ACTO SEGUNDO


Salen por puertas diferentes don ILLÁN y don ENRIQUE
ILLÁN: ¡Don Enrique! ¿vos aquí? ENRIQUE: ¡Y vos aqui, don Illán! ILLÁN: Mis pretensiones darán respuesta en eso por mí. ENRIQUE: ¿Paréceos que vivo yo ajeno de pretender? ILLÁN: Al que honor y de comer en su patria el cielo dió, como a vos, nunca pensara que por servir y y rogar, sufrir, temer y esperar, el quieto gozar trocara. ENRIQUE: ésa, don Illán, creed que era moral elección; pero la humana ambición es una hidrópica sed. ¿Quién ha tenido reposo en el más feliz estado, y quién fuera desdichado si se juzgara dichoso? Demás de esto, ¿cómo puedo dejar de seguir mi norte? Si Blanca vino a la corte, yo, ¿qué he de hacer en Toledo? La causa hermosa a quien Dios hizo en mí tan eficaz, que por ella en dulce paz me reconcilié con vos, ¿No será eficaz también para que deje por ella mi patria? Patria es aquélla donde tiene amor su bien. Dadme que a los elementos sus centros se les mudaran, que al punto desampararan sus conocidos asientos. Blanca es el centro--¡ay de mí!-- en quien vivo y por quien muero, y el cielo móvil primero que me lleva tras de sí. No me impiden que la siga sus desdenes inhumanos; que es honra morir a manos de tan valiente enemiga. Suyo soy, suyo he de ser; que pues ya me he declarado, no queda partido honrado sino morir o vencer. ILLÁN: Don Enrique, pues sabéis que estoy yo de parte vuestra, aunque tan dura se muestra Blanca, no desconfiéis. Porfïad con sufrimiento, y obligad con firme fe; que o mis libros quemaré, o alcanzaréis vuestro intento. ENRIQUE: Otra vez os he escuchado eso mismo, don Illán; mas vuestras obras me dan indicios de otro cuidado; que si darme a Blanca es la íntención vuestra, decid, ¿ómo con ella a Madrid venís siguiendo al marqués? ¿Cómo queréis que colíja de esto mi bien, don Illán? Y en Toledo qué dirán de quien, pobre, con su hija sigue a un marqués, no pudiendo ignorar, pues nadie ignora, que don Juan a Blanca, adora? ILLÁN: Don Enrique, yo me entiendo. ¿Sabéis que Toledo soy? ENRIQUE: Y que nadie en calidad os excede. ILLÁN: Hasta la edad anciana en que agora estoy, ¿sabéis que haya yo sufrido un escrúpulo en mi honor? ENRIQUE: De nobleza y de valor sé que un espejo habéis sido. ILLÁN: Y en cuanto a prudente y sabio, ¿en qué opinión me tenéis? ENRIQUE: El nombre quitado habéis a Numa y a Quinto Fabio. ILLÁN: Y ¿cuál dará de los dos más acertado consejo? ¿Yo con muchas letras, viejo, o mozo y sin ellas vos? ENRIQUE: Don Illán, no me tengáis por tan ciego en mi ignorancia, que no entienda la distancia con que en todo me ganáis. ILLÁN: Pues si sabe más el loco en su casa que en la ajena el cuerdo, ¿por qué condena al sabio el que sabe poco? Por el honrado y discreto siempre está la presunción. Jamás acuséis la acción hasta ver de ella el efeto. A mí el recelar me toca si hablará Toledo o no; fïad que a su tiempo yo le sepa tapar la boca. Tanto por yerno os deseo como a Blanca vos. Callad, y el órden que os doy guardad, si en pacífico himeneo la amistad de entre los dos ver confirmada queréis... y jamás aconsejéis a quien sabe más que vos.
