermosura mi afrenta, porque es locura el creer que, enamorada y a su disgusto casada, puede haber mujer segura. Mis manos en su garganta podrán impedir que acudan a sus voces las crïadas, y ahogada... Pero ya culpa mi cólera la tardanza.
Al irse, sale LUZBEL por la misma puerta y le detiene
LUZBEL: Dale a San Francisco alguna limosna. (¡Que yo impidiera Aparte de Octavia la muerte injusta! Mas Dios lo manda.) LUDOVICO: No sé cómo no temes mi furia, fraile, fantasma o demonio. Sin duda tu muerte buscas. ¿Qué me persigues si sabes ya, por experiencias muchas, que en mí no ha de hallar limosna tu religión ni ninguna? ¿Qué me quieres? LUZBEL: Reducirte; que la Omnipotencia suma me lo manda y es forzoso que con sus órdenes cumpla. Y puesto que le obedece quien de los filos y puntas de la invencible guadaña no puede temer la furia, obedece tú. No esperes que el término de tus culpas llegue; que está ya muy cerca. Dale, Ludovico, alguna parte a Dios de las riquezas que en esas arcas ocultas para que por ese medio puedas aplacar su justa indignación, y piadoso sus auxilios te reduzcan a restituir. LUDOVICO: Detente. Que me admiro de que sufra, ¡viven los cielos!, mi rabia tus descompuestas locuras. ¿Yo limosna? Vete luego; que mi hacienda, poca o mucha, mi fortuna me la ha dado. LUZBEL: Ludovico, no hay fortuna ni es la que tu hacienda llamas absolutamente tuya. Y no sólo la adquirida con viles cambios y usuras oro es toda de quien la goza, sino la del que madruga para el trabajo a la aurora comiendo de lo que suda. Todos los que en esos campos, tal vez con piadosa lluvia, de la tierra, común madre, rompen las entrañas duras, y en sus senos animosos por depósito sepultan del antecedente agosto la rica mies grana y rubia, después de muchos afanes y esperanzas mal seguras, como a dueño de la tierra, su diezmo a Dios le tributan. Y él lo entrega a sus ministros con orden de que consuman en sí solo lo que basta, conforme el puesto que ocupan. Y como sus mayordomos en los pobres distribuyan lo demás, que Dios en ellos todas sus rentas vincula. Cuantos adquieren riquezas con lo que al pobre le usurpan, no verán de Dios la cara si no es que la restituyan como les fuere posible. Y esto ninguno lo duda pues, ¿Cómo tú de la hacienda dueño absoluto te juzgas siendo corneja vestida de tantas ajenas plumas? Imprudente almendro, advierte que según mis conjeturas será de infinitas plantas escarmiento tu locura. LUDOVICO: En tu vida he de vengar, hipócrita, mis injurias. LUZBEL: No te muevas, que no sabes quién soy. Atento me escucha. Mira que en ti solamente no hay resquicio ni disculpa porque el común enemigo de todos tu bien procura, no sólo por oprimido, mas también porque, sin duda, le ha de quitar muchas almas el ejemplo de la tuya. Goza ocasión tan dichosa. Ni tus potencias perturba ningún espíritu impuro ni tus sentidos ofusca. Justicia y misericordia tu arrepentimiento, ayuda. Mira que de su justicia la divina espada empuña, y que su inmensa paciencia, que es la vaina que la oculta, se ha cansado ya. ¿Qué aguardas? Mira que ya la desnuda. Mira que el brazo levanta. Mira que el golpe ejecuta. LUDOVICO: Ya me arrepiento. LUZBEL: (¡Oh, pese Aparte al infierno!) Pues, ¿qué dudas? La caridad es la puerta del perdón. Por ella busca la entrada. Dame limosna. LUDOVICO: Eso no. LUZBEL: ¡Vil criatura, peor que Luzbel te juzgo! Pues si él pudiera, sin duda fuera su arrepentimiento tan grande como su culpa, y tú, pudiendo, no quieres. LUDOVICO: Pues esta vez, aunque huyas te he de matar. LUZBEL: No te acerques porque haré que se reduzca tu forma a menos que a tierra; que aun eso no has de ser nunca. LUDOVICO: ¡Hola, Alberto, Celio! Este hombre me atemoriza y asusta.
