ACTO SEGUNDO


Salen el REY, el MARQUÉS y don PEDRO
REY: Marqués, cuando solicito consolaros de este mal, hallo que yo por igual de consuelo necesito. Vos perdistes un hermano, yo un amigo verdadero, por cuya lealtad y acero di terror al africano, y advertiréis que no yerra la comparación que he hecho, pues me defendió su pecho, y mi hermano me hace guerra. Mas, ¿tenéis del agresor noticia? Que solamente la pena del delincuente dará alivio a mi dolor. MARQUÉS: Hasta agora se ha ignorado el homicida; mas yo, puesto que ya sucedió el daño, y que está probado que desnudaron los dos los aceros mano a mano, y dar a mi triste hermano menos dicha quiso Dios, sólo me holgara, señor, que el agresor pareciera para que a vos os sirviera un hombre de tal valor; que quien a mi fuerte hermano cuerpo a cuerpo matar pudo, pondrá a esos pies, no lo dudo, todo el imperio otomano; y así os pido que los dos le perdonemos aquí. Dadle vos perdón por mí; que yo se le doy por vos. REY: Hija de vuestro valor sólo y de vuestra amistad es tal acción. Levantad, caballerizo mayor. MARQUÉS: Pondré donde vos los pies, la boca. REY: Así he comenzado a pagaros el soldado que darme queréis, marqués. MARQUÉS: Tan recto os mostráis, señor, que aun los intentos pagáis. REY: Y porque a mi cuenta hagáis a quien debo tanto amor las obsequias funerales, las alcabalas os doy de Córdoba. MARQUÉS: Hechura soy de esas manos liberales. pero decidme, señor, si habéis perdonado ya al agresor. REY: Bien está. MARQUÉS: (¡Qué justicia!) Aparte PEDRO: (¡Qué valor!) Aparte Mil años, Marqués, gocéis tanto favor. MARQUÉS: Mi fortuna, señor don Pedro de Luna, que es vuestra también sabéis. REY: Don Pedro, haced prevenir la caza al punto; que intento divertir mi sentimiento. PEDRO: Voyte, señor, a servir.
Vase don PEDRO
REY: ¿Estamos solos? MARQUÉS: Señor, solo está tu majestad. REY: Siempre de vuestra lealtad fié el secreto mayor, Marqués, don Pedro de Luna, según informado he sido, con mi favor atrevido, y fïado en su fortuna, quebrantando la clausura de mi palacio real entra a gozar, desleal, de una dama la hermosura. Pena de la vida tiene. Mi justicia le condena; mas no ejecutar la pena públicamente conviene; que tiene deudos y amigos sin número, y de esa suerte cobrara con una muerte vivos muchos enemigos, cuando por las disensiones de mi hermano es tan dañoso ocasionar riguroso en mi reino alteraciones; y así, yo os mando, y cometo a ese valor y prudencia, que ejecutéis la sentencia con brevedad y secreto. MARQUÉS: Señor... REY: ¡No me repliquéis! ¡Obedeced y callad! Conozco vuestra piedad; mi justicia conocéis.
Vase el REY
MARQUÉS: ¿Qué justicia, qué rigor, si bien se mira, consiente castigar tan duramente yerros causados de amor? Para ejecutor crüel de la pena del que ha errado por amor, han señalado a quien yerra más por él. Válgale al menos conmigo saber la fuerza de Amor, ya que en su alteza el rigor hace inviolable el castigo. Válgale, pecho, trazad cómo tengáis igualmente, ni piedad inobediente, ni ejecutiva crueldad; que entrambos fines consigo si algún medio puedo hallar con que dilate, sin dar enojo al rey, el castigo; porque humane el tiempo en él este riguroso intento, o ponga otro impedimento a la ejecución crüel. ¡Ricardo!
