LOS PECHOS PRIVILEGIADOS

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe de LOS PECHOS PRIVILEGIADOS en PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIAS DEL LICENCIADO DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona; Sebastián de Cormellas, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen el CONDE y RODRIGO
RODRIGO: Famoso Melendo, conde de Galicia, no penséis que la pretensión que veis sólo al amor corresponde de mi adorada Leonor; que vuestra firme amistad tiene más autoridad en mi pecho que su amor. Por esto me resolví a lo que el alma desea, porque parentesco sea lo que amistad hasta aquí. CONDE: Bien pienso, noble Rodrigo de Villagómez, que estáis seguro de que gozáis el primer lugar conmigo de amistad; bien lo he mostrado con una y otra fineza, pues yo he sido de su alteza ayo, tutor y privado; y aunque el amor he entendido que os tiene su majestad, estimo vuestra amistad tanto, que no me han movido a que de él quiera apartaros los celos de su privanza; que ésta es la mayor probanza que de mi fe puedo daros; que es alta razón de estado, si bien no conforme a ley, no subir cerca del rey competidor el privado; porque la ambición inquieta es de tan vil calidad, que ni atiende a la amistad, ni el parentesco respeta. Mas aunque es tan verdadera mi amistad, no por amigo me obligáis; que por Rodrigo de Villagómez os diera también de Leonor la mano, alegre y desvanecido de lo que con tal marido gana mi hija, y yo gano. RODRIGO: Las plantas, Melendo, os beso por la merced que me hacéis. CONDE: Alzad, alzad; que ofendéis vuestra estimación con eso, pues ni el reino de León ni España toda averigua o calidad más antigua, o más ilustre blasón que vuestra prosapia ostenta; a quien, para eternizallos, dan fuerza tantos vasallos, y tantos lugares renta. RODRIGO: Todo, gran Melendo, es poco para que alcanzar pretenda de vuestra sangre una prenda, cuyo bien me vuelve loco. Y así, con vuestra licencia, al Rey la quiero pedir; que no basta a resistir al deseo la paciencia. CONDE: Y yo llevar al instante la alegre nueva a Leonor, de que es mi amigo mayor su más verdadero amante.
Vase el CONDE
RODRIGO: En tanto bien, pensamiento, ¿qué resta que desear, sino sólo refrenar los impulsos del contento? Que, según del alma mía la capacidad excede, como la tristeza puede matar también la alegría. Al rey quiero hablar. Él viene. Su licencia y mi ventura la esperanza me asegura en el amor que me tiene.
Sale el REY
REY: ¡Rodrigo! RODRIGO: ¡Señor! REY: Agora a buscaros envïaba; que ya sin vos dilataba a muchos siglos un hora. RODRIGO: ¿Cuándo pude merecer, señor, gozar tan crecido favor? REY: A tiempo he venido en que el vuestro he menester. RODRIGO: Hoy mi ventura de nuevo comenzaré a celebrar, si en algo empiezo a pagar lo mucho, señor, que os debo. REY: En algo no; en todo, amigo, me dará por satisfecho. RODRIGO: Acabe, pues, vuestro pecho de ser liberal conmigo. REY: Yo estoy--por decirlo todo de una vez--enamorado; y es tan alto mi cuidado, que no puedo tener modo de remediar mi pasión si vos no sois el tercero, porque las prendas que quiero, prendas de Melendo son. RODRIGO: (¡Ay de mí! Leonor será: Aparte ¿quién lo duda?) REY: Vos, Rodrigo, sois tan familiar amigo del conde, que no podrá darme mayor confïanza otro que vos, ni tener ocasión de disponer los medios a mi esperanza, que oomo a su bien mayor, a los favores aspira de la hermosa doña Elvira. RODRIGO: (Cobró la vida mi amor.) Aparte REY: Éste es el bien que pretendo por vuestra mano alcanzar. RODRIGO: ¿Teméis que os ha de negar la de su hija Melendo, si os queréis casar, señor? Declaraos con él; que es cierto que alcanzaréis por concierto lo que intentáis por amor. REY: ¿En tan poco habéis creído que me estimo, que os pidiera, si ser su esposo