Salen ALBERTO, CELIO, OCTAVIA y JUANA
CELIO: Señor, ¿qué mandas? OCTAVIA: ¿Qué es esto? ALBERTO: ¿Por qué das voces? JUANA: Sin duda que ha sido el fraile la causa. LUDOVICO: ¡Que en mi casa no se cumpla lo que mando! ¿No os he dicho que no dejéis entrar nunca a este fraile? CELIO: Por la puerta no ha entrado. ALBERTO: Es cierto. JUANA: Sin duda que es santo. OCTAVIA: Padre, por Dios, que excuse una desventura. LUZBEL: A estorbar la vuestra vine. OCTAVIA: ¿La mía? LUZBEL: Sí. OCTAVIA: Fuera injusta. LUZBEL: Ya sé que está inocente mas los indicios os culpan. OCTAVIA: Pues, ¿qué haré? LUZBEL: Yo nada os puedo aconsejar; que la fuga es confesaros culpada. OCTAVIA: Yo espero en la siempre pura madre de Dios que me ampare. LUDOVICO: Hombre, vete y no presumas que mi firme intento muden tus palabras importunas; que aunque fueran mis riquezas las de Creso y Midas juntas, no hallarás en mí limosna. LUZBEL: No hemos menester la tuya. Tú necesitas de darla que a mis frailes sobran muchas pues que con ellas sustentan trescientos pobres en Luca. Ya te dejo; pero mira no añadas culpas a culpas; que está inocente quien piensas que tu deshonor procura. (¡Que mi soberbia impaciente Aparte en tan infame coyunda oprima el Criador Eterno! ¡Oh nunca, Francisco, oh nunca a humildad tan poderosa se opusieran mis astucias!)
Vase
LUDOVICO: (Éste sabe ya mi afrenta. Aparte En la quinta, más oculta podrá estar su muerte en tanto que pueda salir de Luca poniendo en salva mi hacienda.)
[Hablan aparte las dos]
JUANA: Lo mejor será que huyas. OCTAVIA: ¿Eso dices, necia? LUDOVICO: Octavia, este fraile me disgusta tanto que por unos días, por ver si en ella me busca, nos hemos de ir a la quinta. ¿Qué dices? OCTAVIA: ¿Eso preguntas? ¿Qué puedo decir si sabes que mi voluntad es tuya? LUDOVICO: Celio, haz poner la carroza. Tú, Alberto, para que suplas en los negocios mi ausencia, te quedarás. ALBERTO: Pues tú gustas, yo lo haré. LUDOVICO: Vamos, Octavia.
[Hablan aparte las dos]
JUANA: Mira que éste disimula su enojo para matarte. OCTAVIA: Mi inocencia me asegura. LUDOVICO: (Primero verás, infame, Aparte tu castigo que mi injuria.)
Vanse. Sale fray ANTOLÍN
ANTOLÍN: El jumentillo mi maña envió con el donado y salga desafïado de mi hambre a la campaña. Y esta vez la he de matar sin que la persecución de aqueste fraile Nerón de mí la pueda librar. Cuanto yo escondo me quita, porque otro no puede ser, sin que me pueda valer la parte más exquisita. Ningún regalo consigo que en manos suyas no caiga y me ha obligado a que traiga todos mis bienes conmigo. Las mangas traigo rellenas. El peso, con la costumbre, no me dará pesadumbre y servirán de alacenas. Mucho es que este fray Forzado con tal trabajo no enferme; porque ni come ni duerme que es espíritu he pensado. Porque lo que más asombra, yendo juntos por la calle, es cuando vuelvo a miralle que su cuerpo no hace sombra. Otro convento fundando está ya, con prisa tanta, que todo el lugar se espanta; pero siempre regañando. Dentro del pecho presumo que toma tabaco de hoja porque el aliento que arroja por las narices es humo. Él me ha dado en perseguir y en no dejarme comer; mas hoy no le ha de valer porque él ha de presumir que ya estoy en el convento y merendaré seguro. Ya estoy muy lejos del muro; en este altillo me siento, que todo lo señorea porque si alguno pasare, primero que en mí repare, es fuerza que yo le vea. Polla, empanada y pernil traigo; que es bueno imagino el pan, mas lo que es el vino puede arder en un candil. A Heliogábalo me igualo y nunca el comer condeno si lo que se come es bueno porque todo es de regalo. Yo, en fin, no tengo otro gozo; mi estómago es un abismo y cuanto como es lo mismo que si cayera en un pozo. No ha de estar de manifiesto todo; conforme comiere saldrá, porque si viniere alguno, lo esconda presto. Salga el pernil.