Sale RICARDO
RICARDO: ¡Señor...! MARQUÉS: ¿Qué dice de esa desdicha el lugar? RICARDO: Todo es sentir y llorar suceso tan infelice. Ignórase el homicida; mas es público que Flora fue del daño causadora. MARQUÉS: Calla, Ricardo. En tu vida, si no quieres darme enfado, me nombres esa mujer. RICARDO: ¿Qué dices? MARQUÉS: Esto has de hacer. RICARDO: ¿Estás agora enojado? MARQUÉS: Resuelto, Ricardo, estoy. Ni recado ni papel de esa liviana infiel me des ya. RICARDO: A los cielos doy gracias por esa mudanza; que tú sabes que yo he sido quien siempre te ha persuadido que gozases tu privanza sin dar qué decir de ti; y ya que resuelto estás, para que confirmes más ese intento, escucha. MARQUÉS: Di. RICARDO: Otra vez dicen que dio en Córdoba, habrá dos años, ocasión a grandes daños doña Flor, porque la halló su hermano, que ya sabrás su mucho valor, hablando de noche con don Fernando de Godoy. MARQUÉS: No digas más. ¡Que tan antiguo es el mal! Lo dicho, dicho, Ricardo. No deje este amor bastardo en mí la menor señal. Ya mi hermano desdichado es muerto. Casarme quiero; daré a mi casa heredero, daré quietud a mi estado. A doña Inés de Aragón quiero en palacio servir; que bien pueden divertir su belleza y discreción el más firme pensamiento; y si merezco su mano, nunca bien más soberano alcanzó el merecimiento. RICARDO: Bien harás. MARQUÉS: Para que entiendas que arrepentirme no aguardo, toma esa llave, Ricardo, y los papeles y prendas de Flor entrega al momento al fuego. RICARDO: A servirte voy. MARQUÉS: Lleve sus cenizas hoy, pues lleva su amor, el viento.
Vase RICARDO. Sale don DIEGO
DIEGO: (Solo está. Buena ocasión Aparte de hablarle es ésta.) Los pies os beso, señor marqués. MARQUÉS: ¡Señor don Diego! DIEGO: Aunque son tiempos tales dedicados sólo a sentir y llorar, no me dejan dilatar esta ocasión mis cuidados. No os encarezco, señor, lo que este caso he sentido, porque ambos hemos tenido igual causa de dolor; que un hermano perdéis vos, yo una hermana. ¡A Dios pluguiera que de la pérdida fuera igual el modo en los dos, pues es cosa conocida que es más pesada y más fuerte, en quien es noble, la muerte del honor que de la vida! Y no sé, cuando os contemplo de prudencia, de nobleza, de justicia y fortaleza muro fuerte y vivo ejemplo, cómo es posible que fui yo solo tan desdichado, que quien a todos ha honrado, sólo me deshonre a mi! Señor Marqués, Flor causó la muerte de vuestro hermano; pero vuestro amor liviano causa a mi deshonra dio. Conozco vuestro poder, vos conocéis mi valor; del rey los dos el rigor. Mirad lo que habéis de hacer. MARQUÉS: Señor don Diego, testigo es el cielo soberano que de mi difunto hermano no pudo el dolor conmigo lo que el pesar de haber dado causa a que en su deshonor se hablase de doña Flor. Bien lo mostró mi cuidado, pues primero la avisé que no hiciese novedad, primero de esta ciudad a la justicia encargué que a vuestra casa guardase las debidas exenciones, y que en las informaciones el nombre de Flor callase, que del muerto hermano mío, causa en mí de tal dolor, me llevase el vivo amor a ver el cadáver frío. DIEGO: Confieso que ese cuidado os tengo que agradecer. MARQUÉS: Ya sucedió. No hay poder que revoque lo pasado. Mi culpa yo os la confieso; pero si de amor sabéis, no dudo que disculpéis con su locura mi exceso. Sólo falta dar un medio con que vos tengáis, seguro, prevención en lo futuro, y en lo pasado remedio. DIEGO: Eso intento. MARQUÉS: Ceda, pues, mi pasión a vuestro honor, a vuestra amistad mi amor, mi gusto a vuestro interés. (Supuesto que yo conmigo Aparte no ver a Flor proponía, con lo que de balde hacía quiero ganar un amigo.) Yo os doy, como caballero, palabra, no solamente de oprimir mi amor ardiente, y de que tendrá primero nuevas de mi muerte Flor que indicios de mi cuidado; mas de no admitir recado, mensajero ni favor que venga de parte suya; y porque, si nota ha dado, lo que mi amor le ha quitado, mi poder le restituya, haré que su majestad tanto, don Diego, os aumente, que hecho un sol resplandeciente, vuestra hermosa claridad ilustre a Flor y en su llama los rayos vuestros consuman los vapores que presuman quitar la luz a su fama. DIEGO: Con esos dos medios voy seguro, y soy vuestro amigo. MARQUÉS: De cumpliros lo que digo otra vez palabra os doy. DIEGO: Pues porque os muestre mi pecho cuánto de ella se confía, estos testigos tenía del daño que me habéis hecho
Saca unos papeles y dáselos
Tomadlos. No quiera Dios, si a vuestro valor me obligo, que quiera yo más testigo que a vos mismo, contra vos. MARQUÉS: Pagaré esa confïanza con amistad verdadera. DIEGO: Y la vuestra hasta que muera vivirá en mi sin mudanza.
