TODO ES VENTURA

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE PRIMERA DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Madrid; Juan González, 1628). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don ENRIQUE, TELLO y TRISTÁN
ENRIQUE: Tello... TELLO: Señor ... ENRIQUE: Ya ha logrado la Fortuna su intención, pues mi larga pretensión me ha traído a tal estado, que no puedo sustentar los crïados que solía. TRISTÁN: Negocio que cada día sucede en este lugar.
A TELLO
ENRIQUE: Grande es Madrid. Muchos buenos con quien medres hallarás; no puedes esperar más ya de mí que ir siempre a menos. Obligado estoy de ti; conmigo te has de perder. Ningún bien te puedo hacer como apartarte de mí. Sólo ya en mi compañía quedará agora Tristán, y según mis cosas van, presto llegará su día. TRISTÁN: No llegará--¡vive Dios!-- que aunque despedirme quieras por pobre, donde tú mueras hemos de morir los dos. TELLO: Sin razón me has despedido; que también moriré yo, si está en eso. ENRIQUE: No harás, no; que eres tú menos sufrido.
A TRISTÁN
Yo sé bien de qué manera te fatigas si algún día falta el sustento. ¿Qué haría si en un año no lo hubiera, como de mi pobre estado es ya forzoso temello? Tú te ves agora, Tello, de ese vestido adornado. No tienes más que esperar; porque si roto lo ves, ni hallarás amo después, ni yo te lo podré dar. TELLO: Habréte de obedecer, pues es mi fortuna escasa; porque a "salte de mi casa" no queda qué responder.
Yéndose don ENRIQUE
ENRIQUE: Lo que puedo asegurarte es que si el cielo algún día colma la esperanza mía, tendrás en ella gran parte. TELLO: Guárdete Dios; que lo creo de ti todo; y quiera Amor que con Belisa, señor, logres tu justo deseo.
Vase don ENRIQUE
TRISTÁN: Tello, adiós. TELLO: Tristán, adiós. TRISTÁN: Él sabe que voy sentido de ver que haya dividido la Fortuna así a los dos.
Vase TRISTÁN
TELLO: ¡Bueno habéis quedado, Tello, sin amo y sin un real, sumado todo el caudal en un vestido y un cuello! Amigo no lo tenéis, ni aun conocido en la corte; pues si a dueño que os importe entrar a servir queréis, ¿que poderoso señor para ello os ha de ayudar, si en Madrid se ha de alcanzar hasta el servir por favor?
Salen doña LEONOR y CELIA, con mantos, tapadas, y un GALÁN
TELLO: (De un coche se han apeado Aparte dos damas solas, a quien quizá, como a mí, también saca su tristeza al Prado. Con ellas quiero un momento mis desdichas olvidar; mas no teniendo qué dar, me falta el atrevimiento. Ya se ha llegado a coger otro la ocasión. GALÁN: El velo que niega el hermoso cielo, señora, habéis de correr; que ninguna cosa es bella entre la tiniebla obscura. LEONOR: Galán, ni tengo hermosura, ni a vos os importa vella; y la mayor cortesía que hacerme agora podéis, es que solas nos dejéis.
Sale don ENRIQUE y TRISTÁN, y hablan aparte los dos
ENRIQUE: En el talle y bizarría es ella. TRISTÁN: Como la noche su manto empieza a tender, no la puedo conocer; mas puesto que partió el coche de cas de Belisa, es llano que es ella. ENRIQUE: Seguirla quiero.
Al GALÁN
LEONOR: Ya os vais pasando al grosero del limite cortesano. GALÁN: No os espantéis; que yo os veo tan constante en porfïar, que habéis venido a trocar en tema ya mi deseo. Que estar tan endurecida cuando yo por veros lucho muestra que os importa mucho no ser de mí conocida; y eso mismo viene a ser causa en mí de más porfía. Perdonad, si es grosería; que os tengo de conocer. LEONOR: ¿Atrevéisos por estar tan solas? GALÁN: Lo mismo fuera si el mundo todo viniera a querérmelo estorbar.