Sale LUZBEL
LUZBEL: ¡Qué crüel, Señor, os mostráis conmigo! ¿Yo amigo de mi enemigo? ¿Sirviendo al hombre Luzbel? ¡Oh, pese a la pena mía! ¿De Francisco sustituto es, oh Poder Absoluto, quien quiso dar luz al día? ¡Basta tan fiero tormento! Y cuanto me habéis mandado, Señor, está ejecutado; que de este rico avariento la posterva obstinación sólo la podrá vencer vuestro absoluto poder. A estorbar la ejecución de dar muerte a su mujer voy. (Ya el lego se ha sentado a comer lo que ha ocultado de mí; mas no ha de comer nada de lo que ha traído. De esta suerte haré que crea que no le he visto y me vea.) ANTOLÍN: ¡Pardiez, que no le ha valido a fray... ¡Válgame San Pablo! ¿Cómo este fraile llega tan cerca sin verle yo? Santo es...mas no es sino diablo. No me ha visto.
Guarda lo que estaba comiendo
LUZBEL: (Ya guardó Aparte lo que a comer empezaba.) ANTOLÍN: Pues que no puedo escaparme. Preciso es llegar. Deo gratias. LUZBEL: ¿Fray Antolín? ANTOLÍN: Padre mío, ¿dónde va? LUZBEL: Voy a la granja o quinta de Ludovico a impedir una desgracia; mas él, ¿a qué vino al campo? ANTOLÍN: Es que le médico me manda que ande todo lo que pueda y sea por tierra llana porque tengo humores gruesos. LUZBEL: Si en el comer se templara los humores consumiera. Seis frailes se sustentaran con lo que el padre Antolín come. ANTOLÍN: No tengo otra falta. LUZBEL: De esa se originan muchas porque la regla relaja de su padre San Francisco. Y la devoción estraga también de sus bienhechores, viéndolo por las mañanas y aun por las tardes tomar chocolate en veinte casas. ANTOLÍN: Padre, lo que me dan tomo y esto mi regla lo manda. LUZBEL: Mas esto se entiende cuando con necesidad se halla. ANTOLÍN: Muchas veces he querido vencer de mi hambre el ansia; mas no he podido, que luego, con los regalos que sacan, me engaña el demonio. LUZBEL: ¡Miente! Su flaqueza es quien le engaña. ¿Hale propuesto el demonio alguna vez, entre tantas, que la gula no es pecado? ANTOLÍN: No, pero gula se llama comer sin gana, y a mí jamás me faltó la gana. LUZBEL: Su hambre y la sed que tienen los hidrópicos son falsas. ANTOLÍN: No tal; que cuanto yo como es salida por entrada. LUZBEL: ¿No come en refectorio de pan como de vianda la ración suya y la mía? ANTOLÍN: Sí, padre. LUZBEL: Pues, ¿no le bastan? ANTOLÍN: Dos raciones son, hermano, para mí dos avellanas. LUZBEL: Que no reviente me admira. ANTOLÍN: Gracia ha tenido. LUZBEL: Se engaña; que, a tener gracia, no hubiera perdido, hermano, mi patria. ANTOLÍN: ¿Su patria perdió por eso? LUZBEL: Sí, porque perdí la gracia de mi rey y fue preciso, aunque a mi pesar, dejarla. ANTOLÍN: ¿Qué reino es ese? LUZBEL: Está en clima tan remoto que argonauta ninguno le ha descubierto, y será noticia vana. ANTOLÍN: Pues, si no le han descubierto, ¿quién le trajo al padre? LUZBEL: ¿Cuántas veces he dicho a los padres que Dios? ANTOLÍN: La boca me tapa. Allí vienen unos pobres. LUZBEL: ¡Ah, hermanos! ANTOLÍN: ¿Por qué los llama? Déjelos; que andan buscando sitio para su matanza. LUZBEL: Lleguen, hermanos. ANTOLÍN: Si aquí no podemos darles nada, ¿qué los quiere? LUZBEL: Si tuviere necesidad, no faltara.