Vanse los dos. Sale ENCINAS
ENCINAS: ¡Válgate Dios, confusión y embeleco de Sevilla! ¿Es posible que se encubra don Fernando tantos días, sin que ni deudos ni amigos de él me hayan dado noticia? Mas es la corte, y en ella estas mañas son antiguas. Un hombre conozco yo que es tahur, y desde el día que a un desdichado inocente en el garito emprestilla, se va al de otro barrio, que es como pasarse a Turquía. Cursa en él hasta pegarle a otro blanco con la misma, y va visitando así por sus turnos las ermitas; y en acabando la rueda, se vuelve a la más antigua, donde, como los tahures se trasiegan cada día, o no va ya su acreedor, o él hace del que se olvida, o tiene conchas la deuda, del tiempo largo prescrita.
Sale don FERNANDO, de peregrino
FERNANDO: (Encinas está a la puerta Aparte de Flor, y no pronostica estar en ella seguro mal suceso a mis desdichas.) ¡Hidalgo! ENCINAS: ¿Quién es? FERNANDO: Un hombre que saber de vos querría si vivís en esta casa. ENCINAS: ¡Señor! ¡Señor de mi vida! ¿Es posible que te veo? FERNANDO: Quedo. ¿No me conocías? ENCINAS: Tu voz conoció el oído; que no tu cara la vista, tanto el disfraz desfigura. FERNANDO: Huélgome; que algunos días importa a ciertos intentos andar oculto en Sevilla. ENCINAS: ¿No me dirás qué te has hecho? ¿Asi te vas y me olvidas? ¿A Encinas con la traspuesta? ¡Luego querrás que no diga de los cordobeses mal! FERNANDO: Mal discurres cuando admiras mi ausencia y estos disfraces; que en tanto que se averigua quién fue del valiente hermano del Marqués el homicida, me he de ocultar; que haber sido yo amante de Flor me indicia de culpado; y así, quiero que en este caso me digas lo que pasa, qué hay de Flor, y qué se dice en Sevilla. ENCINAS: Como vino la mañana, y tú, señor, no venías, salí a buscarte, ofreciendo a Dios en hallazgo misas. Hallé toda la ciudad alborotada y sentida de la muerte de don Sancho, y que el vulgo discurría, ignorando el agresor, si bien la fama publica que fue doña Flor la causa. De aqui tomó la malicia ocasión de divulgar la que en Córdoba ella misma dio por ti, agora ha dos años, a semejantes desdichas. Mas no por esto a su casa se ha atrevido la justicia. Del lastimado Marqués prevención bien advertida; aunque de ella, y de no haber faltado algunos que digan que el marqués mismo ayudó a escaparse al homicida, y que ha pedido a su Alteza que de perdonar se sirva al delincuente, hay algunos maliciosos que colijan que quitaron a su hermano por orden suya la vida, por celos de doña Flor, conjetura que confirman las circunstancias, pues fue sobre hablarla la mohina. Éste es el punto en que están estas cosas. De las mías sabrás que, desesperado de no hallar de ti noticia, y apretado, Dios lo sabe, de la pobreza enemiga, me resolvi, y hoy de Flor vine a saber si sabía de ti, y pedir que socorra mi necesidad esquiva. Halléla triste, y hallé que su noble hermano había tripulado los sirvientes del juego de amor malillas. Entró don Diego, y hallóme con ella; mas no hay quien finja artificiosos remedios en desgracias repentinas, como la mujer. Al punto le dice Flor que yo había tenido, de que buscaba un escudero, noticia, y entré, por estar sin dueño, a pedir que me reciba. Conocióme; que los dos en la edad poco entendida en Córdoba hicimos juntos más de dos garzonerías; y con esto quiso Dios que, o nunca supo o se olvida de que he sido tu crïado, y el ser de su patria misma a justa piedad le mueve, y a recebirme le obliga. Quedé por crïado al fin de don Diego de Padilla, si tan suyo como debo, tan tuyo como solía. FERNANDO: ¿Que el Marqués pidió a su alteza el perdón del homicida? ENCINAS: Así dicen. FERNANDO: (¡Gran valor! Aparte ¡Por cuántos modos me obliga!) Y el rey, ¿qué le respondió? ENCINAS: Con severidad esquiva dijo sólo, "Bien está." Ya conoces su justicia. FERNANDO: "¿Bien está?" Pues no está bien. En fin, ¿es don Diego, Encinas, tu dueño? ENCINAS: Desde hoy acá. Mas tu teniente dirías mejor. Ya ves, fue forzosa la ocasión. FERNANDO: Que lo prosigas, lo es también, por evitar sospechas. ENCINAS: Bien advertida prevención. FERNANDO: Y porque salgas del empeño en que estos días te habrás puesto, esa cadena recibe.
