LA AMISTAD CASTIGADA

Juan Ruiz de Alarcón

Texto electrónico basado en la edición princeps encontrada en la PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona, 1634). 
Versión preparada por Vern Williamsen en 1998. 


Personas que hablan en ella:


ACTO PRIMERO


Salen el REY y FILIPO
REY: Filipo, no hay mal que iguale al que padeciendo estoy; perdido, Filipo, soy, si tu ingenio no me vale. FILIPO: Gran Dionisio, rey segundo de este nombre, que has podido ser, por amado y temido, arbitrio solo del mundo; dime tu pena, señor, y si con la industria mía puede remediarse, fía de mi lealtad y mi amor. REY: ¿Ha dado luz a tus ojos mi sobrina Aurora, hija de Dïón? FILIPO: Fue tan prolija la ausencia a que los enojos me desterraron de Egisto, que con tu padre privó, que jamás lo permitió. REY: Bien se ve que no la has visto, pues ignoras la ocasión de tormento tan esquivo. Por ella y su padre vivo en la mayor confusión que contrarios pensamientos dieron a un pecho jamás. FILIPO: ¿Cómo? REY: Oye atento y sabrás mis dudas y mis tormentos. Este reino de Sicilia es, como sabes, sujeto a injustas conspiraciones y alevosos movimientos. Bien lo muestran las historias, pues en los pasados tiempos y presentes violentaron tantos tiranos el cetro; fuera de que tengo indicios de que ya traidores pechos secretamente conspiran a privarme del imperio. Dïón es, cuñado mío, tan poderoso, que debo a su valor y prudencia la corona que poseo, y me la puede quitar; pues llegado a rompimiento, a la parte a que él se incline la vitoria le prometo. Es leal, mas si intentando gozar a Aurora, le ofendo, de su enojo y su venganza mi cierta rüina temo. Pues dejarlo de intentar no es posible cuando muero, aunque por ella aventure cuanto valgo y cuanto puedo. Fuera Aurora esposa mía si fuese posible hacerlo; pero tengo ya en Cartago tratado mi casamiento, en conformidad, Filipo, de aquel forzoso concierto que dio principio y firmeza a las paces de ambos reinos. Éstas, caro amigo, son las olas en que me anego; las confusiones son éstas en que dudoso padezco. De tu ingenio y amor fío. Sólo tu amor y tu ingenio de tan ciega tempestad me pueden sacar al puerto. FILIPO: Un engaño se me ofrece, que es importante remedio como a tu amor, al temor que los traidores te han puesto; y aunque no son los engaños dignos de reales pechos, en la guerra y el amor es permitido usar de ellos. REY: Di; que no importa romper los más forzosos respetos; que más importa mi vida. FILIPO: Oye, pues, mi pensamiento.
Hablan bajo. Salen DIÓN y POLICIANO, por otra parte
DIÓN: Policiano, no podía, según vuestras partes son, la suerte en esta ocasión colmar la ventura mía mejor, que dando la mano vos a mi Aurora, de quien he estimado que también reconozca lo que gano. Sólo falta que le pida a su majestad licencia. POLICIANO: Quien goza por su prudencia privanza tan merecida, noble Dïón, como vos, claro está que alcanzará cuanto pretenda. DIÓN: Aquí está el Rey. Policiano, a Dios; que a solas hablarle quiero. POLICIANO: Como aguarda la sentencia el preso, yo la licencia en que está mi vida, espero. (Perdona mi desvarío, Aparte Diana; que el ofenderte es violencia de la suerte, no elección de mi albedrio.)