Va a destaparla por fuerza
LEONOR: ¡Villano! ¡Desvergonzado! ENRIQUE: Aquélla es ya demasía. TRISTÁN: ¿Adónde vas? Que podría, señor, haberte engañado el pensamiento, y no ser Belisa. ENRIQUE: Aunque no lo sea, soy noble, y basta que vea injuriar una mujer. TRISTÁN: Hombre de poco dinero no lo quisiera rijoso. GALÁN: ¡Acabad ya! ¡Qué enfadoso resistir!
Acercándose al GALÁN y a LEONOR
ENRIQUE: ¡Ah, caballero! No es bien hecho descubrir una dama a su despecho. GALÁN: Cuanto yo hago es bien hecho, y quien osare decir lo contrario, miente.
Sacan los dos caballeros las espadas y éntranse riñendo
LEONOR: ¡Ay, Dios! CELIA: En esto pudo parar un tan necio porfïar.
TELLO saca la espada
TELLO: ¡Oh, que bien riñen los dos!
Éntrase TELLO; cae dentro el GALÁN
GALÁN: ¡Muerto soy! Dentro CELIA: Presto pagó su delito el desdichado. TRISTÁN: ¿No hubiera aquí otro crïado con quien me matara yo?
A TELLO o a don ENRIQUE, que vuelven a salir
LEONOR: Mirad por vos, caballero. ENRIQUE: La noche me ha de ayudar.
Vase don ENRIQUE y TRISTÁN con él
TELLO: La justicia ha de llegar, y al que topare primero ha de ser el delincuente. quiero quitarme de aquí.
Vase TELLO
LEONOR: Ya la justicia--¡ay de mí!-- ha acudido, y diligente buscando va al homicida. Válgale la obscuridad. ¡Cielos, a un hombre ayudad que me deja agradecida!
Sale el DUQUE
DUQUE: Hermosa doña Leonor, ¿qué es esto? LEONOR: Sin duda el cielo por fin de mi desconsuelo os trajo agora, señor. Un hombre aquí descortés por fuerza verme quería el rostro, y su demasía otro, que no sé quien es, con la espada castigó; y la justicia al momento llegó, y va en su seguimiento. Duque, la causa soy yo. Si es verdad que me estimáis mostradlo agora; librad a quien vida y libertad arriesgó por quien amáis. DUQUE: ¿Por dónde va? LEONOR: Hacia la calle de Alcalá. DUQUE: Tu amante soy. No te aflijas, que yo voy, bella Leonora, a libralle.
Vase el DUQUE
LEONOR: ¡Plega a Dios que a tiempo llegues que le valga tu favor! CELIA: No hay cosa como un señor por amante. No me niegues que es gran gusto ser amada, señora, de un hombre tal, que pueda en un lance igual hacer una señorada. LEONOR: Celia, si las voluntades no mueve la inclinación, de poca importancia son provechosas calidades. De un hombre viviera yo con gran gusto enamorada, como el que ahora la espada en mi defensa sacó. ¡Con qué bizarro ademán y airosa resolución dio en un punto información de valiente y de galán. CELIA: ¿Y conoceráslo? LEONOR: No; que aunque la luz me ayudara, para no verle la cara la turbación me bastó. CELIA: ¿Si alcanzase en un instante, sin haberlo pretendido, éste lo que no ha podido el duque en siglos de amante? LEONOR: ¡Calla, necia! CELIA: (¡Plega a Dios, Aparte no conocido homicida, que con una misma herida no hayáis muerto a más de dos!)
Vanse doña LEONOR y CELIA. Salen un ALGUACIL con GENTE, asido de TELLO; luego, el DUQUE y FABIO
TELLO: ¿No ha de valer la verdad? ALGUACIL: ¡Eso es bueno! TELLO: ¡Santo cielo! A vuestra justicia apelo.