Dale una de las que le dio el MARQUÉS
ENCINAS: Señor, ¿es fina? FERNANDO: ¿No lo parece? ENCINAS: En el pobre pasa el oro por alquimia. FERNANDO: Si quien me la dio supieras, su valor no dudarías. ENCINAS: ¿Fue mujer? FERNANDO: No, sino un hombre a quien le debo la vida. ENCINAS: ¿Cómo, señor? FERNANDO: Más espacio quiere el caso. Agora mira si puedo, porque me importa, hablar a Flor. ENCINAS: ¿No decías que renunciabas su amor? FERNANDO: Y otra vez lo digo, Encinas. Otro es mi intento. ENCINAS: Pues entra; que agora no hay quien lo impida; que no tienen más crïado que a mí. Sal presto y evita el peligro de su hermano; que yo me pongo en espía. FERNANDO: Ardiendo y temblando llego a mi adorada enemiga; que si mis celos me enojan, su enojo me atemoriza.
Vanse los dos. Sale doña FLOR
FLOR: ¿Es posible que el marqués ni me vea ni me escriba? ¡Cielos! ¿Se venga celoso, o agraviado se retira?
Sale don FERNANDO
¿Qué es esto? ¿Quién es? FERNANDO: Es, Flor, quien de lo que ser solía sólo tiene la memoria, por que de infierno le sirva. FLOR: ¿Es don Fernando? FERNANDO: ¿Hasta agora, crüel, no me conocías? Tan del todo tu mudanza de mi firmeza te olvida? ¿Es posible que en un pecho a quien noble sangre anima, ya que la mudanza cupo, quepa también la mentira? Falsa, ¿por qué me engañaste? ¿Por qué el infelice día que tras de tantos de ausencia, llegué más firme a tu vista, no me diste desengaños, que remedian, si lastiman, aprovechan, aunque ofenden, y aunque atormentan, obligan? Hiciéraslo, si me quieres, porque guardase la vida, y si no, porque dejasen de cansarte mis porfías. ¿Fue más cordura obligarme con tus palabras fingidas al peligro en que me viste, y a la desgracia que miras? Mas, ¿cómo fueras ingrata, cómo fueras enemiga, cómo mujer, si no fueras contraria a la razón misma? FLOR: Basta, don Fernando, basta; que te engañas, si imaginas, anticipando tus quejas, cerrar el paso a las mías. Si tú me cumplieras, falso, la palabra prometida, mi fama y tu amor gozaran más quietos y dulces días. El secreto me juraste, y al primer lance, perdida o la memoria o la fe, ¿me ofendes y lo publicas? FERNANDO: ¿Yo lo he publicado? FLOR: Sí; que lo mismo es que lo digan las obras que las palabras. ¿Tu lengua, aleve, podía decir más claro tu amor, que lo dijo vengativa tu espada, locos tus celos, precipitadas tus iras? FERNANDO: ¡Bien por Dios! Lo que hice yo para obligar, ¿desobliga? Para disculpar las tuyas ¿finges, falsa, culpas mías? Saqué la espada callando, puse a peligro la vida por no descubrirme a quien conocerme pretendía, sólo por guardarte así el secreto, y tú lo aplicas a lo contrario? ¡Qué clara se conoce tu malicia! FLOR: Evitaras el peligro, pues la resistencia vías, que a mayor publicidad daba ocasión tan precisa. Dejaras el puesto, huyeras; que pues no te conocían, nada perdieras en ello. FERNANDO: Sin duda