Vase POLICIANO. El REY y FILIPO están hablando aparte sin reparar en DIÓN
FILIPO: Y cuando después Dïón, como puede suceder, acaso venga a saber que le tienes afición a Aurora, dirás que ha sido invención y fingimiento; que pues importa al intento que le juzguen ofendido de ti, la traza mejor que hallaste de acreditar que le ofendes, fue mostrar que con ilícito amor solicitas la beldad de tu sobrina, por ser lo mas fácil de creer de su hermosura y tu edad. REY: De tu agudo entendimiento es la traza. FILIPO: Amor me guía. REY: Él viene. FILIPO: De mi confía la ejecución de tu intento. REY: Comienza, pues; que yo agora principio al engaño doy con Dïón. FILIPO: Al punto voy a hablar de tu parte a Aurora. REY: (Perdona, Dïón amigo, Aparte a mi obligación mi error; que estando loco de amor, no hablan las leyes conmigo.)
Vase FILIPO
DIÓN: Dame, gran señor, los pies. REY: Los brazos os quiero dar. DIÓN: En ellos he de aguardar que una licencia me des. REY: El pedilla vos la abona, Desde agora os la concedo; que nada negalle puedo a quien debo la corona. DIÓN: Pues bien puedo, en confïanza de tan crecido favor, pedir albricias, señor, de su cumplida esperanza a Policiano, que a Aurora por esposa me ha pedido. REY: (A buena ocasión ha sido.) Aparte Pariente, no es tiempo agora de casarla; que repuna a un intento que os diré con que asegurar podré firmezas de mi fortuna. DIÓN: El serviros es, señor, el primer intento mío. REY: Escuchad, pues, lo que fío de vuestra lealtad y amor. Yo tengo, noble Dïón, indicios de que conspiran contra mi corona algunos poderosos de Sicilia. Es quererlo averiguar por términos de justicia dificil y peligroso. Dificil, porque no fían, de quien no sepa guardarlo, su secreto los que aspiran a empresa de tanto peso; demás que es cierto que estriban en su poder los traidores; y así es forzoso que oprima el temor a los testigos a que la verdad no digan. El peligro es que, culpando al inocente, podría irritarse de la injuria que en la sospecha reciba; y así ha de ser la cautela quien descubra su malicia, y sola vuestra lealtad el medio de conseguirla, fingiendo que vos también estáis a las cosas mías mal afecto; porque así los que mi fortuna envidian, si la esperanza de hallar aplauso en vos los anima, no dudarán descubriros la traición que solicitan. Y porque vuestra privanza y vuestra lealtad obliga a recelar que el engaño de nuestra intención colijan, iréis con tal prevención, que vuestra prudencia finja la ocasión con cada cual, segun el tiempo lo pida, de estar quejoso de mí, dando colores tan vivas de verdad al fingimiento, que el intento se consiga de acreditar vuestro agravio; que yo iré de parte mía disponiéndolo también, según viere que me dictan los sucesos la ocasión. Mas esta advertencia misma lo ha de ser para que siempre que llegue de ofensas mías la nueva a vuestros oídos entendáis que son fingidas. Claro estaba; pero al fin esta prevención es hija del cuidado con que vive mi amistad agradecida. Sólo me resta advertiros, Dïón, que el fin a que mira este engaño, es conocer la traición, no persuadirla; porque si es cautela justa la que el delito averigua, no es justa la que ocasiona a emprenderlo a la malicia; y asi habéis de procurar descubrir la alevosía con medios tan atentados y razones tan medidas, que sin irritar sepáis quien es el que ya conspira mas no quién conspirará, si vuestro favor le anima; que supuesto que sabéis que no son crueldades mías las que el nombre de tirano me han adquirido en Sicilia, sino haber mi padre y yo convertido en monarquía su república, adornando nuestras dos frentes altivas de su laurel, reprimiendo voluntades y osadias; si cuando borrar pretendo nombre que así me fastidia, ocasionara delitos, despertando alevosías, la falsa interpretación que al nombre tírano aplican de crüel, justificara en sus lenguas mi malicia. DIÓN: De ingenio son más que humano prevenciones tan divinas. Pero, ¿qué ocasión halláis en este intento, que impida el casamiento de Aurora? REY: Olvidado se me había, por no ser el principal asunto de él mi sobrina. Precisa ocasion, pariente, a dilatarlo me obliga. Y es que me importa que sea la mano de vuestra hija freno de las voluntades; que como todos aspiran a sus bodas, tengo a todos con una esperanza misma deseosos de obligarme; que mientras no se averiguan los traidores, quiero así que sus intentos reprima; porque si dándola al uno, los demás se desobligan, recelo que llegue el daño antes que la medicina. DIÓN: Basta, señor, no replico; que como el fin se consiga, para asegurar la vuestra, consagro alegre mi vida. REY: Con esto a vuestra amistad deberé otra vez la mía, y su quietud y su rey a vuestra lealtad Sicilia.