quisiera, el favor que os he pedido? RODRIGO: ¿Y en tan poca estimación os tengo yo, que debía presumir que en vos cabía injusta imaginación? ¿Y en tan poco me estimáis, o me estimo yo, que crea que para una cosa fea valeros de mi queráis? Y al fin, ¿tan poco entendéis que estimo al conde, que entienda que vuestra afición le ofenda, si ser su yerno podéis? REY: A mí y al conde y a vos, Rodrigo, estimar es justo; mas ni tiene ley el gusto, ni razón el ciego dios. Y cuando Sancho Garcia, conde de Castilla, intenta --porque así la paz aumenta entre su gente y la mía-- darme de doña Mayor, su hermosa hija, la mano, y el leonés y el castellano tuvieran por loco error, pudiendo, no efectuallo, ¿con qué disculpa o qué ley trocará su igual un rey por la hija de un vasallo? RODRIGO: Pues si en eso correspondo a la razón vuestro pecho, ¿Por qué también no lo ha hecho para no ofender al conde? REY: Porque lo primero fundo en buena razón de estado, y en estar enamorado, que es sinrazón, lo segundo. Esto habéis de hacer por mí, si es que mi vida estimáis, y si el lugar deseáis pagar que en el alma os di. RODRIGO: Señor, mirad. REY: Ciego estoy. No me aconsejéis, Rodrigo. Esto haced, si sois mi amigo. RODRIGO: Alfonso, porque lo soy, os pongo de la verdad a los ojos el espejo; que se ve en el buen consejo la verdadera amistad. REY: Yo me doy por advertido, y del consejo obligado; mas pues habiéndole dado, con quien sois habéis cumplido, determinándome yo a no tomarle. Rodrigo, debe ayudarme mi amigo a lo mismo que culpó. RODRIGO: Nunca disculpa la ley de la amistad el error. REY: ¿Discülpa queréis mayor que hacer el gusto del rey? RODRIGO: Antes seré más culpado, y de eso mismo se arguye, porque del rey se atribuye siempre el error al privado. Y con razón; que es muy cierto que el divino natural que da la sangre real no puede hacer desacierto, si al genio bien inclinado de quien sólo bien se aguarda, hacen dos ángeles guarda y aconseja un buen privado. REY: Líbreos Dios que la pasión del amor sujete al rey; que ni hay consejo ni ley, ni sangre ni inclinación; antes llega a enfurecer con tanta mayor violencia, cuanto mayor resistencia tuvo el amor que vencer. Y puesto que me venció, y he llegado a resolverme, os toca ya obedecerme, si aconsejarme os tocó. RODRIGO: Señor, la misma razón porque a mí me lo encargáis, hace, si bien lo miráis, la mayor contradicción; que si a Elvira puedo hablar por ser amigo del conde, con eso mismo os responde mi fe que me he de excusar, pues ni yo fuera Rodrigo de Villagómez, ni fuera digno de que en mí cupiera el nombre de vuestro amigo, si sólo por daros gusto en un caso tan mal hecho, hiciera a un amigo estrecho un agravio tan injusto. REY: Si os sentis más obligado a su amistad que a la mía, serviráme esta porfía de haberme desengañado; pero si valgo, Rodrigo de Villagómez, con vos más que el conde, una de dos: hacerlo o no ser mi amigo. RODRIGO: Si yo no lo he merecido por mi sangre y mi valor, muy caro dais el favor, a precio de honor vendido; que ése es modo con que suele levantarse a la privanza del rey sólo quien no alcanza otras alas con que vuele; mas no quien pudo llegar por sus partes a subir, y merece con servir, y no con lisonjear. REY: Vuestra opinión os engana; que quien lisonjas desea, sirve quien le lisonjea más que quien le desengaña. Y para que os reduzgáis, advertid que es necedad perder de un rey la amistad por lo que no remediáis; que para este fin, Rodrigo, mil vasallos tendré yo sin dificultad; vos no fácilmente un rey amigo. RODRIGO: Para hacer yo lo que debo, sólo a lo que debo miro; ni a otros efetos aspiro, ni de otras causas me muevo. Lo que yo solo no hago, decís que muchos harán; mas esos mismos darán lustre a la deuda que pago; pues cuando os pierda, señor, dirán que