Salen el DUQUE y FABIO
DUQUE: Hidalgo... ALGUACIL: ¿Quién es? DUQUE: Parad. El duque Alberto. ALGUACIL: Señor, ¿qué me manda vueselencia? DUQUE: Qué es esto? ALGUACIL: De una pendencia llevo preso al agresor, que en este punto en el Prado una muerte ha cometido. TELLO: Favor, gran señor, os pido; que el Alguacil se ha engañado. ALGUACIL: Mirad si es causa bastante ver que apriesa se apartaba del lugar en que dejaba hecho un daño semejante, y hallar cuando le alcancé que lleva, señor, la espada, como veis, desenvainada. TELLO: A poner paz la saqué. ALGUACIL: Pues, ¿por qué íbades huyendo, si decís verdad, de mí, sin culpa? TELLO: Porque temí lo que me está sucediendo. DUQUE: Aunque en este caso veo que tenéis bastante indicio para ejercer vuestro oficio justamente, también creo que está sin culpa este hidalgo; mas que esté inocente o no, ya estoy de por medio yo, y si puedo con vos algo, le habéis de dar libertad. ALGUACIL: Vueselencia manda cosa, no sólo dificultosa, pero imposible. DUQUE: Acabad; que por mí lo habéis de hacer, por más que imposible sea. ALGUACIL: Señor, vueselencia vea que será echarme a perder. DUQUE: A ser vuestro defensor me obligo. ALGUACIL: ¡Un necio fïara en eso, y aventurara quietud, hacienda y honor! DUQUE: Acabad, pues; lo que os pido haced ya. Dejad el preso, y advertid que vengo a eso resuelto, si comedido; que me lo ha mandado así quien puede; y puesto que ya lo intenté, fuerza será acabar lo que emprendí. ALGUACIL: En fin, ¿viene vueselencia determinado? DUQUE: Si el suelo pidiese rayos al cielo con que hacerme resistencia, le ha de valer mi favor. ALGUACIL: Pues menor inconveniente es librar un delincuente que indignar a un gran señor. ¡Dejadle!
Los que rodeaban a TELLO le dan paso y se van
Su espada es ésta.
Se la da
DUQUE: Sois cortesano y discreto, y que no os pese os prometo, si cuanto tengo me cuesta. Y responded, si la fama culpare este desconcierto, que os lo mandó el duque Alberto, y al duque Alberto una dama. ALGUACIL: Mostráis vuestro gran valor.
Vase el ALGUACIL
DUQUE: Tu, Fabio, volando lleva a mi Leonora esta nueva. FABIO: Alas me dará tu amor.
Vase FABIO
TELLO: Las plantas besaros quiero. DUQUE: Levantad, por vida mía; que el valor y cortesia dicen que sois caballero. Dadme esos brazos, en quien tiene el pecho aprisionado el valor que hoy han mostrado. TELLO: Aunque me estuviera bien ser yo el autor de la hazaña por quien pretendéis honrarme y a esos brazos levantarme, por Dios, señor, que se engaña vuestra excelencia en pensar que yo le maté. DUQUE: ¡Esto sí! Yo quiero el valiente así, que sepa hacer y callar. Solos estamos. Mirad que mi amistad ofendéis, y por más que lo neguéis, sé que es ésta la verdad. Y así pretendo saber quién sois; que un amigo quiero daros en mí verdadero. TELLO: (¿Al fin tengo yo de ser Aparte valiente por fuerza? Sí, vaya. ¿Qué puedo arriesgar? Quizá me viene a buscar la Fortuna por aquí.) Tened por cierto, señor, que puede en mi pensamiento más que el más grave tormento la fe de vuestro valor; que de un verdugo, hasta dar el alma, pedazos hecho, supiera callar mi pecho lo que me hacéis confesar. Fernán Tello de Meneses, excelso duque, es mi nombre; Cádiz mi patria, mis padres, tanto como hidalgos, pobres. Luego que la juventud me ciñó al lado el estoque, fui soldado de la flota que los indios mares corre. Tres veces de Nueva España pisé los preñados montes, cuyos partos enriquecen de plata los españoles; y nunca de sus tesoros vi que una parte me toque; que también van a las Indias las desdichas con los hombres. Con esto determiné mudar de mi vida el orden; que en largas enfermedades se han de mudar las regiones. A Madrid vine buscando la fortuna; conocióme un indiano caballero que está aquí en sus pretensiones, y supuesto que no pierden de su calidad los nobles en servir, y que no tuve