Vase el REY
DIÓN: Al fin la razón de estado ha de vencer, que es forzoso, a todo.
Sale POLICIANO
POLICIANO: ¿Soy ya dichoso, Dïón? DIÓN: Soy yo desdichado. POLICIANO: ¿Cómo? ¡Ay de mí! DIÓN: La licencia me negó su majestad. POLICIANO: ¿Cuándo vuestra voluntad ha hallado en él resistencia? DIÓN: Agora. POLICIANO: ¿Pues a Dïón se puede el rey oponer? ¿Ignora vuestro poder? ¿Olvida su obligación, o mis méritos desprecia? No penséis, con ser quien soy, que tanto credito doy a mi confïanza necia, que intente mi calidad igualar con la de Aurora; que nadie humano me ignora, nadie la ignora deidad. Mas si nadie la merece, y alguno la ha de alcanzar, ¿quien mejor puede aspirar al bien que su mano ofrece, si ha abonado mi valor vuestra elección, y si oí de su hermosa boca un sí, que es el mérito mayor? DIÓN: Ni vuestro merecimiento duda el rey, ni mi poder. Causa debe de tener bastante su pensamiento, que ni entiendo ni examino; que de ser examinado hace al rey exceptüado lo que tiene de divino. Sólo entiendo, aunque tan mal me esté, que su gusto es ley, Policiano; que él es rey, y yo vasallo leal. Esto, en efeto, ha de ser. Sabed sufrir, si sois cuerdo. POLICIANO: Si gloria tan alta pierdo, ¿qué me queda que perder? ¿El rey a vuestros deseos se ha de oponer ni a los míos? Pues yo solo tengo brios para hacerle... DIÓN: Deteneos, callad, no os precipitéis. Tened, tened sufrimiento; que sólo de vuestro intento es dilación la que veis. Aguardad, pues. (No quisiera Aparte que, de la pasión vencido, arrojado de ofendido, en deslealtad incurriera; que el rey me mandó poner en lo que he de averiguar medios para examinar, no lazos para caer; y así es conforme a razón que cuando agraviar se ve, yo la prevención le dé, pues le he dado la ocasión.) Vencibles dificultades no son hados soberanos, ni los motivos humanos se informan de eternidades. La causa que hoy os impide, mañana puede cesar. Si el dilatar no es negar, quien dilata no despide. Ser prudente es ser sufrido. Advertid que os aconsejo, como amigo y como viejo, que ni excedáis ofendido, ni atrevido os arrojéis; porque si habláis libremente, más que ganastes prudente, impaciente perderéis; que si nos toca a los dos el daño, no os muestro mal, pues contra mí soy leal, que lo seré contra vos. POLICIANO: (Ni sabe el amor ser cuerdo, Aparte ni el loco sabe temer. Sicilla se ha de perder, vive Dios, si a Aurora pierdo.)