entre tantos fui sólo yo quien me atreví a perderos por mi honor. Los malos honran los buenos, como honra la noche al día; que, sin tinieblas, tendría el mundo la luz en menos. REY: Basta; que es poco respeto tanto argumentar conmigo; y advertid, si como amigo os descubrí mi secreto, supuesto que os resolvéis a no hablar a la que adora mi pecho, que os mando agora, como rey, que lo calléis. Y no me volváis a ver; que si a precio del honor juzgáis caro mi favor, debiérades entender que, en esta cumbre que toco, es el más alto interés ser mi amigo; y si lo es, nunca mucho costó poco.
Vase el REY
RODRIGO: ¿Esto es servir? ¿estos son los premios de la fineza, los fines de la grandeza, los frutos de la ambición? ¿De modo que la razón no ha de ser ley, sino el gusto, y que cuando el rey no es justo, quien conserva su privanza viene a dar cierta probanza de que también es injusto? Pues no; no perdáis, honor, la alabanza más segura; que ser privado es ventura, no quererlo ser, valor. El privar es resplandor de ajenos rayos prestado, y es luz propia haber mostrado que quiso ser más Rodrigo buen amigo de su amigo, que de su rey mal privado. Perdí su gracia, y mi amor a Leonor; que es justa ley que sin licencia del rey no me dé el conde a Leonor. Su indignación y mi honor pedirla me han impedido, pues su sangre he ya entendido que quiere el rey ofender; mas el valor en perder hace lograr lo perdido. Perdiendo, pues, corazón, ganemos la mayor gloria; que es la más alta victoria vencer la propia pasión. Combátame la ambición, aflíjame el amor loco; que en estas desdichas toco de la virtud el valor; y si es ella el bien mayor, nunca mucho costó poco.
Vase don RODRIGO. Salen don RAMIRO y CUARESMA
CUARESMA: ¿Al fin eres ya privado del rey? RAMIRO: Sí. CUARESMA: ¿Y cómo, señor; dime, has de ser en su amor privado: puro o aguado? RAMIRO: No entiendo esa distinción. CUARESMA: Va la explicación; aquel que, tratando el rey con él sólo las cosas que son de gusto, vive seguro de quejosas maldicientes, y cansados pretendientes, llamo yo privado puro; mas el triste a quien le dan un trabajo tan eterno, que es del peso del gobierno un lustroso ganapán aunque al poeta desmienta, que suele llamarlo Atlante, pues no hay cosa más distante del cielo que éste sustenta que la carga del gobierno --que infierno se ha de llamar, si es que el eterno penar se puede llamar infierno-- éste, pues, que siempre lidia con tantos, tan diferentes cuidados, que a los prudentes da compasión y no envidia; éste, que no hay desdichado caso, aunque sin culpa suya, que el vulgo no le atribuya, llamo yo privado aguado. Pues como quita el sabor al vino el agua, es tan grave su pena, que no le sabe el ser privado a favor. RAMIRO: Yo, según ese argumento, vengo a ser privado puro. CUARESMA: Con eso tendrás seguro el gusto, poder y aumento. Mas di, ¿cómo la afición del rey pudiste alcanzar? RAMIRO: Eso no has de preguntar, que es secreta la ocasión. CUARESMA: ¿Secreta? RAMIRO: Cuaresma, sí. CUARESMA: ¿Y no la puedo saber? RAMIRO: No. CUARESMA: ¡Qué tal debe de ser, pues que la encubres de mí! RAMIRO: Sólo te he de declarar que en el lugar que perdió Villagómez, entro yo; que al rey no supo agradar, y con ser de él tan bien visto, de sus ojos le ha apartado. CUARESMA: ¿Con expulsión has entrado, y de un hombre tan bien quisto? ¡Oh, lo que dirán de ti! RAMIRO: Si ha sido gusto del rey, y el obedecerle es ley, ¿por qué han de culparme a mi? CUARESMA: Porque, según he entendido, el vulgo mal inclinado siempre condena al privado, siempre disculpa al caído. Mas del Conde galiciano es ésta la casa. RAMIRO: A Elvira quiero hablar. Quédate y mira, que si viniera su hermano o su padre, al mismo instante me avises. CUARESMA: Si en eso está el servirte, no será un soplón más vigilante.