Vase
ENRIQUE: ¿Son trazas tuyas, Amor, a una esperanza perdida dar vida porque la vida dé materia a tu rigor? Cuando el desengaño veo, cuando Blanca me aborrece, ¿cómo remedios ofrece don Illán a mi deseo? Dicen que es mágico. Bien. En la magia, ¿hay potestad de obligar la voluntad y hacer favor del desdén? No; mas puede en las criaturas fingir varios accidentes; puede imitarlos ausentes con fantásticas figuras; Puédenos representar en un hora muchos años, y que ve pueblos extraños el que se está en un lugar; y así, pues al albedrío la causa extrínseca mueve para que elija o repruebe, que podrá poner confío, con engaño o con verdad, don Illán en los sujetos tales gracias y defetos, que muevan la voluntad. Pero, ¿cómo he de creer que para este intento importe traer a Blanca a la corte tras el marqués? ¿Puede ser? Pero, ¿qué estoy discurriendo? ¿Ciego y confuso me aflijo con dudas? él, ¿no me dijo, "don Enrique, yo me entiendo. O mis libros quemaré, o alcanzaréis vuestro intento." ¿No es noble? Pues, pensamiento, ceda la duda a la fe. Guardar sus órdenes quiero, y creer que cumplirá la palabra que me da, como tan gran caballero. él sabe el modo importante; no examine--que es error-- ni el crïado a su señor ni al que sabe el ignorante.
Sale CHACÓN
CHACÓN: Albricias, señor, te pido. ENRIQUE: Yo las mando. Habla, Chacón. CHACÓN: De la cruz del gran patrón la merced ha ya salido. ENRIQUE: ¿Qué picón, necio, me has dado? CHACÓN: Verdad es, por Dios. ENRIQUE: Pensé que del dueño de mi fe me dabas algún recado. CHACÓN: A lo ménos puede ser que a su esquivo corazón esta nueva dé ocasión de comenzarte a querer, y por servirte, di ya noticia de ello a Lucía. ENRIQUE: ¿Luego la enemiga mía ya lo sabrá? CHACÓN: Claro está. ENRIQUE: Ven; que visitarla quiero, para ver si en su crueldad han causado novedad estas nuevas. CHACÓN: Yo lo espero, aunque gran dicha sería; que está por el cielo el mar. ENRIQUE: ¿Cómo? CHACÓN: Empecé a requebrar, como trazaste, a Lucía, y hablóme con más desdén que te trata Blanca a ti. ENRIQUE: Desdicha aprendes de mí. CHACÓN: Que anda de amores también con Tristán, sospecho yo, secretario del marqués, que ya es don Tristán, después que su amo enmarquesó; y como a privar empieza con el rey don Juan, y trata de darla mano a la ingrata, efeto de su belleza, de suerte ha vuelto el jüicio de las dos la vanidad, que tienen más gravedad que un rüin puesto en oficio. ENRIQUE: ¡Ah, cielos! Mas ¿qué, me aflijo? Vamos; que no desespero; que es don Illán caballero, y cumplirá lo que dijo.
Salen doña BLANCA y LUCÍA
LUCÍA: Ya te juzgo excelencia, y ya en el rico estrado, de colunas de plata rodeado, contemplo tu presencia con tan rara hermosura, que juzguen corta tu mayor ventura. Ya en la cubierta silla, concha feliz de perla tan preciosa, te miro acompañar de la cuadrilla noble sirviendo, y trabajando ociosa, de cien gentileshombres que sólo alcanzan dones en sus nombres. Ya te pinto... BLANCA: ¡Ay Lucía! ¡Qué diestra supo la fortuna mía a tan feliz suceso oponer el infausto contrapeso! ¿Qué importa que en sereno y claro día el leño alado y leve amigo viento en mar tranquilo lleve si en la noche vecina, que envuelta en sombras de terror camina, Neptuno embravecido y airado Bóreas con feroz bramido amenazan su náufraga rüina? ¿Qué importa que el pavón, desvanecido con los matices de luciente pluma, arrogante presuma, si entre la pompa vana de la rueda inconstante, las basas de la máquina liviana, que en forma inelegante a los ojos se ofrecen, ruedas deshacen, pompas desvanecen? ¿Qué importa que me anime el aplauso sublime del trono ya vecino, si en medio de estas glorias, importunas memorias de las deformes faltas que imagino en mi esposo esperado, mezclan acibar al mejor bocado? LUCÍA: No puede dar el suelo felicidad colmada. Mas esfuerza el consuelo; que tu suerte aun así será envidiada. (No me atrevo a decirle que fue engaño Aparte y así pretendo reparar el daño.) Señora, el marqués viene. BLANCA: ¡Ay mi Lucía! La turbación del alma lo decía. ¡Poder de Amor extraño! Que por mucho que digo al alma los defetos que padece, tanta conformidad tiene conmigo, que al punto que a la vista se me ofrece, con ímpetu violento me abrasa y arrebata el pensamiento.