Vanse los dos. Salen RICARDO y DIANA
RICARDO: Es sin remedio mi pena; no hay consuelo en mi pasión. DIANA: Ricardo, ¿cuál ocasión tanto de ti te enajena? RICARDO: ¡Ay, querida hermana! Aurora, a quien adoro, la mano de esposa da a Policiano. DIANA: (¡Ah, traidor!) Aparte RICARDO: Mira si llora quien la pierde enamorado justamente. DIANA: ¿Luego está hecho el casamiento ya? RICARDO: No, pero está concertado; que basta para perder la vida con la esperanza. DIANA: No se queje si no alcanza quien no se atreve a emprender. ¿Quién hubiera más favor que tú, Ricardo, alcanzado, si te hubieras declarado? ¿Y más pudiendo tu amor tenerme a mí por tercera, pues tantas veces estoy con ella, y sabes que soy en su amistad la primera? ¿A quién la diera mejor, si se la hubieras pedido, que a ti su padre? RICARDO: He querido merecer de ella el amor antes que el consentimiento de Dïón. DIANA: Necio anduviste, pues por concierto pudiste dar vida a tu pensamiento. RICARDO: Temí quedar desairado, si de ella no era admitido; que se arrepiente corrido quien no alcanza declarado. DIANA: Querer por amor vencerla tu silencio disculpaba, mientras no te amenazaba el peligro de perderla; mas hoy que ve ya tu amor malograr tu pensamiento, mátete el atrevimiento, si ha de matarte el temor. Hablando vas a ganar, callando sólo a perder; ¿qué le queda que temer al que ya se ve matar? El que llega a estar cercado de ejército numeroso, a los que huyó temeroso, acomete despechado. Declara a Dïón tu amor, a Aurora tu sentimiento, al rey tu amoroso intento, y válgate su favor, pues le tienes obligado, en tan urgente ocasión, si se excusare Dïón con lo que tiene tratado; y si con esto los daños que te amenazan no impides, la guerra permite ardides, y el amor perdona engaños. Con trazas y fingimientos procura el bien que mereces; y si tú, porque padeces tormenta de pensamientos en el golfo de tus males, no discurres, yo, que soy mujer y en la arena estoy, (¡Pluguiera a los cielos!), tales Aparte trazas y enredos, hermano, sabré hacer, si lo permites, que de la mano le quites la esperanza a Policiano. RICARDO: ¿Que permita es menester lo que yo te he de rogar? Dïana, ¿puedo negar lo que debo agradecer? Traza a tu gusto, dispón mi remedio a tu albedrío. DIANA: Pues déjalo a cargo mío, Ricardo, y habla a Dïón. RICARDO: ¿Como lo piensas trazar? DIANA: Pues que te fías de mí, no me examines. RICARDO: De ti yo quiero todo fïar, pues conoces, cuando estás de mi tormento advertida, que a tu hermano das la vida, y a ti un esclavo te das.
Vase RICARDO
DIANA: ¿Así se pagan finezas? ¿Así se premian lealtades? ¿Así desmienten verdades los que prometen firmezas? ¡Ah, traidor! ¡Ah, fementido! ¡Ah, engañoso Policiano! ¿A Aurora has de dar la mano que a Dïana has prometido? No lo sufrirán los cielos; primero te abrasarán las llamas de este volcán que arroja rayos de celos.
Sale ELISA
ELISA: ¿Qué es esto, señora? DIANA: Es pena, dolor, sentimiento. Cuanto escuchas es tormento; todo es rabia cuanto ves. Ofensas me tienen loca, muerta me tienen agravios; la vida tengo en los labios, el alma tengo en la boca. En el pecho Mongibelos, fieras en el corazón; y en fin, tormentos que son mayores, que tengo celos; y para que en tantos daños ni esperanza pueda haber, no se contentan con ser celos, que son desengaños. Ese injusto, ese traidor, ese crüel Policiano a Aurora le da la mano que debe a mi firme amor. Mira, Elisa, si me ciega con razón el sentimiento, no llegando el sufrimiento donde el sentimiento llega. ELISA: ¿Quién creyera tal mudanza de su firmeza jamás? DIANA: Ven conmigo. ELISA: ¿Adónde vas? DIANA: A disponer la venganza, ya que no el impedimento. ELISA: No provoques el rigor de Ricardo. DIANA: De su amor se valió mi atrevimiento porque en Aurora le alcanza igual desdicha, y así a restaurar me ofrecí con enredos su esperanza. Vino en ello; y con color de que remedio sus daños, ha de tener por engaños las verdades de mi amor. ELISA: De esa suerte vas segura. DIANA: Nada temo su crueldad; que el amor es ceguedad, y los celos son locura.