Vase CUARESMA
RAMIRO: En lo que vengo a emprender sirvo al rey, si al conde ofendo; y así, perdone Melendo, que al rey he de obedecer. Elvira es ésta, y me ofrece la soledad coyuntura. parece que la ventura a los reyes favorece.
Sale doña ELVIRA
ELVIRA: Ramiro, ¡sin avisar, hasta aquí os habéis entrado! RAMIRO: Cómo ha de haber avisado quien sola os pretende hablar? Del rey soy, hermosa Elvira, secretario, y mensajero del amor más verdadero que el tiempo en su curso admira. Mis razones perdonad, si poco adornadas son; que el ser veloz la ocasión dio a la lengua brevedad. El rey, al fin, confïado, si no le mienten señales, de que no son desiguales su pena, y vuestro cuidado, os pide tiempo y lugar para poder visitaros, porque entre morir o hablaros, ya no hay medio que esperar. ELVIRA: Ramiro, aunque las señales no han engañado a su alteza, nunca olvidan su nobleza las mujeres principales. Mi padre ha sido tutor del rey, y el haber pasado juntos la niñez, ha dado con la edad fuerza al amor. No lo niego; antes estoy tan rendida y abrasada, que, mil veces despechada, me pesó de ser quien soy. Esto decid a su alteza porque alivie sus enojos, y que volviendo los ojos a mi heredada nobleza, si en mi obligación me ofendo, me alegro en mi presunción, que no es el rey de León mejor que el conde Melendo. Y teniendo confïanza de que puedo ser su esposa, si es la obligación penosa, es dichosa la esperanza que me da mi calidad y así, si Alfonso me quiere, sin ser mi esposo no espere conquistar mi honestidad; que si con tal sangre y fama para esposa me juzgó pequeña, me tengo yo por grande para su dama, Al fin, ¿no daréis lugar de que os hable? ELVIRA: Si arriesgara la opinión, ¿qué me quedara, teniendo amor, que negar? Públicamente me vea si la mano quiere darme, que si no, yo he de guardarme de quien mi infamia desea. Y adiós, Ramiro, que viene gente. RAMIRO: Adiós. Ésta es Leonor; mas ocultarla mi amor a los intentos conviene del rey, que, porque a sentir no llegue el Conde que aspira a los amores de Elvira, a mí me manda fingir en lo público su amante para encubrir su afición. Callemos, pues, corazón, si puede en amor constante.