otro remedio en la corte, entré a servirle ha seis meses; y él esta tarde sacóme triste hacia el Prado, y en él me dijo en breves razones lo mismo que yo sabía, y es que ya se ve tan pobre, que es fuerza que de los gastos lo más que pudiere acorte. Quedé sin amo y sin gusto, cuando al venir de la noche, de un coche al Prado salieron dos damas, solas. Llegóse un importuno galán, y entre promesas y amores hizo fuerza en descubrirlas, hasta que el manto les rompe, hasta que le llaman necio, hasta que riñen a voces, hasta que en efeto falta la paciencia a quien las oye; que el ver damas ofendidas y descomedido un hombre el castigo apresuró del poco dichoso joven, a quien, como di la muerte con tan justa causa entonces, le diera la vida agora, pues él hizo que yo goce de haceros aquel servicio y alcanzar estos favores. DUQUE: ¿De modo que habiendo visto que estimé aquella desorden, lo negábades? ¡Qué bien vuestro valor se conoce! En vos, Tello, no han entrado las costumbres de la corte; que en ella los lisonjeros que cercan a los señores, diciendo lo que no hacen, en obligación los ponen; y vos negáis lo que hacéis --prueba de valiente y noble. TELLO: Vos me honráis como quien sois. DUQUE: Levantad, y si en la corte habéis de servir, haced lo que la suerte dispone, pues estos sucesos quieren que a mí ese cargo me toque. TELLO: Dadme la mano por quien soy dichoso. DUQUE: Gentilhombre sois de mi cámara, Tello. TELLO: El cielo esos años logre. DUQUE: Esto es comenzar. Mercedes esperad de mí mayores.
Vase el DUQUE
TELLO: Prosigue lo que comienzas y acaba lo que dispones, Fortuna, pues por tu gusto dan este giro tus orbes.
Vase TELLO. Salen don ENRIQUE y TRISTÁN
TRISTÁN: Ni ellas supieron quién eras, ni tú quién eran supiste; sólo en el difunto triste no fueron tus obras hueras. ¿Sabes qué me ha parecido? Que en este caso presente lo mismo que al maldiciente poeta te ha sucedido. ENRIQUE: Di cómo. TRISTÁN: Que porque huya de la sátira la pena, por más que le salga buena, no puede decir que es suya; y después que la memoria y entendimiento ha cansado, se queda con el pecado, y no se lleva la gloria. Pues el mismo lance echaste. Pusiste en riesgo la vida, fuiste de un hombre homicida, y a nadie en ello obligaste. ENRIQUE: Como el coche se partió de cas de Belisa, fue con razón si me engañé. Ella la causa me dio; pero, ¿qué bien por Belisa pudo venirme? TRISTÁN: Esta vez de que fueras mal jüez lo sucedido me avisa; pues fuera sentencia aguda que si estaba tu querella en duda de si era ella, a él lo matases en duda. Mas con incierta ocasión hacerle tan cierta injuria más fue enamorada furia que justa resolución. ENRIQUE: En lugar de consolar, ¿es bueno, Tristán, reñir? TRISTÁN: Siempre ha sido el advertir el santelmo del errar. Mas, dime, ¿acaso has sabido quién era el muerto? ENRIQUE: Yo infiero, Tristán, que era forastero, de que no era conocido. TRISTÁN: Al punto lo vi, señor. ENRIQUE: Pues, ¿en qué? TRISTÁN: En que fue vencido que a ser en Madrid nacido, supiera reñir mejor. ENRIQUE: ¡Pobre mozo! No pensé matarle. TRISTÁN: Como a la herida no tomaste la medida, vínole muy grande. ENRIQUE: A fe que estás de gracia. TRISTÁN: Yo vi que no eran al pelear tus intentos de matar, mas tus estocadas sí. ¿Sabes lo del vizcaíno? ENRIQUE: Dílo, pues lo has comenzado. TRISTÁN: Tomó un arcabuz cargado y apuntóle a un su vecino. Dijo el otro, dando un grito, "Mira que me matarás." Y él respondió, "Queda estás; que yo tirarás quedito." ENRIQUE: ¡Bozal vizcaino! TRISTÁN: Creo, señor, que no era bozal. ENRIQUE: ¿Sino qué? TRISTÁN: Que estaba mal con su vecino; que veo muchos de esta condicion. Mas según lo que imagino, nadie tendrá mal vecino si él mismo no da ocasión. Vivir bien engendra amor; el pecado se aborrece. Pero, ¿qué es esto? Parece que doy en predicador. El marqués viene.