Salen don JUAN y TRISTÁN, de cortesano
JUAN: ¡Hermosa Blanca! BLANCA: Señor... JUAN: Gracias doy a mi ventura, que puedo ver la hermosura, centro de mi firme amor. ¿Cómo en la corte os halláis? ¿Haos pagado agradecida con lisonjera acogida la presunción que le dais? BLANCA: Si en ella habéis alcanzado con el rey tanto favor, ¿cómo se ha de hallar, señor, quien tiene en vos su cuidado? JUAN: Como quien sois me pagáis, con gloria no merecida, y viendo a riesgo mi vida, piadoso aliento me dais. Mas de un bien tan soberano Duda la verdad mi amor, y en prueba de ese favor pedir os quiero una mano. BLANCA: Permitir puede a sus ojos la doncella recatada mostrar del alma abrasada mudamente los enojos; bien puede con la afición dar a la lengua licencia para explicar la dolencia que padece el corazón; pero la mano, señor, al tálamo reservad; que antes, da la liviandad más indicio que de amor. JUAN: ¿Al tálamo? BLANCA: Caso es llano. JUAN: ¿Luego el favor que me dais, no es porque mi amor pagáis, mas porque esperáis la mano? BLANCA: ¿Luego algún tiempo os dictó vuestro altivo pensamiento que puedo sin ese intento haceros favores yo? JUAN: ¿Luego fuera cosa extraña que le hiciérades favor sin esa ley al Amor, Blanca, de un grande de España? ¿Acaso olvidáis que soy marqués de Tarifa? BLANCA: Pues, ¿diéraos yo, a no ser marqués esta esperanza que os doy? JUAN: Pues yo... BLANCA: Basta; que no quiero ver más vuestras falsedades. Quien coteja calidades no es amante verdadero. Si ya con el nuevo estado tenéis nuevo pensamiento; si os da desvanecimiento el veros del rey privado, advertid que sois, don Juan si es que os habéis parecido grande para mi marido, chico para mi galán; y con la sangre que heredo, puesto que tan pobre estoy, os puedo honrar; que yo soy doña Blanca de Toledo. JUAN: El mundo lo sabe así. BLANCA: Pues si os igualo en nobleza, cuando supláis la pobreza, por tenerme amor, en mí, yo suplo en vos, porque os veis entre fortunas tan altas, marqués, las secretas faltas que yo callo y vos sabéis.
Vase
JUAN: ¿Qué faltas? Oye.