Vase don RAMIRO. Sale doña LEONOR
LEONOR: Mucha novedad me ha hecho el ver a Ramiro aquí. ELVIRA: Agora sabrás de mí lo que no cabe en mi pecho. Ya no me quejo, Leonor; dichoso es ya mi cuidado, que Alfonso se ha declarado y paga mi firme amor; y de su parte ha venido Ramiro a solicitar que le conceda lugar de verme. LEONOR: ¿Y qué has respondido? ELVIRA: Dije... Mas éste es Rodrigo de Villagómez; después lo sabrás,
Vase doña ELVIRA. Sale don RODRIGO
RODRIGO: (Turbados pies, Aparte aquí el mayor enemigo de vuestra honrosa partida os presenta el ciego Amor; mas pasos que da el honor, no es bien que amor los impida.) Cuando os pensaba pedir, Leonor, el bien soberano de vuestra adorada mano, de él me vengo a despedir y de vos para una ausencia tan forzosa, que con ser vos mi dueño, la he de hacer, aunque no me deis licencia. LEONOR: Pues ¿qué ocasión?... RODRIGO: Leonor bella, la ocasión no preguntéis; que es grave entender podéis, pues os pierdo a vos con ella. Ni puedo menos hacer ni más os puedo decir. LEONOR: Más me dais a presumir que de vos puedo saber; que el que un secreto pondera y lo calla, hace más daño dando ocasión a un engaño que declarándolo hiciera; y así, quien prudencia alcanza, o no ha de dar a entender que hay secreto que saber, o ha de hacer de él confianza; que no ha de dar el discreto causa al discursivo error del que no tiene valor para fïarle un secreto. RODRIGO: Señora, cuando es forzoso disculpar yo la mudanza de una tan cierta esperanza de ser vuestro amado esposo, ¿cómo no os daré a entender que hay causa donde hay efeto? Y si es la causa un secreto que vos no podéis saber, ¿cómo puedo yo dejar de tocarlo y de callarlo? LEONOR: Resolviéndoos a fïarlo de quien os ha de culpar de mudable, y entender que, pues calláis la ocasión de una tan injusta acción, es por no haberla o no ser bastante; que es desvarío pensar que querrá un discreto, por no fïarme un secreto, infamar su honor y el mío. ¿Qué puedo yo, qué León, de una tan fácil mudanza pensar, si de ella no alcanza la verdadera ocasión, sino que habéis descubierto defetos en mi, y que han sido muy graves, pues han rompido tan asentado concierto? No tuvo firme afición quien tan fácil se ha mudado; que con ella el agraviado ama la satisfacción. Y si me culpa la fama, ésta fuera ley forzosa, no sólo amándome esposa, pero sirviéndome dama. RODRIGO: Ni es mudable mi afición, ni la fama se os atreve, ni es la ocasión que me mueve sujeta a satisfacción, y si puede peligrar vuestro honor, culpar, Leonor, mi fortuna, no mi amor; que ella me obliga a callar. LEONOR: Pues si ni os mueve mi daño ni satisfacción queréis, aunque el secreto ocultéis, no ocultéis el desengaño. Partid, pues; que, estando ausente, poco pienso padecer; que es muy fácil de perder quien me pierde fácilmente.
Vase doña LEONOR
RODRIGO: Aguardad, Leonor hermosa, Fuése. ¡Oh, inviolable preceto! ¡Oh, dura ley del secreto, cuanto precisa enojosa!
Sale el CONDE
CONDE: Rodrigo, la larga ausencia vuestra me daba cuidado, y en palacio os he buscado sin fruto y con diligencia. RODRIGO: Muy otro, conde, me veis del que pensasteis jamás; ya en cualquiera parte más que en palacio me hallaréis. CONDE: Pues ¿qué novedad se ofrece en vuestras cosas? RODRIGO: Melendo, no se merece sirviendo; agradando se merece. Del rey por cierta ocasión la gracia, conde, he perdido. Bien sabe Dios que no ha sido la culpa de mi intención. Por esto, pues, ausentarme de la corte es ya forzoso, y esto el tálamo dichoso de Leonor pudo quitarme; que ni pedir fuera justo licencia al rey enojado, ni a Leonor en este estado me daréis contra su gusto. CONDE: ¿Cómo no? RODRIGO: De vuestro amor el mayor exceso fío; pero no os permite el mío por mí el disgusto menor. CONDE: 0 el rey os ha de volver a su gracia o, ¡vive Dios! caro amigo, que por vos yo también la he de perder. RODRIGO: No intentéis ser mi tercero, que del rey la indignación, mientras dure la ocasión, ni puede cesar ni quiero. Yo parto a Valmadrigal, donde, entre vasallos míos, ni temeré los desvíos ni el aspecto desigual del rey Alfonso, aunque vos, con vuestra penosa ausencia, solicitáis mi impaciencia. Dadme los brazos, y adiós. CONDE: ¿Qué no puedo yo saber la ocasión de esto, Rodrigo? RODRIGO: Pues sois mi mayor amigo y callo, debe de ser imposible declararme; mas si sabéis discurrir, harto os digo con partir, con callar y no casarme.