Salen tres POBRES
POBRE 1: Nuestro santo limosnero es. POBRE 2: Padre mío. POBRE 3: Bien haya quien por nuestro bien le trajo a Luca. LUZBEL: (Y por mi desgracia.) Aparte ¿Comieron en el convento? POBRE 1: Llegamos tarde. ANTOLÍN: Eso es trampa; que a los tres, y yo presente, les dieron hoy su pitanza. POBRE 1: Pero tengo seis chiquillos y a mi mujer en la cama. ANTOLÍN: Si de esa suerte procrea, ¿quién a sustentarlos basta? POBRE 2: Pues yo tengo nueve, y nunca sale mi mujer de casa porque es manca y es tullida. ANTOLÍN: Nueve ha parido, ¿y es manca? Váyanse con sus mujeres a una isla despoblada; que en poco tiempo pondrán un ejército en campaña. POBRE 3: Yo no tengo hijo ninguno; mas tengo un padre que pasa de noventa años. ANTOLÍN: En vano refieren aquí sus plagas; vayan después al convento. LUZBEL: Mucho siento que no traiga, hermano, algún regalillo para la que está en la cama enferma. Mírelo bien, ANTOLÍN: ¿Qué he de mirar? ¿Es matraca? LUZBEL: Pues yo los llamé y es fuerza que lleven algo... ANTOLÍN: Pues haga que una docena de cuervos en los picos se lo traigan; que aquí no hay otro remedio. LUZBEL: Sí habrá. Tengo confïanza y a sus mangas eche, hermano, la bendición. ANTOLÍN: (No hay humanas Aparte diligencias contra este hombre. Él me vio comer.) LUZBEL: ¿Qué aguarda? ANTOLÍN: Mejor será que eche el padre la bendición a sus mangas y deje las manganetas. LUZBEL: No me replique palabra, porque haré... ANTOLÍN: Ya le obedezco; pero de tan mala gana que no será de provecho. LUZBEL: La bendición ya está echada. Mire ahora lo que el cielo envía. ANTOLÍN: No envía nada. Güero salió este milagro. LUZBEL: No gaste conmigo chanzas. Saque de la manga izquierda medio pernil, que ése basta para ese pobre y su padre. ANTOLÍN: Aquí no hay remedio. POBRE 2: ¡[Extraña] maravilla! POBRE 3: Sí, por cierto. LUZBEL: Cocido está. POBRE 1: ¡Cosa rara! ANTOLÍN: (Y aun digerido estuviera Aparte si un instante se tardara el padre.) LUZBEL: Déle a ese pobre. ANTOLÍN: Mejor es que le reparta entre los tres. LUZBEL: No le pido consejo. Déle a Dios gracias, y tenga fe. ANTOLÍN: (Los milagros Aparte como éste se obran con mala.) LUZBEL: Désele, pues. POBRE 2: Venga. ANTOLÍN: Tome. (Y mal provecho te haga.) Aparte LUZBEL: Para este pobre que tiene a su mujer en la cama, saque una polla. ANTOLÍN: Si hay polla que quede repuesta basta. LUZBEL: Ya le he dicho... ANTOLÍN: No se enoje. (¡Los diablos lleven tu alma!) Aparte Aquí está ya. Tome. POBRE 1: Y viene cocida y salpimentada. ANTOLÍN: (La salpimienta se vuelva Aparte solimán.) LUZBEL: Una empanada que tiene dentro un gazapo y está en la derecha manga, saque al momento. ANTOLÍN: Laus Deo. Tome. POBRE 3: Quien con Dios alcanza tanto, eternamente viva. LUZBEL: (Ésa es mi mayor desgracia.) Aparte Saque un pan. POBRE 1: Un pan es poco. ANTOLÍN: No hay más. POBRE 1: Habrá sido mala la cosecha, pues no envían más de un pan. POBRE 2: Pan no nos falta. POBRE 3: Mucho nos dan, porque este año le abarató la abundancia. ANTOLÍN: Pues tierras hay que, aunque fuera un pan cada gota de agua, lloviendo a pedir de boca el pan no se abaratara. POBRE 1: Padre, ¿habrá un trago de vino? ANTOLÍN: ¿Vino también? ¡Calabaza! LUZBEL: Pues saque una. ANTOLÍN: Padre mío, advierta que es cargo de alma. Déjele para las misas; que es vino del cielo. LUZBEL: En casa tienen de ese propio vino. ¿Qué espera? La calabaza les dé. ANTOLÍN: Tomen; que mejor les diera calabazadas. LUZBEL: Ya se pueden ir. POBRE 2: Primero nos deje besar sus plantas. LUZBEL: Apártense allá. POBRE 3: No quiere que le agradezcamos nada. LUZBEL: Váyanse. POBRE 2: Adiós, padre mío, (¡No vi aspereza tan santa!)