Vase tras ella
LUCÍA: Detente, Señor, mira... TRISTÁN: Descortés, necia, grosera, ¡al marqués le pones inconveniente! LUCÍA: Salir mi señor podría. TRISTÁN: Hallará que un gran señor hace a su hija el amor, y un secretario a Lucía. LUCÍA: Y lo pondrá don Illán en sus armas. Suelta. TRISTÁN: Espera; que otra vez, la cuadra afuera, hablando los dos están. Déjalos. Háganse amigos a solas; que los terceros entre amantes verdaderos son importunos testigos. LUCÍA: (Aquí saben mi quimera.) Aparte Aparta. TRISTÁN: ¡Qué loco intento! ¿No sabes el mandamiento de no estorbarás? Grosera, tente, y gocemos los dos la ocasión. Tus brazos quiero. LUCÍA: Mi esposo has de ser primero que los goces. TRISTÁN: ¿También vos, como Blanca con mi amo, apellidáis casamiento? A cualquier embestimiento, ¿no hay sino "Iglesia me llamo"? No sois bobas a fe mía. El demonio os la demande doña Blanca aspira a grande y a secretaria Lucía. LUCÍA: ¡Jesus señor don Tristán, qué gran cosa! Pues quien es secretario del marqués fue lacayo de don Juan. TRISTÁN: ¡Plebeyo remordimiento, detracción irracional! Acaso está al hombre mal en las honras el aumento? Di, ¿qué pretende, Lucía, del más pequeño al mayor, sino acrecentar su honor, ser más y más cada día? Pues, si es digno de alabanza quien consigue lo que emprende, también al que honor pretende han de alabar, si lo alcanza. Pregunto yo, ¿quién tendrá más honra a tu parecer: quien era lacayo ayer y hoy es sceretarío ya, o la abatida persona que se está en un mismo estado, fregona el año pasado, y hogaño también fregona? LUCÍA: No me fregonice tanto, ni piense desvanecido que un don tan recien nacido puede a nadie dar espanto. TRISTÁN: ¡Remoqueticos al don! Huélgome, por vida mía. Mas escúchame, Lucía; que he de darte una lición para que puedas saber, si a murmurar te dispones, de los pegadizos dones la regla que has de tener. Si fuera en mí tan reciente la nobleza como el don, diera a tu murmuración causa y razón suficiente; pero si sangre heredé con qué presuma y blasone, ¿quien quitará que me endone cuando la gana me dé? ¿Qué es don y qué significa? Es accidente del nombre, que la nobleza del hombre que le tiene nos publica. Pues, pregunto agora yo, un hábito ¿es cosa fea ponérsele cuando sea viejo un caballero? No. Luego si es noble, es bien hecho ponerse don siempre un hombre, pues es el don en el nombre lo que el hábito en el pecho. LUCÍA: Agudo has argumentado; mas--¡ay de mí!--don Illán. ¿No lo dije yo, Tristán? TRISTÁN: Hablando los ha pescado. Ella se aparta, y los dos vienen hácia acá. LUCIA. No sea que a mí contigo me vea mi señora. Adiós. TRISTÁN: Adiós.
Vase LUCÍA. Salen don JUAN y don ILLÁN
JUAN: A cumplir mi obligación, noble don Illán, venía, y de la nigromancía oír la primer lición; y encontré, por mi ventura, la bella Blanca al entrar, y obligóme a reparar su desigual hermosura. Veáisla como deseo. TRISTÁN: (No pienso que bien le está.) Aparte ILLÁN: Para serviros será su más venturoso empleo. El cuidado os agradezco de venir a honrar mi casa; merced que el límite pasa, señor, de lo que merezco. Cuanto á la licián, no puedo serviros, si bien querría, hasta que mi librería venga a Madrid de Toledo. (No os la he de dar hasta ver Aparte de mi intento la experiencia.) Entre tanto, vueselencia bien se puede entretener en el dulce endiosamiento, de la dichosa privanza que con nuestro rey alcanza, y siempre vaya en aumento. JUAN: Vos, Illán, sois el privado; que es vuestra mi voluntad. ILLÁN: Dicen que su majestad dos hábitos os ha dado para que darlos