Vase don RODRIGO
CONDE: Cuando fue a pedir licencia al Rey de casarse, ¡vuelve en su desgracia, y resuelve hacer, sin casarse, ausencia! ¡Cielos! ¿Qué puedo pensar si mi más estrecho amigo dice tras eso, "Harto digo con partir y con callar y no casarme?" Sin duda que es prenda del rey Leonor, porque un hombre del valor de Villagómez no muda fortuna, lugar e intento con menos grave ocasión; y estos efetos no son sino del furor violento de los celos y el amor. ¡Ah, Alfonso! ¿En ofensas tales pagan personas reales los servicios de un tutor? Que claro está, pues tratáis en Castilla casamiento, que es de ofenderme el intento que amando a Leonor lleváis. ¿Quién, quién pudiera esperar esto de un rey? Mas no quiero precipitarme primero que lo llegue a averiguar.
Sale don BERMUDO
BERMUDO: Confuso, padre, y turbado vengo de tan gran mudanza; que dicen que a la privanza de Alfonso se ha levantado Ramiro, y que desvalido con él, Rodrigo se ausenta. CONDE: Hijo, ¡ay de mí!, que mi afrenta la causa de todo ha sido. BERMUDO: ¿Quién pudo para afrentarte tener tan osado pecho? CONDE: No lo sé, aunque lo sospecho. BERMUDO: Acaba de declararte, sácame de confusión. CONDE: De Leonor he sospechado que está el rey enamorado; y si lo está, es su intención afrentarme, pues que trata en Castilla de casarse; y conviene averiguarse si Leonor resiste ingrata, o muestra pecho ligero a su intento enamorado. BERMUDO: Hoy de Ramiro un crïado hablaba con el portero de casa; y si bien allí en ello no reparé, porque nada sospeché, caigo agora en que de mí se recelaron los dos. CONDE: No me digas más, Bermudo. llámale; que nada dudo ya del caso. (¡Vive Dios, Aparte que es tercero en la afición del rey el traidor Ramiro, y la privanza que miro procede de esta ocasión! Cielos, ¿por qué se han de dar honras a precio de gustos? ¿Por qué con medios injustos se alcanza un alto lugar?)