Salen el MARQUÉS y SANCHO
MARQUÉS: Pariente... ENRIQUE: Señor... MARQUÉS: ¿Qué habéis cometido, que os tiene aquí retraído? ENRIQUE: La desdicha es delincuente, y conociendo la mía, temo sin estar culpado. MARQUÉS: Decidme el caso. ENRIQUE: En el Prado me hallé, señor, aquel día, habrá cuatro, que a un mozuelo dieron muerte desdichada. Saqué en la cuestión la espada, y así con razón recelo --como al punto, apresurado huyó el agresor de allí-- que alguno me culpe a mí, malicioso o engañado; que las tinieblas obscuras a confundir comenzaban las cosas, y no dejaban ya discernir las figuras. Por esto en este convento estoy, Marqués, retirado; por esto os he suplicado que me veáis, con intento de encargaros que sepáis por medio de algún amigo si indicio, fama o testigo hay contra mí. MARQUÉS: Libre estáis. No paséis más adelante. ENRIQUE: Pues, ¿cómo sabéis, señor, que lo estoy? MARQUÉS: Al matador prendieron al mismo instante, y al alguacil lo quitó el duque Alberto, por ser gusto de cierta mujer que causa a la muerte dio. ENRIQUE: Besaros quiero los pies por la nueva que me dais. MARQUÉS: Pues según eso ignoráis lo que ha pasado después. ENRIQUE: Y me holgaré de sabello. MARQUÉS: El caso se publicó, y a su majestad le dio el alguacil cuenta de ello; y el rey le dijo, "A los dos todos os disculparan; que el duque anduvo galán, y anduvistes cuerdo vos." ENRIQUE: Tal sentencia, de tal seso. MARQUÉS: Sólo averiguar mandó quién fue la que le obligó al duque Alberto al exceso; y sabiéndose no dudo sino que lo pase mal. ENRIQUE. Mujer será principal quien al duque obligar pudo. MARQUÉS: ¡Plega a Dios no venga a ser la que pienso! ENRIQUE: Pues, señor, ¿os toca? MARQUÉS: Ya en mi temor lo podéis echar de ver. Venid conmigo; que es bien que me aconseje con vos, pues sois mi deudo. TRISTÁN: Por Dios, que aunque nos está tan bien la nueva que le ha traído a mi amo vueseñoría, me pesa a mi, que vivía con gran gusto retraído. MARQUÉS: ¿Gusto puede haber aquí como tener libertad? TRISTÓN: Si va a decir la verdad, otro hay mayor para mí. MARQUÉS: ¿Cuál? TRISTÁN: Comer. ENRIQUE: Necio, ¿comienza tu desvergüenza a afrentarme? TRISTÁN: Comienza, por no dejarme acabar de tu vergüenza. Si a un marqués deudo y amigo niegas tus necesidades, ¿qué aguardas? ¿Te persüades que habrá milagro contigo? Señor, ésta es la verdad. Después que está retraído en la Vitoria ha vivido, con la mucha caridad de estos padres, en la gloria; y sin duda que por eso pusieron el Buen Suceso tan cerca de la Vitoria. Y así es grande impertinencia irnos de aquí; que ha de ser forzoso, para comer, mendigar otra pendencia. MARQUÉS: Corrido, por Dios, estoy. Don Enrique, ni mostráis que por noble me estimáis, ni que vuestro deudo soy. ENRIQUE: Ved, señor, que ha gracejado Tristán, que es un hablador. TRISTÁN: No tiene ya mi señor, de pobre, más de un crïado, y ése sirve de bufón; que es lo mismo que tener un vestido solo, y ser con bordado y guarnición. MARQUÉS: Yo sé muy bien lo que pasa un pretendiente en Madrid. De aquí adelante os servid de mi mesa y de mi casa. ENRIQUE: Señor... MARQUÉS: A tan justo intento la cortedad no replique. Adereza a don Enrique, Sancho, en mi casa aposento. ENRIQUE: Vuestro pecho en todo muestra el ánimo liberal.