podáis a quien gustéis. JUAN: Hoy me ha hecho esa merced. ILLÁN: Pues el pecho liberal que me mostráis, pienso que se agraviaría si yo anduviese jamás corto en pediros, y más cuando animan mi osadía las promesas que habéis hecho. En cuya conformidad, señor, de vuestra verdad justamente satisfecho, en una edad tan anciana, que moverme apenas puedo, troqué el ocio de Toledo a la inquietud cortesana. JUAN: Ya de vuestras dilaciones me ofendo. Para mandarme, ¿es menester acordarme, don Illán, obligaciones? ILLÁN: No por cierto; que ni de ellas se olvida el que es principal, ni para ser liberal habéis menester tenellas. JUAN: Decid pues lo que queréis. ILLÁN: Lo que os suplico, señor, es que a mi hijo Melchor el un hábito le deis. JUAN: Illán, aunque en tales dones no pone su majestad por su líberalidad límites ni condiciones, se entiende tácitamente, por equidad y razón, que para los deudos son. Si del censor maldiciente a las injurias queréis que disponga las orejas, y a las importunas quejas de mis deudos... ILLÁN: Vos sabéis que vuestra reputación a mis aumentos prefiero. JUAN: Fuera de que considero que tales insignias son premios propios de soldados, y es letrado don Melchor. Siga, pues le hago favor, la senda de los letrados, y avisadme en la ocasión, porque hable a su majestad, y empiece mi voluntad a pagar su obligación. ILLÁN: El cielo os prospere. JUAN: Adiós. ILLÁN: (¡Bien cumplís lo prometido! Aparte ¿Excusas a cuanto pido? ¿Quién se fïara de vos! Cuando, el encanto deshecho, os vuelva al primer estado, no diréis que no os ha dado justo castigo mi pecho.)
Vase don ILLÁN
TRISTÁN: ¡Hizo paces tu enemiga? JUAN: No, Tristán, y loco vengo. Dime tú, ¿qué faltas tengo, para que Blanca me diga, "Yo suplo en vos, porque os veis entre fortunas tan altas, marqués, las secretas faltas, que yo callo y vos sabéis?" Dime, ¿por qué lo dirá? Declárame mis defetos. TRISTÁN: Si dice que son secretos, ¿quién sino tú los sabrá? ¿Por qué no le hiciste a ella que los dijese? JUAN: Intentélo; mas fuelo mismo que al cielo querer quitarle una estrella. TRISTÁN: Algún testimonio fue de cualquier lengua envidiosa. Nunca vi mujer hermosa, perfeta en lo que se ve, que no oyese murmurar de ella, que allá en lo secreto padecía algún defeto difícil de averiguar. Esto misno te sucede; que por dichoso y galán, envidias le imputarán lo que la verdad no puede. Mas no te aflijas, y fía que presto lo sepa yo, porque jamás le calló secreto a Tristán Lucía. JUAN: Bien dices; luego ha de ser. TRISTÁN: Y si en cuanto al casamiento me examina de tu intento, ¿Qué tengo de responder? JUAN: Déjala, Tristán, vivir entre temor y esperanza. TRISTÁN: ¿Cómo te va de mudanza? ¿Atréveste a resistir los combates de tu amor, si Blanca da en estimarse, y no quiere, sin casarse, dar remedio a tu dolor? JUAN: Otro tiempo cualquier medio aceptara mi pasión; mas hoy, como es la ambición del amor tan gran remedio, tanto me llega a ocupar la grandeza en que me veo, que le deja a mi deseo en mí muy poco lugar; y más cuando considero que aspira Blanca a mi esposa; que aunque es tan noble y hermosa, es hija de un escudero bastante desigualdad en mi privanza y grandeza para incurrir con su alteza en nota de liviandad, y caer quizá con eso de su gracia; que no dura, cn rey que tiene cordura, privado de poco seso. TRISTÁN: Ya estás del todo mudado; que no se sufren, señor, las sinrazones de amor con las razones de estado. JUAN: Con todo, traza, Tristán, cómo venzan mis porfías. TRISTÁN: Ya entiendo. Esposo te enfrías, pero abrasaste galán.