mi sangre olvidas. Ser secreto prometí, no cobarde; que no había de acetar quien nació noble cosas que lo contradigan. No importa no conocerme; que yo a mí me conocía, y la misma sangre noble es fiscal contra si misma. Y si tú me conociste, ¿qué más ocasión querías? ¿Hay más mundo para mí? ¿Hay más honra? ¿Hay más estima? FLOR: Conmigo nada perdieras, si por mi opinión lo hacías. FERNANDO: Conocida era la fuga, la intención no conocida; y acción que es mala por sí, en duda la aplicarías a lo peor. Claro está; que conozco mi desdicha. Y dada ya la sospecha de que tu amor merecía quien contigo a tu ventana de noche hablaba, ¿no miras que a nadie infamara más, huyendo yo, que a ti misma, pues con causa te acusaran de que a un cobarde querías? ¿Ves mi razón? ¿Ves tu afrenta? ¿Ves cómo quedas vencida? ¿Ves cómo de culpas tuyas son, falsa, las penas mías? Tus engaños cometieron el delito que me aplicas; que a no tener otro amante, y a no decir, fementida, que eras quien fuiste, no hubiera sucedido esta ruina. FLOR: ¿Yo otro amante? FERNANDO: Y aun querido; que nadie, sin que le admitan, celoso guarda la calle, furioso arriesga la vida. FLOR: Desdeñado un poderoso, convierte el amor en ira. FERNANDO: En vano para conmigo falsas disculpas maquinas. ¡Quédate por siempre, ingrata, liviana, aleve, fingida, mudable, tirana, fíera, tigre hircana y sierpre libia! ¡Quédate; que sólo vine a exhalar las llamas vivas que, de tu ofensa engendradas, dentro de mi pecho ardían, con decirte sola a ti tus infamias, tus mentiras, mudanzas y liviandades, ya que el ser quien soy me priva de romper, con publicarlas, la palabra prometida; que yo ofendido la guardo, y tú obligada la olvidas! ¡Y así, para no ver más falsedades tan indignas de quien eres y quien soy, no me verás en tu vida!
Quiere irse don FERNANDO
FLOR: ¡Vete, ocasión de mis males, vete, y los cielos permitan que ni el eco de tu nombre vuelva otra vez a Sevilla! FERNANDO: ¡Cómo, traidora, te huelgas que de tu amor me despida! ¿Mi nombre ofende tu oído, y mi presencia tu vista? ¡Pues, vive Dios, que por eso, aunque arriesgara mil vidas, he de ser eternamente una sombra que te siga, porque me vengue en lo mismo con que a venganza me incitas! FLOR: ¡Pues yo, si en eso te vengas, sabré hacer...!
Sale ENCINAS
ENCINAS: Señora, mira que viene tu hermano. FLOR: ¡Ay, triste! ¡Vete, Fernando! FERNANDO: Enemiga, mi muerte y la tuya espero. ENCINAS: Pues duélete de la mía. Vete, señora, a tu cuarto, y tú, señor, te retira a mi aposento. FLOR: ¿Veré, antes que muera, algún dia que por tu causa no tenga alborotos y desdichas? FERNANDO: Y yo, ¿sin mudanzas tuyas veré alguno?
Vase doña FLOR
ENCINAS: Señor, mira que llega don Diego. FERNANDO: Llegue, y a sus manos vengativas muera yo, Encinas, primero que a las de su hermana viva. ENCINAS: Acaba; que a toda ley es bueno guardar la vida.