A TRISTÁN
MARQUÉS: Pasa tú la ropa. TRISTÁN: ¿Cuál? ¿La del huésped o la nuestra? Porque si la nuestra, digo lo que aquel sabio decía. MARQUÉS: ¿Y era? TRISTÁN: Que siempre traía toda su hacienda consigo.
Vanse. Salen LEONOR, BELISA y TELLO
LEONOR: Aquel día desdichado que en tu casa, amiga, estuve, y gusto y ocasión tuve de irme a pasear al Prado, fue Tello el valiente autor de la hazaña que he contado. BELISA: Con razón ha granjeado el del duque y tu favor LEONOR: Al duque debo y a Tello de dos gustos recompensa; a Tello el vengar mi ofensa y al duque el favorecello; si bien me lastima en parte castigo tan inhumano. BELISA: Pesada tienes la mano. ¡Dios me libre de enojarte! TELLO: Sin verla, influyó valor en mí la hermosa Leonora. LEONOR: (¡Quién te le influyera agora Aparte para merecer mi amor! ¡Oh, nunca justos efetos del ciego autor de crueldades! ¿Por qué igualas voluntades en desiguales sujetos?) TELLO: ¿Cómo te va de rigor con don Enrique, señora? BELISA: Tello, no ablanda el que llora a quien no mueve el Amor. LEONOR: ¿Quién es don Enrique, amiga? BELISA: Un honrado caballero que me quiere y no le quiero. LEONOR: ¡Falso Amor, que no se obliga de una afición verdadera! Lo mismo que tú padezco. A quien me quiere aborrezco. BELISA: Querrás a quien no te quiera. TELLO: Pues el duque mi señor, antes que parta de aquí, ha de recebir por mí de tu mano algún favor. LEONOR: Hasta aquí le he entretenido, viéndole perder el seso, por no obligarle a un exceso, dándole favor fingido. Digo favor en dejarme servir de él con tal medida, que ni me muestre ofendida, ni quiera de él obligarme. Y si le tengo de hacer por tan honrado tercero algún favor verdadero, desengañarle ha de ser. TELLO: No, señora. Si su daño no ha de remediar así, no pierda el gusto por mí en que le tiene su engaño.
Sale CASTRO
CASTRO: Hermosa doña Leonor, la justicia, sin dejar que te viniera a avisar, la escalera y corredor ha pasado, y llega ya a esta cuadra. TELLO: (¡Soy perdido! Aparte ¡Sin defensa me han cogido!) LEONOR: La justicia, ¿qué querrá en mi casa?
Salen algunos ALGUACILES
ALGUACIL: Perdonad que sin avisar entremos; que para hacerlo traemos orden, de su majestad; y si no soy más cortés, disculpa tiene el rigor; que es mal ministro de amor quien de justicia lo es. TELLO: (Pagaré yerros ajenos.) Aparte ALGUACIL: Un coche aguarda. Tomad el manto, y perdón me dad, Leonora. TELLO: (Del mal, lo menos.) Aparte LEONOR: ¡Yo presa! ¿Qué he cometido? Sacadme de confusión. ALGUACIL: Yo pienso que es la ocasión de esto el haberse sabido que la distes al suceso de aquella muerte del Prado, y que de vos obligado quitó el duque Alberto el preso. Y así mandan que a Alcalá os llevemos desterrada. LEONOR: (¿Hay mujer más desdichada? Aparte ¡Qué descolorido está Tello! Mas que quiere hacer algún desatino es llano; que es demonio en cuerpo humano, y me ha de echar a perder.) ¡Repórtate, por mi vida, Fernán Tello!