Vanse. Salen ENRIQUE y CHACÓN
ENRIQUE: ¿Es el marqués? CHACÓN: Sí, señor. ENRIQUE: ¡Y que don Illán pretenda, cuando esto miro, que entienda que da a mi intento favor! CHACÓN: Y aun siendo así, es dura cosa que, dando entrada al marqués amante, quiera después darte a Blanca por esposa. ENRIQUE: Sus fines no comprehendo; pero cuando más me aflijo, me acuerdo de que me dijo, "Don Enrique, yo me entiendo." Y esfuerzo vuelvo a cobrar, confïado, en su prudencia. CHACÓN: Pues porfía y ten paciencia. ¿Qué se pierde en esperar? ENRIQUE: Dices bien. Mi amada fiera entro a ver. CHACÓN: Y yo a Lucía. ENRIQUE: En obligarla porfía; que me importa que te quiera.
Salen doña BLANCA y LUCÍÁ
LUCÍA: A saber quedó Tristán si acaso te dije yo las faltas que él me contó que tiene el marqués don Juan. Yo, con recato y cuidado, no le quise responder por no errar, hasta saber lo que en esto te ha pasado con el marqués; que de mí, por la vida, no quisiera que a entender Tristán viniera que el secreto descubrí. BLANCA: Lo que le dije a don Juan... Pero don Enrique viene, y un engaño me conviene. ¿Dónde tienes a Tristán? LUCÍA: En ese aposento queda. BLANCA: Pues, sin que entienda que sé que él puede oírme, haz que esté en parte que oírme pueda con don Enrique. LUCÍA: No entiendo dónde tus intentos van. BLANCA: En que no entienda Tristán que yo sé que me está oyendo estriba un dichoso efeto. LUCÍA: Callo, y voyte a obedecer. BLANCA: En lo demás, niega haber descubierto tú el secreto.
Vase LUCÍA
ENRIQUE: Prevengo vuestro rigor, señora, con avisaros que aunque me abraso, de amor, sólo vengo a visitaros, y no a pediros favor; y así, espero que me oyáis; y pues que segura estáis de que os canse mi porfía, le deis a la cortesía lo que al amor le negáis. ¿Cómo os trata de salud Madrid? BLANCA: A vuestro servicio la tengo. ENRIQUE: La multitud, el cortesano bullicio, la grandeza y la inquietud, ¿os ofende u os agrada? ¿Estáis aquí más hallada que en Toledo? BLANCA: Novedad, multitud y variedad es confusa, no pesada. ENRIQUE: ¿Luego va habréis olvidado al gran Tajo celebrado, por Manzanares, de quien dijo un cortesano bien que, según es abreviado y ardiente el turbio licor que lleva en caniculares, no es agua, sino sudor, que abrasado de calor, echa de sí Manzanares? ¿Podéis contenta trocar por él tanto cristal frío como el Tajo ofrece al mar? BLANCA: Sí, que vivo en el lugar, don Enrique, y no en el río.
Sale LUCÍA, y deja a TRISTÁN al paño
LUCÍA: Aquí estás bien. ENRIQUE: Yo creía, viéndoos tan blanca y tan fría a un amor que abrasa el suelo, que quien es hecha de hielo, en el agua viviría.
Aparte a doña BLANCA
LUCÍA: Ya te escucha. ENRIQUE: No fué cosa injusta que yo creyera, si os adoro por mi diosa, que quien es Venus hermosa, dentro del agua viviera; no fue... BLANCA: Ved que no guardáis la palabra, pues tratáis de vuestro amor. ENRIQUE: ¡Ay bien mío! En vano al furioso río que al mar no corra mandáis; en vano queréis que deje el fuego de dar calor; que es imposible mayor mandarle que no se queje a quien se abrasa de amor.