Vanse [los POBRES]
LUZBEL: Diga, ¿parécelo justo hacer despensas las mangas de un hábito tan sagrado? ANTOLÍN: Padre... LUZBEL: No me diga nada. ANTOLÍN: Por amor de Dios le pido que de esto se sepa nada ningún religioso, y déme su caridad mil patadas. LUZBEL: No lo sabrán, pero haré, si de enmendarse no trata, que el padre Guardián le envíe sin el hábito a su casa o choza, donde comía después de estar con la azada trabajando todo el día, unos tasajos de cabra. En el refectorio coma cuanto le pidiera el ansia de su vil naturaleza; que hasta que la satisfaga le traerán lo que pidiere; mas no ha de tomar ni aun agua en otra parte. Y advierta que no se me esconde nada. ANTOLÍN: Digo, padre fray Forzado, que haré todo lo que manda. LUZBEL: Ya va llegando a la quinta Ludovico con Octavia. ANTOLÍN: ¿Desde aquí los ve? LUZBEL: Mi vista mucho más lejos alcanza. Camine, Antolín, que allá le aguardo. ANTOLÍN: ¿Que allá me aguarda? Pues, ¿no iremos juntos? LUZBEL: No; que cuando del coche salgan es fuerza hallarme presente. ANTOLÍN: Pues si hay una legua larga, ¿cómo ha de llegar a tiempo? LUZBEL: A mí un instante me basta.
Vase
ANTOLÍN: ¡Jesús mil veces! El viento le llevó. Ya no me espanta; que, sin haberle yo visto, tan cerca de mí llegara ni que por extenso viera cuanto traía en las mangas; mas pasarme todo un día comiendo una vez es chanza y, supuesto que no hay parte de su vista reservada, como me lo fueren dando lo esconderé en mis entrañas.
Vase. Salen FELICIANO y CELIO
CELIO: Si dices que te ha avisado Juana de que receloso está ese hombre, ¿no es forzoso creer lo que ha recelado si en su quinta estás primero que él llegue? FELICIANO: O es cierto o no lo que Juana me avisó. Si es cierto, por caballero, por primo suyo y amante a Octavia debo librar. CELIO: ¿Y quién te ha de asegurar de si es cierto? FELICIANO: Su semblante; que si es cierto que ha sabido con verdad lo que ha pasado, yo soy el que le ha agraviado; que Octavia no le ha ofendido. Y viéndome solo aquí, puesto que tiene valor, o yo lograré mi amor o él se vengará de mí. Con los caballos espera, de esos robles encubierto. CELIO: ¿Por qué, si quedó Roberto con ellos? FELICIANO: Porque pudiera, si estamos dos, encubrir su intención, si es que la tiene; mas ya la carroza viene. Sin duda quieren salir de ella porque se ha parado. Vete. CELIO: Acechando estaré y si importase, saldré; pero ten mucho cuidado que es fiero. FELICIANO: Él lo da a entender; pero de esto mismo infiero lo contrario; que no es fiero quien lo quiere parecer; mas ganaré por la mano si al verme muda el color. CELIO: El plomo lo hará mejor.
Sale LUZBEL
LUZBEL: ¿Adónde vais, Feliciano? FELICIANO: Padre... CELIO: ¿Por dónde ha venido el santo? FELICIANO: (Admirado estoy Aparte y turbado.) Padre, voy... LUZBEL: Ya sé lo que os ha traído. Y no es justo que me espante querer en esta ocasión cumplir con la obligación de caballero y amante; pero no paséis de aquí. Volveos por la arboleda sin que Ludovico pueda veros, y dejadme a mí; que vos podréis en rigor, si os ayudare la suerte de Octavia excusar la muerte, mas no quitándola el honor; pues quien aquí me ha envïado, vida y honor le dará y a su esposo templará. Bien podéis ir confïado. FELICIANO: Advierta su caridad que este hombre le ha de perder el respeto, y puede ser que le arroje su maldad a otro mayor desvarío. LUZBEL: Trayendo yo, Feliciano, orden de Dios, no hay humano poder que resista el mío. CELIO: Presto; que el coche han dejado. FELICIANO: Ya le obedezco gustoso, varón santo. CELIO: ¡Prodigioso! En fin, de Dios envïado.