Habla aparte con él
TELLO: Pues, ¿qué hago? LEONOR: No, no, no me satisfago; la color tienes perdida. Yo te conozco. ¡Detente, no me suceda peor! TELLO: (De miedo estoy sin color, Aparte y piensa que de valiente.) LEONOR: Belisa, llégate aquí, ayúdamele a tener. TELLO: (¿Al fin yo tengo de ser Aparte valiente por fuerza? Sí, vaya.) No tengas temor; mas déjame hacer siquiera que estos dos sin escalera bajen desde el corredor. LEONOR: ¡Mirad si le conocí luego en el rostro el intento! TELLO: ¡Que tengan atrevimiento para haberse entrado aquí! ¡Suelta! LEONOR: ¡No te has de arriesgar, por vida del Duque! TELLO: ¡Tente; que ese freno solamente me pudiera reparar! LEONOR: ¡Ah! ¡Qué bien sobre el valor asienta la cortesía! (No en balde a mi pecho envía Aparte tantas centellas tu amor.)
A BELISA
Tú, si a compasión te obliga mi desdicha... BELISA: No habrá cosa para mí dificultosa si tú la quieres, amiga. LEONOR: Porque honor y autoridad contigo, Belisa, lleve, pues la jornada es tan breve, y tan larga la amistad, me acompaña, porque así tenga consuelo mi pena. BELISA: Leonor, a entrambas condena quien te ha condenado a ti, pues un alma y una vida es la nuestra. LEONOR: Tuya soy. Con eso aliviada voy. ALGUACIL: Vamos pues, si sois servida. LEONOR: Tello, adiós. TELLO: Voy al momento a dar al duque esta nueva, si a sus ojos no me lleva sin vida ya el sentimiento de ver que pases por mí, señora, tales rigores. LEONOR: Tello, tormentos mayores pasaré alegre por ti.
Vanse todos. Salen el DUQUE, MARCELO, FABIO y otro criado
DUQUE: Este cuidadoso fuego dentro del alma encendido, inquietud de mi sentido, turbación de mi sosiego, en el mismo corazón firmemente alimentado, tiene el pensamiento atado a la rueda de Ixíón. ¡Tan sin piedad me fatiga un desear importuno! ¡Hola! FABIO: ¿Señor? DUQUE: Cada uno para divertirme diga en qué ha gastado la tarde. ¡Que tenga mi amada prenda honor que me la defienda, y valor que me la guarde! ¡Vive Dios!... Hablad, decid, ¿qué habéis hecho? MARCELO: Yo, señor, salí a la calle Mayor, Sierra Morena en Madrid, pues allí roban a tantos mil damas ricos despojos, llevando armas en los ojos y máscaras en los mantos. Agradóme una tapada, y al punto desenvainó palabras con que me dio en la bolsa una estocada. Hízome sangre, y vertida gran parte del corazón --que los dineros lo son-- me dio otra mayor herida; pues cuando yo pienso en vano que el demás caudal me deja, me pidió para la vieja que llevaba de la mano. Aquí, señor, perdí pie, y dije, "A vos, porque os quiero, doy, señora, mi dinero; pero a la vieja, ¿por qué?" Ella dijo, "No hagáis cuenta de lo que acabáis de dar; que quien me ha de contentar ha de tenerla contenta." Yo dije, "De vos me aparto; que quiero mas, ¡vive Dios!, no cobrar lo que os di a vos, que dar a la vieja un cuarto." DUQUE: ¿Donde estuvistes vosotros? CRIADO: Yo en el Prado, y sólo vi andar de aquí para allí y mirarse unos a otros. DUQUE: ¿Tu, Fabio? FABIO: Yo en la comedia. DUQUE: ¿Pareció bien? FABIO: No, señor, con ser divino su autor; porque si no se remedia esta nueva introdución de los silbos, es forzoso que pierda el más ingenioso a los versos la afición. DUQUE: Comedias que no agradaron, nunca alcanzaron silencio, porque también a Terencio muchas en Roma silbaron. Cuando la comedia es buena, nadie ofenderla podrá que la muchedumbre da al malicioso la pena; porque al vulgo cortesano, en sabio, recto y agudo, abatir banderas pudo el auditorio romano.