Salen don BERMUDO y NUÑO
BERMUDO: Aquí está Nuño, señor. CONDE: Nuño, el premio y el castigo te muestro. Pueda contigo, si no el amor, el temor. Si me dices la verdad, no sólo espera el perdón, más el mayor galardón que se debe a la lealtad. NUÑO: Hidalgo soy, y obligado de ti, y el amor ofendes, si amenazarme pretendes, mayor que se vio en crïado. CONDE: Dime, pues. ¿Qué te quería Ramiro? NUÑO: Señor, aguarda; que el que en la respuesta tarda, o es culpado o desconfía del crédito, o piensa engaños con que encubrir la verdad; y no arriesgo mi lealtad a ninguno de estos daños. A Elvira, Ramiro adora, y hoy, señor, habló con ella en tu ausencia, y para vella sola esta noche a deshora, que le abriese me pidió. Como su poder temí, la lengua dijo que sí, pero la intención que no; teniendo el darle esperanza y excusar con un engaño su efeto, por menor daño que arriesgarme a su venganza, y a que el negocio tratase con otro menos fïel crïado tuyo, y, con él, lo que le estorbo alcanzase. Esto pasa; y si en mi pecho ha sido culpa callarlo, la esperanza de estorbarlo sin darte pena, lo ha hecho. CONDE: Dame los brazos, ¿qué esperas? Amigo ya, no crïado, hoy a gozar de mi lado en mi cámara subieras, si no tuviera segura con tal portero mi casa; pero no ha de ser escasa mi mano, ni tu ventura, de Betanzos la alcaidía es tuya. NUÑO: Dame los pies. CONDE: Éste es pequeño interés. Gozarle mayor confía. Mas dime, ¿qué hay de Leonor? ¿Quién la sirve o la desea? NUÑO: Si lo supiera, no crea tu pecho de mi, señor, que lo callara. Esto sé, y no otra cosa. CONDE: (Perdona, Aparte rey, si tu sacra persona injustamente culpé. error fue, que no malicia, presumir culpa de un rey que es la vida de la ley y el alma de la justicia.) Hijo, ¿qué haré? Que aunque viejo, me tiene tal la pasión, que es fuerza en mi confusión valerme de tu consejo. BERMUDO: Señor, pues es importante averiguar si mi hermana es con Ramiro liviana, porque muera con su amante, cumpla con él lo tratado Nuño; y los dos estaremos donde ocultos escuchemos, y demos muerte al culpado. CONDE: Dices bien. Hoy has de ser tú, Nuño, quien la honra mía restaure. NUÑO: En mi fe confía. CONDE: Ven; sabrás lo que has de hacer.
Vanse todos. Salen el REY y RAMIRO, de noche
RAMIRO: Al fin quedó persuadido el portero de Melendo a que soy yo quien pretendo a Elvira. REY: Cautela ha sido importante, porque así esté secreto mi amor; porque tengo por mejor que tenga queja de ti que de mi el conde, si acaso algo viene a sospechar. RAMIRO: Eso me obligó a callar el amor en que me abraso a Leonor. REY: Si mi favor es la fortuna, confía que o se ha de mudar la mía, o ha de ser tuya Leonor. RAMIRO: Donde tu poder se empeña, cierta mi dicha será. A la puerta estamos ya del conde. REY: Pues haz la seña que concertaste. ¡Ay, Amor,
Hace RAMIRO una seña
Muestra tu poder aquí!
Sale NUÑO
NUÑO: ¿Es Ramiro? RAMIRO: ¿Es Nuño? NUÑO: Sí. Bien podéis entrar, señor. RAMIRO: ¡Oh, cuánto me has obligado! NUÑO: ¿No venís solo? RAMIRO: Conmigo viene un verdadero amigo, de quien el mayor cuidado con justa causa confío. NUÑO: Pues seguidme; que ya el sueño sepulta a mi anciano dueño. RAMIRO: ¿Y el hermoso cielo mío? NUÑO: Elvira estará despierta; que es muy dada a la lición de libros. REY: Esmaltes son de su belleza. NUÑO: La puerta es ésta de su aposento. REY: (La del mismo cielo, di.) Aparte NUÑO: Abierta está; veisla allí, ajena de vuestro intento, los ojos entretenidos en un libro. RAMIRO: Idos, y estad en espía y avisad si de alguien somos sentidos. NUÑO: Perded cuidado; que a mí me importa.
Vase NUÑO
RAMIRO: Ya nos sintió Elvira.