Vanse las dos. Salen FILIPO y TURPÍN
FILIPO: Advierte que me conviene que me avises luego, en viendo que viene Dïón. TURPÍN: Ya entiendo. FILIPO: ¿Cómo? TURPÍN: ¿No es fácil, si tiene tanta hermosura mi ama? FILIPO: Engáñaste; que jamás la he visto. TURPÍN: Pues estarás enamorado por fama; que es muy señoril acción a una famosa beldad amarla por vanidad, más que por propia afición. Hombre conozco yo aquí que lo tiene por oficio. FILIPO: De poco seso da indicio. Pero no sucede en mí lo que piensas. TURPÍN: O querrás andar muy cauto conmigo. Pues de tu mayor amigo confïar no debes más que de mí. Buen desengaño puedo dar de mi sujeto. No guarda mejor secreto un ministro el primer año. Criado de Aurora soy, y eres tú del rey su tío privado; y así confío que si de tu parte estoy, en cualquier caso podré asegurarme del daño; y en ti con esto es engaño formar dudas de mi fe, si yo te puedo servir. FILIPO: Sobre un intento secreto vengo a hablarla, y te prometo que a podértelo decir, duda en tu fe no pusiera. TURPÍN: (Sólo por ver si le obligo Aparte a ser liberal conmigo le estoy sacando a barrera.) ¿No puedo saberlo al fin? FILIPO: Imposible cosa es. TURPÍN: Pues juro a Dios que después, pues recelas que Turpín no será buen secretario, si sé que a Aurora deseas, aunque más privado seas, me has de tener por contrario. FILIPO: Quede así, y haz lo que digo, Turpín; que importa el cuidado. TURPÍN: Entrar puedes confïado, pues a tenerlo me obligo. (Mal entiende mi deseo. Aparte Doyle otro tiento.) Quisiera que adviertas que no lo hiciera sino por ti. FILIPO: Yo lo creo. Vete, vete. TURPÍN: (¿Que obligaros Aparte no es posible a mi intención? Pues si viniere Dïón --¡vive Dios!--de no avisaros.)
Vase TURPÍN. Salen CAMILA y AURORA, por otra parte. Filípo se queda retirado
CAMILA: En fin, ¿negó el rey, señora, a tu padre la licencia? AURORA: Mejor dirás la sentencia contra la vida de Aurora; pues contra mi gusto hiciera estas bodas, de obediente a mi padre solamente; y confieso que si hubiera declarado la afición que tan secreta ha tenido, y a los labios atrevido las penas del corazón Ricardo, pasara yo con el más alegre vida; que me tiene agradecida, ya que enamorada no. CAMILA: ¿Agora sales con eso? AURORA: Nunca, antes que diera el sí a Policiano, sentí lo que agora te confieso; pero después que llegué a juzgarle esposo mío, violentado mi albedrío, de Ricardo comencé a hacer más estimación, y a pensar que hiciera empleo mejor en él; que el deseo despertó la privación. CAMILA: ¿De suerte que no es amor el que tienes? AURORA: Comparado con Policiano, he juzgado que merece mi favor Ricardo; pero sin eso, aunque no me desagrada, no me siento enamorada, si obligada me confieso. Mas, ¿quién está aquí? CAMILA: Persona parece de calidad. AURORA: Su compuesta gravedad sus nobles partes pregona. CAMILA: ¿Qué querrá? ¿Y cómo ha llegado, sin avisar, hasta aquí? AURORA: Sepámoslo; que es ya en mí la curiosidad cuidado. CAMILA: A cualquiera puede dalle cuidado y curiosidad. AURORA: Y más si su calidad se conforma con su talle. FILIPO: (Del rey alienta el deseo Aparte favorable la ventura, pues dice ya esta hermosura que es Aurora la que veo.) Hasta saber el intento de llegar adonde veis sin licencia, no culpéis, señora, mi atrevimiento; que de la