Aparte a LUCÍA
BLANCA: ¿Oye Tristán? LUCÍA: Sí, señora. BLANCA: Don Enrique, no enamora tanto a un pecho endurecido el que se queja ofendido como el que callando llora. Hablando y encareciendo, ¿qué más me podéis decir del mal que estáis padeciendo, que lo que de vos entiendo viéndoos amar y sufrir? ENRIQUE: Pues con que hayáis entendido cuánto estoy por vos perdido dichoso es ya mi cuidado, porque está de ser pagado muy cerca el amor creído. BLANCA: Don Enrique, un firme amar, servir, callar, padecer, las fieras sabe amansar, y obliga, si no a pagar, al menos, a agradecer. Y ni tan fiera nací, ni humano sér recebí de tan inhumano padre, ni de tan bárbara madre blanco alimento bebí, que al ruego no me enternezca que al llanto no me lastime, que al mal no me compadezca, que firmezas no agradezca y que finezas no estime. El pasado disfavor no fue porque vuestro amor, Enrique, no agradecí, sino por tocar así su fineza en mi rigor. ENRIQUE: ¿Luego estáis agradecida? BLANCA: Sí; que me tiene obligada el saber que soy querida; y si cerca de pagada está la aficion creída, yo os comienzo ya a pagar, pues os llego a confesar que agradezco, por creer que llegar a agradecer es el principio de amar. TRISTÁN: (¿Qué escucho?) Aparte ENRIQUE: ¿Que merecí tan alto favor?
Aparte a LUCÍA
BLANCA: ¿Tristán oyóme? LUCÍA: Señora, sí. BLANCA: Bien está. (Lleve de mí Aparte estas nuevas a don Juan.)
Vase doña BLANCA
LUCÍA: (¿Martelico? ¡Fullería!) Aparte CHACÓN: Oye, señora Lucía. TRISTÁN: (¡Esto me faltaba agora!) Aparte LUCÍA: Voy siguiendo a mi señora; verémonos otro día.
Vase LUCÍA
ENRIQUE: Loco quedo del favor. CHACÓN: Y con razón. ENRIQUE: ¡Por mi vida, que obra el viejo encantador! CHACÓN: Lo que yo entiendo, señor, es que saber tu querida que la roja cruz te han dado obra tales maravillas. ENRIQUE: Que don Illán las ha obrado por la magia he yo pensado.
Vase don ENRIQUE
CHACÓN: Creo en Dios a pies juntillas.
Vase CHACÓN
TRISTÁN. ¿Hay tan gran bellaquería?
Sale LUCÍA
LUCÍA: ¿Qué te santiguas? ¿Qué ves? TRISTÁN: Que Blanca engañe a un marqués, y a un secretario Lucía! LUCÍA: ¿En qué lo ves? TRISTÁN: ¡En efeto, blanca quiere a don Enrique! Ya no me espanto que aplique a un galán que es tan perfeto como el marqués, tu señora mil faltas; que ¿cuál mayor que no tenerle a él amor, cuando a don Enrique adora? LUCÍA: Tristán, Amor se precia de humilidades; no hallan lugar en él las ambiciones, y con desvanecidas presunciones no caben amorosas igualdades. Nunca conserva firmes amistades quien solo atento va a sus pretensiones; y nunca de encontradas opiniones vi resultar conformes voluntades. Siendo dios el Amor, habita el suelo, y no corona, siendo rey, las sienes, y anda desnudo, siendo poderoso. Abata el que ama el levantado vuelo, o no le engendren quejas los desdenes, si siendo enamorado es ambicioso. TRISTÁN: Lucía, no desmientas los engaños con frívolas razones mal fundadas. Dime tú que las dos estáis mudadas, y acabarán con eso nuestros daños. No son sucesos en el tiempo extraños dos almas dividirse enamoradas; esperanzas son muertes dilatadas, y de los males fin los desengaños. Siquiera porque fuimos ya queridos, habladnos claro; que por mas impía tengo la pena que se da penada. Si nos queréis dejar agradecídos, decid, "Mudado se han Blanca y Lucía." ¡Que--vive Dios--que no se nos dé nada!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La prueba de las promesas, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002