Vanse
LUDOVICO: Señor, si por tantos modos podéis vos librar del riesgo a esta mujer, y también reducir a ese protervo, rebelde, avariento monstruo sólo con el querer vuestro, pues redujo la codicia del publicano Mateo, ¿por qué a mí me lo mandáis sabiendo vos que no puedo? Pero ya los dos se acercan y Octavia, aunque con recelo, viene animosa, fïada del justo devoto afecto que a la siempre virgen pura tiene. Que la ampare creo; que inocencia y fe aseguran que es ya divino el empleo. Mas ya llegan.
Salen LUDOVICO y OCTAVIA
OCTAVIA: ¿Para qué, cuando tan cerca tenemos la quinta, el coche dejamos? LUDOVICO: Pero eso mismo le dejo. LUZBEL: (Por causarle más espanto Aparte hasta que quiera su intento ejecutar, no ha de verme, y entonces me pondré en medio.) LUDOVICO: Que sólo te traje, Octavia para dejar satisfecho mi agravio en tu infame vida. OCTAVIA: Tú te agravias en creerlo, porque yo no te he ofendido ni aun con solo el pensamiento; que si le hubiera tenido, bastante lugar y tiempo tuve de ponerme en salvo; pues de tu falso recelo me envió el cielo el aviso con el padre limosnero de San Francisco. LUDOVICO: Pues ya ni ese mágico ni el cielo de mí han de poder librarte. OCTAVIA: Escucha. LUZBEL: Tente, blasfemo; que si permisión tuviera de quien por fuerza obedezco, yo solo te convirtiera en cenizas con mi aliento. LUDOVICO: Tus descompuestas palabras confirman que tus portentos son en virtud del demonio; pero lograré mi intento, a tu pesar, con su muerte. LUZBEL: La tuya verás muy presto si no le pides perdón a Dios, y repartes luego en los pobres tus tesoros, pues tienen más parte en ellos que tú. LUDOVICO: ¡De cólera rabio! Encantador, embustero, ¿dónde te escondes? OCTAVIA: ¡Señora, pues vos sabéis que no tengo culpa, libradme de este hombre! LUZBEL: Advierte, pecador ciego que está tu fin muy cercano. LUDOVICO: Sombra o fantástico cuerpo, si amenazas, ¿por qué huyes? Mas vengaré por lo menos en esta mujer mi agravio.
[Le mata a OCTAVIA con su espada]
LUZBEL: Detente. OCTAVIA: Sin culpa muero. ¡Virgen, dadme vuestro amparo!
Cae como muerta
LUDOVICO: ¡Muere, infame!
Vase
LUZBEL: Pues, Eterno Señor, ¿cómo me impedís que con impulso violento guarde de Octavia la vida, pues de otra suerte no puedo? Ya dejándola por muerta, vuelve a la carroza el fiero homicida.
Sale fray ANTOLÍN
ANTOLÍN: Padre mío, ¿qué ha sucedido, que huyendo va Ludovico? LUZBEL: Su vista le informará del suceso. ¿No ve a Octavia en ese campo? ANTOLÍN: ¡Jesús! Pues, ¿no llegó a tiempo de impedirlo? LUZBEL: A tiempo vine, mas sin duda fue decreto soberano. ANTOLÍN: ¿No la absuelve? LUZBEL: Ya expiró; pero ¿qué es esto? ANTOLÍN: ¿De qué se ha quedado absorto? LUZBEL: Confuso estoy. ANTOLÍN: Vamos presto, y llevémosla a la quinta. LUZBEL: (Algunos de sus portentos Aparte quiere obrar Dios con Octavia.) ANTOLÍN: ¿A qué aguarda? Vamos presto. LUZBEL: Que ni al infierno ha bajado el alma, ni subió al cielo, ni ha entrado en el purgatorio, y naturalmente ha muerto. ANTOLÍN: Pues hace tantos prodigios por cosas que importan menos, a esta dama resucite, pues a sus ojos la han muerto; que es milagro obligatorio. (Ahora sabré de cierto Aparte si éste es santo o es demonio; mas orando está.)