misma ocasión echaréis de ver que ha sido forzoso ser atrevido para lograr la intención, si no me engañan, señora, los ojos, cuando asegura la fama de esa hermosura que sois la divina Aurora. AURORA: Menos esa adulación, soy Aurora, y ya deseo de la novedad que veo escucharos la ocasión, y saber quien sois. FILIPO: Yo soy Filipo, del rey crïado, si valido, no privado; porque a vuestro padre doy solamente este lugar. AURORA: Ya por fama os conocia, y a mi piedad algún día debieron más de un pesar los que os hizo la Fortuna. FILIPO: Ya ha cesado su rigor, y ya con ese favor no temo mudanza alguna; que esa beldad... (Pensamiento, Aparte ¿dónde vuelas? ¿Dónde vas?) ...si he de decir lo demás que causó este atrevimiento, aparte habéis de escucharme, porque el caso lo requiere. AURORA: Por si mi padre viniere, Camila, para avisarme, pues su esquiva condición conoces, ponte en espía en esa ventana. CAMILA: Fía tu cuidado a mi atención.
Vase CAMILA
AURORA: Ya estamos solos, hablad. FILIPO: Señora, si del Amor no habéis probado el rigor, al menos su ceguedad por fama habreis entendido... (Y ya, ¡triste yo!, la mía Aparte con importuna porfía mi corazón ha rendido. Inútilmente pretendo resistir; el rey lo erró cuando de mí se fió; que debiera, conociendo tan soberanos despojos, para evitar sus agravios, dar comisión a los labios, sin concederla a los ojos.) AURORA: ¿Qué os suspendéis? FILIPO: ¿Cómo puede dejarse de suspender quien os ha llegado a ver? ¿Cómo queréis que no quede absorto, señora, en vos, si es Dios la misma hermosura cuando goza mi ventura en la vuestra tanto Dios? AURORA: ¿Es éste acaso el secreto que tenéis que hablarme? FILIPO: No: aquí, señora, causó vuestra beldad este efeto. Otra, Aurora, es mi intención; mas cuando son desiguales los impulsos naturales al poder de la razón, no gobierna el albedrío; que si en corrientes de plata al caminante arrebata bramando el furioso río, de su jornada se olvida; y sólo en peligro tal con afecto natural trata de escapar la vida. Así yo, puesto que atento a otro fin os entré a hablar, en llegándoos a mirar, con ímpetu tan violento me vi anegar en abismos de hermosura, que forzado de su poder, y olvidado de mis pensamientos mismos, al deciros la ocasión porque os vi, con furia loca me arrebató de la boca las palabras la pasión. Y así, mi error perdonad; que en el primer movimiento, ni juzga el entendimiento, ni elige la voluntad. AURORA: (Tente, pensamiento mío; Aparte que previene ya el temor en halagos del amor ofensas del albedrío.) Injusta desconfïanza mostráis en tan justo efeto; ni la hermosura es defeto, ni es injuria la alabanza. Y si el ver encarecida su belleza tanto agrada a la mujer, obligada me juzgad, y no ofendida; si no es ya que la intención que declararme queréis, es mi ofensa, y pretendéis, temiendo mi indignación, reprimirla; y prevenido, con alabarme habéis hecho, Filipo, prisión del pecho la lisonja del oído. FILIPO: No, señora; no el veneno he querido disfrazar; que en lo que os vengo a tratar solicito gusto ajeno. (Tan contra mí, que podéis Aparte colegir, viéndome tal, que es lo que me está más mal que mi demanda otorguéis.) Del rey bellísima Aurora, vengo a vos por mensajero; de su afición soy tercero, y de que ciego os adora, testigo, si es menester para