Sale un PAJE
PAJE: Ya el camarero acabó tan prolija enfermedad. DUQUE: Mucho mal y mucha edad ¿que diamante no rindió? Téngale en el cielo Dios. FABIO: El gobierno que tenía, con el oficio, sería mi remedio. MARCELO: Y aun los dos viviéramos descansados; que servido por teniente, el gobierno solamente vale más de mil ducados. FABIO: Y mil el ser camarero. DUQUE: ¿Qué dices, Fabio? FABIO: Señor, que si algo puede el amor tan constante y verdadero con que tantos años ves que he vivido en tu servicio, el gobierno y el oficio de camarero me des. MARCELO: En antigüedad y amor, en asistencia y trabajo, yo pienso que me aventajo a cualquiera pretensor. CRIADO: Pues yo, señor, sólo digo que adviertas a quién prefieres, pues de mis servicios eres tú mismo el mejor testigo. DUQUE: Iguales méritos veo y servicios en los tres, y en mí para todos es igual también el deseo. Tres sois, los oficios dos. No quisiera, y es forzoso, dejar al uno quejoso. Alzad dejadme por Dios, que no es justo darme agora más penas y confusiones que me dan las dilaciones y tibiezas de Leonora. Pero, pues sabéis mi amor, y decís que los oficios dé a quien tenga mas servicios, para mi será el mayor darme alguna nueva tal que acreciente mi esperanza, y me prometa mudanza de su desdén y mi mal. Y al gentilhombre primero que a mi pasión amorosa haga con esto dichosa, los oficios darle quiero. MARCELO: Y las albricias valdrán dos mil ducados de renta.
A MARCELO
FABIO: De modo, por esta cuenta, que los premios no se dan hoy, conforme fuera justo, al que más y más fïel ha servido, sino a aquel que ha servido más al gusto. MARCELO: Habiendo el señor pagado el salario y la ración, sale de la obligación que le tiene a su crïado. Lo demás es equidad, no justicia, amigo Fabio, y no es el negar agravio cuando el dar es voluntad. CRIADO: Lo que importa es el favor de Leonora prevenir; que merecer es servir a contento del señor.
Sale TELLO, triste
DUQUE: Vengas, Tello, enhorabuena. TELLO: Bien venido no me des, supuesto que no lo es el que viene a darte pena. DUQUE: ¿Es de Leonora? ¿Que ha habido? Di; que el cuidado me abrasa. ¿Vienes, Tello, de su casa?, TELLO: Sí, señor, y ha sucedido... DUQUE: ¿Qué? TELLO: Ya ves en los indicios que te ha de pesar, señor. MARCELO: (¿Mala nueva y de Leonor? Aparte No empuñaréis los oficios.) DUQUE: Habla, acaba; que con eso nuevo tormento me das, pues paso de más a más los temores del suceso. TELLO: Pues la nueva desdichada es forzoso darte, ha sido que en este punto ha salido para Alcalá desterrada por el exceso del Prado tu Leonora triste y bella y Belisa va con ella; que su amistad la ha obligado a que pretenda aliviar así la pena que lleva. DUQUE: ¿Y ésa, Tello, es mala nueva? Los brazos te quiero dar. Pónganme el coche al momento, de camino. A mi Leonora sigamos, Tello; que agora espero verme contento. Éste es el medio mejor de conseguir mi esperanza, porque con esta mudanza pienso verla en su rigor; que en el camino, en la venta, en el campo, en la posada, vivirá menos guardada; y estando más descontenta, estimará mi afición por que sus penas consuele; que en las desventuras suele mudarse la condición. tendrá ocasión de servirla y a Belisa; que pues va con Leonora, ella podrá en mi favor persuadirla; que es la mejor tercería la de una amiga. No hubiera suceso en que más pudiera fundar la esperanza mía; y pues tú diste el primero tan feliz nueva a mi amor, tú eres ya gobernador, Fernán Tello, y camarero. FABIO: ¡Bueno, por Dios! TELLO: Esos pies me da, señor, a besar. DUQUE: Alza, Tello, a caminar.
A SUS COMPAÑEROS
MARCELO: ¡Buenos quedamos los tres! FABIO: Dio Tello en la coyuntura. CRIADO: ¡Paciencia! TELLO: (¡En lo que entendí Aparte dar pena, contento di! Todo, en efeto, es ventura.)
Vanse

FIN DEL PRIMER ACTO

Todo es ventura, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002