Sale ELVIRA
ELVIRA: ¿Quién está aquí? REY: No te alteres; que yo soy. ELVIRA: ¡Ay de mí! ¡Qué atrevimiento! REY: Señora... ELVIRA: ¡Qué confusión! REY: Escucha. ELVIRA: Si de mi padre conocéis el gran valor, ¿cómo a un exceso tan loco os atrevisteis los dos? REY: Perder por verte la vida es la ventura mayor que me puede suceder. ELVIRA: ¿Cómo entrasteis? ¿Quién abrió? REY: No gastes puntos tan breves en larga averiguación. Pierde el temor, dueño mío. Yo te adoro y soy quien soy; si acusas mi atrevimiento, ese mismo alego yo para que por él te informes de la fuerza de mi amor. ELVIRA: Idos, por Dios, señor, idos; idos, si valgo con vos. REY: La ocasión tengo, señora. No he de perder la ocasión. Tu voluntad me conceda lo que tornar puedo yo. ELVIRA: Llamaré a mi padre. REY: Llama, y serán tus daños dos; que a él le quitaré la vida y tú perderás tu honor.
Salen el CONDE y BERMUDO, con hachas encendidas y espadas desnudas
CONDE: ¡Muera el aleve Ramiro! RAMIRO: Perdidos somos, señor. BERMUDO: Mueran! ELVIRA: ¡Ay de mí! REY: Teneos al Rey. CONDE: ¿Al Rey? REY: Sí.
Deja caer la espada el CONDE
CONDE: El rey sois; aunque no lo parecéis; pero conmigo bastó para que suelte el acero sólo el oír que sois vos. Y aunque pudiera este agravio, puesto que tan noble soy como vos, mover la espada a vengar mi deshonor, si el rey debe estimar menos la vida que la opinión de justo, el soltarla agora me da venganza mayor; pues cuando más agraviado, más leal me muestro yo, me vengo más, pues os muestro tanto más injusto a vos. Pero yo... REY: Basta; que a yerros nacidos de ciego amor, el amor les da disculpa y la prudencia perdón. El mismo exceso que veis os informe de mi ardor; si nunca fuisteis amante, al menos prudente sois; cese el justo sentimiento, y pues vuestra reprensión tan castigado me deja, déjeos satisfecho a vos que esta ofensa ha acrisolado, no manchado, vuestro honor, pues Elvira, resistiendo, de quilates le subió; y así, pues con el intento sólo os he ofendido yo, basten penas de palabra para culpas de intención. CONDE: Basten, porque sois mi Rey; que aun las palabras, señor, quisiera volver al pecho, si es que alguna os ofendió. REY: Ya, pues, mi error estimemos, pues nos descubre mi error en Elvira, a vos, tal hija, y a mí, tal vasallo en vos. Y advertid que, pues Elvira está inocente y causó mi poder toda la culpa, no sienta vuestro rigor; que me toca su defensa. CONDE: De ella satisfecho estoy; que su resistencia he visto. REY: Pues Melendo amigo, adiós. Dadme la mano, y quedemos más amigos desde hoy; que de las pendencias suele nacer la amistad mayor. CONDE: Tomaré para besarla la vuestra; mas ved, señor, que dar la mano y violar la amistad es vil acción; y así, ha de quedar seguro de vos desde aquí mi honor. REY: Yo os lo prometo, Melendo. Aquí el amor feneció de Elvira, porque ya en mí fuera bajeza, y no amor, proseguir mi ciego intento viendo tal lealtad en vos, en ella tal resistencia y en mí tal obligación. ELVIRA: (¡Ah, falso!) Aparte CONDE: De vos confío. REY: Quedaos, Melendo. CONDE: ¡Señor!... REY: Quedaos. CONDE: Permitíd que al menos llegue a la calle con vos, porque, quien salir os viere, entienda que mereció esta visita Melendo y no su hija. REY: Vois sois tan prudente como digno de que os haga ese favor. Adiós, Elvira; y merezca mi atrevimiento perdón, pues que la enmienda propongo. ELVIRA: Por ser efeto de amor, perdono el atrevimiento... (Mas el propósito no.) Aparte

FIN DEL PRIMER ACTO

Los pechos privilegiados, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002