probar su afición mas notoria información que saber que os llegó a ver. (¡Ah, cielos! Yo soy perdido; Aparte que Aurora no se ha enojado.) AURORA: (Engañóse mi cuidado. Aparte ¡Qué presto ha desvanecido mi esperanza! Pero, ¿cuándo, loco Amor, los gustos das más firmes?) ¿No decis más? FILIPO: ¿Que más? AURORA: Estoy aguardando a saber si es el intento de mi tio ser mi esposo. FILIPO: Él fuera en eso dichoso mas tiene su casamiento en Cartago ya tratado. AURORA: ¿Luego pretende su amor su gusto en mi deshonor? FILIPO: Es rey y está enamorado. AURORA: Bien decís; lo mismo es enamorado que loco, y no muestra estarlo poco, pues prefiere el interés de su antojo a mi opinión. ¿No advierte el rey por ventura, cuando imprudente procura ofender con su afición de mi padre la nobleza, que aun hoy, aunque está gozando del cetro, le está temblando la corona en la cabeza? ¿Olvida... FILIPO: (Albricias, Amor, que se ha enojado. AURORA: ...que debe el honor a quien se atreve a ofender en el honor? ¿Así paga beneficios? ¿Así asegura lealtades? ¿Así obliga voluntades y recompensa servicios? ¿Así el nombre de tirano quiere borrar? ¿Y así intenta en el reino que violenta, acreditarse de humano? ¡Vive el cielo, si no enfrena tan mal advertido antojo, que ha de sentir en mi enojo de su locura la pena! ¿A Aurora, a Aurora se envia recado tan atrevido? ¿Y vos, vos habéis venido con tal vil mensajería? No sé de cual de los dos más ofendida me hallo; del rey, en imaginallo, o en decírmelo, de vos.
Vase AURORA
FILIPO: Mil veces en hora buena, bella Aurora, os enojad, pues asegura piedad, ese rigor, a mi pena. Nunca ha sido tan gustosa la furia, nunca se ha visto el enojo tan bien quisto, ni la ira tan hermosa. No en vano, Amor, a tus aras y al imperio de tus leyes rinden sus cetros los reyes, y los dioses sus tïaras; no en vano, pues tales son tus fuerzas, que en un momento ciegas el entendimiento y aprisionas la razón. Loco estoy, estoy perdido, y tan otro de mi estoy, que ni conozco el que soy, ni me acuerdo del que he sido. Sólo ya mi entendimiento juzga el bien mayor amar; sólo discurre en buscar remedios al mal que siento. De mi ciego desvarío el rey perdone el error, pues da disculpas su amor, y no escarmientos al mío. Mi obligación he cumplido, y aun hice más que debí, pues tercero contra mí de sus cuidados he sido. Hasta aquí de mi lealtad pudo extenderse la ley, mas no a que el amor del rey la ponga a mi voluntad.. Y más cuando Aurora aquí se le mostró tan crüel pues de los desprecios de él mis favores colegí; que mientras sus alabanzas publicó mi suspensión, dio su benigna atención aliento a mis esperanzas; y después se mostró airada cuando el amor entendió del rey, quizá porque vio su imaginación burlada. Claro está, pues por lo menos estimó mis desvaríos quien humana oyó los míos, y enojada los ajenos. Pues cuando yo he merecido sus favores, y el rey no, ¿qué le ofendo en querer yo ganar lo que él ha perdido? Y puesto que el rey se ofenda, ¿qué me ha de costar? ¿La vida? Menos la temo perdida, que perder tan alta prenda. Todo, para conseguir tanto bien, lo he de emprender; que no queda qué temer al que se atreve a morir.

FIN DEL ACTO PRIMERO

 

La amistad castigada,  Jornada 2


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002