Vanse los dos. Salen doña ANA e INÉS
ANA: ¿Hácete Flor soledad? INÉS: Mal puedo, señora mía, sentirla en tu compañía. ANA: Pagas, Inés, mi amistad. INÉS: Sólo siento la tristeza que con mi ausencia padece. ANA: A fe que no la merece. INÉS: Es pensión de su belleza. Pero ya viene el marqués. ANA: Bien su palabra ha cumplido.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Alegre y desvanecido vengo a serviros. ANA: Los pies os beso por tal favor. MARQUÉS: Comenzad pues a mandarme, si queréis obligarme ése es el medio mejor. Pedido me habéis que os vea. Advertid, doña Ana hermosa, que no ha de ser para cosa que muy difícil no sea. ANA: La nobleza y cortesía que en vos celebra la fama, porque es mujer la que os llama, disculpara su osadía; y eso mismo me asegura que tendrá en esta ocasión efeto mi pretensión y mi esperanza ventura. Señor Marqués, doña Flor, en cuyo constante pecho inhumano estrago han hecho vuestra ausencia y vuestro amor, como os habéis retirado tan del todo de sus ojos, que aun no alivia sus enojos de parte vuestra un recado, está oprimida de suerte, de pesar y sentimiento, que perdido el sufrimiento, pide remedio a la muerte. Yo, que estimo su amistad y en vuestra nobleza fío, he tomado a cargo mío amansar vuestra crueldad. Merezca una vez siquiera veros el rostro, por ser vos noble y ella mujer, y yo, Marqués, la tercera. MARQUÉS: (¡Ay, Flor! Bien saben los cielos Aparte que a tantos rayos de Amor, a no resistir mi honor, no resistieran mis celos. Di mi palabra; ¡maldiga el cielo al necio imprudente que con enojo presente a lo futuro se obliga!) Señora, lo que pedis, a ser dificil lo haría; mas es, por desdicha mía, imposible. ANA: ¿Qué decís? MARQUÉS: Digo...
Salen don DIEGO y ENCINAS, quedándose a la puerta, sin ser vistos
ENCINAS: Pues señor, ¿así te cuelas? DIEGO: Ya a la impaciencia se rindió la resistencia. Mas el Marqués está aquí. ENCINAS: En Cantalapiedra has dado. DIEGO: Quedo, pues no me han sentido, quiero aplicar el oído; que a celos toca el cuidado. MARQUÉS: Según esto, no os espante mi resolución. ANA: Señor... MARQUÉS: Tratarme agora de amor es ablandar un diamante. ANA: Acabad; cesen enojos. No puedan tanto los celos. DIEGO: (¡Por Dios, que le ruega! ¡Cielos! Aparte ¿Tal vienen a ver mis ojos?) MARQUÉS: Doña Ana, en vano os cansáis. ANA: ¿Rogado os endurecéis? No a la sangre que tenéis la condición conformáis. DIEGO: (Ello es cierto.) Aparte MARQUÉS: Lo que os pido es que no me tratéis más de esa materia. ANA: Jamás me hubiera yo persuadido, si no lo llegara a ver, y aun lo dudo, aunque lo toco, que con vos puedan tan poco los ruegos de una mujer. ¿No daréis, Marqués, lugar a las disculpas siquiera? INIS: Esto es justo. MARQUÉS: Yo lo hiciera, si me pudiera mudar. ANA: ¡Maldiga Dios a don Diego, que a una determinación tan crüel dio la ocasión! ENCINAS: ¿Oyes esto, señor? DIEGO: ¿Luego el Marqués por celos míos la trata con tal rigor? Ahora bien--ya que el amor no ayuda mis desvaríos, a un engaño me apercibo con que, pues no soy dichoso, lo que no alcanzo amoroso, alcanzaré vengativo. Aquí me importa que des a entender que eres crïado del marqués. ENCINAS: Ese cuidado me deja, que fácil es; que pues hasta aquí por tuyo no me conocen, saldré con él, y así pasaré plaza de crïado suyo. DIEGO: Pues al punto que él se ausente vuelve a entrar, y de su parte estos doblones reparte
Dale un bolsón
en la familia sirviente de doña Ana; y al que fuere más cudicioso dirás que el Marqués le ofrece más, por que esta noche le espere a la puerta de doña Ana; que a deshora quiere hablarle; y el secreto has de encargarle. ENCINAS: No será tu industria vana por mi parte. DIEGO: Bien de ti sé lo que puedo fïar. Yo quiero, por no causar sospechas, irme de aquí, pues no me han visto.
Vase don DIEGO
ANA: Bien sé que a doña Inés de Aragón servís ya. MARQUÉS: Y en su afición vive contenta mi fe; mas con todo, si pudiera, os dejara más gustosa. ANA: Nunca os pediré otra cosa, pues he errado la primera. MARQUÉS: ¿Qué decís? Perdón os pido, y que os quejéis de esa suerte, si en mí pudiere la muerte lo que vos no habéis podido.