Baja en la tramoya que mejor parezca, una niña que haga la Virgen, acompañada de ángeles y llega hasta OCTAVIA y tócala con las manos
LUZBEL: (Ya veo Aparte de mi duda el desengaño; que, haciendo la tierra cielo, cercada de querubines, baja la madre del Verbo, la ocasión de mi delito, la causa de mi destierro. ¿Que sola una devoción que os tiene--¡de mí blasfemo!-- a tanto extremo os obligue? Pues, ¿quién no es devoto vuestro de cuantos a Dios conocen si no es yo, porque no puedo?) ANTOLÍN: (Con Dios, sin duda, está hablando; Aparte que hace visaje y gestos como suelen las beatas.) LUZBEL: (¡Oh, reniego de mí mesmo! Aparte
Póstrase
Postraréme a pesar mío pues a la opresión que tengo me añade el Criador que sea testigo de mi tormento.) ANTOLÍN: Padre, padre, ¿con quién habla? ¡Jesús mil veces! El fuego que arroja me ha chamuscado. Si acaso no es diablo, es cierto que es alma del purgatorio. LUZBEL: (Ya llega al cadáver yerto. Ya con sus divinas manos la toca, y a un mismo tiempo el alma a su mortal cárcel vuelve, y el vital aliento. Ya vuelve a ocupar su trono y ya su guardia, tendiendo las cuchillas de las alas,
Tocan, y vuelve a subir en la misma tramoya
cortan con su Reina el viento.) Levante del suelo a Octavia, hermano. ANTOLÍN: Solo no puedo; que pesa mucho un difunto. LUZBEL: Viva está. ANTOLÍN: Como mi abuelo. LUZBEL: Haga lo que le digo sin replicar. ANTOLÍN: Mas, ¿qué veo? ¡Voto a tal, que se revuelve!
Salen FELICIANO y CELIO
FELICIANO: Si tú le viste corriendo y solo, muerta es Octavia; pero aunque la oculte el centro de la tierra... LUZBEL: Feliciano, reportaos. FELICIANO: De vos me quejo más que del vil Ludovico. OCTAVIA: ¡Qué soberano consuelo! Mas, ¿qué es lo que estoy mirando? ANTOLÍN: Pues aquí no hay embeleco santo es a macha-martillo. FELICIANO: ¿Octavia mía? LUZBEL: Teneos, Feliciano. OCTAVIA: Padre mío, déjeme que bese el suelo que pisa. LUZBEL: Apartad, señora; que la que es Reina del Cielo os dio la vida. OCTAVIA: Y también su intercesión. LUZBEL: (Esto siento Aparte más que todas mis desdichas.) OCTAVIA: Que salgáis de Luca os ruego, Feliciano. FELICIANO: Y aun de Italia toda salir os prometo si os volvéis con vuestro padre. LUZBEL: Hay mucho que hacer primero que de su ausencia se trate; quede este caso secreto por dos días, que conviene. Vos, Feliciano, volveos a la ciudad; que yo a Octavia pondré donde esté sin riesgo. FELICIANO: Preciso es que obedezca; pero, ¿no sabré primero lo que ha pasado? LUZBEL: Mañana que lo sepáis os prometo. Idos y llevad sabido que ha importado este suceso mucho a vuestro amor. FELICIANO: Alegre con esta esperanza vuelvo.
Vase
LUZBEL: Venid conmigo, señora; que esta noche por lo menos en casa de una devota nuestra quedaréis; que luego dispondrá lo que gustare. OCTAVIA: Yo, padre mío, no tengo que disponer; mi albedrío a la elección suya dejo. LUZBEL: Vamos; que por el camino sabrá quién del suyo es dueño. OCTAVIA: Vamos.
Vase
LUZBEL: Antolín, camine. ANTOLÍN : Padre, de hambre no veo; por pan me llego a la quinta. LUZBEL: Camine; que en el convento comerá. ANTOLÍN: Padre, una legua es para mí mucho trecho y el estómago se afila. LUZBEL: Pues para que coma luego, yo haré que solo de un salto a la puerta del convento se ponga. ANTOLÍN: Téngase, padre. LUZBEL: Mire si quiere... ANTOLÍN: No quiero. Ya se me quitó la hambre. LUZBEL: Pues ande, y tenga por cierto que es mi poder más que humano. ANTOLÍN: Pues, ¿por qué me advierte de esto? LUZBEL: Porque me ha de hallar muy cerca cuando me juzgue muy lejos. Camine. ANTOLÍN: Vuelvo a mi duda, porque no hay santo soberbio.
Vanse

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

El diablo predicador, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002