Vase el MARQUÉS
ANA: ¡Terrible rigor! ENCINAS: Inés, quédate con Dios. INÉS: ¿Aquí estabas, Encinas? ENCINAS: Sí; que vine con el marqués. INÉS: ¿Pues qué? ¿Le sirves? ENCINAS: Y soy quien priva más en su pecho. ANA: Dime, Encinas, ¿qué se ha hecho don Fernando de Godoy?
Volviéndose hacia la puerta
ENCINAS: ¿Que me llama el marqués? Sí, ya voy. ¡Qué presto me echó menos! Juráralo yo; no vive un punto sin mí. Perdonad; hasta otro día.
Vase ENCINAS
ANA: Buen gusto tiene el marqués. INÉS: Siempre con señores es feliz la bufonería.
Vanse las dos. Sale don PEDRO
PEDRO: ¿Negocio tiene conmigo, cuando le da la afición de doña Inés de Aragón en mí un oculto enemigo? ÉL la sirve y yo en secreto la gozo y he de callar, no se venga a sospechar el delito que cometo. ¡Gran tormento! Mas él viene.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡Señor don Pedro! PEDRO: En cuidado, señor marqués, un recado de parte vuestra me tiene. MARQUÉS: ¿Hay en qué os sirva? Creed que pago vuestra amistad, y sé con la voluntad que en todo me hacéis merced. Hoy ha llegado un correo, ya lo sabréis, de Granada, de la muerte desdichada de don Miguel Carabeo, nuestro general valiente; y al punto, para ocupar tan importante lugar hallé que era conveniente vuestra persona. Mirad si os disponéis a acetarlo, porque quiero consultarlo luego con su majestad. (Con este piadoso medio Aparte quiero dilatar su muerte porque entre tanto la suerte le disponga otro remedio.) PEDRO: (Darme lo que yo no pido, Aparte no teniéndole obligado, cuando sé que a nadie han dado cargo que no haya pedido, no es por bien. ¿Qué fin tendrá en ausentarme el marqués? Celos no de doña Inés, que oculto mi amor está. Mi poder y su mudanza teme sin duda; alejarme quiere del rey, por cortarme el hilo de mi privanza.) Conozco la obligación, marqués, en que me ponéis; mas advertid que daréis de quejas justa ocasión, dándome lo que podrán pretender mil caballeros cuyos valientes aceros terror a los moros dan. Yo vivo alegre en mi estado; ni más grande ni más rico quiero ser, y asi os suplico me tengáis por excusado. MARQUÉS: (¡Triste de vos, que os perdéis!) Aparte Esto al servicio conviene del rey. PEDRO: Sin número tiene soldados en quien podéis, tan bien como en mí, el bastón emplear. MARQUÉS: Decid, ¿en quién? PEDRO: En el señor de Bailén. MARQUÉS: Parte a servir a Aragón. PEDRO: En don Sancho Marmolejo. MARQUÉS: Lleva a Francia la embajada. PEDRO: En don Francisco de Estrada. MARQUÉS: Está enfermo y es muy viejo. PEDRO: En don Fernando Manrique. MARQUÉS: Ocupaciones forzosas son las suyas en las cosas del infante don Enrique. Yo, en fin, lo he mirado bien; no me arguyáis; acetad el cargo y mi voluntad, y advertid que os está bien. PEDRO: Más parece que os conviene a vos, según me apretáis. MARQUÉS: En eso no os engañáis; que quien es mi amigo tiene, don Pedro, en mi corazón tanta parte, que deseo como proprio lo que veo que ha de aumentar su opinión. PEDRO: Yo agradezco la amistad; pero os advierto, Marqués, que para mí no lo es. MARQUÉS: (¡Oh, quién pudiera...!) Aparte Mirad que os aconsejo... PEDRO: No habléis misterioso. (En su porfía Aparte crece la sospecha mía.) Y para que no os canséis, por último desengaño digo que estoy satisfecho de que trazáis mi provecho; pero yo quiero mi daño. MARQUÉS: (Cuanto resiste obstinado, Aparte tanto piadoso deseo remediarle, porque veo que yerra de enamorado.) PEDRO: ¿Mandáis otra cosa? MARQUÉS: En esto pido sólo que os miréis, y a Dios. PEDRO: ( Pues vos me queréis Aparte quitar del dichoso puesto en que con el rey estoy, yo del vuestro os quitaré.) MARQUÉS: (De la muerte os libraré, Aparte o no seré yo quien soy.)

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Ganar amigos, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002